SOCIEDAD
Algunas de las principales aristas del caso de Santiago del Estero recuerdan otros crímenes, como los de María Soledad Morales o Natalia Melmann, en los que también hubo no sólo violación y asesinato sino también corrupción policial o política. La ferocidad institucional ante las mujeres suele sumarle al crimen degradación sexual.
Las palabras clave son:
fiesta, poder, encubrimiento. En los crímenes de Leyla Nazar (22), María
Soledad Morales (17) y Natalia Melmann (15) se reveló o se investiga
hubo una fiesta del poder policial o político. Allí las violaron,
las mataron, y el poder político o policial encubrió sus asesinatos.
Los rompecabezas son similares: cuerpos violados en vida, cuerpos violados en
muerte, no sabe/no contesta, investigaremos hasta las últimas consecuencias,
mi hijo no estaba en la provincia, rastrillamos ahí
pero no vimos nada. Chivos expiatorios, amenazas, silencio, escándalo.
Indignación popular.
Pero hay una verdad que no se mira. No son excesos. Cuando la corrupción
es ley y el encubrimiento justicia, cuando la corrupción está
asentada como siesta de provincia y la impunidad es moneda corriente, cuando
el poder no tiene control, los poderosos o sus hijos, o alguno de los
subordinados que permiten que el poder no tenga control no se conforman
con coimas, retornos o autoritarismo. Las mujeres sus cuerpos y sus vidas
terminan siendo carne de cañón de la corrupción. No son
errores.
Las historias de Leyla Nazar y Patricia Villalba (presuntamente asesinada
por conocer la verdad sobre el crimen de Leyla) no son casos aislados sino muestras
de prácticas aberrantes, frecuentes y sistemáticas, en las que
las mujeres son víctimas, resalta Marcela Perelman, asistente de
Coordinación del Programa Violencia Institucional y Seguridad Ciudadana
del Centro de Estudios Legales y Sociales. No hay que ver estos crímenes
como casos individuales coincide Monique Altschul, coordinadora del Foro
de Mujeres contra la Corrupción porque en realidad forman parte
de una red integral de abusos que demuestran que la corrupción tiene
especiales consecuencias en las mujeres.
Las muertes de Leyla, Patricia, María Soledad y Natalia no son casos
policiales con puntos en común. Son la muestra de que en la Argentina
el manual de la corrupción incluye en su punto más oscuro no
tan común como pedir muzzarellas por tener uniforme, pero sí arraigado
entre los mareados de poder y zarpados de impunidad la exigencia de sexo
a las adolescentes.
Ana María Fernández, psicóloga e investigadora de género
en la UBA, analiza: Para que sucedan estos crímenes tiene que haber
un sistema de Justicia, de relaciones políticas que garantice a los asesinos
que no les va a costar matar a alguien detrás de esas fiestas. Y un terrorismo
de Estado que encubra estos delitos. No es casual que sean mujeres pobres esas
personas a las que se puede matar sin costos.
El sexo del gatillo
Las mujeres
no son las únicas que pagan con sus vidas el desenfreno de la corrupción.
El gatillo fácil y las torturas en las comisarías son padecidas,
mayoritariamente, por varones. Pero hay diferencias. Existe un marcado
condicionamiento de género en la forma en la que opera la violencia institucional.
Mientras que los muertos en presunto senfrentamientos son mayoritariamente hombres,
vemos prácticas diferentes y específicas en la violencia institucional
contra las mujeres, señala Perelman. Las muertes de Leyla
Nazar y de Patricia Villalba como las de Natalia Melmann, María
Soledad Morales y muchas otras dejan ver que existe un código de
sadismo diferente con las mujeres: tanto en vida como luego de su muerte, son
víctimas de un ensañamiento horroroso con sus cuerpos, como su
desfiguración y el intento por desaparecerlos.
Independientemente de que los hombres también son asesinados, es
indudable que hay un encarnizamiento sexual con las mujeres más vulnerables,
destaca Alejandra Vallespir, socióloga especializada en criminología
y autora del libro La policía que supimos conseguir. Ella apunta: Hay
una victimización que la policía hace sin distinción de
género, pero hay una victimización que es doble, en donde se agrega
un plus que sí es una cuestión de género, porque el policía
no sólo viola la ley para cometer delitos sino que también viola
a la mujer. La violación es simbólica y física.
Ricardo Ragendorfer, periodista policial, autor del libro La secta del gatillo
y conductor del programa Historias del crimen, distingue: La
corporación policial del Conurbano que se dedica a recaudar mucha guita
ve con malos ojos estas actividades porque le pueden tirar el negocio abajo.
Además, no todos los corruptos son violadores. Este tipo de hechos se
dan más en las provincias feudales. O entre perejiles cebados que sienten
una impunidad tremenda.
El femicidio de la corrupcion
Estas
muertes poseen denominadores en común: la violencia de género
y la legitimación por parte del poder jerárquico y patriarcal
predominante. Hay que llamarlos femicidio porque esta palabra nos
indica el carácter social y generalizado de la violencia basada en la
inequidad de género y nos aleja de planteamientos individualizantes y
naturalizados que tienden a representar a los agresores como locos,
fuera de control o animales; o a culpar a las víctimas,
define Susana Cisneros, investigadora especializada en violencia contra las
mujeres.
