Viernes, 22 de agosto de 2003 | Hoy
SOCIEDAD
Avivado por un reiterativo enfrentamiento con las fundamentalistas religiosas, el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres permitió la articulación de distintos sectores sociales detrás de consignas comunes, en torno de los derechos sociales y económicos, pero sobre todo por una sexualidad libre y autónoma en la que la maternidad no sea un destino sino una decisión.
Si para toda persona cumplir
18 años tiene algo de simbólico para los pactos internacionales
es la frontera entre la protección que se les debe a niños, niñas
y adolescentes y la edad adulta, para el Encuentro Nacional de Mujeres
el mismo período de tiempo parece haber marcado también un antes
y un después. Nunca como hasta ahora se escuchó tan nítido
el reclamo por el efectivo derecho a una sexualidad plena sin la maternidad
como destino único y a decidir cuándo y cuántos hijos tener.
Nunca como hasta esta vez ese grito enronqueció gargantas tan distintas.
Fue como una explosión para algunas, como un punto
de inflexión, para otras, la maduración que implica haber
sostenido este espacio durante todos estos años defendiendo su dinámica
horizontal, abierta y participativa, para muchas más. La marcha que cerró
las discusiones en los talleres temáticos fue contundente. Casi quince
mil mujeres caminaron juntas exhibiendo claras diferencias sociales, pero apropiándose
de un acuerdo fundamental que exigió, a voz en cuello, garantías
para que las mujeres pueden ejercer la autonomía sobre sus cuerpos. Y
esto también fue escuchado de modo distinto por primera vez. Si desde
hace casi una década estos Encuentros apenas merecían una mención
en los medios de comunicación nacionales, esta vez el espacio se ganó
a fuerza de acuerdos y masividad. Ni siquiera los breves disturbios en el acto
de cierre pudieron opacar lo que la mayoría vivió como una conquista.
Al contrario. Ese enfrentamiento entre un reducido grupo de mujeres que dicen
defender la vida, sobre todo en su origen embrionario, con quienes exigían
anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir fue
la cuña que faltaba para abrir la grieta a cierto silencio sobre
todo en los medios electrónicos que a veces se parece demasiado
a una acción deliberada para ocultar información. Cuando este
suplemento esté en la calle cualquier televidente o radioescucha distraído
habrá asistido a la revitalización del debate sobre la despenalización
del aborto. Debate que la mayoría de las veces se da en épocas
electorales, sobre todo cuando hay candidatas mujeres disputando espacios de
poder. Esta vez, en cambio, la discusión se empujó desde abajo,
desde ese magma de mujeres que coparon la ciudad de Rosario hasta hacer imposible
conseguir un lugar para dormir más allá de campamentos, salones
de fiestas, escuelas y clubes donde la gran mayoría de las asistentes
acomodaron sus bolsas y frazadas.
¿Qué pasó en Rosario? ¿Qué cambió
esta vez que se logró hacer visible un reclamo que se transformó
en una fuerte declaración política de un conjunto sumamente ecléctico
de mujeres? Hay, en principio, un dato de la historia del Encuentro de Mujeres:
fue en 1989, y también en Rosario, cuando por fuera de la organización
oficial y autoconvocándose, un grupo de mujeres organizó un taller
sobre aborto que hizo la presión suficiente para que la temática
quedara integrada entre las muchas casi cincuenta que se debaten
en los Encuentros. Hubo idas y vueltas en los años que siguieron. Hace
dos años, sin retrotraerse demasiado, en La Plata, el derecho al aborto
había quedado marginado de los talleres propuestos por la organización.
Pero entonces, una vez más, los grupos de mujeres se reunieron por su
cuenta para tratar un tema que más allá del dilema ético
tiene una vigencia cruel en la vida de las mujeres. Según datos oficiales
del Ministerio de Salud, casi la mitad de las camas de obstetricia de los hospitales
públicos están ocupadas por quienes padecen complicaciones ocasionadas
por abortos clandestinos, en la inmensa mayoría de los casos realizados
en pésimas condiciones de higiene y por personal no médico. Que
este año en que el Encuentro Nacional de Mujeres arribaba a la edad madura
se realizara en una ciudad con fuerte tradición feminista casi
proporcional a otra tradición, la del rufianismo fue un buen augurio
para quienes vienen sosteniendo sus demandas de género año a año.
