TEATRO
La canadiense Katie Stelmanis y su banda synthpop Austra es la nueva sensación de la escena canadiense. Es que la rubia imprime dramatismo operístico a canciones hipnóticas.
› Por Guadalupe Treibel
En vivo, Katie Stelmanis se convulsiona; como una bruja hechizada por su propia poción, el rito de iniciación parece tomar su cuerpo en cada tema y la particularidad de los pasos obliga a su blonda cabellera a taparlo todo. Como una topadora sin rostro, el juego le vale de mecanismo de defensa: “Así logro esconderme”, avisa ella sobre las reglas inventadas a la hora de exponer sus canciones. Así y todo, la canadiense de 26 años lleva en el caño una intensidad teatral: La voz no tiene guarida; es nítida, como una acrobacia bien ejecutada. Y aunque el nombre de su banda –Austra– carga la insignia letona de la diosa de la luz del día, sus canciones se bañan en oscuridad aterciopelada, melancolía y... beats bailables. “Debés ser la llamada, el demonio de la noche que habla palabras de gracia. Mientras tus pócimas deleitan, siento mi deseo... arde como un fuego”, entona en “Spellwork”, uno de los tracks inaugurales del primogénito Feel It Break, disco capaz de activar cualquier radar buscatalentos.
Es que, sin duda, Austra tiene todos los ingredientes para que la batidora de culto la sume entre sus tropas. Aun cuando, en su Toronto natal, la banda de KS, su baterista Maya Postepski y el bajista Dorian Wolf se sienta un bicho raro (al parecer, salvo que seas folkie o rockstar, la atención canadiense llega con la consagración extranjera...), el trío no se desalienta: Ya tiene un séquito de fans y buenas notas de críticos en Europa. No es para menos: Al registro operístico de Katie –una mezcla de The Knife, Zola Jesus y Siouxsie Sioux– lo acompañan la composición sugerente, letras ambiguas, riffs que invitan a la pista de baile y pop sintético.
En esa indefinible línea –que une a la música gótica, el New Wave y el witch house–, operan historias visuales mínimas, delicadas, donde Stelmanis habla de deseo, de desconexión emocional (en “Lose It” describe cómo su cara “grita sin ninguna emoción”), de estados intimísimos (en “The Future”, se viene “fuerte en su boca”), de crímenes de odio, obsesiones, metamorfoseo. Para el final del disco, la canción “The Beast” y el protagónico piano enuncian que KS ya se ha transformado: “La mañana que nací de nuevo, me convertí en una bestia. ¿Estoy libre ahora? ¿Estoy en paz? ¿Es esto el piso o son tus pies?”
La ¿balada? recuerda a 2009, cuando la muchacha de gustos culposos (reconoce tener particular afición por... Shakira o Avril Lavigne) sacó su único disco solista, el festejado Join Us. Vale aclarar que la música la desvelaba desde mucho antes. “Recuerdo el piano de juguete que tenía de niña y la manera en que me había obsesionado con él”, rememora quien, de nena, tomaba cualquier instrumento y lo tocaba por su cuenta. “Cuando tenía 10 años, mis padres entendieron que me iría mejor tomando lecciones”, explica sobre su entrenamiento clásico en piano, viola y voz. “Le dedicaba al menos cuatro horas al día y si mis viejos me interrumpían los llamaba white trash; podía ser odiosa. Era una compulsión.”
Así fue cómo, siendo petite, ingresó a la Compañía de Opera de Canadá en sus grandes producciones. Para los 20, esa etapa había acabado; en parte, porque nunca se sintió cómoda como actriz. “Hacer música es algo distinto a estar en escena y asumir la personalidad de otro. Siempre estuve más cómoda siendo yo misma”, define la expresa fanática de Debussy. Además, claro, quería zambullirse en la música electrónica. Vía MIDI, comenzó a componer soundtracks para performances de arte y danza de amigos, para cortometrajes. Luego hizo una pasadita por Galaxy, una riot grrrl band canadiense, donde compartió escenario con Maya; allí fue donde ambas empezaron a definir su sexualidad, a definirse a sí mismas como “queer”. “Me identifico de esa manera porque incluye un rango más amplio. Si saliese con una persona trans, ¿cómo debería llamarme? Queer es más abierto; nos incluye a todos”, explica. Y explica también que su sexualidad se refleja en su música y, en ese sentido, se hermana con The Gossip, con Antony Hegarty, con Hercules & Love Affair o The XX, “bandas que han redefinido lo que significa la música queer siendo totalmente honestos consigo mismos en su arte y no han tenido miedo de cantar sobre su sexualidad”.
Cuando Austra lanzó el video del single Beat & the Pulse (¿acaso un parafraseo de “Beauty & the Beast”?), YouTube no tardó en mostrar los dientes. El montaje –una seguidilla de bailarinas en clave contemporánea– despertó la sed censora de la web; al fin de cuentas, entre las mujeres que se metamorfoseaban (con membranas, colas, aletas) había ¡tetas! al descubierto. Katie no se sorprendió por la reacción: “Es un reflejo de los valores de Estados Unidos. El sexo es malo; la violencia no. YouTube es un sitio con políticas arcaicas, cargado de material violento, imaginería llena de odio, realmente agresiva. Me causa gracia que se ofenda por un par de tetas”, expresó –entonces– la artista. Y aclaró, just in case, que la idea del clip surgió de la directora Claire Edmondson, que la filmación estuvo libre de “energía masculina que denigrara la sexualidad femenina”.
Es que, aun cuando Stelmanis se declara feminista, sigue soñando con un tiempo en el que primero se la llame “música” y luego se la categorice como mujer. “Como ocurrió con Björk. En sus comienzos, su arte y su persona eran tan particulares que logró escaparle a cualquier categoría. No se trataba de unamujerhaciendomúsica; era un alien”, ejemplifica la blonda oxigenada que admite la historieta de nunca acabar: “Aun cuando mi baterista tenga un título en percusión, ¡todavía le preguntan si necesita ayuda en afinar la batería!”.
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