Vie 20.06.2003
las12

PERSONAJES

La Lucecita de Sarah

Sarah Bianchi tiene 81 años y brazos largos. “De tanto estirarme”, dice, y es que durante décadas se ha estirado atrás de sus títeres, con los que, en compañía de Mane Bernardo, recorrió todo el país y el mundo. Flamante Ciudadana Ilustre de la Ciudad, siempre innovadora –aun hoy se resiste a crear “brujas feas”–, el primer títere que hizo, Lucecita, todavía la hace trabajar.

Por Sonia Santoro

Hay cosas con las que a Sarah Bianchi hace rato no la corren. Sigue fumando Virginia Slims. Un paquete cada dos días, dice. Porque si llegó hasta acá fumando, sería una estupidez dejar de hacerlo por temor a una enfermedad. Lo mismo piensa de la puntual copa de vino con que acompaña las comidas. Cuando alguien empieza con los “deberías”, Bianchi dice que no. Si durante toda su vida luchó por mantener una independencia que la hizo sufrir teatros vacíos, hambre, censuras, ¿a quién se le ocurriría pedirle que hoy deje de ser libre? Ya nadie puede convencerla de hacer algo que no le gusta. Sería mejor ocuparse de que se reeditaran sus libros, por ejemplo, o de dar clases. Pero todas esas cuestiones administrativas no le dejarían tiempo para crear. ¿Y esta titiritera de 81 años sería Sarah Bianchi si no siguiera imaginando personajes, modelándolos como muñecos para darles vida con sus manos? En homenaje a sus 56 años en el teatro de títeres, el 18 de junio la Legislatura porteña la nombró Ciudadana Ilustre de la Ciudad.
La cita es en Piedras y Estados Unidos, en la sede del Museo Argentino del Títere. Abre la puerta una mujer pequeña de ojos brillosos y voz áspera, que se mueve con dificultad.
–Mi pie maldito, me pisó un chico –explica, e invita a sentarse en una sala llena de títeres de todos los colores, tamaños y formas. La sala de extranjeros alberga títeres de Africa, Europa, Asia y Oceanía. Algunos tienen 200 años. Fueron comprados, intercambiados con otros titiriteros o donados.
–Toda esta vitrina es Oriental. Esos que están ahí son muy antiguos. A veces me dicen de restaurarlos, yo ni loca, que queden como están, si tienen más de cien años, ¿cómo voy a hacerles un trajecito nuevo?
–¿Qué es un títere para usted?
–Títere es cualquier muñeco, cualquier figura, cualquier forma, plana o de volumen, o cualquier objeto que gracias a la animación que le da el titiritero se convierte en personaje de teatro. Esta campera puede convertirse en personaje de teatro si cobra vida, si yo la muevo y dice algo. Por eso hay títeres de distinta técnica, de distinto estilo, de distinta manipulación.
–¿Esa es su definición o es la más aceptada?
–Ahora está más o menos aceptada puesto que hay teatro de objetos, de formas, que no son esencialmente muñecos títeres, pero para mí son títeres porque se animan y se transforman en personajes por el oficio del titiritero. Es decir, no son mecánicos, no son eléctricos, pueden cambiar a voluntad del titiritero.
–Según esa definición, sería lo mismo títere que marioneta.
–Títere es todo lo que te he dicho. Pero dentro de eso están las diferentes técnicas. Es decir, la del títere que se mete la mano adentro y se mueve con la mano, que son los títeres de guante. Están los títeres que se mueven desde arriba con hilo, que son los títeres de hilo o demarionetas. Los títeres que se mueven de abajo con varillas. Hay otros que se mueven desde arriba con una barra. Hay títeres de dedos. Y después hay miles de técnicas combinadas.
–¿A usted cuál le gusta más?
–Yo me siento más cómoda con el títere de guante. Me puedo expresar mejor.
–¿Tuvo que ejercitar especialmente las manos para lograr esa expresividad?
–Sí, yo había hecho mimo, y el mimo se expresa mucho con las manos. Para dominar la técnica y poder hacer usables los cinco dedos de la mano, hay que hacer una serie de ejercicios, como el pianista. Yo tengo que poder poner, según la forma que tenga ese títere, la mano con tres dedos, con cuatro, con los cinco, volcada para el costado, separando estos dedos.
