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Viernes, 1 de agosto de 2003

ENTREVISTAS

Ligera de equipaje

Florencia Peña no se apega mucho a nada. No se apegó a la delantera que le dio el sobrenombre de Pechocha, y se sacó lolas. No se apegó a la ropa interior, y su escena en “Disputas” con Damián de Santo hizo hablar a medio mundo. No se apega al dinero, que invierte en espectáculos que produce. Y tampoco se apega a las buenas costumbres, que se saltea cada vez que puede en “El show de la tarde”.

Por Marta Dillon

A las dos de la tarde cualquier lugar nocturno pierde su encanto. No es diferente con la casona que la ficción de “Disputas” convierte en prostíbulo: no hay glamour en las banquetas de cuerina roja, demasiados cables traban los tacos de las chicas que se transformarán en prostitutas y el cerco de neón, aún encendido, es inútil para señalar la barra. Se ve perfectamente. “Las dos de la tarde y yo con este batido”, dice Florencia Peña al toparse con un espejo. “Y con este maquillaje”, masculla esponjándose el batido. Al fin y al cabo, lo último que hay que perder es la hidalguía. Además, ella no está contada entre las cosas que pierden su hechizo con la luz del día. Acaba de comerse un asadito en la vereda junto al resto del elenco, con el escote pudorosamente cubierto por un chal blanco, chal que se pondrá y se quitará varias veces dando cuenta de que no hay nada que extrañar de esa vida antes de la operación por la que siempre, pero siempre, siempre, le preguntan. Y hay que decir que sólo la locuacidad de esta actriz de 28 –”baqueteados”, según sus propias palabras– salva a la cronista del lugar común:
–No le doy la teta a mi hijo porque no tuve casi leche. Cuando te sacan, al cortar conductos es posible que se corten también salidas de leche. Y sí, esto lo sabía cuando me operé, podía ser que sucediera o no. Como que podía ser que perdiera sensibilidad o no. No se sabe a priori y estaba convencida cuando tomé la decisión. Ahora no me perturbó para nada. Le di dos meses y a veces todavía la usa de chupete, pero como Tomás siempre necesitó complemento de mamadera, no me rayé por dejar de darle.
Si su vida no fuera pública, si su embarazo no se hubiera visto en la tele hasta las primeras contracciones, nada permitiría presumir que esta chica poco amante de los eufemismos parió hace poco más de tres meses. Mucho menos entre quienes vieron esa escena con Damián de Santo en la que ella –convertida en Majo– descubría delicias en la ocupación de prostituta. El palomar de los programas de chimentos se agitó con esos minutos calientes en la televisión abierta, mucho más calientes que cualquier película de porno soft de las que se ven haciendo zapping los sábados a la noche. Que si era verdad o ficción, que cómo podía ser que hiciera semejante cosa estando recién parida, que buscaba rating.
–La escena con Damián fue muy graciosa, también el debate, me pareció una pelotudez atómica. Yo la volvería a hacer sin dudarlo. Me divirtió, me gustó y mirá si la habremos hecho bien que la gente pensó que estábamos cogiendo de verdad. ¡En realidad estábamos medio vestidos! Además somos dos actores con trayectoria, no es que lo hizo una pendeja pensando en conseguir un bolo más, somos quienes somos, hace mil años que laburamos y te puede gustar como actuamos o no, pero somos actores.
–¿Qué cree que fue lo tan perturbador de esa escena?
–Creo que fue una cuestión de actitud lo nuestro. Porque no es lo que se vio, a mí apenas un cachete, no se me vieron las tetas y sin embargo fue hot. Lo bueno es que no fue pensada muy erótica, al menos con los supuestos del erotismo, eso de la mano en el hombro, el bretel que cae, etc. Fue hecha pensando en cómo uno coge en la vida real. Y no sé si uno tiene tantas ganas de ver eso. Es un poco privado.
–¿Y cómo le resultó verse?
–Y... fue difícil verme. yo pensaba ¿pondré esas caras? ¡Dios mío, fue como haber ido a un telo y mirarme en el espejo! Me puse rara en el momento siguiente, pero la defiendo a muerte a la escena.
–¿Y al programa?
–Mirá, creo que hay algo que no se puede obviar y que son las actuaciones. Desde los protagónicos hasta el papel más chico están hechos con un gran compromiso. Uno puede decir que a “Disputas” a lo mejor le faltó contar una historia un poco más... entendible. Pero Adrián (Caetano) cuenta así. El programa mutó a una cosa desopilante, pero también creo que se ensañaron, no se lo puede criticar como si fuera trucho.
–¿Como te cayó cierta sorpresa por tu imagen tan sexuada poco después de haber tenido a tu hijo?
–Hubo una cosa con eso que no sé de dónde salió. Pero es como todo, el hecho de ser personas públicas hace que nadie sepa cómo somos (n. de la r.: actores y actrices) pero que haya mil versiones de lo que somos; y cada uno desde su punto de vista, su educación y sus prejuicios, intenta armar una imagen de vos. Hay gente que dice que después de ser madre una debería tener otra imagen. Pero no me importa, tal vez cuando mi hijo sea más grande tendré cuidado para no joderlo. Pero él tiene esta madre, es la que le tocó, para algunas cosas será una suerte, para otras no tanto. Además yo siempre me sentí divina tanto con mi embarazo como después. Adoraba mi panza, me erotizaba mucho tener un hijo adentro y una panza gigante como la tenía, divina, me sentía linda, no engordé demasiado...