Y en cuanto se vieron en el acto de apertura los grandes bonetes negros con
que las brujas asustaban a los niños en los cuentos, el augurio parecía
empezar a cumplirse. Ese modo de apropiarse de la historia de las mujeres, de
reivindicar a las millones que fueron perseguidas y asesinadas durante siglos
por oponerse al poder hegemónico, ese discurso de bienvenida en el que
se reivindicaba el derecho al placer, a decidir sobre el propio cuerpo, se saludaba
la lucha de las Madres de Plaza de Mayo, se exigía el fin de la impunidad
y se exigía la plena vigencia de los derechos económicos y sociales
fue el viento necesario para que la sensación térmica obligara
a los diarios locales a llamar al Encuentro de Mujeres cumbre feminista.
Pero lo que definitivamente marcó un cambio de calidad fue la masiva
concurrencia de mujeres de sectores populares de todas las provincias
pero sobre todo del conurbano bonaerense que pusieron su cuerpo para no
permitir que las consignas fueran declaraciones teóricas. Si las feministas
en general hablan de las mujeres pobres como principales víctimas de
la falta de información y acceso a métodos anticonceptivos seguros,
allí estaban ellas para ofrecer su experiencia.
Hubo un factor más, sin embargo, que contribuyó a cohesionar las
voces sobre el fin del Encuentro: la fallida estrategia de la Iglesia Católica
para evitar que el derecho a la anticoncepción y el aborto legal y gratuito
se convierta en un reclamo de mayoría. La repetición de los argumentos
fundamentalistas con matices, como se verá más adelante
no sólo convocó al tedio. También se constituyó
en un enemigo común que logró alianzas transversales y de clase
entre los diferentes sectores de mujeres que convergieron en Rosario.
Lo
personal es político
La dificultad para historizar el bagaje de 18 años de Encuentros,
el hecho de que las conclusiones del anterior estén disponibles para
las asistieron sólo cuando termina el presente y la dinámica que
implica anotar los consensos y los disensos hace que muchas mujeres sientan
que están empezando en cada Encuentro desde el punto cero. Pero
esto es una sensación nada más dijo Chichí Montenegro,
feminista cordobesa, antes de empezar a marchar con su cartel que pedía
libertad para la jujeña Romina Tejerina; es cierto que en la organización
hay muchas cosas que mejorar, pero también lo es la falta de recursos
que dificulta que estén disponibles las conclusiones de talleres anteriores.
Sin embargo no hay que despreciar la experiencia, tanto de las que venimos siempre
como la de las que llegan por primera vez. Para muchas es tan fuerte esta posibilidad
de compartir sus testimonios, de ser escuchadas, de empezar a tomar conciencia
de lo que significa ser mujer además de ciudadana que sólo por
eso valdría la pena seguir haciéndolos. Porque estas mujeres no
vuelven iguales a sus ámbitos, se llevan la experiencia de haber abierto
los ojos, de saber que a muchas les pasa lo mismo que a ellas. Y en el mejor
de loscasos, algunas estrategias para modificar su situación, sea en
la casa, en el barrio, en el sindicato o en las organizaciones a las que pertenecen.
¿Qué mierda saben estas minas de pobreza? ¿A nosotras
nos van a decir que si pedimos ligadura de trompas van a querer esterilizar
a las pobres? ¡Si nosotras somos las pobres y sabemos muy bien lo que
queremos! ¿Sabés qué son estas minas? Caretas, nada más
que eso. Chavela Miño, con su pañuelo negro y rojo del Movimiento
piquetero Tierra y Libertad (MTL), salió del taller de aborto y anticoncepción
a punto de salirse de sus casillas. Por supuesto estas minas, como
dice, eran las que intentaron convencer de que las leyes de Salud Sexual y Reproductiva
que ya se han dictado en la mayoría de las provincias eran
un plan del imperialismo para que sólo queden sobre la faz de la tierra
niños blancos y de ojos celestes. Como Chavela, fueron miles las que
ofrecieron sus testimonios para asentar las discusiones sobre lo más
concreto: la vida y la muerte de las mujeres pobres. Y lo hicieron sin eufemismos
ni palabras complacientes, contando sus dificultades no ya para conseguir los
anticonceptivos sino el dinero para el boleto hasta el hospital, cuando en la
sala de salud del barrio se acaban, los métodos con que las adolescentes
y las mujeres con demasiados hijos abortan, con agujas de tejer, sondas, tallos
de perejil. Cómo han visto vecinas morir por infecciones sólo
por la vergüenza o el miedo de ir a un hospital público y ser denunciadas.
Algo que de hecho sucedió en la ciudad de Santa Fe en el año 2000
cuando los médicos de un hospital de la zona denunciaron a una mujer
que había llegado a atenderse porque un aborto séptico le había
provocado hemorragias que no se detenían.
