Vie 24.02.2012
las12

VIOLENCIAS

CARNE QUEMADA

El 28 de febrero comienza el juicio oral por el femicidio de Wanda Taddei. Su marido, Eduardo Vázquez, está acusado de haberla rociado con alcohol para después acercar una llama a su cuerpo. Wanda sufrió diez días de agonía mientras Vázquez, baterista del grupo Callejeros, mostraba unas cicatrices menores en sus manos para que pareciera un accidente. Otras 42 mujeres fueron quemadas por sus parejas o ex parejas desde entonces. Sabrina Cennamo, Gladys Pereira, Jorgelina López, Natalia Nievas, Aldana Torcheli. Algunos, pocos nombres para un guión que se repite.

› Por Flor Monfort

El 21 de febrero de 2010, Beatriz Regal y Jorge Taddei supieron que la resistencia de su hija se había terminado. Que su cuerpo agonizante desde hacía diez días no aguantaba más.

Wanda, la mayor de sus dos hijas mujeres, dejó de respirar en el Instituto del Quemado con el 80 por ciento de los tejidos heridos. Es muy común escuchar hablar de estos porcentajes, dibujar gráficos sobre el cuerpo de quienes sufren una incineración ocultando más de lo que se nombra por pudor, por piedad, por oficio. Pero hay veces que el detalle es necesario para entender qué es lo que sufrieron antes de morir las 42 mujeres quemadas por sus parejas desde aquel febrero de 2010. Wanda tenía quemada la ingle, las manos, la vulva, el pecho, la panza, las manos. La espalda, la cola, las parte de atrás de las piernas, el pelo estaban intactos. A Wanda la rociaron con alcohol de frente y la prendieron con un encendedor. Su agresor se llama Eduardo Vázquez, a quien Beatriz había denunciado frente al colegio de los chicos de su hija. Les dijo que el ambiente en el que se criaban era violento, que Wanda no escuchaba sus advertencias pero que ella había entendido bien (y lo había escuchado decir “que esa vieja se vaya o la quemo”) que las cosas podían terminar muy mal.

Exactamente dos años después, Beatriz Regal y Jorge Taddei se solidarizan con la familia de Aldana Torcheli, una adolescente de 17 años que perdió la vida en el hospital San Martín de la Plata con el 75 por ciento del cuerpo quemado. En la misma fecha en que recuerdan el aniversario de la muerte de su hija mayor –y a una semana de que comience el juicio contra su femicida, también baterista de Callejeros, una banda que cambió la historia de las tragedias juveniles argentinas y que la escribió, también, con fuego–, Aldana se convirtió en la víctima número 42. Y volvieron a escucharse las excusas de novios, ex parejas, maridos o amantes que se replican como manuales de autoayuda: que ellas se suicidaron, que ellas eran muy celosas, que ellas revoleaban botellas de alcohol y prendían cigarrillos al mismo tiempo, que ellas limpiaban cds en bombacha y corpiño y prendían sahumerios al unísono. Esas excusas engruesan muchas de las 42 causas en contra de los asesinos, y la mayoría permanecen dormidas en el campo de batalla que supone el escenario judicial de nuestro país cuando se trata de femicidios, asesinatos intramuros, sin testigos, que todavía se justifican con argumentos que responden al ámbito “pasional” y “privado” de dos que se aman tanto que se matan. Aunque la víctima se cuente en femenino y singular.

Si el caso Taddei-Vázquez produjo un efecto dominó en la modalidad de femicidios por incineración es algo que se deduce del recuento que los medios hacen sobre ellos, pero que las mujeres mueren quemadas es algo que ocurre desde la Inquisición.

En 1908, 146 costureras murieron quemadas haciendo uso de su derecho a huelga para reclamar mejores condiciones laborales y quedaron atrapadas en la fábrica por sus empleadores, quienes no querían que se unieran a la protesta.

En una variante del fuego que marca con saña, en 2003 la bailarina Lorena Paranyez fue quemada con ácido muriático en la cara por encargo de su ex pareja y sufrirá las secuelas de por vida.

