Vie 13.05.2011
las12

FEMINISMOS

Hechos, derechos, teorias

En este texto que puede leerse en la cuarta edición de los Cuadernos del Inadi –cuadernos.inadi.gob.ar–, Nora Domínguez recorre las producciones ficcionales en torno del femicidio para analizar de qué manera el cuerpo femenino se convierte en territorio –cuando otras nociones de territorio están en pugna– sobre el que la violencia produce su marca y su escarmiento.

› Por Nora Domínguez *

En 1964 un hecho conmueve a la opinión pública en la Argentina. Un escritor de novelas escandalosas, militante yrigoyenista, promotor de levantamientos políticos, echa ácido sobre el rostro de su esposa, Clotilde Sabattini, la tarde que estaban por concertar el divorcio definitivo después de haber pasado por varias separaciones. Al día siguiente se suicida. La historia tenía como protagonistas a figuras públicas con nombre y apellido e historias conyugales y políticas reconocibles. Tragedia familiar, crimen pasional, escándalo, melodrama pueden haber sido los titulares de una trama periodística que combinaba los imaginarios sociales del momento para tratar de entender una violencia indecible. En 1998, uno de los hijos del matrimonio, Jorge Barón Biza, sale al mundo literario con una novela, El desierto y su semilla, en la que reconstruye ese relato familiar dispersando otros nombres y manipulando los datos de la historia verdadera según los recursos de la ficción literaria. El libro tiene un éxito de crítica inmediato y es incluso considerado como una de las novelas más importantes de la década.

¿Qué se tiende entre la vida, su memoria y la tardía reconstrucción literaria? Sin duda, una serie de conexiones, todas zigzagueantes e inestables, que cancelan cualquier brote de homogeneidad y reflejo. Sin embargo, también puede afirmarse que tanto la vida como la literatura son espacios donde, reales o disfrazados, se dejan inscribir los datos precisos, los incidentes concretos, las historias singulares, los nombres propios. Del mismo modo cuando esas vidas son trasladadas a la escena psicoanalítica las fábulas de origen se hacen personales, únicas. Se trata entonces de espacios vitales, ficcionales y simbólicos donde es posible ver los bordes colisionados de singularidades complejas. Los críticos literarios, los escritores, los estudiantes de las carreras de letras, los psicoanalistas y los psicoanalizados son lectores avezados en perseguir lo singular y lo diferente y desechar lo homogéneo, la reiteración de lo mismo, la emergencia de lo igual. Como señala Martín Kohan para la literatura, lo igual puede tener visos de pesadilla.

En la Argentina de estos últimos años, en particular desde 2010, se verificó un aumento en los casos de mujeres víctimas de quemaduras, generalmente a manos de una pareja que la consideraba su propiedad y que con ese método perseguía o la destrucción de su cuerpo o un castigo último y ejemplar o cancelar para esa mujer todo futuro y toda posibilidad de vida. Las crónicas periodísticas se pueblan de nombres, de registros de casos, de seguimientos más o menos estereotipados hasta que la noticia deja de ofrecer las ganancias que el medio que las cubre espera. Los datos no son exclusivos de la Argentina y las cifras se repiten y acrecientan en otros países y regiones. En marzo de 2009, un fotógrafo español, Emilio Morenatti, presentó en el Museo Provincial de Huelva una muestra de quince imágenes de los efectos del ácido en rostros de mujeres paquistaníes que, con nombre y apellido y a cara descubierta, se dejaron fotografiar aportando a un testimonio visual de enorme impacto.

También en febrero pasado la foto de una mujer afgana desfigurada por desobedecer a su marido recorrió las páginas de los diarios más importantes, que informaban sobre un premio internacional otorgado a un fotógrafo africano. La dimensión que cobra la mirada de esa joven mujer interpelando desde su condición de víctima no victimizada se estrella contra el uso mediático de los países occidentales que no cejan de reproducir la imagen a favor de su propia campaña de denuncia de la violencia que Medio Oriente ejerce sobre sus mujeres.

