Viernes, 30 de noviembre de 2012 | Hoy
RESISTENCIAS. La Justicia cordobesa autorizó a una pareja a que el apellido materno se anteponga al paterno de su bebé. El fallo es histórico y declara inconstitucional la ley del nombre, según la cual las madres tienen que ocupar siempre el segundo lugar. La abogada Cecilia Ezpeleta fue la impulsora de esta sentencia y desde su propia maternidad impuso la idea de que lo personal es político.
Por Luciana Peker
“Qué suerte, se va a preservar el apellido”, se le escucha decir a un político progresista que saluda a un futuro abuelo de un varón. Todavía ser varón y ser mujer no es igual en la Argentina. Y, entre muchas causas, porque desde el nacimiento parece que el varón lleva la carga heroica de impregnarle, como un sello heroico, su apellido a sus hijos. Las mujeres no. Y –las que quieren– pueden poner su apellido en segundo lugar, aunque en la Argentina, a diferencia de América latina, es una excentricidad o una costumbre de la alta sociedad. Igualmente, en la escuela terminan resumiendo todo en el apellido paterno y las buenas intenciones de la igualdad quedan recortadas por las prácticas del boletín y las listas cotidianas.
Por eso, la abogada Cecilia Ezpeleta, una feminista de cuna, que acompañó la ley cordobesa de violencia familiar e integra la cátedra opcional Géneros, familias y derechos de la Universidad Nacional de Córdoba, decidió llevar la justicia de los dichos a los hechos y que su embarazo gestara algo más que un hijo: un derecho.
El trámite no fue sencillo. Primero le dijeron que no. Y tuvo que esperar tres meses para que la jueza de familia Silvia Morcillo autorizara que su apellido simplemente viniera después de los nombres –que mantienen en reserva– de su hijo, y aceptara la inconstitucionalidad de la ley que rige todavía. Cecilia se puso firme en la importancia simbólica de poder elegir y redactó los escritos en pleno puerperio, entre las tetas y los pañales, que la impulsaron más fuertemente a su derecho a elegir. Y a que su hijo ya sepa de su impronta. La que lo marca desde su apellido: Ezpeleta.
La historia comenzó cuando Cecilia –de 35 años– quedó embarazada en diciembre del año pasado. Con su pareja, Gabriel Correa (socialista, militante y con una visión igualitaria de la sociedad), empezaron a pensar en el típico “¿Qué nombre le ponemos si es varón o si es nena?”. Pero Cecilia apostó por más: “¿Y qué apellido?”.
Entonces decidieron que los dos apellidos, pero el de ella primero. No se trata de querer que ahora las mujeres encabecen el documento nacional de identidad, pero sí que la identidad pueda ser una elección sin discriminación por género. “Nosotros decíamos que teníamos el derecho a elegir y que la ley 18.248 –del nombre– es sexista y uno de los últimos nichos de discriminación explícita que aún están vigentes. Va a contramano de la Convención Contra toda Forma de Discriminación a la Mujer (Cedaw, por sus siglas en inglés), la Convención de Belem do Pará y el concepto de violencia simbólica de la ley 26.485. Además, nuestro hijo tiene derecho a que su identidad refleje la filosofía de vida de sus padres”, le cuenta a Las12 Cecilia.
“Mi bebé nació el 15 de agosto y yo ya tenía la demanda en mi cabeza, la preparé entre tetas, mastitis y trasnochadas”, se ríe de su cruce entre maternidad y política. Además, ella arremetió con un plus para que la ampliación de derechos acarreara más derechos: “Después del matrimonio igualitario las parejas heterosexuales, quedaron en disparidad con las homosexuales, que pueden elegir el orden de los apellidos, y las heterosexuales no. Por eso, en el proyecto de reforma del Código Civil está contemplado que se pueda elegir y habla de personas y cónyuges y no de hombre y mujer. Pero nuestro hijo nació ahora. Y los derechos no pueden esperar a que la sociedad madure”.
La primera reacción ante el pedido de Cecilia y Gabriel fue un rotundo no en el registro civil. “Nos dijeron que no porque la ley era ésa. A la semana de la respuesta negativa fuimos a la Justicia con una demanda, solicitando que el Estado reconociera que queríamos anteponer el apellido materno y que nuestro hijo se llame Ezpeleta Correa.” La decisión no fue fácil. Pero mucho más difícil fue sostenerla. “Sería falaz decir que no hubo contradicciones y peleas por si valía la pena seguir sosteniendo esto –revela–. No fue fácil y en varios momentos estuvimos por echarnos atrás. No iba a ser todo color de rosa. Mi tozudez tuvo mucho que ver porque yo también me lo cuestioné en algún momento y dije, no, no y no. Estaba segura de mis convicciones y de lo que quería trasmitirle a mi hijo, si no me iba a arrepentir.”
Finalmente, la pelea se hizo realidad. “El viernes lo inscribimos en el registro con tres meses y una semana; era el más viejo de todos los bebés”, se ríe Cecilia.
¿Y a tu hijo se lo contaste?
–Ahhhhhhhhhhh, a nuestro bebucho le he contado con lágrimas lo bueno que es sacudir un poco las estructuras.
¿Por qué creés que la estructura del apellido es tan relevante?
–Hay una jerarquía donde lo femenino tiene menos valor. Incluso, en el caso de madres solteras puede llevar el apellido materno, pero si el padre reconoce a ese hijo, se le invierte el orden. No estamos diciendo que siempre tiene que ir el apellido materno adelante, sino que se pueda decidir. La igualdad también se refleja en los nombres. Es lo que nos gustaría dejarle como pequeño granito a nuestro hijo. Algunos me preguntaban: “¿Para qué vas a armar semejante quilombo? Es una boludez”. Pero para mí es violento, realmente. La ley es un statu quo que no se puede tocar. ¿Qué más orden simbólico patriarcal que éste? Si se quiebra lo simbólico, lo material también.
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