Vie 13.04.2012
las12

VIOLENCIAS

De visita en la sórdida gayola

Miles de mujeres y niños visitan a sus familiares detenidos en prisiones bonaerenses y son víctimas de abusos, vejaciones y violencia por parte del personal penitenciario. Palizas que terminan en muerte, requisas violatorias, esperas inhumanas y hostigamientos para imponer la sumisión y el silencio que garantizan la impunidad. Los padecimientos de las detenidas y las complicidades que posibilitan reductos y prácticas propias de la dictadura.

› Por Noemi Ciollaro

Es una prisión de las muchas existentes en la provincia de Buenos Aires. Ante paredones y enrejados, ateridas, sorprendidas por el otoño abrupto, un grupo de mujeres de todas las edades forman fila durante horas para mantener fugaces encuentros con familiares.

Desde la ruta llegan caminando mujeres con niños, jóvenes y ancianas que se suman a las filas como un coro de suplicantes. Cargan grandes bolsas de feria con ropa, alimentos y artículos para la higiene de las personas detenidas.

Tras los muros, los ruidos del encierro, cerrojos, silbatos, golpes y el amanecer de músicas mezcladas que desbordan las rejas. Y los gritos, algunos desesperados que no dicen nada, sólo son un ejercicio de libertad de las gargantas. Otros que nombran desde las ventanas los nombres queridos y esperados para tener un anticipo que mate la incertidumbre de la visita.

LasI12 entrevistó a un grupo de mujeres que visitan a sus familiares en el Complejo Penitenciario Norte de San Martín, en el conurbano bonaerense, donde se encuentran las Unidades 46, 47 y 48, que alojan a hombres y mujeres privados de la libertad.

El encuentro coincidió con una protesta en reclamo de justicia encabezada por los familiares de Patricio Jonathan Barros Cisneros (26), muerto a golpes y patadas por efectivos penitenciarios, de acuerdo con las declaraciones de su novia y de testigos, así como también los resultados de la autopsia e investigaciones de la Justicia. Giselle González (18) era la pareja de Patricio, a quien conocía desde chica y de quien esperaba un hijo: “El 28 de enero pasado yo estaba en visita, había entrado a las 9 de la mañana y me llevaron a la zona de Admisión, esperé allí a Patricio, él vino, me saludó y me dijo que aguantara ahí, que no quería que embarazada como estaba quedara toda la visita al sol. Esperé afuera con las bolsas y él fue a reclamar la pieza para la visita de contacto que teníamos. Al rato empecé a escuchar sus gritos, me asomé a los pasillos y lo vi tirado en el piso, él me llamaba, me pedía ayuda, estaba esposado, tirado boca abajo y le pegaban, le pusieron gas pimienta porque le salía espuma de la boca. El me gritaba ‘¡Giselle vení a ayudarme, ayudame...’, pero los guardias me cerraron las rejas y no pude pasar. Yo gritaba que lo dejaran, que no le pegaran más, eran muchos, todos juntos rodeándolo y le gritaban ‘así que te querés echar un polvo, nomás, hijo de puta!’ y él pedía que lo soltaran, pero no lo soltaron y le siguieron pegando mientras a mí me sacaron de la visita. Yo me quedé esperando afuera y llamé a mis cuñados, ellos llegaron a las 11 y yo seguía ahí esperando sin saber nada. Al final me llamó el subdirector del penal y me dijo que Patricio había muerto de tantos golpes que se había dado con la cabeza contra la reja”.

Al mes de la muerte de Patricio, Giselle perdió el embarazo. A él le faltaba un año para salir en libertad y tenían planificada una vida juntos con su niño. Ambos tenían derecho a la “visita de contacto” o “visita íntima”, la habían tramitado y la tenían otorgada, y ese fue el reclamo del joven ante los penitenciarios.

Para la hermana de Patricio, Gisela, “cuando pasa algo así con un preso no le importa a nadie, es como si no fuera un ser humano, como si no tuviera ningún derecho por estar en la cárcel. Eramos nueve hermanos, mi mamá está destrozada, siempre esperaba el llamado de Patricio. Lo hemos seguido a todos los lugares donde lo trasladaban, pasamos frío, hambre, enfermedades. No es cierto que la cárcel rehabilita, los torturan, les sacan las cosas que lleva la familia, los bañan con agua helada. La gente dice ‘y que se joda si está preso, total fue a robar’, tienen razón, él cometió un error, pero tenía derecho a vivir, a salir y tener una nueva oportunidad. Las mujeres somos las que les llevamos la comida, las que los atendemos y soportamos las verdugueadas. Dicen que la sociedad con sus impuestos paga lo que los presos gastan o comen en la cárcel; la Presidenta manda plata para que los presos vivan dignamente y se alimenten, pero a ellos les falta la comida, el agua que toman está contaminada, la U46 está sobre el Ceamse, y a quién le importa... El preso come bien cuando tiene visita, si no tiene visita, si la familia no puede o no tiene para alimentarlo, se muere de hambre, se enferma. El castigo ya está, es el encierro, ¿por qué se los sigue castigando de tantas formas distintas, con el hambre, las palizas, las torturas? Yo llamé a la nueva jefa del Servicio Penitenciario, Florencia Piermarini, me dijo que si había penitenciarios implicados no los quería en el Servicio, pero hasta hoy ni sabemos si estuvo aquí”.