Cuando se sale del espacio de las singularizaciones, del arsenal material y semiótico que ellas ofrecen al plano de la búsqueda de interpretación y acción política que promueven la ampliación de los derechos sociales y políticos para sujetos que cuentan con una historia más breve de ciudadanía, menos rotunda, acotada por las frágiles posiciones de la clase y de la raza y, por lo tanto, más vulnerable, es preciso dar otros pasos. ¿Cómo se marcha desde los datos, los procesos y hechos concretos a la abstracción y la elaboración teórica que sirva a distintas prácticas, niveles de luchas tanto discursivas como sociales y protocolos de investigación?

Pasemos primero a otro ejemplo. Uno de los libros de la voluminosa novela póstuma de Roberto Bolaño en 2666, relata a través del recurso de la repetición y la suma de diferentes crímenes de mujeres en Ciudad Juárez, la ciudad de la frontera mexicana que debe su celebridad a dichos asesinatos. “La parte de los crímenes” recopila uno tras otro los asesinatos a mujeres entre 1993 y 1997; funciona estructuralmente como el centro fundador del conjunto de las otras historias que cuenta el libro y como esponja textual donde el resto de las líneas y sentidos adquieren otra consistencia. No importa si los hechos se corresponden estrictamente con los verdaderamente acaecidos; importa que hayan ocurrido y que de algún modo sigan ocurriendo en México, Ecuador o la Argentina, porque sus beneficiarios continúan ocultos y sus causas permanecen ignoradas. Importa la puesta en escena de un modo narrativo que se pone a sí mismo en cuestión al ocuparse de estos materiales. Importa esa decisión de factura donde un narrador se retira para dejar que la sucesión de historias semejantes se vayan enhebrando y en su presentificación hablen por sí solas. Importa también en esta novela de Bolaño ese efecto de repetición y de saturación que registra detalles, que aporta minuciosamente los datos que los rodean sea para mostrarlos o revelar cómo se ocultan, que recurre al pormenor textual que fija los cuerpos despedazados, desfigurados, destrozados por la barbarie de una ciudad donde policías, funcionarios, periodistas siguen los pactos explícitos e implícitos de un orden patriarcal que no ceja en su necesidad de desvincularlos para poder seguir apartándose de su responsabilidad. Allí, la muerte, los asesinatos de las mujeres, es decir, lo que iguala como condición, como contexto, se reproduce en múltiples diferencias para anudarse nuevamente y de otra manera a la incansable repetición de lo mismo.

Durante estos giros por diversas dimensiones surge el desafío de nombrar y conceptualizar la irrupción y la herida que impone ese real nuevo y la literatura, en este caso, se hace cargo a su manera. El feminismo mexicano primero y luego intelectuales y militantes de otros países se interesaron por encontrar diferentes formas de intervención en las instituciones y ONG de Ciudad Juárez, trabajar con los familiares de las víctimas, promover diferentes acciones e inventar categorías para entender y detener esas matanzas, propiciar investigaciones. La antropóloga Rita Segato, refiriéndose a estos casos, habla de cofradías masculinas que sancionan el cuerpo de las mujeres desde un lugar privilegiado de poder que precisa de relaciones horizontales de hermandad y de la consecuente asimetría de la posición subordinada. Un mundo faccionalizado, típico de la declinación y deterioro de los estados nacionales como el actual, marca sus dominios territoriales, y el cuerpo femenino, por su contigüidad con la noción de territorio, tiene la función de soportar esos avances violentos sobre los cuerpos de las mujeres.

