Viernes, 18 de mayo de 2012 | Hoy
PANTALLA PLANA
Eva Perón, Margaret Thatcher, Angela Merkel, Michelle Obama o Cristina Fernández de Kirchner: la historia está llena de ejemplares de la categoría que Mirtha Legrand ilustra en La dueña: la mujer fálica.
Por Marina Yuszczuk
No solamente en el ámbito político fueron y serán objeto de fascinación y odio por igual estas mujeres que de vez en cuando alguno manda “a lavar los platos”: también en el mundo económico, y en ese nuevo polo de poder que son los medios, la lista Forbes ubica a Indra Nooyi, directora ejecutiva de PepsiCo, y a Oprah Winfrey, presentadora de televisión, entre la lista de mujeres más poderosas de la actualidad. Nuestra Mirtha Legrand tiene su cuota de poder (aunque no haya llegado al ranking de Forbes), que en la vida real proviene precisamente de la televisión y en la ficción de La dueña, de liderar la mayor empresa de cosméticos del país, llamada Fémina. Las Mirtha real y ficcional están apenas separadas por una línea finísima, la de la historia melodramática construida alrededor de Sofía Ponte, la dueña. O no están separadas directamente, porque Mirtha es Mirtha y hace de Mirtha, tanto en la ficción de la telenovela como en esa otra ficción de la que somos espectadores desde hace años, la de la mujer culta y aristocrática que entrevista a todos y puede hablar de todo con la misma aparente soltura y solvencia.
Y no es que la palabra “ficción” quiera desmerecer el hipnotismo de esta Mirtha, creada y recreada a fuerza de una convicción aprendida en el período clásico de nuestro cine nacional y desplegada durante el apogeo de la tele. Porque en la pantalla todo es ficción y Mirtha parece haber sido una de las primeras en entenderlo, en convertirse gracias a sus posibilidades dramáticas en una soberana elegante que sin embargo esconde una Rosa Martínez y puede comer ostras con Catherine Deneuve tanto como recitar un comercial de palanganas o cosméticos baratos. Esa también es indudablemente la Mirtha de La dueña, y no tiene sentido decir que la señora “actúa mal” porque está más que claro que el atractivo de la tira pasa por ver a esta Mirtha haciendo lo que se le ocurra hacer. Sofía Ponte, entonces, es Mirtha, y todo el tiempo parece estar recitando sus publicidades de baldes de plástico, o diciendo a cámara el “yo les he dado mi vida” y otras partes de ese guión que todos conocemos: su vida misma.
La dueña es Mirtha (o Sofía), y alrededor de ella reina una serie de personajes que se arremolinan intentando que el resultado se parezca a una novela, con más o menos éxito: hay aire, hay ritmo cuando la dueña conversa con su ama de llaves (Mónica Cabrera) –en un contraste de clases que siempre es atractivo–, con el policía interpretado por Alfredo Casero, o con su chofer (Carlos Portaluppi), quizá porque ellos no tienen que fingir aristocracia y en su espontaneidad hacen salir el costado más humano de Sofía Ponte. Sí, en La dueña los asalariados la pasan mejor que los acomodados (familiares de Sofía que trabajan en su empresa, en general poco brillantes) porque Sofía es una trabajadora que respeta el trabajo ajeno. Los ricos, en cambio, los herederos siempre al borde de convertirse en desheredados, o que por lo menos viven como si esa amenaza los condicionara, arrastrados y condescendientes, tienen menos movilidad (sobre todo la rama familiar interpretada por Raúl Taibo, Andrea Frigerio, y los caricaturescos hijos Brenda Gandini y Peter Lanzani). Porque un rasgo claramente abusivo de Sofía Ponte es el de pretenderse dueña de las vidas ajenas, única autoridad en ese régimen conservador que es la familia Ponte-Lacroix; está por verse si la sangre nueva y rebelde que corre por las venas de Félix Fernández (Benjamín Vicuña) y Amparo (Florencia Bertotti) conseguirá quebrarlo. Por el momento, ellos también están subordinados a Sofía, que encarna todo un modo de vida en el que la autoridad se respeta sin cuestionarla, está mal visto tocarse la nariz o ladear la cabeza cuando se charla con alguien y decir obscenidades; un mundo que, en el contexto de la televisión actual, es un parque jurásico perdido, primitivo, en versión matriarcal. Mirtha parece saberlo, o al menos se ríe de sí misma, y ésa puede llegar a ser la clave del éxito de La dueña.
Se emite los miércoles a las 22.15 por Telefe y pueden verse los capítulos en HD en la web del canal (telefe.com).
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