XXVII ENCUENTRO NACIONAL DE MUJERES
El lunes, mientras en Misiones miles de mujeres acordaban volver a encontrarse el año que viene en San Juan para seguir debatiendo y defendiendo sus derechos, en la ciudad de Buenos Aires se empezaba a fraguar una vulneración de esos mismos derechos contra una mujer en particular a quien se le negó la mínima reparación de interrumpir un embarazo producto de una violación. Contrastes aparentes que se resuelven cada vez que una mujer dice basta, cada vez que muchas mujeres lo dicen al mismo tiempo y son capaces de poner el grito en el cielo, de tomarlo por asalto.
› Por Luciana Peker
Desde Posadas
Son muchas. Muchas. Las calles se llenan de voces femeninas que hablan, debaten, ríen, discuten. Los talleres le dan la voz a cada una de ellas y cada una tiene la palabra que suele estar silenciada. Se cansan mientras caminan bajo el calor de Posadas. Son jóvenes y se quedan en bikini mientras escuchan una radio abierta. Son las osadas que se refrescan bajo el agua que cae en catarata en las plazas. Son las que comen juntas bajo una sombrilla o las que comen caminando para no perderse nada. Son, fundamentalmente, las que se encuentran. En el XXVII Encuentro Nacional de Mujeres, en Posadas, donde alrededor de 25 mil participantes debatieron y se expresaron contra la violencia, los femicidios, el turismo sexual, las violaciones correctivas a lesbianas, los agrotóxicos, la trata de mujeres y la necesidad de legalizar el aborto legal, seguro y gratuito. Pero además de intercambiar, expresarse, marchar y dejar su huella en Misiones y decidir seguir marchando el año que viene, en el XXVIII Encuentro en San Juan, las mujeres se vieron la cara y volvieron transformadas. Por eso, en ese arco iris de ganas, edades, cuerpos, identidades y orígenes Las/12 aprovechó para pecar con la pregunta original: ¿Qué es ser mujer?, y no intentar obtener una respuesta sino muchas.
“Es un privilegio que Dios me dio con la capacidad de dar vida, que es algo que los hombres no tienen”, define Julia Antúnez. Tiene 38 años y cinco hijos. Está en Misiones y viene de cerquita, Corrientes capital. Disfruta del Encuentro, de ese recreo de la crianza que reivindica, y dice que ser mujer es mejor cuando se es entre muchas. “Si podemos estar juntas mejor”, dice ella, que vive de un microemprendimiento de viveros y también recibe la asignación universal. Julia está muy cerca de Susana Gamba, que tiene 63 años, es presidenta de la Fundación Agenda de las Mujeres y una larga trayectoria dedicada al feminismo. Ella sabe dónde está parada, pero también busca, busca una respuesta que no quiere terminar de encontrar: “No existe una respuesta porque hay millones de modos de ser mujeres. No hay una esencia. Estamos atravesadas por la clase, la cultura, la educación. Hace muchos años, cuando empecé en el feminismo, hubiera creído en estereotipos. Pero no debemos denostar sino potenciar la sensibilidad, la creatividad y la ternura”.
Es la primera vez que viene. Josefina tiene 23 años y comparte el enorme campamento del Anfiteatro Manuel Antonio Ramírez como una aventura. Ser mujer, para ella, que llegó a Misiones desde Punta Indio, “es una construcción que se desarrolla con los sentimientos que una tiene”. “Oh, la, la”, se ríe de la pregunta, por volver al ABC del feminismo, Nina Brugo con el boletín impecable sin una falta desde 1986, cuando los encuentros arrancaron en Buenos Aires. Ahora tiene 69, es presidenta de la Comisión de la Mujer de la Asociación de Abogados porteña e integrante de Buenos Aires para Todos. Ella proclama: “Ser mujer es ser más de la mitad de la humanidad que fue avasallada históricamente por la cultura patriarcal y que, gracias a las feministas, hemos logrado una revolución pacífica. Pero tenemos muchos derechos por conquistar y mucho por batallar”.