LA VIOLENCIA Y EL MIEDO

Nenes pequeños juegan tirados en el piso de tierra o corretean frente a la prisión mientras del otro lado de las rejas, filas compactas de penitenciarios con escudos y armas intentan disolver la protesta. A un costado de la entrada dos chicas jóvenes amamantan a sus bebés en medio del humo de los neumáticos quemados. El clima es tenso y las mujeres se acercan para hacerse escuchar, aunque en su mayoría piden reserva por temor a las represalias.

Antes de llegar a ver a los familiares, adultos, chicos y bebés deberán pasar por la requisa efectuada por agentes penitenciarias, en el caso de las mujeres. Es uno de los momentos más violentos que debe soportar la visita y aunque hay enormes capítulos de criminología y miles de denuncias de abuso de autoridad penitenciaria al respecto, la temible requisa, parte de la larga mano del sistema penal, se cumple a gusto y criterio de quien la realiza, vulnerando innumerables derechos. Como escribió Michel Foucault, “la prisión es el único lugar en el que el poder puede manifestarse de forma desnuda, en sus dimensiones más excesivas, y justificarse como poder moral”.

“Las requisas son violentas –asegura María R.–, te hacen sacar hasta la ropa interior, los pañales de los bebés, la ropa a chicos y adolescentes, quedás completamente desnuda y expuesta y te miran el tiempo que se les da la gana, te hacen abrir las piernas, te revisan el pelo, las orejas, tenés que mostrar los apósitos si estás menstruando. Hay quien aprovecha la ocasión para ponerte la mano encima, o para gastarte si tenés visita íntima. Lo que ya no hacen más es el tacto vaginal, por miedo al HIV. Una tampoco ve todo lo que pasa, una oye muchas cosas, pero no ve todo, y sabe que muchas cosas son verdad.”

Todo esto ocurre cuando las mujeres y los chicos han pasado ya varias horas a la intemperie cargando bolsas, bebés, ayudando a ancianas. En este Complejo Penitenciario no hay techo ni reparo para las visitas, ni siquiera un bar cercano en el cual pasar la lenta espera. Quienes viven lejos salen la noche o la madrugada anterior de sus casas para emprender el largo viaje.

“A nosotras nos desvisten por completo, como si no supiéramos que no podemos entrar cosas para los pibes, que los perjudicamos a ellos y nos quedamos sin poder entrar más, además, si adentro hay de todo... Lo mismo pasa con la comida, te la destrozan o te dicen que no podés entrar algo que sí entró la semana anterior, es según el humor de cada uno. Aunque hay familias a las que las dejan pasar sin revisarles nada. Igual que con la visita íntima, que es un derecho, la utilizan para joderte, castigarte o premiar a los ortibas”, cuenta Paula D., que visita a su hermano.

María S. conoce la realidad de ambos lados de la reja: “Yo estuve detenida en la Unidad 46 de mujeres, salí con libertad condicional y aquí sufrí el verdugueo; quiero hablar no sólo por mí, sino por mis compañeros y compañeras, porque está repleta la cárcel de gente que sufre, que la torturan, cuando hay huelga de hambre hay más represión, los capeos (traslados) de unidad a unidad los hacen sin avisar a la familia, el hambre que se pasa cuando te sancionan, porque no te dejan comer. Esto es así, la cárcel no rehabilita, no hay reinserción social, no te ayuda. Te piden conducta, que seas ejemplar y cosas que nunca se van a poder cumplir en una cárcel, ni vas a tener conducta ni un mejor hablar, si los primeros que no lo cumplen son los penitenciarios, ¿qué te van a enseñar? Tampoco te dejan estudiar, te impiden ir a las clases”.

