SOCIEDAD
Aprender a emprender
Inés Arribillaga es una psicóloga que creó el sitio “Emprendedoras en Red”, dedicado a microemprendimientos de mujeres. En esta nota analiza la actitud que lleva a alguien a emprender algo, desde un negocio hasta un pequeño cambio de su vida cotidiana.
Por Sonia Santoro
Levantarse de madrugada si lo habitual era hacerlo al mediodía. Cambiar de marca de cigarrillos. Empezar a saludar al vecino. Anotarse en un curso de diseño de interiores. Dejar de consumir drogas, alcohol, cigarrillos. Separarse. Casarse. No controlar el color de calzoncillos que se pone el marido. Abrir un negocio de muñecas peponas. Retomar la pintura. Llamar a alguien desinteresadamente. Inscribirse en la facultad. Empezar algo nuevo puede ser un placer. Sea nimio o trascendente. Para algunos es parecido a enamorarse: no se come, no se duerme, se trate de lo que se trate, se piensa sólo en eso y se tiene una energía desbordante. Nadie dice que es fácil.
“Toda movida de algo que quieras hacer es difícil, siempre implica mover alguna estructura de algo que tengas armado. Hay gente a la que le da tanto pánico que prefiere no hacer nada. Tenés que darte una oportunidad de hacer algo que nunca hiciste, puede ser muy entusiasmante”, dice Inés Arribillaga, psicóloga, que dirige Emprendedoras en Red, un sitio en Internet dedicado a los microemprendimientos –económicos, artísticos, sociales o culturales– de mujeres.
Después de la crisis que hizo explosión en diciembre de 2001, en que empezaron a reproducirse como conejos los emprendimientos de toda clase y tamaño, la palabra emprender parece estar terminando su cuarto de hora. Ha nombrado tantas cosas que ahora parece no decir nada; amén de que quedó reducida a su noción económica. Sin embargo, quien ha protagonizado alguna vez un emprendimiento personal, sabe de lo apasionante que puede ser el asunto.
Un emprendedor es una persona atrevida, dice el diccionario. ¿A qué debe atreverse para llevar adelante su empresa? “A tener una confianza muy fuerte en sí mismo para no depender de la aprobación de los demás. Las mujeres todo el tiempo estamos pidiendo que nos chequeen y nos aprueben”, dice Arribillaga, que desde los ‘90 ha coordinado grupos de emprendedores.
Mucha confianza y algo más necesitó Lía para hacer el secundario a la par de sus hijos: “En la familia se crea un conflicto porque a la hora de la cena no estás. Es difícil. Quieren que estudies mientras no dejes de hacer todo lo que hacías. Y los de afuera: el que estudió te felicita y, el que no, te critica porque no quiere superarse”, dice.
¿Existe el momento del click para que la persona decida empezar? Arribillaga dice que en algunas personas sí. “Es como un éxtasis, es lo mismo que el enamoramiento; esa sensación de que ahí podés encontrar lo que estabas buscando: no podés dormir, te quedás pensando, te vas metiendo más y más”, describe la psicóloga, acostumbrada a lidiar con mujeres que intentan empezar de nuevo por distintos motivos: porque toda su vida fueron amas de casa y quieren empezar a trabajar; porque se divorciaron y quieren hacer cosas nuevas; porque fueron despedidas de su empleo seguro y encontraron en un hobby de la adolescencia una nueva manera de salir adelante; y también porque estaban insatisfechas con su vida entera hastaque empezaron a definir qué cosas en realidad querían cambiar y con cuáles estaban bien como estaban.
Lía tuvo que pasar por varios clicks hasta tomar la decisión. Primero se dio cuenta de que ya no podía ayudar a su hijo en las tareas de la escuela, porque no sabía de qué hablaban los profesores. Después empezó a sufrir cada vez que tenía que ir al banco porque no entendía ni los formularios ni el cajero ni los trámites. Entonces, se decidió. A los 40 empezó un curso de computación. Y al año siguiente se anotó para hacer el secundario. Lo terminó el año pasado, con 45. “Tenía muchas expectativas pero tenía miedo porque hacía 30 años que había dejado y fue empezar de cero. Al principio se sufre y cuando empezás a ver cómo aprendés te enganchás. Para mí fue un orgullo terminar porque siempre está el miedo de que no puedas llegar hasta el final”, cuenta esta ama de casa, casada y con dos hijos adolescentes. A Lía la entusiasmó y la sigue entusiasmando empezar algo nuevo. “Este año me lo tomé sabático pero el año que viene veré qué hago”, dice.
Hay que conocer algunas cosas de uno mismo para poder lanzarse. El recorrido es incierto. De un deseo viejo, oculto, se puede caminar hacia un proyecto estimulante. En términos psicológicos, dice Arribillaga: “La persona tiene que saber dónde está su frustración. Si está en su tiempo libre, tal vez tiene que hacer un curso y listo. Hay gente que no se anima a ir sola a un lugar a empezar algo, le da mucho miedo salir de un ambiente porque no sabe con qué se va a encontrar”.
Armando es un hombre de 55 años que desde los 45 vive de rentas. En esos diez años empezó a dormir la siesta todo el día, a desvelarse de noche y a sufrir presión alta. Hasta que, este año, algo ocurrió: tuvo una idea. Prácticamente, no tuvo tiempo para dormir desde ese momento. La idea era que podía montar un negocio enseñando a conducir. En estos días está averiguando si una persona de 68 años puede sacar la licencia de conducir. Es una de sus últimas alumnas.