Viernes, 18 de enero de 2013 | Hoy
SOCIEDAD
¿A qué jugamos las mujeres? ¿Qué dice nuestra relación con lo lúdico de nuestro lugar en el mundo? ¿Qué nos pasa cuando, durante las vacaciones, un/a hijo/a nos pide que juguemos? Una encuesta lanzada al aire de Facebook y la opinión de diversos especialistas lanzan una perspectiva diferente de la que el prejuicio parece indicar: las mujeres jugamos, pero en esa relación se expresa tanto sobre el género como en cualquier otra dimensión social que nos involucra. No tan lejos de saber coser y bordar, del placer de la charla a la falta de corporalidad para abrir la puerta e ir a jugar.
Por Sonia Tessa
¿Vamos a jugar? Cuántas veces esa pregunta, más que una promesa, para las mujeres resulta una incómoda obligación. De los hijos, por ejemplo. Porque una invitación a jugar implica la libertad de decir sí o no. ¿A qué juegan las adultas? Es un lugar común misógino decir que “juegan” con los hombres, cuando no responden a sus demandas. En la vida cotidiana, se ocupan de entretener a los niños, como parte de su función materna, pero resulta menos evidente lo que eligen para pasar el tiempo no apurado, suspender las preocupaciones y darse ese otro espacio que abre el juego. Desde hace siglos, la sociedad habilita a los varones a la recreación pura, como la tradicional cita semanal para jugar al fútbol con amigos. Ese permiso no tiene un correlato entre las mujeres. “Juego en el agua, con el agua, chapoteando con los pies en un fuentón, viendo caer un hilito de agua en una pared. El agua es lo que más disfruto, hoy. Pero también juego con las palabras, con sus sonidos”, respondió Dahiana Belfiori, poeta, a una consulta masiva de resultados sorprendentes. “Hasta juego a la canasta con mi suegra. Creo que pierdo la visión del tiempo cuando juego, pero no es una pérdida hacerlo”, respondió Mirian Cuenca. “Yo juego a las cartas, me gusta mucho el truco, y juegos de mesa. Me gusta el Scrabble, el TEG, el jet, el rummy. Me encanta jugar, con amigos y de vacaciones sobre todo. Y me gusta subir a los árboles todavía, aunque el cuerpo no me acompañe tanto”, se sinceró la abogada Ana Oberlin. La pregunta partía de un prejuicio: pocas adultas juegan. Y devolvió una realidad mucho más compleja, como cualquier buen juego.
“Socialmente está más legitimada la salida del hombre al mundo público, para llamarlo de alguna manera. Sigue estando, aunque la mayoría de las mujeres hoy sostienen otras cosas que no son la escena doméstica. Es cierto que no está socialmente inscripta una posibilidad similar a la de los varones, que una vez por semana van a jugar al fútbol. Eso es innegable, pero creo que es más contradictorio. Por las impresiones de mi trabajo en los barrios, las que están a la cabeza de la participación comunitaria son las mujeres, que se sostienen en actividades muy lúdicas, vinculadas al cuidado de los niños, comedores, cuestiones educativas. Todo muy atravesado, teñido, y acompañado de un intercambio lúdico entre las mujeres, de chistes, de actividades como la costura y el tejido, no como una cuestión productiva sino desde el intercambio. Y mucho chiste. Tengamos en cuenta que el humor es uno de los herederos del juego en la vida adulta”, aportó Mariela Mangiaterra, psicóloga, que coordinó ludotecas para niños y adultos en distintos espacios. En los de adultos, sólo mujeres respondían a la convocatoria.
Ahora, jugar, jugar, parece ser otra cosa. “Hace un mes me compré rollers y empecé a salir con amigas o sola a patinar, con mp3, un placer increíble. Con cuidado, probando distintos movimientos para que vaya saliendo mejor, donde el objetivo no es cómo luzco, ni aparece la idea de que tengo otra cosa mejor que hacer. El tiempo no cuenta, el ridículo se evapora. Y esto me llevó a pensar en el uso del tiempo para jugar, y es tema de conversación con las otras veteranas rolleras con las que salgo: nos sentimos transgresoras por esto de jugar ‘perdiendo’ el tiempo en algo que no es redituable, en el sentido más masculino del juego y del uso del tiempo libre. Justamente, es un tema de animarme a los rollers a dos meses de cumplir 50”, dijo Beatriz Argiroffo, profesora y licenciada en Historia, militante feminista.