Pero ¿qué hacen los hombres cuando queman a una mujer? “La victima es destruida totalmente o parcialmente, no queda igual, desaparece, con toda la simbología que tiene esa palabra para nuestra historia. El perpetrador acentúa su deseo de omnipotencia, su poder devastador, como si fuera un crimen mafioso, un sello. Lo que nos legó el crimen de Wanda Taddei es que el quemar a las mujeres, además de ese minuto de omnipotencia que da el poder criminal, les dio a algunos una forma de estar cerca de Vázquez, del ídolo, de no sentirse tan solos, de ser él y de estar con él, y aquí recuerdo a Rita Segato cuando refiere que la subjetividad masculina se construye en la relación con otros varones: pesa más que el odio o el amor a las mujeres el amor a ser uno entre los varones, uno de ellos, uno como ellos”, dice Raquel Disenfeld, psicóloga y miembra de Mujeres Libres y Liberatorias, quien recuerda al novio de una paciente de ella, víctima de Cromañón que para garantizar su impunidad le decía: “Te puedo hacer lo que quiera, total van a decir que soy sobreviviente de Cromañón y no voy a ser acusado”. Las identificaciones generan subjetividades, a través de la imitación de un atributo, de un peinado, de una vestimenta o de un pasado en común, como es el caso del boliche incendiado en 2004.

UN JUICIO EMBLEMATICO

El 28 de febrero, en el Tribunal Oral número 20 de Capital Federal, empieza el juicio contra Vázquez, que estuvo a un pelo de zafar de la carátula por la que ahora es llevado al banquillo de los acusados. Homicidio triplemente calificado, agravado por el vínculo (ellos estaban casados legalmente desde noviembre de 2009), ensañamiento (lo que según el Código Penal implica infligir un padecimiento para obtener un resultado que se podría obtener por otra vía. Acá la intención fue hacerla padecer un sufrimiento cruel e innecesario) y bajo la forma de “creación de un peligro común”, ya que el fuego podría haber matado a los hijos de Wanda, dos varones de 5 y 7 años que quedaron atrapados en la casa mientras Vázquez manejaba al hospital, de donde él salió con dos heridas en las manos y ella no salió más que para ser trasladada a un centro especializado en quemaduras graves. En el juicio van a desfilar 61 testigos, uno de los más importantes tal vez sea el médico de guardia que la recibió lúcida, y que meses después del asesinato se presentó espontáneamente en la fiscalía para decir que no podía con su silencio: Wanda le dijo que Vázquez la atacó con un encendedor y una botella.

Leonardo Rombolá, abogado defensor de la familia Taddei, quienes se presentaron como querellantes a menos de un mes del asesinato, va a pedir prisión perpetua para el acusado y piensa en este juicio como una bisagra. “Será el primer caso de estas características que llegue a juicio. Hay una gran desinformación respecto de Vázquez, la gente no sabe que está preso y aquella imagen de impunidad que se selló con él saliendo de una comisaría con las manos vendadas quedó muy instalada en la gente. En el imaginario colectivo, Vázquez quedó impune, por eso creo que el juicio es fundamental como mensaje para otros agresores. El fuego implica querer borrar la imagen, hacer desaparecer las pruebas, algo que pienso decir en mi alegato. Y otra cosa que me parece importante es que a este asesinato no se llega de la noche a la mañana. La violencia de género es un proceso largo, que por ende podría prevenirse, y este fue un asesinato premeditado. Yo quiero decir “señores jueces, esto se replicó en 42 muertes”. Como abogado veo delitos todos los días: pero esto es un flagelo nuevo para nosotros porque antes no se denunciaba, y eso es fundamental visibilizarlo”. Rombolá sabe que dos años es muy poco tiempo para capacitar a la Justicia, ese universal que implica miles de eslabones donde se pierden denuncias, expedientes, órdenes de restricción y sobre todo tiempo, valioso tiempo que podría evitar agresiones y muertes, femicidios directos o vinculados. Hasta hace no muchos años, una mujer que lo consultaba por violencia doméstica terminaba en el fuero civil, explica. “Yo mismo la mandaba a hacer la denuncia y en la comisaría le decían a la mujer ‘sucedió en su casa, es su marido, trate de hablar con él en buenos términos’. Si fuera un problema de pareja, hoy no tendríamos estas 42 muertas, eso está claro, pero eso lo entendimos recién ahora”, dice. Y hasta que esa certeza, que en el caso de Carolina Aló, quien murió de 113 puñaladas a mano de su novio Fabián Tablado, o en el del odontólogo Barreda, quien se convirtió en ídolo popular por haber asesinado a quemarropa a sus dos hijas mujeres, su esposa y su suegra, no se concientice como pandemia que atraviesa a todas las clases sociales y que mata a casi 300 mujeres por año (según estadísticas de la ONG La Casa del Encuentro, que trabaja a pulmón desde su Observatorio de Medios Adriana Marisel Zambrano), los femicidios seguirán siendo moneda corriente.