Mi actriz, mi niña interna
Hay una rara dicotomía en su discurso: por un lado dice que su trabajo es algo más que eso, “es mi manera de expresarme, no siento que tengo una profesión, es más allá, es una pasión. Lo que uno hace habla de uno y lo que hago es lo que soy”. Sin embargo, se refiere a esa manifestación de su ser sobre las tablas o delante de las cámaras como “mi actriz”, como si se tratara de alguna criatura independiente a la que hay que alimentar. Algo que parece ligado a ese discurso de la new age y que desarma los atributos de la personalidad en arquetipos. Y no sólo parece:
–Es que yo creo mucho en mi niño interno.
–¿Quién sería ese niño?
–Es conectarse con el juego, disfrutar de las cosas sin miedo al ridículo, sin temer a la censura. Por eso me gusta trabajar para los chicos. No porque yo quiera ser la reina de los bajitos, me han ofrecido muchas veces y dije que no, pero me conecta con mi actriz, con mi niña, que están ligadas. Soy así en mi vida. “El show de la tarde” –que hace en Telefé con Marley– tiene que ver con eso. Si yo pensara en la ridiculez no podría hacerlo. Lo hago con convicción y no hay mejor cosa que hacerlo así. A mí no me divierte ser vedette pero me mata cuando veo una mina que elige eso y se mete de lleno. Porque lo que te destruye es la contradicción, eso de ser vedette pero en realidad querer hacer teatro serio.
–Pero vos has hecho cosas muy distintas, desde dramas hasta comedias musicales y obras para chicos. Desde humor hasta producción de espectáculos.
–Y es que no me imagino haciendo otra cosa, por ahí armando proyectos, escribiendo, dirigiendo puede ser, pero no puedo decir o hablar de “la carrera”. Soy una apasionada y hago todo al mismo tiempo, no estoy en ningún lugar, me gusta cantar, me gusta bailar y hago comedia musical, puedo hacer humor y puedo producir. Todo con el mismo compromiso.
Lo cierto es que Florencia Peña ha llegado a hipotecar su casa para poder producir el espectáculo que quería hacer. Se ha encerrado lejos del público cuando la fama –masiva después de aquel programa de Canal 13, “Son de diez”– se colaba por debajo de su puerta. Se quitó más de medio kilo de carne de cada teta cuando todo el mundo la conocía como La Pechocha (un alarde de picardía porteña que –más allá de la popularidad perdida– hizo bien en despreciar). Fue capaz de ponerse bigotes para ser la fea en “Poné a Francella” y de hacer de varón en “Chabonas”, el primer y último programa de humor hecho íntegramente por mujeres. Si no fuera por ese currículum se podría decir que el “niño interno” de Florencia Peña habita en la superficie. Pero no hay manera, nadie que no haya madurado lo suficiente podría mirar sobre su hombro ese camino recorrido. Claro que todo tiene sus pros y sus contras. Del lado de los últimos ella anota la “baqueta”, o esa forma de nombrar lo sufrido, más cuando deja huella en el cuerpo.
–Yo sufrí mucho cuando quedé en ese lugar de chica sexy, por eso lo menciono siempre. Me trababa, nadie me llamaba para hacer cosas interesantes. Pasó que yo dejé que suceda algo... Hablo en plural por mí junto con la prensa porque en un momento mi carrera era muy mediática, yo era muy famosa y habíamos puesto la lupa en una sola zona. Ellos necesitaban eso de mí, y yo no supe cómo oponerme. Después el lugar lo ocuparon otras, siempre están necesitando una lolita. Y cuando me pasó era muy chiquita.