Desde ese recorrido en la visión de género, Argiroffo recuerda algo que muchas lectoras ya saben o intuyen: “El juego en la niñas, en general, es un entrenamiento a la vida adulta, una socialización generizada, un entrenamiento cultural en la atención de los otros y el trabajo doméstico. Basta mirar las vidrieras de las jugueterías para pensar cómo el juego no es universal, está signado por lo que en nuestra cultura se espera de varones y mujeres. Muñecas, cocinitas, pelotas y microscopios. El juego de los varones, pelota mediante, es juego, es tiempo en sí mismo aprovechado para sí mismo, para la diversión, el entretenimiento sin otro fin, no como mediación para otra cosa”. Y por eso siente que está haciendo uso de una prerrogativa masculina cuando sale a andar en rollers no para levantar los glúteos, sino porque sí. “Ya que no me voy a ver mejor, quiero divertirme, entretenerme, usar el tiempo para algo placentero, como los varones que se juntan a pelotear y jugar un fulbito, no para bajar la panza, sino para reírse, y después se clavan un porrón.”
Lorena Reinoso es maestra de nivel inicial en barrio Las Flores, en la periferia rosarina. “Juego porque da placer. Juego con mi hijo a la play station, cuando el juego no es complicado. Y también a las cartas. Como mi profesión me lo permite, juego a las rondas, hago rompecabezas”, dice, habilitando la cuestión del “permiso” social para jugar con el cuerpo, en el espacio público. Sólo con niños, parece ser un mandato no escrito.
También licenciada en Historia de la Universidad Nacional de Rosario, e investigadora en temas de género, Norma Alloatti, introduce justamente la dimensión del cuerpo. “Hicimos una investigación en una escuela en la que trabajo, y las maestras decían que las chicas no jugaban. Al no haber una instancia corporal visible, se invisibiliza el juego. Pero ellas estaban jugando, con las manos, con los celulares, con las palabras”, indicó la investigadora, y señaló: “Los varones tienen más legitimada la cuestión del cuerpo y la posibilidad del juego corporal en el espacio público”.
Claro que, como tantos otros estereotipos, algo está cambiando. “Juego a un jueguito con el iPod, y el teléfono, ahora estoy atascada en un nivel que no puedo pasar... Cada tanto, en familia, un TEG, con peleas incluidas, un truco, al tabú. Soy bastante buena en el ping pong, me encanta jugar al fútbol y he obligado a amigos varones a incluirme”, dijo Florencia Garat, diseñadora.
Y ahí aparece la cuestión del fútbol, ese tótem del juego masculino. Rosalyn Ruiz tiene 33 años y desde siempre se empeñó en jugarlo. No sólo entre chicas, sino con ellos. “En realidad, desde chiquita me gustó el fútbol, y me molestaron los lugares de lo que nos sacaban porque no eran para mujeres. Más me empecinaba en jugar. Desde siempre, en la escuela, ya jugaba”, contó sobre una de sus tantas actividades. Rosalyn participó de un equipo de fútbol femenino, pero no era eso lo que quería. “Me gustaba más la idea de jugar en equipos mixtos. Cuando empezaron los juicios por delitos de lesa humanidad en Rosario, armamos un equipo entre testigos, querellantes, hombres y mujeres que participamos del acompañamiento que llamamos “el aguante”. Nuestro equipo es intergeneracional. Hay desde pibes de nueve años hasta gente de 60 y tantos. Pero las mujeres que se enganchan tienen hasta cuarenta años”, registró esta militante de derechos humanos que, como ella misma describe, no puede quedarse quieta. “A mí me parece que está bueno jugar junto con los hombres y aprender de ellos, pero se complica. Quisimos armar un torneo de fútbol mixto pero un montón de gente de organizaciones políticas y sociales no quería, así que terminarán siendo grupos de mujeres por un lado y de varones por otro. El torneo se va a llamar ‘Ponete la camiseta (del juicio y castigo) y vení a transpirarla’”. Fue una decepción para Rosalyn. “Culturalmente no estamos preparados, pero seguiremos dando batalla”, reconoció. De todos modos, los jueves, después de la ronda de las Madres de la Plaza 25 de Mayo, en Rosario, y tras el reparador porrón, allá van a jugar su partido varones y mujeres. “Me gustaría saber las técnicas, pero veo que en la práctica voy haciendo cosas que antes ni sospechaba. Uno en la cancha juega como vive, y yo en mi cotidiano lo vivo así. Me gusta ir adelante. No lo sé llevar, pero sé definir, lo que más me gusta es meter goles de cabecita”, se solazó. Su puesto es el 9, la goleadora.
Si el juego corporal en la escena pública es, todavía, un espacio por conquistar para muchas mujeres, quedan otras opciones. El universo del juego es inabarcable en una nota, pero claro, también están los juegos de roles, herederos sofisticados de aquél infantil, ¿dale que vos eras...? Cultoras de juegos de roles hay muchas en la Argentina. Las más, optan por los juegos que pueden jugarse puertas adentro, en el espacio privado que desde la antigua Grecia estuvo reservado a las mujeres, como el Scrabble, juegos de naipes, Dígalo con mímica y la omnipresente computadora.