Sin embargo, Rombolá siente que hay cambios. “Las mujeres tienen el coraje de ir a denunciar. Desde el Estado además se ha colaborado a recepcionar, se ha abierto la Oficina a través de la Corte, hay institutos y organismos para que la mujer acuda. Creo que en el inconsciente colectivo esta va a ser una pena ejemplificadora y un juicio emblemático. Si logramos esto, va a haber hombres que lo van a pensar dos veces, porque si Vázquez, con todo el lobby de una banda de rock, está condenado y va a purgar adentro, cuánto más un ignoto va a poder hacer para defenderse”.

EL ROL DE LA VISIBILIZACION

Beatriz Regal dice que está tranquila, que confía en su abogado y en la construcción que juntos (se refiere a la terna de trabajo que forman con él y su marido Jorge) hicieron para llegar a un juicio oral. Explica que no fue una la prueba definitoria, sino muchas: la declaración de sus nietos en Cámara Gesell, quienes pudieron decir lo que escucharon esa noche en boca de su madre (“me vas a matar”), la declaración de aquel médico arrepentido y las pericias oficiales y las que ellos mismos pagaron para probar que por más resoplidos que haya sobre un cigarrillo y una ropa empapada con alcohol, una persona no se prende fuego. Beatriz está recorriendo canales de televisión los días previos al juicio, le pidió al tribunal una sala más grande para que todos y todas los que la acompañaron estos dos años puedan estar presentes y habla de Elsa Gerez, quien hoy ya es su amiga y que lucha para que se active la causa de su hija Fátima Catán, muerta el 22 de agosto de 2010, seis meses después que Wanda, en un caso calcado del de Vázquez-Taddei. “Estos dos años estuvimos intensamente buscando todas las pruebas, el trabajo lo hicimos nosotros, el abogado y la sociedad. La Justicia por sí misma no actúa, la fiscalía nos ignoraba pero de a poco les fuimos haciendo entender. Incluso hay familiares de Cromañón que se sienten involucrados”, cuenta y cita La Casa del Encuentro como soporte clave. Ada Beatriz Rico, cofundadora de esta asociación civil, dice que el acceso a la Justicia es una de las trabas más grandes para las familias que piden su asesoramiento, pero insiste en que es primordial que se presenten como querellantes. “Jorge Taddei les decía a las familias que se metan en la causa, pero ahora nosotras nos preguntamos ¿por qué las familias tienen que tomar las causas para tener resultados? Para nosotras la visibilización es fundamental y frente a la acusación de que los femicidios se replican porque se hacen públicos, nosotras creemos que es una trampa: estos crímenes de género tienen que estar en los medios, tiene que hacerse público algo que antes era privado, eso les da fuerza a mujeres que están viviendo violencia de género a denunciar sin culpa. Un varón agresor no incendia a una mujer porque se publica un caso, si no la quema la va a destruir de otra manera. De hecho, la visibilización ha logrado que nos llamen vecinos, hermanos, compañeros de trabajo, muchas veces varones, y posterior a llamarnos, muchas veces la mujer viene. Hay un poco más de energía y movimiento en este sentido. Antes de esto no se hablaba, era algo oculto. Visibilizar ayuda a perder la vergüenza. Y los medios, con toda la torpeza que todavía se cometen como calificar de “pasional” un femicidio, presionan a la justicia: en el caso de las incineradas queda en evidencia que el crimen perfecto no existe, ni quemando a una mujer se pueden borrar todos los rastros”.