Para mostrar esa maravillosa flexibilidad que no se deja amedrentar por la presencia de la artrosis, ensaya algunas de las posiciones básicas para manejar el arte del titiritero. Junta el dedo índice con el anular y pasa el mayor por el medio, subiendo y bajando. Algo imposible para los ajenos al oficio. En general, el dedo índice es el que maneja la cabeza; el pulgar, un brazo; y el mayor, el otro brazo.
–¿Los años le trajeron algún tipo de molestia?
–No. En la parte de los dedos, por suerte no. Pero sí cuando me rompí la cadera.
–Otra parte del cuerpo importante. ¿Cómo se mantiene detrás del escenario?
–En general, estamos atrás de un frontón parados, pero en una posición especial. No siempre cómoda. Porque ese frontón tiene una altura según el término medio de los titiriteros que trabajan; puede ser que te quede muy alto, entonces tenés que estirarte más para arriba, sacar el brazo.
Sarah se para con los pies juntos. Es una mujer que en alguna época midió un metro sesenta, pero ahora, algo doblada, apenas supera el metro cincuenta. Empieza a levantar el brazo derecho hacia arriba y luego saca el hombro de lugar en un movimiento que pareciera darle brazo para rato.
–¡Qué brazos largos tiene usted!
–De estirarme... –dice, simplemente, y parece ser la única explicación posible. Tiene las manos grandes también. ¿De tanto ejercitarlas?
–¿Le duele el cuerpo después de una función?
–No, porque hay otra técnica que es la de cómo te parás. Lo que hay que hacer es no perder el centro de gravedad.
El único teatro de títeres que Sara Haydée Bianchi llegó a conocer de chica era el que funcionaba en el zoológico: “Las marionetas de Verzura”. Sara las miraba fascinada cuando la llevaban al zoológico. El género no estaba difundido. En el museo guarda el registro del más antiguo teatro de títeres del país, el Teatro Sicilia de La Boca, que funcionó desde 1895 hasta 1925. Pero, en realidad, los títeres empezaron a hacerse populares con la llegada de las obras de Federico García Lorca en 1934. De ahí surgieron Mane Bernardo, Javier Villafañe, la primera camada de titiriteros.
Sara es Sarah Bianchi desde que se encontró con Mane Bernardo. Artistas plásticas las dos, se conocieron en una muestra de arte en la que mostraron algunas ideas de avanzada. Bernardo, que en 1944 había creado el Teatro Nacional de Títeres, la invitó a acercarse. Allí, Sarah pasó un año pintando telones, modelando títeres y demás. Mane fue su maestra hasta que al año siguiente el mundo del títere empezó a devorar a la alumna y a sus múltiples profesiones: actriz, profesora de letras y plástica. Desde entonces Mane fue compañera de ruta hasta su muerte, a principios de los ‘90; y mitad inseparable de una pareja –”en el más amplio sentido de la palabra”, dice Sarah– que se convirtió en la fórmula Bernardo-Bianchi, pionera en el movimiento titiritero nacional. Esa fórmula recorrió el país, Latinoamérica y Europa llevando sus obras y su pasión, casi obsesión, por los muñecos. Encabezó la primera compañía de títeres dirigida por mujeres y presentó obras como El encanto del bosque (1958), Los traviesos diablillos (1962), Una peluca para la luna (1969), por citar sólo algunas de las innumerables funciones. Hizo tantas funciones que desde la número 100 dejó de contarlas. Probó todos los formatos y escenarios posibles: teatro infantil, espectáculos callejeros, publicidades y hasta televisión, en una época que trabajar en la pantalla chica era poco menos que una herejía. Cuando Canal 7 todavía era LR3 Radio Belgrano TV Canal 7, Sarah tenía un circo en la pantalla. Manejaba el payaso Picaporte, nombre que hacía honor al viejo picaporte que lo mantenía erguido. En los noticieros, decía el horóscopo a través de una viejita toda emperifollada. También fue La Monita Pintora, aquella que le pintaba un retrato a los chicos que se acercaban. Todos estos títeres descansan detrás de una vitrina en la sala que el museo reserva a los muñecos argentinos.
La fórmula nació impulsada, involuntariamente, por el primer gobierno peronista. En 1946 las echaron del Teatro Cervantes por cuestiones políticas internas, y entonces armaron su propia compañía. Esa marca de origen se repetiría a lo largo de la historia. Durante la dictadura de Juan Carlos Onganía las prohibieron por hacer un desnudo en televisión: en una obra de pantomimas, una mano desvestía a otra. Durante la última dictadura militar, la echaron de la Escuela de Arte Dramático y del Instituto Vocacional de Arte, y tuvo que pintar paredes para sobrevivir.