“Juego a todo, desde los juegos con naipes con mi hija y sobrinas, carreras de natación, a la pelota, juegos en red, uno en especial, el triviador de preguntas de culturas y actualidades. Los juegos en red son por pura competencia, trato de estar siempre entre los primeros”, dijo Fabiana Ballinari. Allí, en el espacio con la computadora, el tiempo se suspende. Para algunos hay juego, y para otros no. La psicóloga especializada en el tema Mariela Mangiaterra apuntó “sigue siendo juego mientras la jugadora pueda entrar y salir. Cuando el juego es compulsivo, la escisión entre realidad y juego está perdida”.
Otras posiciones son más radicales. La también psicóloga y escritora Mariana Miranda consideró que “el juego tecnológico nos rebaja a la condición orgánica”. Y Mónica Kac, coordinadora de la Red Lúdica Rosario, con amplia trayectoria en el tema, fue aún más allá. “No existe ser humano que no juegue. En la misma medida todos jugamos. Escribir es jugar, barrer es jugar, ordenar la casa es jugar. Concibo al juego como dispositivo de existencia. ¿A qué se contrapone la respiración? Bueno, el no jugar se contrapone a la enfermedad. Quien no puede jugar su existencia, hace síntoma”, afirmó. Pero, para ella, la tecnología no tiene nada que ver con todo eso. Porque subrayó que “los juegos son microdispositivos que, bien puestos, provocan la evidencia de la existencia propia. Pero no todos los juegos hacen juego. Uno puede participar de un juego y no estar jugando”. En ese sentido, concibe muchas propuestas lúdicas como los videogames. “Para mí, es el mejor ejemplo de cómo neutralizar esa carga energética que tengo, producto de la búsqueda de sentido de la existencia, que es la libido. En algo la tengo que poner, si no me voy a deprimir, o me voy a drogar. Cómo hago para suspender esa energía, encuentro esos jueguitos de la computadora, que están a mi alcance. Buenísimo para la tecnología, porque interviene como una droga en eso que yo debería intervenir creativamente. Le quita el juego al sujeto que juega”, subrayó.
Mamá, quiero jugar
Abrumadas por las obligaciones cotidianas –que no terminan cuando llegan a su casa, como muchas veces les ocurre a sus compañeros varones– las mujeres pueden sentir la convocatoria a jugar de sus hijos como una puerta abierta al placer, o como un mandato. Y cuando se trata de una obligación, no hay juego, sino simulacro. “Juego por el placer que me produce jugar con mis hijos. Con Sofi, de cuatro años, al cambio de roles. Me toca ser hija o princesa, ella siempre es mamá o reina, al súper, a la maestra. Con Fran, que tiene dos, jugamos con algún juguete de él”, respondió Laura Gioria a una consulta lanzada en Facebook, que cosechó más de 60 respuestas.
Para la licenciada en Historia Beatriz Argiroffo, eso puede ser una trampa, aunque genere placer. “¿Por qué los varones no sienten culpa si llegan a la casa de trabajar y se ponen a ver tele, y nosotras volvemos del laburo parando en la verdulería y pensando si la ropa quedó en la soga y viene tormenta? Porque desde la más tierna infancia se nos entrena para cosas distintas, y los juegos cumplen un papel fundamental en esto, y se hacen valoraciones en relación a cuánto nos ajustamos o no al modelo ideal de femineidad o masculinidad a partir de cómo y a qué jugamos. Me llama la atención que muchas mujeres juegan, pero con sus hijos. Es decir, entretienen a los pibes, y eso es parte del trabajo de maternar, no es juego para sí mismas. La pregunta correcta es ‘¿A qué quieren jugar las mujeres?’”
María José Amestoy, maestra de zona rural de Entre Ríos y madre de dos hijos de siete y doce años, cree que justamente eso es lo que puede verse, muchas veces, en lugares de veraneo, cuando las madres muestran su fastidio ante la demanda: “Mamá, quiero jugar”. “Es lógico, si durante todo el año tuviste que jugar permanentemente con tus hijos, y eso no fue una elección, sino que lo tenías que hacer, en la playa te querés dedicar a no hacer nada, y que sea el padre el que los entretenga”, apuntó.
