Viernes, 9 de diciembre de 2011 | Hoy
RESISTENCIAS
Un grupo de chicas adolescentes en situaciones de riesgo, algunas con causas penales, otras que vivieron en la calle, viajaron al Encuentro Nacional de Mujeres en Bariloche. Volvieron llenas de anécdotas, experiencias y la cuenta regresiva puesta en el próximo año: las que no hablaron quieren contar lo suyo y todas tienen una lista pendiente de temas para desplegar: el aborto, el lesbianismo y la discriminación son algunos de los puntos que las dejaron pensando, pero fueron sus mundos como mujeres los que se abrieron a una nueva perspectiva.
Por Flor Monfort
Cuando les dijeron que iban a viajar a Bariloche se imaginaron saltando en el micro, el viaje de egresados que la mayoría no tuvo, las canciones hasta la madrugada y las jodas a las que se quedan dormidas. Pocas sabían a dónde iban, pero les sonaba confuso: “encuentro de mujeres” no prometía la emoción de la nieve y el pésimo clima anunciaba que la estadía podía ser dura. Pero allí fueron los primeros días de octubre como 20 mil mujeres que se dieron cita a pesar de las cenizas: treinta y una chicas de entre 16 y 24 años que forman parte del Programa Territorial de Prevención del Delito y Promoción de Derechos de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación. “Yo me hice la rata el primer día, me mandé a mudar”, dispara una de ellas para empezar a contar la experiencia que les dejó amigas en todo el país, la experiencia del debate, el calor del intercambio y ganas de seguir pensando, como dice Bárbara, porque “todavía no tomé una decisión sobre lo que pienso del aborto”, pero se fue distinta del encuentro porque se hizo preguntas que antes no se había hecho. Es interesante escucharlas hablar, porque ninguna tiene un preconcepto ni está fijada en una determinada posición, no saben lo que está bien o mal pensar; cuentan, como al pasar y muertas de risa, que el taller de lesbianismo fue lo mejor, por lejos, de todo el encuentro y que hasta las que querían ir al de sexualidad terminaron emocionadas con Gabriela, que se animó a contarles a todas, a pesar de que a algunas las conoce hace años, que le gustan las mujeres y que fue a un boliche gay para ver qué le pasaba, pero siempre sola, en la sombra de las primeras experiencias. El alivio cuando escuchó a las grandes contar sus historias de amor con naturalidad le hubiera justificado el viaje aunque sea caminando, jura. “Nosotras habíamos elegido el taller de sexualidad con Flavia, pero cuando estábamos yendo al aula empecé a ver los carteles del taller de lesbianismo y le tiraba del brazo. Ella no entendía nada porque todavía no sabía, me decía ‘¿para qué querés ir?’. Entonces le conté y el resto también se enteró ahí. Me sentí bien, recién este año dije ‘salgo del closet, ya fue’. Fue fuerte ver a señoras contando sus experiencias y darme cuenta de que yo me complico la vida y hay otras, grandes, que pasaron por cosas terribles, peores. ‘¿Qué me da vergüenza?’ pensaba mientras las escuchaba hablar. Levanté la mano y conté mi historia, dije que todavía no estuve con nadie y que fui a un boliche gay para ver qué onda pero me puso incómoda. No porque no me gustaran las minas, pero era raro, era la primera vez que entraba a un lugar así. Todas se me cagaban de la risa. Se habló de la lesbofobia, no solo de la gente, también de una misma, de asumir ciertas cosas a la hora de hablar o contar. Es una decisión mía contar o no, pero allá me planteé mucho eso. Ahí conocí a alguien también, es una relación a distancia porque ella vive en La Pampa pero fue la primera vez...”, dice y sabe que es, por lejos, la que más jugo le sacó a la odisea. “Es la estrella del viaje”, dicen las amigas y todas se ríen. Ahora quieren armar talleres acá, trasmitirles al resto de sus amigas, compañeras, conocidas y también a los varones, algo de lo que aprendieron y las ganas de repetir estando más preparadas.
