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Viernes, 1 de agosto de 2003

CINE

Una película chiquita

Ana Katz es directora de cine y está nerviosa: faltan unos días apenas para el estreno de El juego de la silla, su ópera prima, en la que también actúa. Ya viene premiada y con buena estrella.

Por Soledad Vallejos

La película es chiquita, porque es un grupo de personas que está la mayor parte del tiempo en una casa. Yo creo que es chiquita, como una cajita, pero el tema es que nos pusimos con un microscopio diciendo ‘acercá, acercá, acercá más’, para tratar de ver el minimalismo de una casa, para descomponerla”, se deleita Ana Katz. Faltan apenas seis días para que finalmente se estrene (el jueves próximo) en la Argentina El juego de la silla, la película que empezó como un cuento, mutó en obra de teatro fílmica y terminó por convertirse en ópera prima (en la que ella misma actuó) para pasear por festivales internacionales y llevarse, en el camino, más premios (mejor ópera prima en Toulouse, premio del público en Lérida, premio a la posproducción de Casa de América), reconocimientos (dos premios a la actriz protagónica, Raquel Bank, y una mención especial del jurado en San Sebastián) y risas de los que ella hubiera imaginado cuando tenía 24 años y empezaba a embarcarse en esto. Veintisiete años de andar por el mundo con esos rulos larguísimos y unos ojos inmensos son los que acompañan ahora a Ana para ofrecer al público un día en la vida de los Lujine, un grupo de personas con palabras y comportamientos tan pero tan reconocibles que tienen el don de convertir en objeto de estudio precioso a algo tan cotidianamente obvio como la familia. Directora más o menos novel (tiene, en su haber, un par de cortos), docente en la misma Universidad de Cine en la que se recibió, actriz enamorada de los ritmos del teatro desde que tuvo sus primeras clases a los 10 años, más que una chica inquieta, Ana parece ser esa mirada capaz de manejar una precisión exasperante a la hora de borrar clisés de un plumazo para dejar aflorar lo que mejor la define, y define a El juego...: esa extraña, ácida combinación entre lo aterrador y lo delirante.