Para muchas mujeres, en cambio, jugar con sus hijos significó, también, recuperar un aspecto lúdico que creían perdido. “Volví a jugar a partir de Mateo, que tiene un año. No jugaba a nada antes de él, siendo que de chica amé los juegos. A Mateo le regalaron unos cuantos títeres de dedo y entablamos conversaciones con cambio de voces. El muere de risa y yo de placer. A veces mira extrañado como si todavía no detectara la magia del títere y no entiende que esas voces y personajes salgan de la boca de la mamá. Me cuesta encontrar el momento para jugar, pero cuando lo hago es una alegría enorme. Se renuevan energías, me alejo de todo lo más terrenal”, apunta Virginia Giacosa, periodista treintañera.
En ese punto, Mangiaterra ve un fenómeno de época. “Observo formas más lúdicas de la maternidad desde que se comenzó a desidealizarla un poco. Creo que uno de los efectos de superar la idealización de la crianza fue que las mujeres pudieran ser más lúdicas”, opinó.
Será que para muchas mujeres, acostumbradas a la demanda permanente, jugar puede ser ese espacio de soledad en el que no tienen que atender a otros. “Muy graciosa tu pregunta, porque yo me pregunto también por qué juego. Hace poco incorporé el viejo Tetris en mi compu, juego en momentitos de impase, como un relax de algunos minutos, o a la noche cuando termino y chequeo el mail o el facebook. Lo tomo como un mero no pensar, usar las neuronas automáticamente. Pienso que es una pérdida de tiempo, pero una pierde el tiempo en tantas cosas”, expresó Marina Gryciuk, diseñadora, vestuarista y artista plástica. “Tengo incorporado, culturalmente, esto de la culpa por estar al pedo. Pero también pienso que el arte tiene mucho de juego y de hacer cosas por nada. En esas instancias también uno es creativo”, agregó.
En ese punto talla la concepción del juego de Mónica Kac. “Cuando se mira una película y no se puede parar de llorar, ése es su juego, el lugar donde se pone en existencia. Cuando uno se pone en juego con algo, cuando hay algo de mí que hace juego, hace match con algo de la realidad, se pone en movimiento, se produce una carga energética, una ansiedad, un deseo, una expectativa, que necesita ser expresada, esa carga de expresión es a lo que yo llamo específicamente expresión lúdica. Y todo el arte está a disposición de la expresión del ser humano. No hay ningún animal que haga arte porque no tiene desarrollada su capacidad lúdica”, apunta. Desde este concepto, cree que así como los hombres juegan al fútbol, “las mujeres se juntan a hablar, y eso es todo un juego”.
No todas lo ven del mismo modo. Argiroffo consideró que “jugar es jugar y charlar es charlar. A los hombres les falta hablar de lo que les pasa, no hay duda, pero a las mujeres nos hace falta jugar, pero así, jugar, no hablar y darnos consejos de una abogada para cobrar cuota alimentaria, un gimnasio, o del trabajo. Nos falta poner el cuerpo. ¡Endorfinas para todas!”. La licenciada en Historia fue más allá: “No sé si hablar es lúdico, lo pongo en duda. En todo caso, es para pensar que está generalizado el uso del tiempo libre, desde el momento en que hay modos masculinos y femeninos naturalizados, y poco intercambiables, como que nos juntemos a jugar un picadito entre nosotras y después tomemos porrón. Sería lindo, pero seríamos vistas como bichos raros”.
Mangiaterra, una vez más, pone otro condimento en esta discusión, a través del libro Juegos inocentes, juegos terribles, de Graciela Scheines. “El mundo civilizado y ‘real’ de los hombres es un orden frágil, una pequeña patria amenazada. Las fuerzas oscuras de los demonios y los conjuros, los niños, las mujeres y los juguetes, están acechando para desbaratarlo cualquier día de éstos”, dice la autora, una pionera en la teorización del juego en la Argentina, en ese hermoso libro de 1997. Por su parte, y a partir de ese párrafo, la psicóloga apuntó que “en relación con la cosa medio peyorativa que hay sobre la mujer y el juego, está la potencialidad muy fuerte de lo femenino. A lo mejor juegan mucho con un sentido ligado a lo infantil. Pero también está en el carácter que conectan. La mujer como depositaria del relato oral, por ejemplo, todo ese bagaje queda a cuenta de las mujeres. A lo mejor los varones van a jugar al fútbol, pero hay toda un área de lo lúdico, lo que conecta con la otra realidad, con la no hegemónica, para llamarlo de alguna manera, que está muy vinculada con lo femenino”.
Scheines escribió que “la incapacidad de fundar otros órdenes juguetones, transitorios, repetibles e irrecuperables, convierte a los ciudadanos en partes muertas de un engranaje que se mueve por pura inercia, arrastrados por su rutinario funcionamiento como piezas inanimadas”. Por eso, para recuperar aquello vital que el juego convoca como libertad de elección sería bueno preguntarse, en este mismo momento, ya sea en la playa como en la oficina, a qué tenemos ganas de jugar.
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