Viernes, 30 de marzo de 2012 | Hoy
EL MEGáFONO)))
Para Domitila Barrios Cuenca
Para Juana Quispe
En Villazón, ciudad fronteriza del costado boliviano, las mujeres circulan, se desplazan, charlan, se ríen e intercambian, siempre con el cuerpo en movimiento. Construyen el espacio de permanencia, desdibujando la escisión marcada por el capitalismo de fines del siglo pasado entre lo privado y lo público, en donde ellas quedaron confinadas a la exclusividad de lo doméstico-familiar.
Esas mujeres de trenzas largas intervienen lo público y reinan. Aguayos, canastas, pimientos y especias se entremezclan con los cerros de la trastienda. Sus sombreros bombín y sus faldas tableadas lucen festividad. Se menean y negocian a la vez, acarrean carros cargados de ropa traída de todos lados y gordas bolsas que rebalsan de mercadería componiendo el escenario del mercado popular.
Esas mujeres birlochas, trabajadoras de saberes textiles y poderes rituales, son su aporte crucial a la productividad de la tierra, fertilidad del ganado y al balance general de la vida. Con control sobre su propio cuerpo, vulnerado por la colonización de quinientos años, la explosión demográfica, la emigración y la explotación y degradación del trabajo.
Esas mujeres tejedoras, de oficios artesanales combinado con saberes ancestrales que dibujan en la informalidad del trabajo la resistencia cultural. Mujeres con brillo propio, se convierten en microemprendedoras y gestoras de su propia supervivencia. Hacedoras de redes de intercambio, de reciprocidad material y simbólica que conforman un tejido social comunitario del paisanaje.
Esas cholas arman comunidad en la calle: sentadas intercambian sonrisas y tejen, interactúan palabras y tejen, arman bromas y tejen. Sus cuerpos se desplazan por el espacio público, protagonizando a la vendedora ambulante, a la tejedora callejera y a la estibadora de fardos; continuamente están, van y vienen sin exhibir cansancio.
Esas indígenas que ejercen sin prejuicios la maternidad entre todas, una crianza a la intemperie del trabajo. Esa solidaridad entre mujeres, niños y niñas que genera firmeza para la permanencia en el lugar. Ellas reproducen un espacio familiar-doméstico en la contingencia; nada impide el amamantamiento de la guagua, comer la sopa picante, jugar a las cartas y los diálogos bajitos en qhichwa (quechua).
Esas mujeres andinas que esperan el jueves de comadre en tiempos de precarnaval, donde salen a invadir y a enfiestar las calles, a liberar emociones e invocar libertades. Una fiesta con música, bailes y amores perdidos. Ese festejo que las hace dejar de fregar ollas y aflorar con sus polleras más coloridas, sus zapatos más nuevos, sus blusas y mantillas. Esos bailes donde los corazones se ponen ardientes.
Esas cholas bolivianas de trenzas largas reinan en el espacio público y son resistencia con su sola presencia.
Por Vanesa Vázquez Laba
Académica feminista. Profesora e investigadora de la Universidad de San Martín / Idaes/Conicet.
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