Viernes, 18 de mayo de 2012 | Hoy
DEPORTE
El 24 por ciento de los y las deportistas que concurren a los Juegos Olímpicos 2012 son mujeres. Las Leonas son las más conocidas. Pero la gran favorita es Jennifer Dahlgren, doctora en Letras y lanzadora de martillo. Ella cuenta las burlas que recibía por su cuerpo y cómo transformó su diferencia en virtud mundial.
Por Luciana Peker
“Es como bailar con el descontrol”, define con poesía sintética la energía que le provoca lanzar el martillo Jennifer Dahlgren, la atleta argentina –y no por nada profesora de Literatura, amante de Shakespeare y fanática de Harry Potter–, en la construcción de metáforas sobre la energía que le provoca entrenar. Ella es una de las deportistas argentinas que va con más chances –ya que está entre las diez mejores de su superpoderosa especialidad– a los Juegos Olímpicos que se van a realizar del 27 de julio al 12 de agosto en Londres. Además, no sólo es hija nuestra, es hija de una mamá que ya compitió en los Juegos de 1972 y, por lo tanto, la segunda generación de mujeres atletas y olímpicas de por vida.
Sin dudas, ella es especial. Pero no es la única. Aunque tampoco son muchas. Hasta ahora, van a los veinte días de competencia mundial 125 deportistas argentinos. Y sólo 31 son mujeres: tres en atletismo (entre ellas Jennifer, la maratonista María de los Angeles Peralta y la lanzadora de disco Rocío Comba), cuatro en natación (Cecilia Biagioli en aguas abiertas, Milka Kraljerv, Clara Rohnertres y Lucía Palermo en remo), tres en yachting (María Fernanda Sesto, Jazmín López Becker y Cecilia Carranza), una en judo (Paula Pareto, que acaba de clasificar), una en esgrima (María Belén Pérez Maurice), una en gimnasia artística (Valeria Pereyra), una en lucha (Patricia Bermúdez) y una en taekwondo (Carola López). Además de las dieciséis leonas que juegan en hockey con la conducción de Luciana Aymar, seguramente las más conocidas, casi las únicas reconocidas.
Pero todas no sólo representan a la Argentina sino también a un espacio por ganar: el juego, el cuerpo, la posibilidad de entrenar, de competir y de plantear una equidad de género también en el deporte. Más allá de la salud, la garra, la diversión y todas las virtudes atribuidas al deporte –o justamente gracias a esas virtudes–, la conversación con las deportistas refuerza la necesidad de impulsar, a través de ellas, a jugar más a las niñas. No sólo porque es justo, sino porque el movimiento da la posibilidad de canalizar mucho más positivamente situaciones de discriminación y correrse de la victimización. Incluso, corriendo. “El lanzamiento de martillo me salvó”, valoriza Jennifer Dahlgren. Ella es mitad norteamericana y mitad argentina. Pero elige representar a nuestro país. Tiene 28 años y vivió en los dos países por el trabajo de su padre, Roberto, y heredó de su madre, Irene –que ya de adolescente fue atleta olímpica– la pasión por el deporte. En la zona norte bonaerense hizo la secundaria. También la padeció. “En el secundario los chicos me torturaban porque era grandota. Me medían la espalda con una regla o dibujaban una heladera con mi cara. A esa edad sólo querés ser aceptado y no ser diferente”, recuerda. Pero enseña cómo la vergüenza la convirtió en virtud. “El lanzamiento de martillo me permitió ver a mi cuerpo, que era negativo para mis compañeros, en algo positivo. Hoy mi cuerpo es mi herramienta”, enseña. Y enseña por qué es tan importante impulsar la opción de la enseñanza democrática del deporte para todas las nenas y las adolescentes: “No nacimos todos en un mismo molde. Por eso trato de servir de ejemplo a las chicas que pueden estar en algo parecido a lo que me pasó a mí en la secundaria, para que no dejen que esos comentarios las aplasten cuando tenés apenas 15 años”, dice la lanzadora de martillo que, desde hace tres años, se ubica en el ranking de las mejores diez deportistas de su especialidad según la Federación Internacional de Atletismo.