–¿No te da un poco de pena lo que les sucede a esas supuestas lolitas?
–Y yo las veo ahora y siento que tienen que hacer su camino. A mí me dolió, pasé días enteros encerrada llorando porque se me iba de las manos. Me acuerdo de tapas en Gente en la que ponía trompita, mostraba el escote y decía “no quiero ser una sex symbol”.
–No hubo manera de manejarlo.
–Lo que pasa es que trabajo desde los seis años y mi crecimiento fue ante la gente, una va creciendo para el afuera. Y ya la adolescencia es un momento complicado interno, en tu ánimo, que la exposición pública complica más todavía. De pronto soportaba el morbo por una chica de 16 a la que le salen tremendas tetas cuando todavía iba al colegio sin entender qué me había pasado, y era como una pelotuda atómica.
–No tanto si pudiste resguardarte.
–Qué sé yo, soy pelotuda y soy inteligente, a veces informada y a veces desinformada también. De hecho una actriz tiene todas las herramientas dentro. Lo que sí es que tuve una crisis muy grande.
–Y entonces decidiste operarte.
–Sí.
–¿Te gustaban tus tetas y las sacrificaste para que dejen de mirarlas?
–No, la verdad es que las odiaba. Era un inmenso tetamen bajo mi nariz con una mirilla, en el medio. Soy demasiado petisa para semejante carga. Además en este país es así, siempre lo hablamos con Julieta (Ortega, que también redujo su busto), si tenés tetas grandes nadie cree que sos buena actriz.
–¿Eso de ser tratada como una sex symbol a los 16 afectó tu sexualidad?
–Cuando fue la gran fama ya estaba baqueteada. Nunca tuve la edad interna de acuerdo con la cronológica. No tengo los 28 de una ingeniera agrónoma, que fue a la universidad y tuvo novios normales, yo soy como una volada.
–Pero ya habías tenido tu primera vez.
–Sí, claro, cuando tuve mi primera vez no era tan famosa pero sí trabajaba en la tele en un programa con Ledo que se llamaba “Nosotros y los otros”.
–¿La tele ayudó?
–¿Qué, ser famosa para coger? No, con las mujeres es diferente. Yo soy muy romántica además, necesito que me hagan toda una historia, no alcanza con que esté lindo.
–¿Y cómo fue ese debut?
–Fue con un chico que vivía a dos cuadras de casa. Salimos como un año y el me lo planteaba y yo nada, hasta que, bueno, pasó. Lo malo es que él después me dejó. Fue horrible, repetí segundo año por eso. Además iba a un colegio católico, era la primera que había cogido, un horror. Se rumoreaba por los pasillos “¿viste que Florencia Peña...?”, con esas risita de mujeres solas. Iba al Mater Dei, era todo mucho. Yo no lo conté pero se corrió la bola. Era una tortura esa escuela porque aun cuando era re famosa, me pedían que tome distancia con el brazo extendido. Para mí era esquizofrénico. Yo en la cresta de la ola y me decían que extienda el brazo. ¿Qué les pasaba? O me ponían amonestaciones porque no llevaba una nota firmada por mi mamá, una pelotudez. Estaba un poco quemada, la verdad.
–¿No tenías esa fantasía de chica católica que si le entregabas eso a tu novio te iba a dejar?
–No, pensé que se iba a enamorar de mí perdidamente. Pero parece que no le gustó. –¿Y a vos?
–A mí tampoco, se coge horrible la primera vez, pero con el tiempo empecé a remontar con los hombres. Viste que a coger una aprende. Creo que ahora estoy bien, recién ahora, mirá. Hay algo de la desinhibición que ayuda mucho. Y vuelvo a mi niña interna, me encanta jugar en ese ámbito también, el juego me mantiene viva. Me disfrazo, como en la propaganda.

