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Viernes, 15 de febrero de 2013

PERFILES

Paciencia para la verdad

Catalina de Sanctis Ovando

 Por Sonia Tessa

Catalina de Sanctis Ovando se reconstruye con valentía desde que supo quién es, en septiembre de 2008. El 16 de enero pasado vivió otra prueba: cruzó a su apropiador, Carlos del Señor Hidalgo Garzón, andando en bicicleta. Lo hacía frente a la casa de Catalina, en Palermo, en abierta violación a la prisión domiciliaria que cumplía en un geriátrico. Y el domingo siguiente de nuevo. Ella no lo veía desde 2009. No dudó: al día siguiente de cada “encuentro”, el equipo jurídico de Abuelas hizo la presentación ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata. “No tuve miedo, predominaron la indignación y la bronca, sentía que era una burla no sólo hacia mí sino hacia todos: la justicia y la sociedad en general”, dijo sobre el proceso que terminó en la revocación del arresto domiciliario al represor.

Catalina es hija de Raúl de Sanctis y Miriam Ovando, dos rosarinos militantes de Montoneros que desaparecieron en provincia de Buenos Aires. Nació en el Hospital Militar de Campo de Mayo el 11 de agosto de 1977, aunque siempre creyó que su cumpleaños era el 15. Su mamá la llamó Laura Catalina y llegó a escribir una carta después del nacimiento.

Catalina creció como María Carolina Hidalgo Garzón, apropiada por el oficial de inteligencia del Ejército, procesado por secuestros y tormentos a 127 personas en La Plata. Cuando era adolescente, tuvo la certeza de ser hija de desaparecidos. Pero la charla con su apropiadora María Francisca Morillo significó otra cárcel. La mujer le dijo que si llegaba a hacer algo, ellos irían presos. Fueron años de extorsión y miedo a traicionar a quienes todavía trataba como padres. A tal punto que Catalina salió corriendo cuando otro nieto restituido, Manuel Gonçalves Granada, fue al profesorado de Educación Física donde ella estudiaba a buscarla, en 2007, para darle una carpeta con documentación sobre las sospechas en torno a su identidad. Por lo mismo, la citó poco después el juez Ariel Lijo. Catalina huyó del país y después recaló en una estancia de San Luis, junto a su marido, Rodrigo Amieva. Allí se realizó el allanamiento para tomarle la muestra de ADN. Por entonces, se dio cuenta: “Mis apropiadores me estaban usando como escudo. Me ponían en el medio y esperaban que yo los salvara”. Por su apropiación, son juzgados por el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín.

En septiembre de 2008 tuvo el resultado del ADN. El primer acercamiento con sus papás fueron dos fotos “horribles”, fotocopiadas, en blanco y negro. El proceso fue difícil, siempre con el apoyo de Rodrigo. “El me iba impulsando a animarme”, cuenta. Cada paso remueve dolores profundos: en 2010 conoció a sus tíos, primos y amigos de su papá. En los viajes a Rosario, los sentimientos la desbordan y queda “extenuada”.

El 23 de diciembre, junto a familiares y amigos, plantó un palo borracho para su papá y un ceibo para su mamá en el Bosque de la Memoria de Rosario. Ahora que los va conociendo por relatos, comprende por qué siempre le gustaron los deportes. Miriam hacía nado sincronizado y gimnasia deportiva y Raúl practicaba rugby. “La visión que tengo es idealista, por supuesto. Los dos son perfectos, lindos y no tienen defectos”, contó.

Catalina trabaja en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, y antes fue administrativa en la Oficina de Asistencia a Personas Damnificadas por el Delito de Trata. “Es algo llamativo dónde empecé a trabajar”, dice tras subrayar que “las desaparecidas de ahora son las personas que sufren la trata”.

El camino de Catalina fue escarpado: “Yo antes era una foto fuera de foco, borrosa, y ahora se ve nítidamente”, definió en el programa Acá estamos, historias de nietos que recuperaron su identidad, que se ve por Canal Encuentro. Considera que “recuperar la identidad es darse cuenta de que uno no fue libre” y por eso insta a quien tenga dudas a “permitirse, tenerse paciencia y animarse” a buscar la verdad.

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