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Se realizó en Buenos Aires un Foro de Resistencia a los Transgénicos, al que concurrieron numerosos dirigentes ambientalistas de toda América latina. Las/12 dialogó con tres de las más respetadas activistas contra la manipulación genética de los alimentos. La bióloga ecuatoriana Elizabeth Bravo, la lingüista nicaragüense Magda Lanusa y la ingeniera agrónoma uruguaya Carmen Améndola.
Por Sonia Santoro
Primero se nos dijo que había muerto la lucha de clases. Después se publicó la noticia de la muerte de las ideologías. Más adelante le tocó morir a la historia y, fatalmente, le llegó su hora a las utopías. (...) La agricultura, la biodiversidad y el mundo rural no han logrado escaparse de esta epidemia, sólo que aquí las muertes comienzan a ser también dolorosamente materiales. Miles de familias campesinas desaparecen cada año, otros tantos sistemas de producción, variedades vegetales, razas animales y especies de uso local hacen lo mismo, una cantidad incalculable de recursos biológicos se destruyen en el mismo lapso. Lo espiritual e inmaterial no corren mejor suerte: los sistemas de conocimiento local y tradicional están bajo el fuego cruzado de los ataques privatizadores y las obsesiones modernizantes...”, escribió la agrónoma chilena Camila Montesinos en un artículo que sintetiza la preocupación de ambientalistas, dirigentes rurales y comunitarios del mundo entero. En estos días, la preocupación del sector estuvo centrada en los organismos modificados genéticamente. A fin de junio sesionó en la ciudad de Buenos Aires el Foro de Resistencia a los Transgénicos, con la presencia de referentes intelectuales del movimiento ambiental de América latina y Centroamérica. La bióloga ecuatoriana Elizabeth Bravo y la lingüista nicaragüense Magda Lanusa y la ingeniera agrónoma uruguaya Carmen Améndola charlaron con Las/12 para explicar por qué consideran que hay que resistirse a los alimentos transgénicos.
La historia de los transgénicos u organismos genéticamente modificados (OMG) es breve, pero vertiginosa. Los primeros ensayos de manipulación genética se hicieron a comienzos de los años ‘80 y a mediados de los ‘90 ya había alimentos transgénicos en el mercado. Los transgénicos aparecieron en 1996, en 23 marcas de cereales en Estados Unidos, Canadá y Japón. El desarrollo y comercialización de esta nueva tecnología sufrió una concentración meteórica en manos de un puñado de grandes transnacionales que encabezan dos mercados clave para la agricultura industrial: semillas y agroquímicos.
–¿Qué es un transgénico?
Elizabeth Bravo: –Es un organismo al que se le incorpora información genética de otro, en la mayoría de los casos rompiendo los límites de reino. Existen cinco reinos: animal, vegetal, hongos, bacterias y protozoos (amebas, algas microscópicas). Normalmente uno puede mezclar naranjas con mandarinas, que pertenecen no sólo al mismo reino sino al mismo género, citrus. Pero en el caso de los transgénicos estamos cambiando información genética con organismos totalmente diferentes, dentro y fuera del reino.
–¿Qué hacen esos genes?
E.B.: –Son genes que pueden intercambiar información genética con las bacterias. Y en el momento que nosotros consumimos soja, por ejemplo,puede ser que esos genes de resistencia a antibióticos sean incorporados en la flora intestinal.
–¿Con qué fin se desarrollan alimentos transgénicos?
Carmen Améndola: –Desde el punto de vista técnico, es para que el nuevo individuo tenga alguna característica. En el caso de la soja rr, es resistencia a un herbicida. Entonces, el agricultor puede poner un herbicida por encima de esa soja cuantas veces quiera, que no la va a matar, mientras que en la soja no transgénica el herbicida se echa en la tierra. Pero en el fondo de todo eso, el objetivo es vender. En este caso, la misma empresa tiene patente de la construcción de soja y del herbicida, el Roundup.
–¿Qué otras aplicaciones ha tenido?
C.A.: –Eso es lo que más hay en el mundo. El otro producto es el maíz bt. Se le incorpora a ese maíz la información de una bacteria que hay en el suelo y es contra el ataque de plagas. También está el algodón bt, contra insectos. Y también se lograron las dos características combinadas.
–Quienes están a favor de la biotecnología dicen que los transgénicos vienen a aliviar el hambre del mundo, que podrán hacer alimentos con vitaminas...
E.B.: –Pero eso es súper difícil. Los únicos exitosos son esos dos y un poco de resistencia a virus en la papaya. Por ejemplo, se experimenta con un arroz que se llama dorado, que se supone que le han puesto vitamina A para que los niños del Asia superen una deficiencia de ceguera.
C.A.: –El tema es que la ceguera en esos niños es históricamente reciente y es justamente porque se perdieron cultivos en Asia ricos en vitamina A, como la papaya. El consumo de arroz que tendrían que hacer estos niños para superar el problema es de un kilo por día.