Divina impunidad
Cuenta la historia que después de la famosa operación vino el ostracismo, ya no era la margarita de los que querían verla vedette y aunque nunca se despegó del todo de La Pechocha –aún la siguen llamando así por la calle–, nada le causaba más espanto que ese personaje. ¿Qué hizo entonces Florencia Peña, además de engordar unos cuantos kilos? Invirtió todo lo que había ganado en su vertiginosa carrera en producir sus propios espectáculos para niños –”porque era lo que quería hacer, porque yo desde chica canto y bailo y era una manera de aplicar eso”–, donde las heroínas podían ser gorditas y seguir soñando sus mejores aventuras.
–Cuando empecé a producir mis propias cosas pude cagarme en lo que la gente pensara de mí. Y lo cierto es que los mismos que me defenestraron hablaron bien de mis trabajos y ahora soy una actriz. Te puede gustar más o menos pero soy una actriz, el juicio es subjetivo, lo concreto es que soy una profesional capaz de hacer drama o humor.
–No sólo sos más que esa sex symbol sino que además tuviste que demostrar que sos dúctil, ¿te sentiste un poco exigida?
–Creo que eso ya pasó, pero sí, si sos más o menos linda parece que tenés que demostrar que no sos boluda. Yo me banco las diferentes cosas que hice, no trato de armar una estrategia, hago lo que me gusta. No podría decir voy a hacer teatro serio y entonces dejo el teatro para niños. Lo que me gusta lo hago, me gusta el humor y lo hago, hice cuatro capítulos de “Tiempo Final” también y eso es lo que me divierte. No trabajo para el prestigio, trabajo para mí.
–Sin embargo, más de una vez dijiste que tomaste trabajos en la televisión para poder producir lo que querías.
–Una piensa “voy a hacer esto que me puede dar aquello”, pero lo que quiero decir es que no es una cuestión de imagen. Yo siempre digo que gané poca plata en muchas cosas que hice pero sabía y sentía que lo tenía que hacer.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo todas o casi todas las obras de teatro que he hecho. Cuando me llamaron para hacer “Poné a Francella”, parecía que no me iba a aportar mucho y sin embargo fui nominada como mejor actriz para el premio Clarín. Aunque venía de hacer “Chabonas”, que también era de humor, era algo más chiquito en América, de bajo perfil, al estilo de “Todo x 2 pesos” y ganaba 2 pesos. Pero me dio placer y lo volvería a hacer.
–¿Por qué crees que no funcionó ese programa de humor hecho íntegramente por mujeres?
–Puede ser por un poco de prejuicio y porque no le dieron bola al proyecto. Pero no creo que sea una máxima, eso de que el humor hecho por mujeres no funciona. En todo caso, me parece que no se animan los productores. Pero yo voy a hacer algo mío. Con un productor esta vez. Un programa en el que esté en un lugar no de capocómica porque me parece horrible la palabra, antigua, pero algo así. A mí el humor me sirvió mucho, me exorcizó, yo no me critico, me río de mí. Y me encanta hacer de tonta, como la Majo de “Disputas”.
–De alguna manera parece que estuvieras haciendo justicia con aquella niña que parecía tonta en las revistas.
–Puede ser. Cuando hice una obra de teatro, Desangradas en Glamour, yo tenía que construir mi personaje como un arquetipo de mi imagen pública. Y fue buenísimo porque revisé de otra manera todas esas notas que mi mamá tenía guardadas.
–Y ahora te toca ser la partenaire de Marley, que es el prototipo del tonto.
–Sí, pero bien que se ha montado una empresa con esa imagen. Mientras yo le digo que es tonto él tiene su productora, su mansión, sus autos. No es ningún boludo. Pero nos divertimos mucho en “El show de la tarde”.
–En ese programa se han escuchado cosas increíbles, como a vos, con una panza de ocho meses, diciendo que tenías los labios así de tanta succión, haciendo gestos más que elocuentes.
–Sí, es verdad, somos muy mal hablados, muy groseros. ¿Y podés creer que nunca nos dijeron nada?
–¿Ni un apercibimiento de los gerentes del canal?
–Nada, jamás. Es la impunidad que yo digo que tenemos. Yo siento que soy un poco impune, te lo digo en serio. A mí me siguen mucho los chicos, por ejemplo, la última obra que hice el año pasado, Alicia Maravilla, fue un éxito. Y no sé por qué. Hago de todo y sin embargo me aman, las madres, todo. El Comfer no nos escucha, es increíble la impunidad que tenemos y está bueno.
–¿Esa sensación de impunidad hace que no midas los riesgos?
–No sé, es una fortuna, eso puedo decir. Porque más allá de todo una se siente querida, creo que de ahí viene la impunidad. En cuanto a los riesgos, los he corrido y los seguiré corriendo, pero no tienen que ver con lo que digo en la tele.
–¿Qué es lo más riesgoso que hiciste en tu vida?
–Hipotecar mi casa para producir una obra de teatro. Y la hipotequé varias veces. Y también poner El Gran Lebowsky, un restorán teatro en el que laburé dos años como una negra con otros amigos actores. Cuando nos cerraron el teatro para mí perdió un poco de sentido. Pero fue uno de los proyectos más lindos, también lo volvería a hacer. Porque el generar tuscosas es una puerta que se abre y no se vuelve a cerrar jamás. Hay un miedo que hay franquear, después todo vuelve.
–¿No te asusta tener problemas de dinero cuando parece que lo tenés todo resuelto?
–La verdad es que siempre tuve problemas de dinero, siempre invierto lo que gano. Es verdad que quizás ahora estoy mejor, me estoy pagando la casa, vivo sin grandes lujos pero bien. No sé cómo será el futuro, pero por ahora quiero sentir que no le va a faltar nada a mi hijo.

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