Para Delia Añón Suárez, especialista en estudios de mujeres y género (UNLU), agravar las penas no terminaría con la situación estructural que supone la violencia machista, “pero debo reconocer que en estos casos la laxitud del Poder Judicial puede tener incidencia: a poco de quedar libre Barreda tuvimos en La Plata otro cuádruple femicidio, y no creo que sea casual. La Justicia podrá empezar a ponderar las cosas desde otra perspectiva cuando logremos avanzar más en nuestra batalla cultural en tanto mujeres. Es decir, cuando se juzgue cada caso desde el carácter estructural y cuando la sociedad entera condene las prácticas de la violencia machista, Justicia incluida. Los jóvenes se van a ver impactados porque el mensaje que se transmite a la sociedad mediante un fallo judicial impacta en todas y todos, independientemente de la edad que tengan. Tendrá –o no– un carácter disciplinador que atravesará todos los grupos etarios, porque la violencia machista también los atraviesa”. Para Disenfeld, es necesario dejar de ver la violencia machista como enfermedad y accidente y saber que tiene indicadores específicos: manifestaciones, expresiones, lenguaje sexista, la culpabilización de las victimas a través del “Algo habrán hecho”, “Por qué no se separó” y demás lugares comunes. “La esclavitud del amor romántico, la veneración, el dolor impensable de morir en manos de quien se ama. En presencia, en marchas, en carteles.Y que frente a los mitos empecemos a relacionarnos con personas sin pedestales, y empecemos a construir identificaciones y subjetividades libres de violencia.”

LA LUCHA PERMANENTE

Beatriz dice que el juicio de Marita Verón le da fuerzas para enfrentar el que tiene a partir del martes y donde va a ver cara a cara al asesino de su hija. Tiene fe en una condena ejemplificadora, sabe que una pena perpetua es un paso histórico y está lista para darlo.

Quiere nombrar a todas las víctimas, porque siente que Wanda es todas ellas. Sabe cada nombre, cada historia de las quemadas que murieron y que no aún tienen justicia. Sólo por nombrar algunas: Sabrina Cennamo, pocos días después que Wanda, fue degollada e incinerada junto a sus dos hijos, de 8 meses y un año y medio. Gladys Beatriz Pereira, de 31 años, quien falleció después de cuatro meses de agonía y la policía dijo que fue un accidente doméstico. Jorgelina Inés López, una salteña de 29 años que murió tras 10 días en coma: su pareja dijo que ella se roció con alcohol y se prendió fuego, pero no pudo explicar el corte en la boca y los hematomas en la cara que revelaron la autopsia. El sigue libre. Natalia Nievas, cuya causa fue caratulada como suicidio por la fiscal Silvia García, de Bahía Blanca, y que dejó a una nena de un año sin madre y con secuelas de las quemaduras que les infringió Damián Sosa, su ex pareja. Y ahora Aldana Torcheli, la tercera mujer que muere en 2012 por incineración, junto a Jesica Lencina, de 22 años, que salió corriendo de su casa envuelta en llamas y se tiró a una zanja para apagarlas. Sin embargo, su pareja dijo que ella estaba muy deprimida y por eso había decidido prenderse fuego. Se murió en el hospital. La otra es una formoseña de apellido Gómez, de quien se desconoce edad y nombre de pila, y de quien se encontraron restos óseos calcinados y un anillo que era de ella, dispersos en la ruta nacional 81.

“Pienso en todas ellas y trato de sacar fuerzas por todas esas familias que no tienen justicia. Tengo esa posición de lucha permanente porque de otro modo sé que me voy a quebrar. Las cosas que me hacen daño las he encapsulado en mi cerebro para que no me torturen, pero sé que a la larga voy a pagar un precio por eso. Las madres dejamos la vida en buscar justicia por los femicidios de nuestras hijas, pero yo quiero dejar un legado, mi poca historia de lucha”, dice, y cuenta que rememorar a su hija implica recordarla en sus mejores momentos, reírse de los chistes que ella hacía con sus nietos, las anécdotas de su vida. Su papá Jorge también quiere contar su parte, dice que no es el mismo que hace dos años. “Una hija bajo tierra no tiene vuelta atrás, pero el hecho de que otras mujeres puedan zafar de esto es un incentivo. Sé que hay varias generaciones que van a sufrir esta violencia, pero estamos avanzando, esperemos que en el siglo XXI esto cambie definitivamente, pero ¿qué responsabilidad nos cabe? Yo soy machista como todos los hombres argentinos, hay cositas que a veces se te escapan, yo le digo a Beatriz “traeme un vaso de agua” y ella me lo trae, eso es machismo, de ella y mío. No es que ella esté sometida a mí pero fijate cómo en cosas chiquitas la manifestación del machismo está presente. Entonces hay que terminar con una forma de pensar, y eso va a llevar generaciones. Me gusta una frase de Galeano que dice que el hombre ataca a la mujer por miedo a la mujer que perdió el miedo, y es así. Un día antes de que Wanda fuera atacada, un vecino escuchó que le dijo a Vázquez ‘ésta es mi casa’. Se rebeló la esclava y al día siguiente la mató”.

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