–Contradictoriamente a la importancia que le dieron los gobiernos, el títere es considerado un género menor. Incluso hay refranes: no dejan títere con cabeza, lo manejan como a un títere... muy peyorativos. ¿Por qué?
–En sus orígenes fue un género muy respetado porque lo que se hacía con títeres era representación de religiones. Eran ceremonias religiosas dentro de todo el Oriente. Después, cuando pasó a toda Europa, se hacía en las iglesias, se representaban los milagros de la Virgen, los santos. Después la Iglesia lo prohibió.
–¿Por qué?
–Porque consideraba a esa imagen que se movía como una cosa de religión viva, es decir, que la Virgen era la Virgen... Creían que la gente iba a caer de nuevo en el paganismo, entonces echó a los titiriteros. Fue en el 1500, el Concilio de Trento los prohibió. Y ésa fue la gran suerte que tuvieron los titiriteros. Claro, porque los echaron, ¿y a dónde fueron a parar? A la plaza de enfrente, y ahí ya no estuvieron atados a hacer temas religiosos sino a hacer lo que se les cantaba. Como iban de plaza en plaza, eran trashumantes; por eso pasó a ser un género menor.
–En una nota, usted contaba que tuvieron que pelear mucho con la Sociedad de Actores porque decía que para ser actores tenían que mostrarse ante un público.
–Cuando sacábamos la afiliación, nos afiliábamos a Variedades, en donde se afiliaban también los que tenían perros amaestrados, los contorsionistas. Pero nosotras siempre nos considerábamos más ligadas al teatro. Nosotras discutíamos porque en esa época estaban de moda las novelas radiales. ¿Y esos que interpretaban personajes con su voz no eran actores? Los titiriteros no se mostraban, pero lo mismo hablaban con su voz. Hasta que finalmente la controversia terminó y nos hicimos socias. Fue en los años ‘70. Pero ahora ya está instalado como un género teatral.
–¿Cuál es el títere más famoso del mundo?
–Depende de cada país, siempre derivando del origen griego y latino... la comedia de arte... en cada lugar tuvo su nombre: Punch, en Inglaterra; Don Cristóbal, en España; Guignol, en Francia. Son los característicos representantes de la idiosincrasia, del pueblo, del lugar.
–¿No existe EL títere argentino?
–No ha habido ninguno que haya nacido de una tradición como esos. Pero sin dudas, el nombre más conocido de los títeres es Juancito, el de Javier Villafañe, títere de guante. Pero no es típico, no representa a ninguna cosa típica de acá, como Guignol, que es el representante de los trabajadores de seda...
En su mundillo de pequeñas proporciones y grandes movimientos, Sarah sí tiene un títere más famoso: Lucecita, un duende capaz de decir cualquier cosa. Es el primer títere creado y actuado por ella. Su primer amor nunca olvidado. Su alter ego.
–¿Cuál es Lucecita? ¿Lo tiene por acá?
–Noooooo... acá, al museo, el que sigue trabajando no quiere saber nada de venir. Tiene miedo de que si yo lo traigo acá, quede en una vitrina. Yo sigo su voluntad, si él quiere seguir trabajando... y bueno, que trabaje.
Si fuera títere, ella sería Lucecita. Lucecita improvisa, pero sabe ubicarse. Sabe si está en una función de chicos o en una reunión de adultos.
–No está muy difundido el títere para adultos...
–No, acá costó mucho imponerlo. En el ‘47 creamos nuestro propio teatro con Mane Bernardo y el ideal nuestro era hacer teatro para adultos, y empezamos con eso. Tuvimos sala llena el primer día; el segundo, media sala; el tercero, con dos filas de invitados; y el cuarto, nadie. Se acabó el público, el pequeño núcleo que podía tener interés en títeres para adultos. Entonces, cambiamos para salvarnos y nos volcamos a los niños. Aprendimos la lección, cada tanto nos dábamos el lujo de hacer algo para adultos, dos funciones, una temporadita breve.
