Viernes, 14 de septiembre de 2012 | Hoy
ESCENAS
Con dos obras de calidad en cartel, el director y dramaturgo Mariano Tenconi Blanco muestra que la sensibilidad de género no sólo es cosa de mujeres.
Por Guadalupe Treibel
Para Mariano Tenconi Blanco, decir “la obra es una obra de actuación” es político; decir “no me gusta la realidad” es político; decir “yo creo en la ficción” es político. Su insurrección es un teatro que instale libertades, amor y discurso, que reniegue el statu quo y se plante con verdades y musicalidad. Lo hizo con Montevideo es mi futuro eterno, primera obra de su saga Canciones de amor para armar la revolución, donde –con humor entrañable– volvió sobre un episodio tupamaro, incurriendo en frases como “te amo tanto que quiero ser mujer, pero no cualquier mujer: yo quiero ser vos”. Y lo vuelve a hacer ahora, con dos obras en cartel que lo afirman como uno de los más interesante de la escena local.
Con tono latinoamericanísimo y jerga corrida y depurada, Tenconi se inspira en una acción del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (la toma por 125 días de la mansión del embajador de Japón, en 1996) para enmarcar la trágica historia de amor de Lima Japón Bonsái, segunda entrega de la saga, reestrenada y en cartel. Con Ollantay (un joven campesino interpretado por Luciano Ricio) y la secuestrada Izumo (la hija adolescente del embajador personificada por Yanina Gruden) como protagonistas, la pieza es un engranaje bien aceitado que apuesta a la relectura de Romeo y Julieta, al harakiri femenino, la cumbia chicha, el animé o el kabuki como ingredientes juntos (no revueltos) que llegan a feliz término entre el paso de comedia y la tragedia más extrema.
En Quiero decir te amo cambia el registro y, en clave de intercambio epistolar, recrea la relación entre dos señoritas de época (¿victoriana? ¿del siglo XVIII?) que escapan a su amarga realidad a partir de la pluma. Una (Gruden, nuevamente) rehúye a su vida como hija de un padre castrador declarándole su amor por carta a un hombre que vio por azar en un accidente; la otra (Mariángeles Bonello) es la esposa de aquel señor, que captura el correo y da curso a un crescendo dramático que se nutre de arias, violines y clarinetes para un amor apasionado, con giros, líneas y momentos memorables.
–Al momento de comenzarla, estaba conociendo a una chica y tenía ese ímpetu inicial de escribir cartas de amor; sabía que tener un secreto verdadero le iba a dar un color especial al texto. Entonces fui a una zona Puig y me dije: “Escribamos cartas”. Y, para rebotar, diarios.
–Me gusta que la obra suceda en la cabeza del espectador; generar ese ejercicio y ponerlo en acción me parece un valor positivo. Creo que, en el teatro, el realismo es un problema o, por lo menos, es mi enemigo. Hay una especie de imperativo de que todo sea real; un monopolio. Todo es true story, reality, noticiero. Para mí, hay que hacerse cargo de la ingenuidad.
–Como mi relación con las mujeres fue tardía (fui a un colegio de varones y no tuve ni hermanas ni primas), desarrollé una mirada idílica. En Montevideo..., por ejemplo, un personaje le decía a la chica: “Me encanta que te indispongas; es increíble que todos los meses tengas sangre”. A todo el mundo le parecía bizarro pero, para mí, era un halago.
–Si es una expresión física femenina, ¿por qué no puede ser bello para alguien que ama lo femenino? También es un guiño a lo vampírico en relación con la sangre y el erotismo porque, como decía Eugenio Barba, yo intento hacer teatro para la madre, el ciego, el sordo y Borges. No creo que el camino sea prescindir de lo complejo sino trabajar por capas. La obra tiene que operar en distintos niveles.
–Alguien mal pensado puede interpretar que el mundo “real” lo manejan los varones mientras las mujeres se quedan en la casa llorisqueando. Para mí no es así, porque el verdadero poder lo tienen los que inventan ficciones. Decir “el amor no es real” no es nihilista, es idealizador. La ficción tiene verdad y modifica lo real. Me pareció que era una apuesta fuerte que ellas se encargasen de darle marcha y de romper, así, con la celda masculina: una, con su padre opresivo; la otra, con su marido, con quien se casó por mandato social.
–En lo creativo, a mí me funciona la unión de materiales. También hay obligaciones que hacen que tome decisiones que, de lo contrario, no tomaría. Por ejemplo, para Lima Japón Bonsái necesitaba un cuento japonés pero ninguno de los que encontré me servía, así que escribí uno propio en un estilo que no me era propio; tuve que ampliar mis registros.
–Que ella supiera qué trago estaba sirviendo (a diferencia del protagonista, que no tiene mucha idea), lo terminé de definir cuando descubrí que las mujeres no pueden practicar el harakiri en la cultura nipona. Eso, sumado al lugar sumiso que tiene la mujer en Perú, me decidieron a matarlo a él y a que ella, antes de hacerse el harakiri que no le está permitido, nos regalase un último ejercicio de egocentrismo (que toda heroína puede y debe hacer). Así, mancilla la tradición femenina peruano-japonesa, doblemente machista.
–Cierto. Es un policial negro sobre crímenes de mujeres. Hay un detective que investiga y, en sueños, se le aparecen mujeres muertas que le cantan pistas –que no lo llevan a ningún lado–. Finalmente, estas mujeres invaden Ciudad Juárez como zombis y tienen un poder: Cuando muerden a los hombres, los vuelven mujeres. Así se termina el flagelo.
Quiero decir te amo. Viernes a las 23. En La Casona Iluminada. Reservas: 49534232.
Lima Japón Bonsái. Domingos 21 a las 21. En Elefante Club de Teatro. Reservas: 48612136.
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