EDUCACION A casi diez años de la sanción de una ley que recuperó las escuelas técnicas, su matrícula está a punto de duplicarse. En todo el país, las mujeres representan el 37 por ciento. Entre la ilusión de la salida laboral, la revolución tecnológica como aliada de la igualdad, el mandato familiar, el valor de reparar algo por cuenta propia y el acceso a una educación no sexista. En plena tregua de la toma de colegios porteños, qué hay para defender.
› Por Juana Celiz y Angeles Alemandi
“Los maestros de taller les tienen miedo –revela María Rosa Almandoz, directora del INET (Instituto Nacional de Educación Tecnológica)–. Cuando a las mujeres les toca manejar herramientas, los viejos profesores las tratan demasiado amorosamente, temen que se lastimen.” Almandoz lee la escena: “Las protegen de algo que no es necesario, como si fueran minusválidas. En cierta forma las discriminan.”
Es que empieza a ser historia aquello de que la técnica no es para las chicas. Por eso los maestros de otra época respiran tranquilos cuando ellas hacen dibujo técnico o experimentan con software, eligen administración, comunicación, diseño y cine, los territorios (mínimos) tradicionales, impunes. Las adolescentes que eligen secundario también atraviesan este techo de cristal. Rompen el molde. Se meten en el tubo de ensayo, dominan el rotopercutor, desarrollan pensamiento científico, aprenden a levantar paredes, a arreglar esa maraña que vive dentro de un capot, a mantener aviones, a lanzarse a la experimentación. Pueden reparar con sus propias manos. Se hacen visibles en aulas donde son minoría. Toman las escuelas si hace falta. Incluso dirigen esas instituciones. ¡Podemos hacerlo!
“‘Industrial, colegio de varones / industrial, no acepta maricones’: esto cantábamos el Día de la Primavera”, confiesa Daniel Filmus, ex alumno del ENET 32 de Chacarita. Cursó en la época en que tenías que rendir equivalencias si querías seguir cualquier carrera que no fuera ingeniería. Y había más diferencias (de cero impacto académico y alta reprobación hormonal): “Si pasaba una chica por la calle salíamos a la ventana. Esa cultura era la reivindicación del macho”. Hay más: el que se recibía de “perrito” mercantil era considerado un faldero.
En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, hace diez años la cuenta no sumaba ni una alumna por cada técnica; hoy son 3 de cada 10. A nivel nacional representan el 37 por ciento del alumnado. Es, entre otros, un logro en el acceso a la educación no sexista. ¿Cómo profundizar en esta perspectiva más allá de habilitar baños libres de mingitorios? “En áreas como electrónica y mecánica de las industriales, todavía hay que pelearla”, reconoce Almandoz.
Igual, la especialista del INET mira el vaso medio lleno y subraya que así y todo las subjetividades se movilizan. “Potencia el acceso al trabajo. Porque las mujeres tienen menos posibilidades de insertarse. Esto es interesante, además, porque hay un cambio cultural en la historia del género ayudado por los procesos tecnológicos. La tecnología trae igualdad. Antes, en una fábrica donde había más trabajo manual, casi no había mujeres porque se suponía que no tenían la fuerza física suficiente. Hoy hay mucha industria que tiene automatizado su proceso, entonces ellas acuden a un sector que fue hegemónico.”
Varias décadas después de entonar cantos políticamente incorrectos, Filmus se convirtió en ministro de Educación. Desde ahí oxigenó a estas instituciones vaciadas durante los años de neoliberalismo. En el 2003 se aprobaba la Ley de Educación Técnica. “Trabajamos para lograr que cada modalidad sirva para todo: para la participación y la inclusión ciudadana, para el trabajo y para seguir cualquier carrera. Es importante el impacto social que generó esta política. Ya no es vista como una educación de segunda”, analiza el sociólogo, que acaba de publicar Educación para una sociedad más justa (Ed. Aguilar).
Además de actualizar las materias según el pulso de la época y la demanda del mercado, ley mediante se multiplicaron los recursos económicos y se firmaron alianzas con diferentes sectores productivos. María Rosa Almandoz agrega: “Significa desandar prejuicios de algunos sectores medios profesionales que en otra época habrían fruncido la nariz creyendo que estas escuelas no eran para sus hijos. Esa distinción absurda, más ideológica que real, está superada”.