Pero su ubicación no es sólo numérica. También es geográfica. A pesar de vivir a medias entre Argentina y Estados Unidos, ella entrena en Buenos Aires –donde ahora hay mejores condiciones económicas para las deportistas profesionales, según relata, más allá del sostén que representaron, en sus primeros pasos, sus padres– e integra la delegación argentina más que como patriada porque dice que no podría representar otra camiseta. “Me siento ciento por ciento argentina y lo sentiría como una traición a mí misma”, sintetiza. “Además, allá hay mucha competencia. Tampoco es todo tan sencillo”, desmistifica. Aunque también valora que el nuevo impuesto a la telefonía (del 1 por ciento por cuenta) les permitió a los deportistas contar con una beca, obra social y mayor apoyo para los viajes de competencia. Con orgullo, a punto de iniciar uno de esos viajes, se saca fotos con su ultramoderno iPad 2 de Apple –ya que es fanática de la tecnología– desde el Cenard, en Núñez, su lugar de entrenamiento, que tiene una combinación de mística histórica –en terreno de carbonilla daba sus agigantados pasos su mamá– con remodelación, para servir de trampolín a atletas como ella que señalan su jaula de lanzamiento y, también, su sensación de libertad. “Es muy difícil explicar qué se siente con el lanzamiento de martillo, hasta mi abuela me lo pregunta. En cada vuelta vas girando más rápido, estás como bailando con el descontrol y, en el momento en que te vas a desbordar, sabés que tenés que lanzar y vos volar con toda esa energía”, lanza.
Pero va a lanzar mucho más en Londres 2012, que se podrá ver por la Televisión Pública y también por Internet en el portal de Terra –que además patrocina a Jennifer– y va a trasmitir en vivo y en directo todas las competencias de los Juegos Olímpicos, en 36 canales, durante 4760 horas, con la novedad de que cada competencia se podrá vibrar no sólo desde las vidrieras de las casas de electrodomésticos sino también en los celulares y las computadoras. Si la definición es HD se van a notar sus ojos claros remarcados en rimmel, sus perlitas clásicas y su piercing más rebelde en la nariz. Su combinación de fuerza y sutileza, su manejo de la energía. Una energía que muchas veces se les niega a las nenas a las que no las dejan jugar al fútbol en el colegio. A ella sí. Nació en Buenos Aires, a los dos años vivía en San Pablo, Brasil, y a los cuatro en Houston, Estados Unidos. Allí, sin problemas, a partir de los cinco pudo patear una pelota. “Acá tenés fútbol o rugby para los varones y hockey o voley para las chicas”, diferencia. A los 15 su rito más importante no fue de tacos y cintitas sino de lanzamiento de martillo de la mano del entrenador Andrés Charadia, en el Cenard, el mismo predio que ahora la ve profesional y al que ella iba en tren desde San Isidro.
El le abrió este juego. Y ella se abrió a casi todos los deportes: jugó al básquet, al softbol, al voley, al tenis y practicó natación igual que sus dos hermanos –Paul y Sabrina–, que este año, por primera vez, la van a acompañar a unos Juegos Olímpicos. Sin embargo, su historia no es la de una primera vez en la familia. Su mamá, Irene, fue pionera entre las mujeres que llegaron a los Juegos Olímpicos en atletismo.
En el 2001, su mamá y su papá se volvieron a ir a Estados Unidos. Ella viajó y terminó, en el 2008, un profesorado de Literatura (en inglés) en la Universidad de Georgia, donde estuvo becada como lanzadora de martillo (en un país que tiene normas para la equidad de género en las subvenciones que estimulan el deporte universitario). “Yo fui becada para lanzar martillo y eso me permitió estudiar y competir a un alto nivel: las dos cosas juntas. Allá se estipula que tienen que existir la misma cantidad de becas para mujeres y varones. Por eso, si una universidad tiene un equipo de fútbol americano que son ochenta becas para varones, van a tener equipo de gimnasia, de fútbol de mujeres y más becas en atletismo femenino que masculino; las becas son balanceadas”, explica.
Ella no sólo es una de las deportistas con más chances –aunque prefiere ir paso a paso–, sino que también es segunda generación olímpica femenina. Su mamá competía en 100 metros en atletismo –en una pista de carbonilla que señala con sus ojos claros apenas unos pasos delante de donde ella entrena– y fue a los Juegos Olímpicos de 1972 con sólo 16 años. Hoy es ama de casa. Pero nunca dejó de ser una jugadora olímpica. “Uno no va a un juego olímpico. Uno es olímpico por el resto de su vida –define–. Es un vínculo que pocas madres e hijas comparten.”
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