Vie 21.10.2011
las12

PERFILES > NARCOMODELOS

Qué modelitos

› Por Flor Monfort

Labios inflamados, flequillo de peluquería y el gesto del llanto en la punta del colágeno. La Señorita G leyó el comunicado con toda la dignidad que la investidura de “ama de casa” pareció inspirarle. En el texto relataba su calvario, el que empezó cuando un juez dispuso investigar sus bienes: un BMW, un Mini Cooper, un jeep Cherokee, un Ford Mustang, cuatro propiedades y un restaurante. Los noticieros superponían sus dichos con imágenes de archivo, noches felices en Rond Point, cuando el señor Sofovich le daba de comer en la boca. “Sólo amigos”, dijo aquella vez, y alegó una cena obligada por algo relacionado con la compra de aviones (oficio relacionado con los quehaceres domésticos si los hay). Pero ahora la señorita G, Gabriela Vitale, casi llora mientras lee que no puede dormir a la noche, que no para de llorar y que, por supuesto, cree en Dios y en la Justicia, así con mayúsculas, aun cuando van a procesarla. Cuando le preguntaron a su abogado por la relación de G con una causa de narcotráfico dijo “ah no!, pero esa es otra causa” y explicó los detalles del viejo expediente en el que también fue acusada su clienta. Esa otra causa se vincula con la de Angie Sanclemente, modelo colombiana que estuvo prófuga cinco meses y que finalmente fue detenida y llevada a Ezeiza en mayo, donde temía por sus extensiones y su cara bonita. “La pueden cortar” decía su mamá. Angie está presa desde entonces y nadie le cortó la cara, pero inspiró el mote de narco-modelo: primero ingenuas, más tarde perras, estrategas que revelan antes o después que quieren ser famosas, siempre culpables y a la sombra de un hombre engañador. Angie está acusada de liderar una banda que transportaba droga a Europa y donde ella oficiaba de reclutadora. Su juicio empezó este martes y allí llegó ella, esposada, repitiendo el ritual de impecable pelo y make up, el pantalón ajustado y el mantra preferido del papel que le toca representar, la “boluda” universal donde parece agotarse toda aquella que “no sabe nada, no vio nada”. También hay promotoras, organizadoras de eventos y actrices, oficio que Vitale jura entrenar en lo de Norman Briski.

“Hice esos llamados para ayudarlo a él” dijo en julio Daiana Antivero, otra de estas divas. Y atrás de ese “él”, su novio, y todos los “ellos” que las engañan, les piden favores a los que ellas ¿cómo irían a negarse?, les prometen cosas, casas, regalos, fama o solo amor, como dice Angie: “Vine a Buenos Aires a casarme, no a traficar cocaína”.

La señorita G también culpa a su ex marido. Y en el colmo de los perversos está Hendrix Benkienaboys Dasman, el surinamés que engañó a Daiana, que al recuperar la libertad bajó las escaleras de tribunales con el brazo en alto y no paró de hacer mohínes y guiñar el ojo en el programa de Mauro Viale, aun procesada por tráfico de estupefacientes y con la imagen partida donde la mostraba con la cola al aire, camisa de varón y pechos al viento, mientras relataba su experiencia en la cárcel, donde “las chicas la trataron bien”.

Este coro de mujeres, que se saben poner el dedo en la boca y cara de yo no fui, tuvo su cliché en el florecimiento del caso Coppola, mientras ellos estaban en el penal de Dolores y ellas se tiraban todos los brillos encima para contar lo que vieron en las fiestas, en los floreros y en los baños, y si era necesario, se agarraban de las mechas con estilo. Samantha Farjat, Natalia De Negri y Fernanda Villar grabaron discos, filmaron películas y le sacaron todo el jugo que pudieron al estrellato de los mediodías de aquel verano del ‘96. Era fácil ponerlas allí y atar cabos con sus elucubraciones, tan fácil como fue para Viale, quince años después, preguntarle a Antivero qué hacía noviando con un negro, si no le parecía que podía andar en algo raro. Ella se ríe y piensa en otra cosa, la llamada de Tinelli, una nueva agencia que la contrate y la ponga allí donde debe estar: en la tele, adonde Belén Tellez llegó después de una odisea de dos años en Barcelona, después de ser detenida con su amiga Jessica Almada. Un falso representante, les ofreció casa, comida y trabajo de modelos en España pero que en lugar de eso les puso planchas de polvo blanco en las valijas y las dejó pegadas a una causa de narcotráfico que tuvieron que pagar con prisión efectiva. De vez en cuando usaban una de sus tarjetas para hablar con diarios y canales y contarles los detalles más morbosos de su experiencia: el miedo de contagiarse hiv, las peleas y las piñas. Apenas pisaron Ezeiza ya eran famosas, y de allí al “Bailando” hubo un solo paso, celebridad que construyeron a pulso de teléfono y esos segundos que Tinelli le dedica a cada “historia de vida”: que sí, que fue duro, pero que rescatan la experiencia.

En nuestro país, la población carcelaria de mujeres creció un 350 por ciento entre 1990 y 2007, según un estudio del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels). Siete de cada diez presas lo están por tráfico de estupefacientes y poco saben de ponerse el dedo en la boca y fingir demencia. No les da el cuerpo para shows de baile, no cosecharon Cherokees llevando de a decenas cápsulas de cocaína en el estómago y pagan las condenas mucho más caro que ellos, a quienes no pueden acusar de nada. Se arriesgaron por mucho menos que las narcomodelos y siempre en esa grieta que parece poner a las mujeres en el lugar invisible del boludeo, el no saber, no entender, pero que en sus casos, no pudieron hacer jugar a su favor, por falta de pantalla y de hoyitos simpáticos, pero sobre todo, por ser pobres.

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