Una familia tremendamente normal
Hace algunos años, Víctor, el hijo mayor se ha ido, trabajo en una empresa importante mediante, a vivir a Canadá. En Buenos Aires quedaron la madre, una hermana empleada como telemarketer, un hermano adolescente con paciencia infinita y una hermana más pequeña, demasiado atribulada por lo que las hormonas empezaron a hacer con ella como para poder preocuparse por el mundo. Por un día, él regresará, y es entonces cuando los pequeños rituales domésticos que empiezan a asomar van mostrando, lenta, pesadamente, cierta carga de amor del asfixiante que puede fundar a una familia.
–¿Por qué elegís hablar de la familia?
–A mí lo que me gusta de la familia es que es gente que está junta por circunstancias, porque uno es hijo de otro, hermano de otro, que viven juntos y cada uno tiene funciones y roles muy precisos sin notarlo. Lo que me parece gracioso es que uno crece en un entorno, creyendo que eso es lo normal, lo familiar, lo conocido, pero después crecés un poco y te das cuenta de que cada familia es un mundo, ¿no? Por ejemplo, en mi casa, cuando era chica, cada tanto había un día de comer sandwich, y para mí era como una fiesta el día de comer sandwich. Después me di cuenta de que no era una comida elaborada, y que no en todas las familias había un día decomer sandwich, o que no todas las familias comían chickenitos. No todas las familias hacen eso, ni dan los mismos paseos, cambia eso, cambia cómo se regala en Navidad, cómo se come, cada uno en su habitación o todos juntos, o si se comparte ropa. Hay muchas cosas que tienen que ver con la convivencia que generan situaciones únicas, muy personales, que establecen una dinámica muy compleja en funcionamiento. En ese sentido, es como un pequeño ejemplo, una célula de coherencia autónoma, que después podés ver en otros niveles, en la sociedad, en el país, en una cultura. Son cosas que se repiten y en un momento te preguntás por qué eso es así, como si de pronto viniera de nuevo la edad del porqué, y la cedés al mundo familiar, ¡y está lleno de por qué esto, por qué lo otro! Me interesaba mucho ese mundo, más que muchos otros, creo que había mucha observación acumulada de eso, sobre muchas familias, porque es algo que me lleva siempre la vista. Me interesaba el estudio sobre la obviedad familiar, sobre los lugares comunes dentro de una familia.
“Observación acumulada”, dice Ana, es ese espíritu de curiosa inquebrantable capaz de adorar sin pestañear álbumes de fotos familiares ajenos, anécdotas domésticas oídas al pasar, familias paseando por las calles, escenas propias, pero sobre todo ajenas, que fueron nutriendo esas preguntas y esas frases de los personajes de El juego... capaces de resonar en la memoria de cualquiera. Y es que, en el mundo de los lazos sanguíneos según Katz, la familia puede ser ese lugar aterrador donde una madre fue capaz de desempeñar mil roles a la vez, de disimular la ausencia de un padre que se intuye inexistente aunque se desconozcan los motivos, de atender todos los deseos de cada uno de sus hijos, pero siempre y cuando esa realidad que pretende construir se acomode a sus deseos sin chistar. Es ella la que previó la cena de bienvenida, el arreglo personal de cada uno de sus hijos para que el mayor los vea impecables, y la que, orgullosa de que cada uno en esa familia sea “un poco artista”, propicia que una de sus hijas haga una demostración de sus dotes de guitarrista, que la otra baile, que todos escuchen cómo ella recita por enésima vez un poema sobre el amor y la vean dar algunos pasos de danza clásica. Es ella, también, la que se encarga de ahuyentar todo posible aburrimiento con un programa impecable: canciones grupales, temas de conversación programados, viejos juegos infantiles. En ese abrazo que asfixia, el mundo exterior apenas puede influir, llevarse lejos a un integrante, endurecer las cuentas del súper, pero nunca ejercerá un poder mayor sobre sus dinámicas. Hay un decoro, una imagen, un modelo que preservar (“Yo quiero llegar digna!”, grita la madre, espantada, a su hijo menor cuando él le propone, en una escena desopilante, viajar hasta Ezeiza en colectivo) del horror del mundo.
–En esta familia, lo que pasa de particular es que ellos luchan contra el afuera, pero representado a través del tiempo. De esta mujer, la madre, lo que más me llama la atención es la lucha que tiene contra el tiempo, que es la pelea más triste, patética y perdida de antemano que podés hacer. Eso se ve todo el tiempo, y me llama mucho la atención ciertas mujeres que vos ves empeñadas en conservarse o conservar una animosidad de otra edad, no por más ánimo sino por diferente, que es una exigencia brutal y no te lleva a ningún puerto. Todo el tema de que ellos jueguen al juego de la silla, las canciones, que corran, que canten, son todas intenciones de traer al presente, de mantener vivas escenas ya muertas y enterradas en el pasado. Creo que, por otra parte, ésa es la enfermedad de esta familia, que tiene esa madre tan absorbente que logró que el mundo de afuera no entrara mucho. Es como cuando uno sueña un sueño hermoso, idílico, que uno se despierta e intenta repetir y es imposible. Es imposible porque ya pasó, y es imposible porque era una cosa particular de ese momento.
–La escena en la que la madre los obliga a cantar las canciones y los dirige recuerda mucho a “La novicia rebelde”, pero con una carga de algo freak, muy retorcido, con un patetismo muy fuerte.
–Yo soy una fanática de La novicia rebelde, la he visto incontables veces, tengo el video y de tanto en tanto veo pedazos, siempre lloro y siempre me río. Yo sé perfectamente que no da para reír ni para llorar tanto, pero ésa es mi relación con esa película. Pero a la vez creo que la comedia musical es un género norteamericano, donde el baile, el canto, tiene que ver con alguien con pocos problemas. Eso, trasladado a una familia argentina, en esa situación, a esos personajes, puede pasar pero como algo muy fallido, como una audición que das mal, es como esa cosa expuesta, que a uno se le ve la hilacha, que todo el intento por parecer se desvanece. Es candidez, que a mí me produce mucha gracia y mucho asombro, porque ya no queda mucha. La candidez de La novicia... me fascina, pero es casi inentendible para un argentino o argentina. Pero me encanta la posibilidad de una novicia rebelde baqueteada, me parece una idea que expresa bien lo que a veces nos pasa. A veces, cuando nombro a La novicia... los críticos se quedan helados, pero en mi caso me parece que es un referente, más que cinematográfico, vital. De niña, yo fui a verla al cine Gaumont. Ahora estreno en el Gaumont. Y va a ser un incentivo aparte, porque para nosotros como equipo, después de tres años y medio, tener 800 butacas es como una sensación de “bueno, llegamos”, aunque todavía hoy no me lo imagino. Ese día va a ser como “¡no lo puedo creer!”, aunque hay mucha preocupación porque es una situación muy dura para el cine nacional independiente, que se hace sin publicidad, sin espacio propio, sin respaldo, sin avisos por televisión. Eso hace que el primer fin de semana en cartel defina todo, y justo es el fin de semana en que todavía no tiene el boca a boca, porque ésta es una película que necesita eso.

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