PERFILES
› Por Roxana Sandá
Para Amanda Todd, Internet significaba afecto. También significaba amistad, diversión, alegría. Pero sobre todo afecto... ése era el sentido último y primordial de la red a los ojos de esta niña canadiense que nunca imaginó siquiera el infierno que terminaría descargándose sobre ella. A los 12 años, cuando fue contactada por primera vez con el individuo que la acosó hasta la muerte, supuso que podía atesorar un mundo privado entre las paredes de su habitación. En esa creencia extendió su confianza al desconocido que la enredó en marañas de complicidades y provocaciones. El tipo la despojó, en todas las acepciones posibles de la desnudez humana. En las intimaciones sistemáticas para lograr un primer semidesnudo y en las amenazas posteriores de difundir las fotos “si no accedía a montar un show para él”. Y el miedo, que venía salpicándole los talones hacía rato, se le metió en un cuerpo que nunca más fue suyo porque se “subió a la red” a través de una cuenta falsa de Facebook enviada a todos sus contactos. Desde entonces fue víctima de maltrato en cada una de las escuelas por las que pasó. Incluso la policía se presentó en su casa porque el pedófilo, que en estos días fue identificado por el colectivo de piratas informáticos Anonymous, había distribuido las imágenes de la niña entre sus profesores, amigos y familiares. Amanda se suicidó hace una semana. Tenía los brazos autoflagelados; un mes antes había mostrado esos cortes en solitario frente a una cámara, para un video de nueve minutos que subió a YouTube y en el que relató a través de carteles escritos a mano el calvario de los cambios de escuela, las burlas permanentes de sus compañeros, el desprecio de sus compañeras, los acercamientos con fines sexuales de otros jóvenes porque la consideraban una puta, y hasta las agresiones físicas a la salida del último establecimiento educativo al que asistió, en Port Coquitlam, donde sus pares de curso la voltearon a golpes y a patadas, replicando imágenes de ese cine yanqui que intenta convertir el bullying escolar en una especie de género infaltable en películas de/para adolescentes (en los fenómenos sociales, la casualidad no existe: van en aumento las producciones de sit com canadienses dedicadas a la franja 12-17 con ese tipo de contenidos, fácilmente comprobable con sólo ubicar los tres canales de cable locales dedicados a la audiencia en cuestión). Por la muerte de Todd, el Parlamento canadiense inició esta semana el debate de una iniciativa para enfrentar el acoso escolar y cibernético. El diputado socialdemócrata Dany Morin, autor de uno de los proyectos presentados, dijo que la situación es “un problema nacional”, mientras que la primera ministra de Columbia Británica, Christy Clark, llamó a penalizar el acoso cibernético. Según la organización Bullying Canada, que se dedica a combatir el acoso escolar en el país, uno/a de cada siete niños/as de entre 11 y 16 años es víctima de acoso escolar o vía Internet. Por estos días, tres hombres están siendo juzgados en la Argentina , acusados de abuso sexual agravado contra una adolescente de 14 años de General Villegas, con la intervención de dos o más mayores y difusión de material pornográfico que ellos filmaron con un celular y distribuyeron por todo el pueblo, en 2010. Entonces, medio General Villegas realizó marchas en defensa de los abusadores Mario Magallanes, José María Narpe y Mariano Piñero. La madre de la chica declaró a los medios que hace tiempo “mi nena se quiso matar” y hoy padece alteraciones psicológicas. Internet expuso la vida privada de las mujeres a nuevas posibilidades de violencias. Pero es reciente la discusión por una urgencia de crear trincheras contra el acoso cibernético sobre las mujeres, niñas y adolescentes. “Mientras las innovaciones han hecho más fácil la vida de millones de mujeres en todo el mundo, también dieron lugar a un aumento de los casos de violencia electrónica contra ellas”, se planteó en un foro organizado por la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC), que desde 2005 trabaja para mejorar la utilización de las herramientas tecnológicas de las activistas y organizaciones de derechos de las mujeres, en respuesta a los índices crecientes de violencia relacionada con la tecnología. Los casos más comunes son de asedio electrónico, acoso sexual, vigilancia y uso, y manipulación no autorizados de información personal, como imágenes y videos. “La violencia contra las mujeres está mutando debido a la tecnología”, concluyó una de las integrantes del organismo, Cheekay Cinco. En el inicio de su video, Amanda se refirió a “mi historia sin fin”. Dijo haberse ilusionado con que “en séptimo grado tendría amigos por web cam. Conocería y hablaría con gente nueva. Me llamaron hermosa, maravillosa, perfecta... querían que me fotografiara y así lo hice”. Un año después “tenía un mensaje de él en Facebook. No sabía cómo me conocía. Me dijo ‘si no hacés un show para mí voy a enviar tus senos’ (refiriéndose a que mandaría las fotos a sus conocidos). Sabía mi dirección, mi escuela, familiares, amigos y los nombres de mi familia. En las vacaciones de Navidad tocaron a mi puerta a las 4 de la madrugada. Era la policía. Mis fotos habían sido enviadas a todos. Me sentí realmente enferma, con ansiedad, fuerte depresión y desorden de pánico”. Empezaron las mudanzas, “y comencé a consumir drogas y alcohol. Mi ansiedad empeoró, no podía salir. Pasó un año y el tipo volvió con la lista de mis nuevos amigos de la escuela. Pero hizo una página en Facebook. Mis senos eran la foto de perfil. Lloré todas las noches. Todos mis amigos y el respeto que tenían hacia mí se fueron de nuevo. Nadie me quería. Me ofendían, me juzgaban... Nunca pude conseguir esa foto de nuevo. Está allá fuera por siempre”. Sus compañeras le decían “mira a tu alrededor, a nadie le agradas”. Un día le pegaron hasta derribarla. “Algunos chicos filmaban. Me sentí como una burla en este mundo. Pensé ‘nadie merece esto’. Mi papá me encontró. Me quería morir. Cuando llegué a casa tomé blanqueador. Me mató por dentro. Pensé que de verdad me iba a morir. Llegó la ambulancia y me llevaron al hospital. Cuando regresé a casa vi todo lo que escribieron en Facebook: ‘Se lo merecía. Espero que estés muerta’. A nadie le importaba. Y me alejé a otra ciudad con mi mamá. Otra escuela. No levanté denuncia. Quería seguir adelante. Han pasado seis meses y la gente continúa posteando. Me etiquetan diciendo que ellos lo hubieran hecho mejor (refiriéndose al intento de suicidio). Postean ‘espero que ella lea esto y se suicide’. ¿Por qué ponen esto? Constantemente lloro, a diario pienso ¿por qué sigo aquí? La vida no mejora, no quiero ir a la escuela, no conocer o estar con gente. Estoy realmente deprimida, en tratamiento con antidepresivos.” Hace un mes, “este verano, tomé una sobredosis y duré dos días en el hospital. Estoy atascada... qué me queda ahora. Nada me detiene. No tengo a nadie. Necesito a alguien. Mi nombre es Amanda Todd”. Anoche, una página de Facebook creada en su memoria, llegó a reunir casi un millón de “Me gusta”.
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