Vanesa Valle tiene 33 años y está desocupada. Es parte del movimiento de mujeres sanjuaninas y de la Coordinadora Provincial de Desocupados de la Corriente Clasista y Combativa. Sabe que ser mujer es algo que se va de los márgenes de los discursos: “Es una lucha constante del día a día porque sufrimos la discriminación en todos los ámbitos, pero pudimos ocupar muchos lugares que antes estaban negados a la mujer”.
De Jujuy llegó Sofía Ruiz Díaz, empleada y estudiante de comunicación social: “Es lo que hago día a día, desde que me levanto hasta que me acuesto, tratando de ver mis verdaderas raíces de los pueblos originarios, ser estudiante y trabajadora”, describe. Esta, también, fue su primera vez. Y le gustó dejar de nombrarse ella para pasar a ser nosotras. “Este primer encuentro me llevó a valorarme colectivamente”, reivindica.
Tiene una vincha violeta y un piercing, apenas 19 años y en la marea femenina que hace selva en la ciudad de Posadas no resalta. O mejor dicho, acá, cuando la geografía las agrupa, nadie es rara. Marina Salas viene de Tucumán y alerta: “No sé qué es exactamente ser mujer pero sí que se nos imponen ciertos roles como ser sumisas y tranquilas, y ser mujer no es lo que se alerta o lo que se impone”.
La temperatura arrasa. La piel no puede permanecer indiferente. Ni al clima ni al bullicio del final de fiesta. Noelia Linares viene de La Pampa y acá no sólo vio calles con lomadas profundas y el final de la costanera al río, sino también la multiplicación de una rabiosa alegría. Ella es comerciante y productora independiente de ropa y la pregunta la responde con alegría: “Ser mujer es lo mejor que te puede pasar en la vida porque tenemos posibilidades que los hombres no tienen. Podemos ser madres y somos más luchadoras. De hecho, ser mujer es una lucha constante: en el trabajo, en la casa, en todos lados”.
Del otro lado de las definiciones, Bettina Castaño se anima: “No soy mujer”. No es a lo único que se anima. Ella es profesora de discapacitados visuales e integrante de la Red Nosotras en el Mundo. “Yo soy otra cosa. Me identifico como lesbiana. Esa es mi identidad. No todas las tortas somos chongas y jugamos al fútbol. Yo sigo habitando la A pero desde otros lugares: me formateo el pelo y la ropa para visibilizarme. En otro momento no va a ser importante nombrarse lesbiana, pero ahora le otorga importancia política a la palabra porque lo que no se nombra no existe”, remarca.
“La connotación de mujer, como me han educado, como lo que se supone que es ser mujer, es una frontera que te limita y te mantiene estática. Nunca me sentí muy cómoda con la clasificación de ser mujer. Son maneras que el Estado construye para ejercer control social. En lo que me he sentido mujer es en que hemos sido oprimidas, pero las identidades son propias. No tienen un solo nombre”, desclasifica Elena Pollan González, española de 28.
Al lado de ella, en la ronda de espera para el viaje de vuelta, está Emilce Farias, de la Red Nosotras por el Mundo, sin hijos y sin querer tenerlos. Ella —la que cargó equipos y transmitió bajo el sol todo el encuentro por la radio en Internet de la Red, la que convidó aceitunas regaladas por su papá y la que compró aerosoles para dejar signadas sus consignas—, ella dice que se define más como feminista que como mujer. Ella elige: “Me identifico más con ser feminista como una transformación permanente que con ser mujer. Así sé que puedo mutar”.
Augusta Caballero es docente jubilada y se ríe ante la pregunta. “Ahhh”, se sorprende. “Mmm”, duda. Pero después arremete con seguridad: “Ser mujer es para mí el brazo y la pierna derecha de la sociedad y sobre quien descansa la responsabilidad de ser esposa, de ser mamá, de la educación y de todo lo que hace a la construcción del porvenir de una nación, porque la mujer es la que administra todo a pesar de que se la tiene en cuenta como de segunda categoría y vive una doble opresión por su género y su clase. Por eso, en estos encuentros a una se le abre la mente y se da cuenta de lo importante que es como ser humano. Nos vamos con mucho más de lo que trajimos. Este Encuentro es una revolución cultural”.
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