Primavera 2012, y los cantitos siguen. “Bullrich, suspendé la revisión. Sileoni, prorrogá la homologación”, decía uno de los carteles que los “pingüinos” porteños (inagotables como sus pares chilenos, indignados casi siempre) levantan desde el 17 de septiembre. Ese día eran cuatro las escuelas tomadas. Esta semana llegaron a cincuenta, involucrando a 40.000 estudiantes secundarios. Lograron abrir el diálogo con el Ministerio de Educación de la Ciudad y así dejar en stand by las reformas.
“Sabemos que en los ’90 se destruyó la educación técnica y con estos cambios estaría pasando algo similar”, compara Natalia Bozzarelli, vocera de la Técnica 27.
Cuestionan la intentona de modificar planes de estudio y horarios de forma arbitraria (¡se pretende que el turno noche arranque a las 4 pm!), flexibilizar el sistema de pasantías y que hayan impuesto compulsivamente planes piloto. “Se suma tiempo de clases para agregar contenidos. Pero no es así, y encima complican los tiempos de los chicos que trabajan”, explica a Las12 Melanie, presidenta del Centro de Estudiantes de la Técnica 37.
Los alumnos y alumnas no sólo no aflojaron ante la estrategia de desgaste intentada por las autoridades, sino que consiguieron apoyo más allá de la comunidad educativa. La Asesoría Tutelar, Serpaj, la Procuración General, el Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes intervinieron por su derecho a voz y voto.
“Acompaño a los estudiantes porque son mis afectos y están pasando una situación difícil –dice Jorge Muscio, profesor de la Técnica 35 de Capital Federal–. Me preocupo porque duerman, coman, salgan, no peleen. Yo les dije que la toma era desgastante, pero ellos refirieron que agotaron las instancias anteriores. Las reformas son necesarias, pero es cuestionable cómo se han implementado.”
Desde el Frente de Estudiantes Libertarios no faltó un descargo hacia las coberturas que hacen algunos medios, Eduardo Feinmann incluido. “Dice que no queremos estudiar. ¡Queremos una mejor educación pública!”
Reclaman una gestión democrática, tal cual lo plantea el Consejo Federal de Educación según la ley 26.206, que dice que para incidir en los contenidos debe haber consenso entre directivos, docentes y alumnos y así garantizar el compromiso con los cambios. Lo hacen en vista, además, de la sospecha de que el gobierno planea, en el 2013, avanzar con esta forma de hacer políticas públicas en una reforma de la secundaria normal.
“Por algo hicimos primero una Ley de Educación Técnica y luego una Ley Nacional de Educación –retoma Filmus–. El país empezaba a sustituir importaciones y no había técnicos ni para los oficios más elementales. Hacía falta, urgente, reabrir estas escuelas y vincularlas con las demandas concretas.”
Un viaje en la máquina del tiempo: estas escuelas nacieron en Europa y Estados Unidos en el siglo XIX para incluir a través del trabajo organizado a las personas de sectores rurales y excluidas. Así surgieron las “arts and crafts” de la Inglaterra de la Revolución Industrial, hasta la alemana Bauhaus.
Argentina las formalizó durante el gobierno peronista. Hasta entonces, quienes realizaban estos oficios se recibían de obreros trabajando. Desde 1945 empezaron a graduarse como técnicos. De la Escuela Fábrica y los Talleres Escuela pasando por las Profesionales de Mujeres (honraban el requisito “que sepa coser, que sepa bordar”) y llegando al polimodal. En la presidencia de Frondizi, la Universidad Obrera se convirtió en Universidad Tecnológica Nacional.
“Junto con la recuperación de las técnicas se están recuperando las industrias y las pymes. Hay que esperar que esto se instale, no sólo a nivel financiero sino también simbólico”, avisa la directora del INET. Y señala un informe del Ministerio de Educación, que revela que del total de egresados de su área un 44,6 por ciento sólo estudia (54,2 por ciento son mujeres), el 21,3 por ciento sólo trabaja y el 27,5 por ciento hace ambas cosas.
En este mundo globalizado, convulsionado y chipmaníaco, estas instituciones vienen con buena estrella. El tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos. Para ir hacia adelante, las nietas deben volver a la escuela que pisaron sus abuelos.