¿Qué hay entre los crímenes de Ciudad Juárez, su productividad literaria o cinematográfica –ficcional o testimonial– y los aparatos interpretativos que se usen para entenderlos? Hay un trabajo de imaginación teórica puesta al servicio de políticas de visibilidad y de reconocimiento que articule el entramado de las diferencias en función de un proyecto crítico sostenido en el reclamo de justicia. Un proyecto que en su instancia final demande por derechos personales, cívicos, laborales, es decir, por políticas de igualdad. Sus términos se inventan y, por lo tanto, se piensan en el espacio de la búsqueda y conquista de derechos, de diseño de políticas públicas y de debate de las leyes que las reflejen y acompañen. Hasta ahora los caminos por los que transcurrió la igualdad entre los sexos no fueron sino discontinuos e incompletos. Aunque no puede dudarse de que ciertos jalones importantes a lo largo del siglo XX dispusieron condiciones definitorias para la vida y la subjetividad de grandes masas de mujeres, el proyecto permanece sin clausurarse. Desde otro punto de vista y aún hoy después de fecundas lecturas de Foucault o Deleuze y en marcos históricos sembrados de post, los diálogos entre quienes mantienen diferentes posturas no transcurren con fluidez; existen tensiones entre quienes se mueven en el terreno de las representaciones y discursos, entre las lógicas de sus flujos de diferencias (retóricas, lingüísticas, visuales, enunciativas, temporales, deseantes) que se tienden entre la fuerza de lo que hacen visible y el simultáneo orden de opacidad y ambivalencia que arrastran. Y, por otro, el de quienes, también con espíritu deseante, discuten políticas, ensayan estrategias de acción, se desplazan por los tiempos y espacios que impone la lucha. Mantener la separación de estos órdenes resulta un efecto rezagado de aquellas posiciones que veían los planos discursivo y social avanzando por carriles propios y desconectados. Pienso como la filósofa Rosi Braidotti que se precisa de un feminismo no dogmático que parta de la comprensión desencializada, compleja y multiestratificada del sujeto femenino.

¿Qué hay entre la escena de la violencia burguesa familiar de los ‘60, retomada luego literariamente y las series de mujeres quemadas de los escenarios actuales? Hay un movimiento feminista que desde entonces a la actualidad pasó por diferentes etapas que llevaron a que ese delito pueda ser, en el codo del cambio de siglo, categorizado como femicidio. Una apropiación política y una determinación conceptual que también es política. Un concepto nuevo que está en proceso de discusión entre las investigadoras feministas, discusión en la que está en juego la tipificación de los crímenes. Las luchas del feminismo siempre han sido complejas, se dieron en distintos frentes mientras sus actrices principales entablaban diferentes órdenes de polémicas y debates y disputaban por espacios amplios y heterogéneos de intervención. Su preocupación fundamental, aún con el ancho espectro de diferencias políticas y epistemológicas en las que se movió, fue mejorar el estatus de las mujeres, sus condiciones de vida, sus derechos a la educación y al trabajo, su inclusión social en términos de paridad jurídica y social, su acceso a la palabra y la autonomía sobre su cuerpo y sus deseos. Lo que se abre a partir de este punto es en sí mismo el reino de las incesantes diferencias: entre etapas históricas, geografías precisas, preocupaciones y desafíos teóricos, posiciones políticas, repertorios de debates en consonancia con los cambios económicos y políticos que se sucedieron. Al mismo tiempo tanto la igualdad como la diferencia son dentro del feminismo sitios de intensa tensión conceptual que contienen al día de hoy una larga historia de debates que conforman su archivo conceptual con varias sedimentaciones históricas. El reclamo por la igualdad de derechos junto al reconocimiento de las diferencias sigue vigente como consigna a cumplir.

Si me ocupé de un tipo particular de violencia como el femicidio, de cómo su formulación enlaza e incluye de manera combinada procesos de construcción textual con otros de conceptualización teórica y con los que toman a su cargo el programa político es porque considero que, así como para Celia Amorós, el feminismo constituyó la promesa no cumplida de la Ilustración, el femicidio resulta el efecto no buscado de los entusiastas y activos movimientos de mujeres. Es el lugar de la falla, de la herida. Esas muertes constituyen lo real que no cesa de mostrarse y que alude, también, a una nueva forma de polarización vinculada con las injusticias estructurales que arrastra el proceso de globalización y su consabida fragmentación. Se trata de nuevas formas oposicionales que amparan la existencia de un femenino con tintes netamente tradicionales y conservadores que incluso desembocan en un antifeminismo encendido. En sus filas hay actrices de primer orden: Sarah Palin, Condoleeza Rice en los Estados Unidos y otras de portes secundarios que por estos días promueven en la legislatura nacional, y de acuerdo con gestos miméticos que se extienden a otros países latinamericanos, movimientos llamados nada menos que de “antiderechos”.

* Doctora en Letras de la UBA, especializada en teoría literaria feminista.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux