Viernes, 18 de mayo de 2012 | Hoy
ARTE
Una mujer que pone el cuerpo para decir lo que piensa: que la maternidad no es el cuento romántico que le contaron, que la institucionalización de las experiencias sensibles genera un hilo de control invisible e imposible de cortar. Es la artista visual Andrea Trotta y su nueva exposición, Conjuros, donde además tematiza el abuso, la violencia y la resistencia a buscar la libertad.
Por Laura Rosso
El trabajo de la artista visual Andrea Trotta apunta a reflexionar sobre el cuerpo, el discurso, la violencia y el deseo. En su obra, el cuerpo busca liberarse para ser un cuerpo deseante. “Si hay un cuerpo deseante, no hay violencia”, dirá la autora. Y agrega: “Pero no cualquier violencia, sino esa violencia que ejerce un sistema sobre los sujetos, que es una violencia simbólica”. De eso habla en su muestra Conjuros. Entre el deseo y la violencia, donde quiso mostrar la posibilidad de darle un respiro a ese cuerpo-sujeto para que encuentre una forma de liberarse. “Si yo me puedo despegar de eso puedo hacer una vida totalmente distinta”, señala. La exposición cuenta con la instalación “Aún así, soy” –en la que trabajó junto con el artista electrónico Esteban Cardinaux, que hizo la sonorización– y tres series de fotografías: “Las cosas del decir”, “Desinstitucionalización. Ejercicio de trabalenguas para liberarse de la violencia simbólica” y “Sobre mí”. En todas las series, Trotta utilizó su propio cuerpo fotografiado por Eyelén Giacobbe. “Todo el tiempo vemos cuerpos desnudos. Pero es un cuerpo estereotipado, ficticio, es un cuerpo inalcanzable, un objeto de consumo. Yo hablo de liberarse de esa violencia simbólica. Este es un cuerpo cualquiera.”
Ese cuerpo asfixiado resiste y se libera. Las formas de liberarse aparecen en un grito o en la búsqueda por romper los lazos que dominan un cuerpo desnudo. “La búsqueda de la libertad es algo intrínseco al ser humano”, subraya Trotta. “Que permanezcamos toda la vida enajenados y nunca la busquemos es otro problema. Me parece que cada vez es más difícil verlo porque los mecanismos de dominación son prácticamente invisibles.”
La serie “Sobre mí” comienza con un cuerpo totalmente dominado que después busca liberarse. A través de una malla de silicona –instalada en la muestra y formada por capas y capas de chorreado de ese material–, la artista generó una resistencia para simbolizar esos lazos de poder que no se ven pero que, todos juntos, atrapan y encierran un cuerpo. Un cuerpo desnudo que cubierto por la malla de silicona produce un efecto fantasmagórico. Está desnudo, pero no del todo desnudo. Hay algo que lo cubre. “Es como paradójico –apunta Trotta–, un oxímoron: una cosa blanda como la silicona pero que en varias capas se vuelve resistente.” Esa malla cubre el cuerpo de la artista, que trata de romperla. “Los mecanismos de dominación se van naturalizando en la cultura. Parten de un poder dominante para establecer un orden, pero después se infiltran en la vida cotidiana, y puede ser tu mamá –que te ama– quien te va a normativizar hacia un sentido para que seamos funcionales en una sociedad dada. Los juguetes de nenas, muñecas y tacitas de té, y los de los varones, que pueden ser armas o soldaditos, por ejemplo... Esa dirección hacia un género comienza desde que nacemos.”
“Las cosas del decir” es una serie que partió de la experiencia de la autora cuando tuvo a su hija. “Fue un momento en el que yo dejé de producir porque no tenía espacio, no tenía lugar y no tenía tiempo. Y me sentía asfixiada por la maternidad. Todo lo maravilloso que me habían dicho de la maternidad me parecía un mito. No le encontraba mucho sentido, esa cosa de dar, dar y dar... Y me sentía mal porque no había parido, me habían hecho una cesárea que me resultó muy injusta. Todo era como una conspiración en mi contra. Sentía que no podía hablar, que no podía decir. No me podía expresar ni hacer una obra. Y si no podía hacer una obra, no podía decir lo que sentía. Pero además no lo podía decir porque está mal decir: ‘Me siento mal por la maternidad’, porque sos un monstruo si decís eso. Entonces empecé a hacer bolitas de alambre pequeñitas, y las desarmaba. Hice como una poesía visual con el alambre. Hacía bolitas chiquitas y las desarmaba. Eso era como el discurso: cuando intentás decir algo que se embrolla, que no llega. Hablaba de esa imposibilidad. Había una resistencia en la comunicación. Un cuerpo envuelto en ese no poder hablar, en ese no poder establecer vínculos. Un cuerpo atrapado. Eso me llevó a hablar del discurso. Qué pasa cuando vos te querés comunicar. Sobre todo en la era de la comunicación donde toda la información es sumamente accesible y a pesar de ello es muy difícil entender al otro.”