Hay familias, parejas, amigos que soportan las condiciones que imponen las autoridades penitenciarias y cuentan con recursos para ayudar a los detenidos. Pero hay otros vínculos que sumidos en la pobreza y humillados por el trato perverso que se les infringe en cada visita, dejan de concurrir o lo hacen muy esporádicamente. Esto provoca la ruptura de lazos familiares y sociales y deja a detenidas y detenidos en la soledad más extrema, convirtiendo así a la cárcel en un campo de concentración. El Comité Contra la Tortura de la Comisión Provincial por la Memoria registró, desde enero hasta octubre de 2011, 90 muertes y 13 suicidios en penales bonaerenses.

HISTORIA DE LA VILEZA

El secretario de ejecución penal de la Defensoría General de San Martín, Juan Manuel Casolati, se hizo presente en el Complejo durante la protesta por Barros y dialogó con Las/12 acerca de las condiciones de las mujeres detenidas y de las visitas. “Yo estoy muy seguido aquí porque el anexo femenino de la U46 es un desastre, los cuatro pabellones son desastrosos, en cuanto a la comida, el agua, no hay sanidad, no hay medicamentos, los medicamentos los tienen que traer los familiares. En la parte de mujeres de la U47, en el pabellón 12, las mujeres no tienen sillas ni mesas, comen sobre las camas, no hay nada que puedan hacer de un modo digno. A las que quieren estudiar no las llevan a las clases en la universidad, porque eso le da más trabajo al Servicio Penitenciario. Prácticamente no hay ginecólogo, no se pueden hacer Papanicolaou; las que tienen HIV no tienen medicamentos, se les interrumpe el tratamiento”, dice. Hace dos semanas labró un acta en la Defensoría, porque en la U47 “encontré los medicamentos vencidos, pero no hablo de aspirinas, hablo de medicación de HIV, TBC. Hace dos años que vengo haciendo informes sobre las condiciones de detención y nada se ha modificado y no son respuestas a reclamos administrativos, hablo de las denuncias penales que he hecho, pero nada. Casolati relató que en la U51 del Complejo Penitenciario de Magdalena, los proveedores no entregan los alimentos y hace meses que las detenidas sólo comen fideos, y subrayó que las denuncias pertinentes han sido presentadas ante la Justicia.

“En este mismo penal de Magdalena estuve reunido con nueve mujeres detenidas, todas me contaron entre llantos que una de las compañeras pidió atención médica durante una semana pero nunca la tuvo, tenía pérdidas y terminó con un aborto. Cuando pidió ayuda a las guardias le alcanzaron una palangana y le dijeron ‘sacate el feto y nos lo entregás en la palangana’. Otra había sido brutalmente golpeada por una penitenciaria, las mujeres penitenciarias son crueles. Estos casos estuvieron de inmediato en conocimiento de los jefes de despacho de la Procuraduría General bonaerense, cuya titular es María del Carmen Falbo”, enfatizó.

Finalmente hizo referencia al trato denigrante que reciben las mujeres que visitan las prisiones, “son horas de espera, las requisan para ver si traen una púa cuando en los pabellones hay facas. Hubo mujeres a quienes se les exigió sexo oral para que las dejaran ver a sus maridos, o para ingresar medicamentos, pero no se animan a hacer la denuncia y todo queda oculto. Hay una enorme cifra negra de violaciones a las mujeres y a los hombres en los penales, son hechos no denunciados, ni siquiera se animan en la Defensoría, porque cuando vuelven a la cárcel o a la visita, tienen problemas. Habría que preguntarle a la nueva jefa del SPB, Florencia Piermarini, qué hizo por todo esto mientras estaba como asesora de César Albarracín”.

AGUA PARA HUESITO VALLESE

Una anciana esperaba sentada en un banquito plegable a que se abrieran las puertas del penal para visitar a su nieto, a quien ve cada cuatro meses porque ella vive en el interior. Serena, con profundas arrugas en el rostro y unos ojos azules vivaces y penetrantes pidió no ser identificada, pero afirmó “mirá, querida, no hay nada más tremendo que San Martín y Olmos, yo soy una mujer que siempre tuvo la cárcel cerca, nunca por mí misma, pero mi marido, un hijo, ahora un nieto... En esta tierra dejaron morir de sed a Felipe Vallese, ¿sabés? Sí, sí, en 1974 una sobrina mía pasó unos días en la Brigada Femenina de San Martín, y allí las pibas de noche ponían vasos con agua en las ventanitas de las celdas, contra las rejas. Mi sobrina les preguntó por qué hacían eso y le contestaron: ‘Es para el Huesito, para Felipe Vallese, que lo dejaron morir de sed en esta gayola de mierda’. Me parece que nada cambió mucho desde aquellos años ’60, cuando asesinaron a Vallese, aunque yo creo que ahora hay más violencia... hay que hacer más escuelas y más fábricas, no más cárceles”, dijo sabia.

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