Cuando yo estaba embarazada, fui a una reunión preparto en un hospital
público contó una adolescente tucumana y ahí
éramos como 20, todas de encargue. Y nos preguntaron si habíamos
planeado tener este hijo, y la mayoría dijo que no. Y después
nos preguntaban cómo nos cuidábamos y casi todas decían
que contaban los días, pero a veces se pierde la cuenta. Como si
fuera una estrategia poner en común la experiencia personal antes de
elaborar las exigencias políticas que permitirían modificarla
en parte, las voces se multiplicaban en los diversos talleres. Yo aborté
a los 16 años, por suerte mi mamá lo pudo pagar y me acompañó
todo el tiempo. Ahora tengo dos hijos hermosos, elegí tenerlos cuando
estuve en pareja, cuando fueron deseados, cuando quise ser madre. A los 16 no
quería, pero yo sé que no todas pueden elegir.
La experiencia de unas y otras viajó de boca en boca, no sólo
en los talleres de anticoncepción y aborto, también en los de
mujer y trabajo, adolescencia, lesbianismo, partidos políticos, microemprendimientos
y prostitución. En ese taller que se desdobló en dos, se escucharon
al principio las voces de quienes asistían a quienes ejercen el viejo
oficio. Yo no quiero hablar de trabajo porque el trabajo dignifica dijo
una señora compungida.
Pero entonces fueron las mismas trabajadoras sexuales las que pusieron las palabras
en su lugar: Nosotras no aceptamos ese término, somos seres humanos
y trabajadoras, como todas, dijo Elena Reynaga, titular de Ammar.
Piquete
y cacerola
Creo que una de las razones para que este Encuentro fuera
tan diferente fue la influencia de las piqueteras. Tuvieron una gran influencia
señala Zulema Palma, de Mujeres del Oeste; por una parte
porque ese protagonismo que vienen teniendo en la calle, en los piquetes, saliendo
a poner el cuerpo cuando los varones se quedan sin recursos o confiando en las
salidas colectivas antes que ellos, se puso de manifiesto ahora, entre nosotras.
Desde diciembre de 2001, cuando se eligió a las cacerolas como única
voz común para la indignación de distintos sectores sociales,
pero sobre todo de la clase media, mucho se ha escrito sobre lo femenino de
ese símbolo. Si después hubo un corto romance entre piquete
y cacerola la lucha es una sola decía una consigna
en el verano de 2002, también escierto que de las asambleas barriales
surgieron colectivos de mujeres que pudieron articularse con mayor facilidad
con las integrantes de movimientos piqueteros. La Red de Mujeres Solidarias,
por ejemplo, con gran protagonismo en Rosario, fue de las primeras redes en
trabajar temas de género hacia adentro de los movimientos sociales territoriales
y más populares, ayudando a la toma de conciencia de muchas mujeres.
¿Por qué si ellas sostenían los guardarropas, las copas
de leche, los centros barriales y hasta los piquetes que duraban más
de un día en cualquier ruta, a la hora de hablar eran ellos los que ponían
la voz? ¿Por qué después de pasar noche y día frente
a algún ministerio tenían que volver a escuchar los reclamos de
los maridos que todavía no se animaban a salir a la calle? Creo
que fuimos varias las feministas que hemos ido acercándonos a las mujeres
de sectores populares, nos hemos ido encontrando y eso, muy modestamente, puede
ayudar a tomar conciencia de sus derechos no sólo como persona ciudadana
si no como ciudadana mujer reflexiona Palma. Pero además
creo que su propia lucha, su resistencia, les abre la cabeza. Y cuando una mujer
hace el click de la toma de conciencia ya no vuelve atrás más
que fugazmente. La puerta ya se abrió. Y por eso más allá
de sus historias, que en general no incluyen una sexualidad placentera, están
dispuestas a seguir dando otras luchas por sus derechos reproductivos. Por ellas,
por sus hijas, por las que vengan.
Estoy segura de que éste fue un punto de inflexión dice
María José Lubertino, diputada nacional, porque en los debates
se notó que hubo una conciencia de género nueva que permitió
también evaluar la situación económica desde otro lugar,
plantándose frente a temas diversos como la suba de tarifas y la deuda
externa. Porque más allá de los planes de atención universal,
si el superávit fiscal sigue yendo a pagar la deuda externa, la situación
no va a cambiar. Y creo que hubo una intención de mantener una estrecha
vigilancia sobre este tema en diversos talleres.
