Viernes, 9 de marzo de 2012 | Hoy
MONDO FISHION
Por Victoria Lescano
El viernes 2, al mediodía de la que sería la última jornada de BafWeek, el Salón Dorado del Teatro Colón cobijó la presentación de “Carmen”, la colección invierno 2012 de Pablo Ramírez cuyo manual de estilo se cimentó con referentes tales como la novela de Prosper Mérimée, la opera homónima de Georges Bizet, una versión del cine mudo que ideó Lubitsch y protagonizó Pola Negri pero también los modismos y el dramatismo de una tía abuela (Carmen Ramírez, quien en su infancia y desde Las Marianas, siempre vestida de negro y con mantón) acercó al diseñador a tomar clases de música y a las artes. Las sillas doreé ostentaban claveles rojos, se escuchaba un theremin remixado con arias hasta que, tras las cadencias de un paso doble, la aparición del actor y bailarín Rodolfo Prante caracterizado y draggeado cual Carmen barroca y en bata de cola negra con exuberancia de abalorios color oro, dio inicio al desfile.
Le siguió una profusión de extravagancias rara avis en negro y blanco, producto de un riguroso estudio de Ramírez por las morfologías de los trajes regionales españoles, su estilo cada vez más afianzado y la pasión por el diseño teatral que constituyen uno de los pilares de su tienda y atelier de San Telmo (remitirse a los vestuarios de Trois Tangos, Tatouage y Cabaret Brecht Tango Broadway, obras de Alfredo Arias que se presentaron en el teatro Rond Point, y a un nuevo e inminente proyecto de vestuario en París).
Así “Carmen”, la colección, cautivó con las variaciones sobre la bata de cola y el mantón de Manila (que en un outfit mutó en remera chic y españolísima coronando un pantalón pitillo). Porque los protagonistas masculinos de la trama, tanto Don José el cabo como Escamillo el Torero, dispararon morfologías en sastrería para hombre y para mujer: del Torero barítono surgieron pantalones ceñidos, las capas mini y maxi con borlas, las chaquetas, las fajas, las camisas blancas preciosistas, las tablas pero también los abrigos símil levitas de militaria en versión alta costura. Junto con las batas de cola de alta costura irrumpió una profusión de mantillas y sombreros españoles tricornios, lo más parecido a tocados pop de Minie Mouse realizados por la experta Laura Noettinger. En contraposición a las batas de cola, Ramírez se zambulló con maestría en la elegancia de las campesinas, la belleza de las faldas negras plato superpuestas sobre enaguas blancas, los juegos de encintados y de polainas a la usanza costumbrista llevados con alpargatas. Entre los redobles de castañuelas, hubo primeros planos a la aplicación de peinetones acompañando un vestido negro, una camelia blanca al tono de las camisas, pero también mantillas reinterpretadas cual si blusas o pequeñas chaquetas de encaje. La campaña de la colección, fotografiada por los expertos Luciana Val y Franco Musso documentó los estilos en blanco y negro, con juegos de luces y sombras y un homenaje a la mítica toma de grupos de la docena de modelos en la escalera de Irving Penn. La formación de modelos, que cerraron el desfile en grupos de seis y entre ovaciones, dejaron un aire perturbador, festivo pero también inquietante en su belleza y en las formas; Ramírez construyó una elegancia sin clichés como las que predicaron las imágenes de Penn.
Unos días antes y en La Rural, con la colección Unter den Linden, el joven diseñador Marcelo Giacobbe propuso un recorrido por la silueta austera de los años cuarenta y el salto hacia los cincuenta, con la ineludible exaltación de la figura femenina que pregonó el New Look. Abundó la sastrería en blanco y negro, hizo lugar a vestidos largos, experimentales en su silueta, con transparencias y la irrupción del color piel. En su particular cruce de Prêt-a-couture con moda bridal –léase ropa para novias–, los lenguajes de moda que imperan en su showroom de Recoleta, hizo una investigación de texturas. Entre sus ardides, la pechera de un vestido ostentó cien metros de cintas plegadas. Los materiales fueron calados y rockeados con láser. Añadió que en el proceso sumó la historia de un fantasma alojado en un teatro porteño –el Maipo– que le llegó vía narración oral mientras realizaba un vestuario y que su paseo por la avenida de los tilos de Berlín intentó conjugar el brillo para algún music hall.
También en BafWeek, locación la Rural –en cuya vasta grilla se presentaron Garza Lobos, Rapsodia, Chocolate, Wanama, Vitamina, Juana de Arco, Hermanos Estebecorena, Fabián Zitta y Mariana Dappiano y el flamante e innovador Proyecto Cuadrilla–, hubo un apartado para un Mapa de Diseño federal trazado por el Inti. Así, del lado de estilos regionales argentinos tuvieron su pasarela los diseños hechos en Tucumán por Fabiola Brandán, –que aludió a contrastes en crudo y en negro–, la elegancia psicodélica y con guiños a la cultura disco de Leo Peralta, diseñador mendocino que se inclinó tanto por siluetas vamp de los años ‘40 como por un recorrido arbitrario por estilos bizarros –en azul francia, rojo, gris y negro–, y, desde Salta, Santos Liendro, que en su colección “Camino Real” indagó en estilos de los Incas. Sus artilugios –ya en fibras vegetales como vicuña y lana de oveja– se trasladaron a los abrigos, la plata, el oro, el cobre y el ónix a sus accesorios new folk.
Desestructurando la ceremonia y los recorridos habituales en la pasarela, el cierre estuvo a cargo de Tramando, que ideó una fiesta con el Dj Villa Diamante en las bateas, la proyección de visuales con escenas lúdicas filmadas en el estudio de diseño y profusión de botellitas de champaña en mano de los asistentes que observaban desde la pista; mientras que las gradas oficiaron de sendero para las modelos y la colección Material Mix. Se proclamó cual si una mirada con lupa y o un microscopio high tech a la materias y texturas favoritas del laboratorio textil Tramando. En una colección más ready to wear y accesible en morfologías –que admitió de leggings y tops, pasando por chaquetas símil trench, algunos vestidos con pedrería y silueta flapper– sumó denim y cuero pero estampó maderas, membranas y asfalto y tramas más orgánicas de simulacros de piel de elefante o de reptiles. Las precedieron un trío de porristas, liderado por la baterista y ballerina de tap Romina D’Angelo y también una experta en Tai Chi –con su espada y subida a plataformas de treinta centímetros– y por la cantante July Sky, líder de “Julieta y los Espíritus”, quien con sus leggins negros y su estandarte se marchó de la pasarela al escenario del pequeño y secreto club de rock “Vuela el pez”.
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