–¿Qué pasaría en el ámbito de los transgénicos con la firma del ALCA?
Magda Lanusa: –El ALCA apunta a que se den marcos legales en los cuales no existan posibilidades de que los gobiernos o incluso los ciudadanos puedan poner restricciones a los productos genéticamente modificados o a la comercialización entre países.
–¿En la Unión Europea no desarrollan transgénicos?
E.B.: –Sí. En la Argentina se debate que la guerra contra los transgénicos es entre Europa y Estados Unidos porque Europa no tiene transgénicos, pero la segunda empresa más grande de transgénicos es Syngenta, que es una empresa europea. Bayer, que también está en el campo, es una empresa europea. O sea, grandes empresas están en el tema, lo que pasa es que no se les permite sembrar. Los europeos no quieren contaminar sus áreas con transgénicos.
C.A.: –Europa no lo admite porque la sociedad se ha opuesto. Desde 1998, la Unión Europea requiere etiquetado de todos los alimentos modificados genéticamente. Y ya ratificó el Protocolo.
Lanusa es miembro de la ONG Centro de Estudios Internacionales de Nicaragua y activista en temas de desarrollo y medio ambiente. En su país, cuenta, empezaron a prestar atención a los avances de la ingeniería genética a partir de un acuerdo bilateral firmado con Estados Unidos en 1998. “Hasta el momento, el país no tenía ninguna legislación al respecto. Estados Unidos le imponía, prácticamente, adecuar su legislación nacional a una ley internacional que se llama Unión Para Protección de las Obtenciones Vegetales”, dice la lingüista.
El otro problema, agrega, fue que Centroamérica recibe cada año más ayuda alimentaria; que ha introducido cantidad de semillas transgénicas, sobre todo maíz, proveniente de EE.UU. La otra vía de distribución de transgénicos han sido las grandes cadenas de supermercados que importan alimentos desde EE.UU. Pero hasta ahora no se han permitido los ensayos ni cultivos comerciales de transgénicos dentro de Nicaragua.
–¿Ya se notó la influencia de la entrada de estos productos en Centroamérica?
M.L.: –La crisis es gravísima porque nos están empujando a que dejemos de producir nuestra propia comida para tener los recursos y comprar los excedentes de los transgénicos que Estados Unidos no puede colocar en el mercado Europeo o en Asia.
Un poco más abajo del mapa de América, Ecuador presenta algunos problemas bastante parecidos. Eso relata Elizabeth Bravo. “Mientras no tengamos normas, no se puede entrar transgénicos a Ecuador”, cuenta. “Pero también sucede que en el 2001 empezamos a recibir ayuda alimentaria de Estados Unidos, hicimos muestras y descubrimos que se trataba de transgénicos. Se les mandaba a los niños de 6 meses a dos años soja y a las madres lactantes. Entonces, comenzamos una campaña y los ministerios se pusieron en contra y discontinuaron el programa.”
–En la Argentina hay una campaña que fomenta el consumo de soja; ¿creen que tiene que ver con esta avanzada de los transgénicos?
M.L.: –En la Argentina se creó un marco legal muy temprano para los transgénicos, a principios de los ‘90. Hoy se cultivan unas 13 millones de hectáreas de soja, de las cuales el 95 por ciento son transgénicas. Esto no pasa en ninguna parte del mundo. La Argentina, prácticamente, se ha convertido en monoproductor de ese cultivo, en un proceso en el que el campo dejó de tener agricultores para tener dueños de industria de producción de alimentos (ver recuadro).
C.A.: –La soja es del Sudeste Asiático y tiene una cultura de consumo que no tiene nada que ver con lo que se está promoviendo acá. Además, otro tema son los subproductos que se utilizan para la alimentación agroindustrializada. Hay estudios que, en el caso de Brasil, demuestran que el 70 por ciento de los productos que hay en góndola tienen derivados de soja porque se usan como conservantes, estabilizantes, una serie de funciones para productos que deben tener un determinado período de preservación.
–¿Cuál es la alternativa a los transgénicos?
M.L.: –En Nicaragua, lo que se ha trabajado a nivel de comunidades rurales es aumentar los campos productivos de agroecología, no necesariamente orgánicos sino alimentos y granos que sean capaces de reproducirse en una variedad muy amplia, con rotación de cultivos, que permitan una soberanía alimentaria de las familias.
C.V.: –Respaldamos un modelo de agricultura sustentable basado en los conocimientos tradicionales de las comunidades campesinas, bajo control de las mismas comunidades y orientado a la protección de la soberanía alimentaria de nuestros pueblos. En la Argentina lo están llevando adelante el Movimiento Campesino de Santiago del Estero, la Red De Agricultura Orgánica de Misiones, el Movimiento Agrario Misionero, el Movimiento Campesino de Formosa y algunas organizaciones de agricultores familiares en el Gran Buenos Aires, entre otros.
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