Parte del programa trabaja en la residencia educativa Juana Azurduy, donde hay chicas con causas penales, una alternativa a la privación de la libertad con libertad restringida. Tienen grupos de hip hop y practican vóley, fútbol y handball, por eso muchas se apuntaron en el taller de deportes. Paula tiene 21 años y volvió interiorizada de la ley de deportes y los problemas que tienen muchas mujeres para seguir percibiendo los beneficios de las becas estatales cuando quedan embarazadas. Además, se dio cuenta de las diferencias entre hombres y mujeres profesionales a la hora de las remuneraciones. “Me embola cuando se considera que la mujer no sabe de fútbol, la discriminación en el deporte es total. Hubo un debate muy movidito sobre la ley y sobre todas las personas que no conocen esta ley, entonces ni siquiera la pueden hacer cumplir. Yo hago de todo y me gusta todo, pero noto que las mujeres necesitamos ayuda y no nos la dan. Está bueno que esto se difunda, y que haya talleres para todas. Aprender a no discriminar, porque entre la discriminación y que no se respeten las leyes se hace difícil salir adelante”, explica, pero aclara que también fue al taller de sexualidad y que el tema del aborto es el que más le interesó. “Todas conocemos a alguien que abortó y a alguien que no abortó, y siempre es un bardo”, dice y agita la discusión. Valeria dice que ella intentó explicar por qué estaba en contra del aborto y se le vino todo el Encuentro encima. “Yo no entendía nada” y vuelve a explicar su posición: “Si sabés cómo cuidarte y no lo hacés y quedás embarazada, pienso que te tenés que hacer cargo. Hay chicas que no saben y lo entiendo, pero también conozco a chicas que primero abortan, después tienen un hijo y se arrepienten de haber abortado la primera vez”, explica. Para Nara, la clave es la prevención, que te cuenten en el colegio cómo se usa un preservativo y que se informe sobre las pastillas anticonceptivas, pero sobre todo que la familia aguante y contenga cuando las papas queman. “Sin algo de apoyo no podés hacer nada, y yo conozco chicas que las echaron de sus casas por estar embarazadas a los 13 años”, cuenta y Paula agrega que la adopción debería ser una alternativa para las que no quieren abortar ni tampoco pueden hacerse cargo de un hijo.
Una de las cosas que más sorprendieron a las chicas es la diversidad de historias a las que accedieron en el Encuentro. No solamente las geografías y situaciones sociales las sorprendían, sino las maneras de contarlas, los relatos, los acentos. Dice Erica, de 18 años: “Se hablaba de que cada hogar es un mundo y cada mujer tiene una vida distinta. No es lo mismo una que está en el norte, en el campo, como una jujeña que se dedicaba a la caña de azúcar y a criar a sus nietos. Me dio potencia esa señora, porque ella contaba de la discriminación y yo me sentí identificada. Yo siento como soy yo, y sé que las palabras pueden dañar mucho. Por eso el apoyo y la comunicación son importantes, saber que tenés otra oportunidad. En mi casa hay situaciones muy difíciles, yo pasé violencia por todos lados, en el colegio, en la calle, y a pesar de todo estoy en el último año del polimodal y espero ir a la universidad, quiero estudiar Trabajo Social. Me gusta dar contención y valor a la gente, está bueno que la gente que tiene pocas oportunidades las aproveche. El Encuentro estuvo bueno porque animás a otras mujeres a que sigan adelante, a las campesinas sobre todo, porque ellas son las que realmente necesitan apoyo”, dice y desplaza la conversación a la historia de cada una, con aquello de que cada casa es un universo diferente invita a sus compañeras a comparar sus historias: las hijas de padres separados, las que no tienen papá, las que vivieron en la calle y las que jamás sufrieron el no tener techo, pero se engancharon con el tipo equivocado. Pero todas coinciden en que ser varón es mejor. “No es que no me guste ser mujer, pero los hombres la tienen más fácil”, dice Paula. Para Erica el hecho de ser mujer es desventaja: “Soy la mayor de mis cinco hermanos y ellos se van todos los fines de semana y yo me agobio, es mucha carga estar en casa, los problemas de mis papás, sobre todo. El hombre tiene más derechos. Ellos solo tienen que trabajar afuera, pero en la casa nada. Mis amigas tienen el mismo problema, ven que el hombre puede divertirse o te dice yo no tengo que hacer eso porque soy varón, incluso con los hijos, no se tienen que hacer cargo”, dice y les promete a todas que el año que viene van a ir al taller de violencia de género, no sólo para contar sino para contener. Y como dice Gisela, porque ya saben de qué va la cosa y si bien quieren saltar en el micro como si fueran a un viaje de egresados, “las cosas son más profundas”. Se ríen de nuevo, no sólo por la vergüenza que les da que les hagan la foto para la entrevista. Cuando se les pide una anécdota cuentan las palabras nuevas que aprendieron “capitalismo”, “femicidio”, “misoprostol”, pero lo inolvidable es el día que escucharon la teoría sobre la virgen María violada. “No lo podíamos creer. Nosotras veníamos de una Iglesia, nos imaginábamos la cara de las monjas si escuchan esa versión y nos doblábamos de la risa”, dice y vuelven a acordarse del viaje, las cenizas y los mails que recopilaron para seguir en contacto.
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