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Viernes, 29 de junio de 2012

Con la ciencia a otra parte

El 24 de mayo, la revista Veintitrés publicó un estudio del físico Mariano Sigman sobre la propensión de los hombres a mirar los glúteos y los senos de las mujeres bajo el título “Tetas o culos, el fin de un debate nacional”. Este suplemento reseñó dicho artículo por considerarlo sexista con la ironía que merece una propuesta más digna de una revista de humor que de una publicación que se pretende seria. Sigman, en este mismo diario, reconoció las críticas y buscó separar su investigación e intenciones del tratamiento mediático. A esa explicación, se refiere la investigadora del Conicet Laura Fernández Cordero.

 Por Laura Fernandez Cordero *

Las explicaciones de Mariano Sigman –director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires– en relación con la controvertida divulgación de uno de sus trabajos podrían parecer del tipo “no aclares que oscurece”. Sin embargo, esos párrafos con los que el investigador intenta disculparse y separar sus intenciones del montaje mediático que le propinaron en la revista Veintitrés son reveladores. Allí Sigman permite ver en claro lo peor del asunto. No tanto el tamizado fatal de una edición oportunista, no tanto comprobar que su trabajo era pasto para lo más berreta de la imaginería mediática femenina, no tanto verificar a qué niveles de sofisticación puede llegar el onanista vernáculo, sino demostrar cómo algunos supuestos sobre los géneros encuentran nuevas maneras de justificarse y reproducirse. Es decir, estamos acostumbrados a que los prejuicios campeen en la publicidad y en algunas producciones televisivas. Sufrimos a diario el autoritarismo con el que médicos y biólogos se empeñan en naturalizar sus opiniones. Ahora Sigman nos demuestra que, como era de esperar, en la neurociencia los prejuicios no sólo persisten, sino que se fortalecen bajo la pátina de una disciplina compleja y vanguardista.

Es evidente que cualquier investigador medianamente enterado de la cultura política que lo rodea sabrá andar con cuidado en el territorio de los géneros. Colectivos de mujeres, travestis, gays y hasta hombres heterosexuales comprometidos, han demostrado sus reflejos para denunciar el prejuicio y la discriminación. Debe ser por eso que los autores enfatizan “que la elección de este estudio de ninguna manera implica que estos dos rasgos sean los más relevantes o especialmente distintivos de una mujer” y creen necesario negar tres veces que la mujer sea la mirada del hombre sobre ella: “No pensamos eso, no creemos eso, no pensamos que este estudio suponga eso de ninguna manera”.

Sin embargo, la divulgación mediática en la revista Veintitrés y en el programa televisivo CQC indica todo lo contrario; ambos se solazaron en la objetualización corriente y la ilustración de las palabras del investigador con culos y tetas de laboratorio, para después concluir con un mensaje bienintencionado avalado por el propio Sigman: el indeseado imperio de las cirugías sobre el cuerpo de las mujeres. Dejemos de lado la cobertura mediática ya que es comprensible que la tentación de una entrevista televisiva y las artes de la edición puedan jugarle una mala pasada al investigador. Pero si nos atenemos al estudio en cuestión, nada puede excusar a quienes firman (Bruno Dagnino, Joaquín Navajas y Mariano Sigman) de su ceguera y su falta de inteligencia al momento de articular los interesantes despliegues de su ciencia, con la vida social y política que palpita en objetos de estudio como la percepción, la mirada, el lenguaje y la conciencia.

Contra los principios que el Pensamiento Científico del CBC se encarga de transmitir a los novatos, Dagnino-Navajas-Sigman dicen extraer su objeto de estudio de un extendido “debate folklórico”, en lugar de encarar un trabajo crítico que les permitiera construirlo en tensión y no en acuerdo con el sentido común de los géneros. Luego, utilizaron un diseño experimental que reposa sobre una cantidad de preconceptos que no se despejan porque los responsables digan que nada tienen que ver con su ciencia. Lo saben, pero lo hacen; bajo el aval de una universidad pública, con el lustre de una disciplina de cierta complejidad, con algo de escenografía tecnológica y con el aura de quien se mete con los misterios del cerebro, el experimento los hace repetir como loros de alta capacitación lo mismo que dice el término medio sexista: los varones son quienes miran, las mujeres son el objeto mirado, sobre el recorte de culos y tetas un hombre puede responder cuál es “la más bonita”, todos los que se anuncian heterosexuales lo son, las mujeres se embellecen sólo para los varones, los hombres responden al plano pornográfico al momento de evaluar un cuerpo femenino, los cuerpos deseables son los que la publicidad y la cirugía esculpen con photoshop y bisturí, etc.

Una vez obtenidos los resultados, estos investigadores que parecen escapar al delantal blanco aunque no a los vicios del cientificismo, arriban a una conclusión bastante pobre que generalizan sin pudor: el 60 por ciento de los argentinos (el porteñismo, otro supuesto reinante en el estudio!) son más culeros, para decirlo como los medios, o prefieren los glúteos, como indica el comunicado explicativo, o gustan más de los female buttocks, para decirlo en el idioma de los Archives of Sexual Behavior donde les publicaron su hallazgo.

La única autocrítica que ofrecen es el haber utilizado un lenguaje “chabacano”, sin notar o sin hacer el esfuerzo de pensar que en cada palabra se desnuda su propia percepción, las “prenociones” que los habitan, las miradas que los definen. Dagnino-Navajas-Sigman terminan siendo el mejor objeto de estudio de todo este embrollo. Y las conclusiones no son alentadoras. Podríamos decir que, para no generalizar, algunos científicos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires se animan a afirmar sin pestañear que “esa preferencia que aquí cuantificamos emerge de una compleja interacción de factores, la mayoría de ellos sociales. Nosotros no festejamos ni alabamos esto, simplemente lo explicitamos”. Incluso sentencian: “Decidir si corresponde dar crédito a este juicio trasciende el ejercicio de la ciencia y se corresponde con creencias, filosofía, política”. He aquí lo más alarmante: nuevas generaciones de científicos que gustan de bajar de sus torres de marfil reproducen la vetusta idea de que la ciencia trasciende su condición social, económica, histórica... política. Lo dicen como si eso los disculpara en lugar de evidenciar su vergonzoso desconocimiento del abecé de la epistemología crítica, para no hablar de las lecciones que dejó el siglo XX toda vez que la ciencia se declaró pura, neutral u objetiva.

Es valorable que Sigman se disculpe pero, se podría preguntar, ¿tanto ahondar en el complejo mundo neuronal, tanta neurociencia para esto? Las ilusiones ópticas y los experimentos serán vistosos pero, al menos en este caso, no hacen más que reforzar el imaginario que alimenta el sexismo, la simplificación del deseo masculino y la violencia sobre las mujeres. Y, tal como queríamos comprobar, de allí se sirven por igual los editores efectistas, los noteros vivarachos y los científicos desprejuiciados. l

* Investigadora del Conicet. Miembra del Grupo de Estudios Feministas, Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

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