VISTO Y LEíDO
Una crónica de la crisis económica europea a través de la vida de las mujeres que se ocupan en una de las más precarizadas tareas: la limpieza.
› Por Veronica Gago
El muelle de Ouistreham
Florence Aubenas
Anagrama
240 páginas
Florence Aubenas (1961) fue durante muchos años periodista del diario francés Libération y luego de Le Nouvel Observateur. En 2005, como enviada de guerra en Irak, fue capturada y mantenida como rehén durante varios meses. Era posible esperarse de ella una crónica de ese cautiverio, el libro que revelara los pormenores de la experiencia que la tuvo como noticia en los medios de todo el mundo. Sin embargo, en 2009 se tiñe el pelo de rubio, se pone anteojos y se traslada a una ciudad del interior de Francia, Caen, con el objetivo de buscar trabajo desde el más radical anonimato. Y así convertirse en otra. Eso era precisamente lo que le interesaba, confiesa. Aquél fue el año en que el diagnóstico de la crisis –con sus discursos, medidas y amenazas– se instaló de modo omnipresente. Aubenas, sin embargo, sentía no poder comprender la crisis, mucho menos explicarla. Se propuso entonces experimentarla desde otro lugar, como una mujer sin antecedentes laborales que busca desesperadamente encontrar un empleo para ganarse la vida. El resultado es una crónica que narra detalles certeros sobre las vidas precarias: insomnios que sólo se calman con la pantalla del celular, desánimos intermitentes, obsesión por la escasez de dinero. Esas vidas temblorosas, al borde del sinsentido y el agotamiento, revelan una crisis mayor: la del mundo del trabajo asalariado, con sus reglas y sus certidumbres. En esa casuística, la prosa de Aubenas también logra destacar con sutileza los modos sumamente perversos, bajo eufemismos de todo tipo, a partir de los cuales la crisis se revela como un espectacular avance del control y la explotación del más mínimo espacio vital.
A pesar de que su rostro había estado durante días en las pantallas y en la tapa de los diarios, en Caen nadie la reconoció (excepto una mujer que acepta guardar el secreto). Una vez allí, se arma un currículum sin experiencias relevantes e inventa una historia para explicar cada vez que le preguntan por esa hoja escuálida: estuvo casada durante muchos años y sólo como recién divorciada se vio obligada a buscar trabajo. No sobresale ni genera sospechas. Sólo la instan, desde las “asesorías” estatales para desocupados (a cargo, a su vez, de empresas tercerizadas), a “producirse” unos atributos: disponibilidad, “habilidades transversales”, compromiso, etcétera. Todo un lenguaje que ofrezca y prometa obediencia, puntualidad y sometimiento. Lo requieren así tanto las agencias estatales –que tratan a los desempleados ya no como “casos sociales” sino como gente a “colocar”–, urgidas de bajar los números del desempleo para las estadísticas oficiales, como las empresas que contratan trabajadores por hora sólo si aceptan cobrar menos que el salario mínimo y no protestar si la tarea les lleva más tiempo de lo acordado (y de lo pagado).
Aubenas accede al rubro de limpieza, único en el que la contratan. El libro se inmiscuye entonces en un universo casi exclusivo de mujeres. Y de allí toma una fuerza de narración singular que combina la propia desesperación de la autora frente al calor que se le sube al pecho cuando debe limpiar en tiempo record los camarotes de un transbordador (origen del título del libro), así como las pequeñas complicidades y placeres, los maltratos y desplantes que se van tejiendo en un día a día fragmentado, hecho de turnos veloces, rotativos y a horarios estrambóticos, entre mujeres con biografías y expectativas muy diversas. La propia Aubenas se confiesa una extranjera total en el rubro, gracias a las prédicas de una madre feminista. Ese extrañamiento le permite una descripción agobiante de un trabajo extremadamente naturalizado.
La limpieza –a cargo de empresas que ofrecen el personal doméstico a otras empresas y negocios a través de módulos de horas– deviene, como lo muestra la autora, un servicio cada vez más exigido y exigente y sirve como enclave de análisis de los cambios más generales del mundo inmaterial de la economía de servicios. En este punto, el carrito que carga los trapos y los detergentes sirve como perspectiva mayor para contar esas tareas imprescindibles y cuasi invisibles de las trabajadoras. De hecho, lo invisible se vuelve clave: la primera recomendación para una empleada de limpieza en los cursos de formación a los que asiste y comenta Aubenas es justamente ésa: “volverse invisible”.
Entre los personajes retratados despunta Victoria, una vieja obrera y lideresa sindical que recuerda aquellos tiempos de militancia golosamente, pero sin ahorrarse críticas al machismo de sus compañeros de ruta. Es ella, que encierra más ambigüedad en su vida que la que trasluce su nombre, la que le da acceso a Aubenas al mundo de las trabajadoras de la mítica fábrica de electrodomésticos Moulinex, cerrada en 2001, pero cuyos recuerdos parecen de una ciudad ya inexistente. Consideradas por las jóvenes como mujeres extravagantes porque tienen demasiados “peros” a la hora de reinsertarse laboralmente, son también la última marca visible de un modo de vida dedicado por entero a la fábrica y sin miedo por el futuro. Aunque como dice una de ellas: “Ya no recordamos lo que dolía. Yo lo hice todo: la freidora, el microondas, el pisapurés... Trabajaba como un animal o, mejor dicho, como un hombre”.
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