En la instalación “Aún así, soy”, Trotta entrevistó a una chica que fue abusada. La idea fue trabajar con el efecto que produce la violencia, que ejerce una despersonalización del cuerpo. “Te desintegra como sujeto. Por eso aparece el cuerpo fragmentado.” Son fotografías que Trotta sacó del cuerpo de su entrevistada –que también es artista. Fotos de cualquier parte de su cuerpo. Pequeños fragmentos de ese cuerpo, como la boca, un pezón, dedos. “Así es como me imaginaba lo que produce la violencia en un sujeto: una despersonalización.” ¿Y por qué la voz? “Porque yo creo que la voz es lo que te da identidad. Lo que hace que seas quien sos. Cuando empezás a hablar terminás de completar un personaje. Me preguntaba cómo resuelve su vida una persona que fue abusada, más allá del abuso. Eso es lo que para mí la constituye: todo lo demás. Todo lo que pudo producir como individuo más allá de la violencia. Y es lo que le da identidad a ese cuerpo fragmentado, lo que la compone. Lo que la devuelve a un lugar de individuo. Incluso hasta pudo ser artista, y no seguir reproduciendo la violencia.”
“Desinstitucionalización” es la serie con la que Trotta muestra el ejercicio de liberarse de la violencia simbólica. Hay una mujer que se casa, y hay una opresión previa. Antes de casarse, estaba el mandato. Y después, otra vez tratar de liberarse. En esta foto performance, se ve también instalado el tul del vestido de novia y las flores del ramo, desparramadas para que se fueran secando con el correr de los días.
Trotta recuerda que cuando empezó a mostrar su obra daba demasiados elementos discursivos. “Una manera de subestimar al espectador –dice–. Inconscientemente, tal vez.” Por ejemplo, “aparecía el dibujo, más elementos, más el título y frases, como para que no vayan a quedar dudas”, recuerda entre risas. “Me parece que lo que el arte tiene de interesante es justamente todo lo otro. Lo que se escapa del artista, lo que se puede interpretar, y que el artista no maneja. Eso me parece mucho más rico que cerrar una obra en un discurso cristalizado. Que el espectador interprete lo que necesite interpretar de acuerdo con su acervo cultural y su propia vida. El sentido es algo totalmente abierto”, puntualiza. Y enseguida cuenta que su relación con el arte conceptual fue haciendo que prescindiera de esos elementos discursivos y que su “obra sea no totalmente ascética –como pasa muchas veces en el arte conceptual–, pero tampoco llenarla de datos”. Para elaborar sus trabajos, en general, Andrea Trotta parte de lecturas que le disparan preguntas sobre cómo expresarlas en una obra. Esas lecturas (Foucault y Althusser fueron inspiradores) la llevan a pensar la sociedad, como estas cuestiones de dominación que aparecen en su muestra actual, Conjuros. Entre el deseo y la violencia, y las posibilidades de liberación. “Siempre me interesó la sociedad y la política. No puedo escindir una obra de su contexto político y si hablo del cuerpo lo contextualizo. No me puedo despegar. Estoy atravesada por la historia, todos somos un poco un producto histórico. Un poco mucho. Sobre esta muestra puedo decir que fueron muchas las lecturas sobre feminismo, textos sobre arte contemporáneo, estudios sobre género. Busco que predomine el deseo, que es lo más sublime.”
Conjuros. Entre el deseo y la violencia se puede ver en la sede de la TV Pública, de lunes a sábados de 8 a 20. Av. Figueroa Alcorta 2977. Entrada gratis. Hasta el 3 de junio.
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