Viernes, 14 de septiembre de 2012 | Hoy
ARTE
La artista plástica Alejandra Fenochio recolecta desde hace 15 años restos y deshechos en la Reserva Ecológica. De esa tarea, que describe como “inevitable”, surgió Silvestres vidrios brotaron, la instalación que presenta en Tecnópolis, donde convierte el residuo en joya, el escombro en vida.
Por Flor Monfort
Se define como recolectora antes que como artista. Conoce el orden de las mareas y dice que los materiales buenos hacen yunta. Los vidrios que brotan del espacio donde instaló esta especie de ciudad flotante parecen silvestres, pero además son llamativamente suaves, amables y nobles. Tienen luz, vida propia, se mueven, respiran, parecen hablar, bailan, rotan con la lentitud de la gravedad cero pero no están en la luna: son bien de acá, de este mundo, de esta época, de este país. Alejandra Fenochio junta el escombro que el río le devuelve a la reserva ecológica desde hace 15 años. Empezó con una lógica mecánica, sin preguntarse demasiado por y para qué, pero lo hizo con disciplina militante: sus hijos iban al colegio en Catalinas, ella los llevaba en bicicleta y cuando volvía pasaba por la reserva a hacer lo suyo. Volvía a su casa de La Boca con bolsitas, bolsillos llenos de esos escombros que para ella eran como golosinas. Se hizo amante de los colores flúo que le estallaban en los ojos cuando miraba los vidrios a la luz del sol. Verdes, blancos, rojos, turquesas (la figurita difícil), los vidrios son la estrella de esta ciudad inventada donde se adivinan conventillos repletos, casas de padres, madres y abuelas, esas que conservan la factura de principio de siglo. También hay resortes, cachos de paredes, ladrillos, pedazos de muñecas (una muy particular de cerámica que venía en huevos de pascua de los años ’30 y que encontró hace un tiempo, entera, en el mercado de San Telmo).
Es difícil describir este ecosistema formado a partir del residuo: mide 13 metros por 6 y Fenochio lo instaló en Tecnópolis sin un esquema fijo en la cabeza: fue tomando forma gracias a la arena y al metal y allí emergieron las lagunas, los planetas, animales, genitales, cabezas... o lo que una quiera encontrar en estas creaciones que, según ella, laten. Es un cosmos cargado de trabajo donde la lectura política no puede estar ausente: Buenos Aires, construida con materiales traídos de Europa con sus planos y planes, terminó demoliendo parte de esas construcciones, las tiró al río, volvió a construir en base a estos deshechos y ahora los vuelve a demoler. Un ciclo de destrucción y nueva vida se completa en esta isla flotante.
Cuenta Fenochio que cuando era chica se quedaba en la playa viendo lo que dejaban las familias cuando se iban. “Esto es un sueño de mi niñez, una fantasía infantil que yo tenía en la cabeza de trabajar con el deshecho. Si bien me llevó tiempo estaba adentro mío: soñaba que la gente se iba de la playa y yo me quedaba sola en ese paisaje, juntando las cosas que dejaban pero siempre en los márgenes, las riberas, las orillas”, dice. Le gustan y sabe de materiales porque con ellos trabajaba su papá, carpintero: se crió en un taller y de la nobleza del mármol y el hierro, conoce.
Como artista plástica ya es conocida. La arbitrariedad se permite porque Fenochio expuso más de quinientas obras en el Palais de Glace, pinturas que hizo del ’88 al 2009. También hizo un recorte de sus obras de pequeño formato del período ’93-’07 para el Centro Cultural Recoleta. Siempre grandes dimensiones, números, ambiciones enormes que talló con paciencia y el respeto del tiempo. Pintó horizontes de la reserva, desnudos, mundos chiquitos, retratos de amores, amigos y desconocidos con esa disciplina casi senil que ella llama persistencia sin sentido: “Todas las cosas que parecen no tener sentido son mejores”, dice. Nació un 1º de mayo, agrega como dato de su amor por la tarea y lanza una carcajada al viento de su mundo tan particular, un mundo que recreó con sonido y juegos de luces que hacen de sol y de luna. Dice que esa parte de la puesta es convencional pero coincide en que al lado de la extrañeza de sus criaturas genera un buen balance.
En 2003, cuando ya hacía años que juntaba, hizo un video donde muestra parte del proceso: en ojotas se lanza a su territorio oficiando de colador humano. Elige esos vidrios que son como piedras preciosas entre la mugre, los lleva a la casa, los separa por formas, tamaños, paletas. Después hace flores, plantas, el germen de lo que ahora es su isla encantada: esta ciudad salvaje que necesitó casi 10 años más para tomar su forma natural. “Nunca me pregunté cómo llegaron las cosas allá, no me interesa, yo voy y levanto. Cuando juntás no sabés por qué lo hacés”, dice como un mantra y cuenta que toda su familia juntó cosas durante todos estos años.
–No. Hace 19 años que vivo en La Boca y salía a pintar a las orillas del río porque hay algo de allí que me gusta pero la reserva siempre me fascinó, es un paisaje post nuclear total. Traía cosas a casa y las guardaba. Primero hice las florcitas (hace 12 años) con vidrios, después hice dos piezas que se rompieron y una cosa redonda que descubrí que tenía movimiento. Ahí me di cuenta de que estos seres tienen respiración propia. También hice en mi casa unos piletones de cemento y armé mesas a partir de pedacitos de pisos calcáreos. Cuando me convocaron, tenía todo guardado en cajas, muchas cosas tenían musgo así que hubo que limpiar con cepillo de acero una por una porque estaban en el jardín. Estuvimos meses con Fer, mi compañero, y Federico, mi ayudante, armando esto y no sé si volvería a trabajar con lo mismo porque yo no me repito, me aburro de mí misma, pero me parece que lo que emergió es hermoso.
Le hubiera gustado que esta ciudad silvestre se pudiera transitar tocando los materiales, pero varias roturas la hicieron desistir. Todo se ve desde una pasarela que también tiene lo suyo, una mezcla de museo de ciencias y escenografía de Ray Bradbury pero carnoso, potente, exuberante. La gente pasa de a grupos y se queda muda ante la oscuridad y los ruidos, una banda de sonido que creó Rodrigo Galand y que se fusiona con la puesta de luces: hay ruidos de pájaros, de animales que reptan y de agua que fluye; se van intercalando con los soles y las lunas de cada objeto, que Fenochio también llama cuerpos. “Fue una búsqueda pero cada uno tiene su identidad”, dice y nombra a la hidra, al ciempiés, el gliptodonte, la semilla partiéndose, el dinosaurio y el cangrejo.
Le gustaría montar la instalación en un container y salir de gira, llevarla por el país como una banda de rock. “Tengo un montón de amigos que me dijeron que dormirían acá y nosotros dormimos un montón de veces mientras armábamos”, dice y habla de su amor por los baldíos y las plantas locas que crecen en esas selvas con restos de cemento.
“Sufro cada vez que veo que tiran abajo un conventillo de mi barrio. Yo creo que en un momento hay que irse, hay que vivir intensamente y en un momento retirarse, así que antes o después me voy a ir de La Boca.” Tal vez la gira sea el comienzo de ese empezar a irse de su ciudad inventada.
Silvestres vidrios brotaron puede verse en Tecnópolis (pabellón de la Secretaría de Cultura). Más info: tecnopolis.ar/2012
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