La experiencia de movilización de los últimos años, el
encontrarse en las calles sufriendo realidades parecidas más allá
del hambre o la pobreza, la experiencia de las fuentes de trabajo recuperadas
por sus obreras que se autoconvocaron en un taller de fábricas
recuperadas, el intercambio que esto implicó resultaron en un gimnasia
nueva para el debate. Aun cuando las mujeres, todavía en la mayor parte
de las organizaciones populares incluyendo los sindicatos, asistan
calladas a las decisiones masculinas, quedó claro en Rosario que su voz
es fuerte, que se necesita apenas una escucha respetuosa para imponerla. Y que
lo que no se otorga se consigue a fuerza de movilización.
Estrategias
y contraestrategias
Fue el mismo arzobispo de Rosario, Eduardo Mirás, quien
dio el puntapié inicial cuando, semanas antes del Encuentro, llamó
a las mujeres católicas a que participen. Alertadas por esta ofensiva
católica, decenas de organizaciones del movimientos de mujeres en todo
el país se reunieron para acordar una asamblea al término del
primer día de debates por la libertad de decidir. Y fue ahí
donde convergieron por primera vez con la demanda única por el derecho
a una sexualidad libre y al aborto legal y gratuito mujeres de distintos sectores
y organizaciones sociales. Las pecheras de los movimientos piqueteros se mezclaban
con las mujeres que, eufóricas, proponían que levanten la mano
las que habían tenido que abortar alguna vez. En ese espacio fue cuando
se puso en común lo que había quedado claro para las que participaron
de los talleres de anticoncepción y aborto: la estrategia de las fundamentalistas
católicas se había concentrado en esos debates y con un discurso
unificado. Después de varias exposiciones quedó claro que había
un ellas que se recortaba de las presentes y que no necesitaba demasiadas
palabras para ser definido. Ellas vienen muy preparadas, se traen la ginecóloga
que dice que los anticonceptivos son negocios de los laboratorios, psicólogas
que hablan de las secuelas psíquicas del aborto. ¡Hasta dicen que
lospreservativos no sirven para prevenir enfermedades!, decía una
joven con su bebé en brazos que pedía refuerzos para los talleres
coptados. Y lo cierto es que si el primer día ellas parecían
sentirse a gusto entre sus argumentos antiimperialistas y científicos,
en el segundo, se barajó y se dio se nuevo. Esa reunión, planeada
estratégicamente para defenderse de la ofensiva de la Iglesia, permitió
que el movimiento de mujeres pasara, paradójicamente, a la ofensiva.
El cambio sustancial en este Encuentro dice Martha Rosemberg
tiene que ver con una maduración por parte del movimiento de mujeres
en el desarrollo de estrategias concretas y viables, como llevar la bandera
que pedía por el aborto libre y gratuito que fue algo que nos propusimos
desde las reuniones preparatorias y se pudieron cumplir con mucha precisión.
A pesar de que las reuniones en Buenos Aires eran tan caóticas que no
parecía que iban a dar resultado, no se veía una articulación
muy fuerte como la que se vio en el Encuentro. También para esta
psicoanalista y feminista, la cantidad de mujeres afectadas para quienes
no es una cuestión de principios sino de supervivencia el derecho al
aborto le dio otra fuerza a esa articulación. Pero la presencia
de ese ellas, un colectivo que no se hizo cargo de su pertenencia
a la Iglesia Católica, desesperadas por imponer sus criterios al punto
de intentar judicializar las discusiones con la presencia de escribanas en al
menos dos talleres, sirvió para que las consignas se unificaran y para
que después de cada deliberación centenares de mujeres bajaran
de las aulas cantando anticonceptivos para no abortar, aborto legal para
no morir, congestionando las escaleras de tal modo que a más de
una militante feminista se le puso la piel de gallina.
En este Encuentro también se inauguró el taller Estrategias para
un aborto legal y seguro, un salto de calidad para muchas, que permitió
debatir con un piso de acuerdo más allá de que éste
fue uno de los que se quiso invadir a fuerza de actas firmadas por escribana
los modos en que trabajaría en adelante para conseguir lo que se consideró
un derecho humano. En este espacio se definieron propuestas sobre tres ejes:
en el ámbito legal, para que además de trabajar por el objetivo
de máxima incluido en el título del taller se reglamente
el acceso al aborto para los casos no punibles según la ley vigente;
en el ámbito educativo, exigiendo incluir en la currícula de todas
las escuelas del país la educación sexual pluralista con perspectiva
de género y promover estrategias de educación popular para quienes
no están escolarizados. El último eje se destinó a las
acciones concretas e inmediatas que incluyen marchas, encuentros y control por
parte de organizaciones de mujeres del efectivo cumplimiento de las leyes de
Salud Sexual y Reproductiva vigentes.
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