Para ser titiritero, lo más importante es poder actuar el personaje con la voz y las manos. A Sarah, sin embargo, le gusta estar presente en el personaje desde la gestación de la idea y el armado del muñeco. Para crear un títere primero hay que compenetrarse en el personaje que se quiere hacer, explica. E imaginar si es gordo o morocho y, principalmente, cómo será su cara, porque es una máscara estática que debe tener el carácter general del personaje. Una vez logrado eso, se dibuja en papel. El paso siguiente es modelar la cabeza sobre resina plástica o en plastilina, con pasta de papel o pasta de madera. Luego, se diseña el camisolín. Y esta listo para vivir en las manos del actor.
–¿Algún títere se le resistió alguna vez?
–A la inversa. Porque no siempre te toca hacer el personaje que vos querés, como en el teatro. Por distintas razones te toca un personaje que no te interesa, que no lo sentís, pero es lindo porque es un desafío. A mí, por ejemplo, no me gusta hacer las brujas malas. Entonces, me tocó una bruja y dije: ¿por qué la bruja siempre tiene que ser fea, horrible? Y la hice linda y le puse “mala cara”. ¿Por qué mala cara? Porque tengo cara de mala, pero era linda.
Cuando se le pide que pose para las fotos, Sarah busca en su cartera un peine y, como no lo encuentra, se acomoda su corte carré con una mano, levantando y encorvando los mechones que caen sobre las orejas.
–¿Hacer títeres es lo opuesto a trabajar como actriz, en el sentido de que los actores necesitan mostrarse para satisfacer su ego?
–No, porque muchas veces estamos fuera los titiriteros. Lo importante es que no nos olvidemos de que el protagonista es el títere.
–Por eso, están en segundo lugar, detrás del títere.
–Pero vos sabés lo que es transmitir todo a través de una mano. Es tu instrumento. Y lo amás como el guitarrista ama a su guitarra. Que no te lo toquen. Somos bastante celosos. Y yo respeto esto hasta el final. Es decir, cuando llega un títere donado acá, nunca jamás dejo que nadie ponga la mano adentro o lo mueva porque pienso que conserva adentro ese hálito de vida que le dio el titiritero que lo manejó. Mane Bernardo y Sarah Bianchi fundaron el Museo Argentino del Títere en 1983 para poner a esos títeres que habían acumulado durante tantos años al servicio de todos. Al principio fue un museo trashumante, recorrieron el país armándolo y desarmándolo en cada rincón para exponer los casi 500 muñecos que habían recolectado en sus viajes; muchas veces dejando de comer para comprar alguno que estaba expuesto. Desde 1996, el museo tiene casa, aquella donde nació y vivió Mane –que en un tiempo compartieron–, y que dejó después de su muerte. Tiene tres salas donde se exponen permanentemente muñecos extranjeros, latinoamericanos y argentinos. Y una pequeña sala donde los elencos titiriteros de la ciudad exponen sus obras. Durante la semana, la mismísima Sarah hace una visita guiada para chicos que termina con una obra. Los fines de semana hay funciones para chicos y adultos. Hay mucha actividad en el museo, lo que no tiene hasta el momento es subsidio de ningún tipo. Y este año, Sarah tuvo que vender su casa de Barrio Norte, en parte, para que el museo subsista.
Hay que ir para adelante para no retroceder, suele decir Sarah, que siempre tiene cosas que hacer. Esta semana recibió el premio, viajó a Paraná a un festival de títeres, dio notas. Está por estrenar otro espectáculo.
Suena el celular; es una maestra que quiere pedir fecha para conocer el museo. “Junio está todo ocupado”, cuenta Sarah mientras sigue el recorrido por el museo.
–En esta otra vitrina están los puppi sicilianos (los clásicos soldados con armaduras de hierro). Se mueven con barras las cabezas, con varillas el brazo... Este lo pesé: pesa 10 kilos. Por eso lo manejan hombres y trabajan como si fueran en un balcón. El repertorio de ellos es de soldados armados, la pelea entre los moros, los cristianos...
–¿Y este títere, Sarah?
–Esa soy yo bajando en trapecio en el Teatro Cervantes.
El año pasado recibió el Premio María Guerrero a su trayectoria. Fue el reconocimiento de sus pares. Cuando le preguntaron por dónde iba a entrar para recibirlo, miró el techo y los 15 metros que lo separaban del piso y dijo: “Desde ahí arriba”. De niña, Sarah soñaba con ser equilibrista. Luego alguien le regaló un títere que la inmortaliza en esa imagen en el aire. Y ahí está: profesora de letras, actriz, artista plástica, mimo, equilibrista, todo en un títere que todavía se resiste a la vitrina.

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