A todas las víctimas de violaciones se las culpabiliza antes de buscar
a los culpables y se estudia su legajo de moral y buenas costumbres antes de
buscar pistas. A María Soledad y a Natalia se lo hicieron. No le encontraron
ninguna marca más que haber cometido el delito de como todas las
chicas de su edad ir a bailar. Y de estar enamoradas.
Aunque nadie remarcó que, de alguna manera, en sus historias de amor
se dibujan historias de amores violentos aunque invisibles de esos
que, puertas adentro, lastiman o matan a tantas mujeres. Natalia y María
Soledad estaban pendientes, la noche en que las secuestraron para siempre, de
esos amores que dejan el alma sin aliento y encienden los ojos para intentar
verlos en la noche. Pero que sólo traen noche. María Soledad estaba
enamorada de Luis Tula, que terminó condenado a nueve años de
prisión (ahora está con libertad condicional) por su participación
en el crimen. La noche en que la mataron, el 8 de septiembre de 1990, ella estaba
en una fiesta donde se juntaban fondos para el viaje de egresados de su curso.
Natalia estaba enamorada de Maximiliano Marol, con el que había salido.
La noche del 4 de febrero de 2001 le había pedido permiso a su papá
para salir e intentar reconquistar su amor. Gustavo Melmann declaró:
Maximiliano estuvo procesado por falso testimonio en la causa. Aparentemente
él también está vinculado con estos hechos y no descarto
que sea el entregador en el crimen de mi hija.
La diputada María José Lubertino relaciona los casos que hoy ocupan
la primera plana de los diarios con los que se producen en la intimidad: El
caso de Santiago del Estero es un tema de impunidad y de abuso del poder que
está presente en los casos de violencia sexual cotidianos, aunque no
tomen estado público. Hoy sólo se denuncian el 10 por ciento de
los abusos sexuales porque hay una revictimización de la víctima.
En el doble crimen de Santiago del Estero se ve una vez más
que los prejuicios son lo primero que surge en la investigación de un
delito sexual. Ahora, hay distintas versiones que aseguran que Leyla era prostituta.
Aunque esto es negado por su papá Younes Ibrahim Bshier y su novio Nicolás
Antonelli. Pero, aun cuando Leyla haya sido, realmente, una trabajadora sexual,
esto sólo desnudaría la cadena de abusos que sufren las mujeres
que se dedican a la prostitución.
Elsa Caballero, integrante de la Asociación de Meretrices de Argentina
(AMAR), denuncia: Es habitual que la policía, si no tenés
el efectivo para pagarles coima, te haga pagarles de otra manera, con favores
sexuales. Hay muchos casos de violaciones y de asesinatos que no se quieren
dar a conocer. A nosotras no nos respetan. Pero somos seres humanos y tenemos
los mismos derechos que cualquier otra ciudadana.
En este sentido, Ragendorfer remarca: El triple crimen de las chicas de
Cipolletti era, en realidad, un ajuste de cuentas entre dos bandas de proxenetas.
Una de las bandas, conectadas con la policía, iba a matar a tres prostitutas
relacionadas con la otra banda. Pero los que son contratados para matarlas se
equivocan. Y la policía encubre los asesinatos. Fue un escándalo.
Otro caso resonante fue el del supuesto loco de la ruta en Mar del
Plata. El loco de la ruta era el loco de la yuta puntualiza Ragendorfer.
Las víctimas eran minas que no se ponían con lo que se tenían
que poner para ejercer la prostitución y después la policía
componía la escena para que pareciera obra de un asesino serial.
Los crímenes de mujeres no están divididos entre prostitutas e
inocentes. Los crímenes de mujeres son crímenes de mujeres. Por
eso, Gustavo Melmann relacionó las muertes del supuesto loco de
la ruta con la maquinaria de impunidad que llevó al asesinato de
su hija. Desde 1993, en la costa atlántica hay 27 casos no aclarados
de asesinatos de mujeres. Si esos crímenes hubieran sido castigados,
mi hija estaría viva, declaró en junio del 2001.
El día de la muerte de Natalia 4 de febrero del 2001 era
el cumpleaños del comisario (ahora retirado) Carlos Grillo que, en ese
momento, era jefe de la seccional de Miramar. La sospecha es que, en cada
celebración, los policías solían reunirse en la casa de
Copacabana, adonde llevaban chicas para armar fiestas íntimas. La hipótesis
es que Natalia se negó a participar y la llevaron por la fuerza,
describió el periodista de Página/12, Carlos Rodríguez.
Tampoco sería excepcional que las invitadas a las fiestas no recibieran
la invitación. Suárez tenía en su historial persecuciones
a otras menores. Pero de eso, aunque era un secreto a voces en Miramar, nadie
hablaba.
En los microscopios de los peritos, el semen que le extrajeron al cuerpo de
Natalia demostró que la violaron dos o más hombres. A María
Soledad, y presuntamente a Leyla también, las violaron, en cadenas de
impunidad, hasta matarlas. No hay microscopio que pueda ver el tormento que
significa eso para una mujer. Pero no se necesita aumento para ver que en la
Argentina la corrupción generó otro gatillo fácil contra
las mujeres. Tal vez, el peor gatillo.
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