Técnica NO 8, Haedo
Tres chicas y veintiún varones. Eso dice la lista de asistencias del 5to. año, especialización Electromecánica. Ellas son dos Micaelas y Aldana. Tienen 16. Su desvelo no es el cupo femenino sino haber llevado adelante el proyecto Energía para todos (¡y todas!). Inventaron un cargador de baterías lion solar. Sirve para MP3, para MP4, para celulares. Y tiene muchas ventajas respecto de los comunes: alarga la vida útil, son portátiles, económicos y se pueden usar hasta en el auto.
Una de las Micaelas cuenta que los varones rezongan, dicen que si ellas escoltan la bandera es sólo por una cuestión de privilegios... Ella está acá porque sigue los pasos de su mamá, hoy especialista en electroencefalogramas. La otra Micaela antes iba a una privada en Castelar, pero no le gustaba. Cuando una amiga le contó que se pasaba, la siguió. “No creo que siga estudiando algo relacionado. Pero hoy me sirve, ayudo a mi papá, que arregla teléfonos, hago soldaduras de cable.” Trabaja como plaquetera en una empresa familiar y, cuando puede, hace karate. Aldana atravesó el muro sólo porque quedaba a cinco cuadras de su casa y ahora está fascinada. Nunca se imaginó haciendo veladores, luces algorítmicas, alarmas, amplificadores. Le encantaría dedicarse a diseñar máquinas.
Otto Krause, CABA
Marcela (17) cada mañana cruza el puente Pueyrredón para llegar, desde Avellaneda, hasta una de las técnicas pionera de Buenos Aires. Es una de las cinco chicas de Construcciones. Estos días, aunque no estuvo muy de acuerdo con la toma del colegio, participó de las asambleas para entender de qué se trata. Y para defender a sus cumpas ante la desconfianza de su mamá.
“Igual mi mamá esta súper contenta, dice: ‘Ah... Mi hija va al Otto Krause’. Elegí esta especialidad porque ella es electricista. Se graduó hace dos años y tiene una empresa que brinda servicios a restaurantes. Lo que aprendo me sirve para ayudarla. Igual, me gustaría estudiar arquitectura.”
Carla (17) ahora sabe lo que es dormir en el colegio. Una de las razones para adherir a la toma es porque entre las especialidades más afectadas por las reformas estaría Mecánica: “Perdió un ocho por ciento de las materias técnicas específicas”.
Le gusta volver a casa y aplicar lo que sabe: “Arreglé las grietas de las paredes y el año pasado, cuando armábamos el árbol de Navidad, descubrimos que las lucecitas estaban rotas: yo las hice funcionar”.
Escuela República de Venezuela, Merlo
Florencia Moreno (17) es la única chica de la clase. “La que manda”, advierte. Está en el 6O año de Electromecánica. Se ve que a sus compañeros, un poco, los tiene de hijos: les recuerda que mañana hay examen, que se viene la entrega de un trabajo práctico importante. “Pero me ubico, sigo siendo yo.” Su papá es albañil y electricista, y su mamá trabaja en su casa. Florencia tiene cuatro hermanos y cuatro hermanas. El mayor de los varones trabaja en Aerolíneas, es electromecánico; la mayor de las mujeres es maestra mayor de obras. Los dos egresaron de la técnica en la que ahora estudia, y sí, cuando los escuchaba hablando de motores le nació la vocación. Vive en Merlo y en los almuerzos, en la mesa larga, ahora ella también se agranda con lo que aprende.
Maira Lopez (17) participó en las reformas que se hicieron en la cocina de su casa y aportó mucho más que ideas de decoración o recetas de bizcochuelo. Su papá tiene una empresa de mantenimiento; ella cursa Construcción. “Hoy me hace consultas porque yo aprendo a proyectar viviendas, diseñarlas, y armamos planos y maquetas, organizamos espacios”, cuenta. Para mañana, sueña con estudiar arquitectura y hacer crecer la pyme familiar.
Sus tíos queridos son químicos. Fueron ellos, sin saberlo, quienes inspiraron a Macarena Rivera (17), que hoy sueña con ser ingeniera nuclear egresada en el Balseiro. Las materias duras son lo suyo, dice. La carga horaria es intensa: hace turno mañana y turno noche, pero siente que vale la pena. En el aula son 13 mujeres contra 15 varones que se pasan los días analizando productos, viendo cómo actúa la comida en el organismo y aprendiendo a hacer colorantes.
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