FOTOGRAFIA
Una exposición del Museo Larreta exhibe fotografías inéditas de Ouka Leele, la artista española mito de la “movida madrileña” –ese movimiento rupturista que amaneció con el ocaso de la dictadura franquista–. Para repasar vida y obra, Las12 conversó con Manuel Romero, reconocido curador de “Ouka Leele. La utopía trasgresora”, y con la propia protagonista, autora de imágenes icónicas de los ’80 y la actualidad.
› Por Guadalupe Treibel
Cuando era aún una adolescente, Bárbara Allende hizo unos dibujos y los puso a la venta en el rastro de Estepona. Entonces, un hombre con gorra de marinero y pipa se acercó y soltó unos billetes. “Y que sepas que te los compro porque sé que vas a ser muy famosa”, dijo entonces. Aquel señor no se equivocaba; el tiempo le dio la razón. Bárbara se volvió Ouka Leele, seudónimo al que responde su obra, y es no sólo un icono total de la movida madrileña; también ha sido –desde hace décadas– un referente de la fotografía española y, por qué no, de la pintura, la poesía, la performance, el videoarte.
Renovadoras y rupturistas, sus piezas se han mostrado en París, Londres, Tokio, San Pablo, Nueva York, en instituciones como el Museo del Prado, el Museo Español de Arte Contemporáneo, la Foundation Cartier. Ahora, una selección inédita llega por primera vez a la Argentina, al Museo de Arte Español Enrique Larreta que, hasta el 28 de abril, presenta “Ouka Leele. La utopía trasgresora”, un lujo para los sentidos. Y una oportunidad, claro, para encontrarse con un puñado de fotografías de esta autora tan recordada por series como “Peluquería” o “Mi circo”, por haber colaborado en diseño en films como Laberinto de Pasiones o ganar galardones como el Premio Nacional de Fotografía.
“Compañera de fatigas de artistas como Javier Mariscal, Ceesepe, Alberto García-Alix o Pedro Almodóvar”, según dicen por allí, Allende superó un cáncer, detuvo el tránsito del Paseo de la Castellana para tomar la reconocida fotografía “Rapelle-toi Bárbara”, inspiró el largometraje documental La mirada de Ouka Leele, de Rafael Gordon, nominado a los Goya en 2010, publicó libros de poesías. Y sigue, siempre sigue, tomando fotografías que la continúan catapultado a una merecida fama.
Con el fin último de adentrarse en la exposición que organiza y auspicia la oficina cultural de la Embajada de España en colaboración con el Larreta (donde además de fotos habrá videoarte de la artista, el documental de Gordon y conferencias varias), Las12 conversó con su curador, el español Manuel Romero. Y para repasar la vida toda de Bárbara Allende, llamó a Madrid. Y atendió Ouka Leele.
“Siempre he confiado que tenía un genio por delante (¡si me oye, me arremete!), algo muy difícil de encontrar en la vida. Ouka Leele ha sabido oír las voces del destino, sus circunstancias enigmáticas, y las ha conectado con lo popular”, arriesga el doctor en Arte y licenciado en Filosofía Manuel Romero, comisario de exposiciones internacionales, curador de “Ouka Leele. La utopía trasgresora”. La muestra, que representó a España en la XI Bienal de Arte de El Cairo, llega a Buenos Aires tras presentarse en Europa y seguirá su itinerancia por Iberoamérica.
En charla con Las12, el español asegura que ésta es una “exposición de riesgo y de madurez” que no es ni antológica ni histórica, pero que reúne “fotografías analógicas, algunas que tienen más de diez años pero que son absolutamente desconocidas, inéditas” y otras digitales y en color muy poco conocidas por el público. “Ella tuvo un éxito excepcional desde el principio con sus polaroids, sus fotos blanco y negro y sus acuarelas, pero esas obras que tuvieron tanta fama justificada para mí son obras arqueológicas”, define Romero.
–Porque el proyecto traspasa la realidad, la excede por la forma en que la dibuja, la pinta. En obras como la sublime “Generoso encuentro con la belleza” está toda la historia del arte contemporáneo: Lucian Freud, Mondrian, Marcel Duchamp... Ouka va por delante y sintetiza las geometrías, el claroscuro, las formas; inventa nuevos espacios, nuevas imágenes con el contenido del arte contemporáneo.
–Si tú crees, terminas viendo. El auténtico sentido profundo de Bárbara es utópico por completo, por más palos que ha recibido. No profesionales, pero sí biográficos de una artista. Ella es de una familia aristócrata, pero su vida no ha sido fácil, porque quiso ser mamá sin casarse, porque no le interesaba el matrimonio para nada. Siendo muy joven, su padre la expulsó de casa. También superó un linfoma grave siendo muy jovencita. No la ha tenido fácil. Ni la tiene. Siempre ha querido vivir de su trabajo y lo ha hecho, no sin esfuerzo.
–El trabajo de Bárbara es completamente autobiográfico. Y muchas veces ni ella misma es consciente. Estoy seguro de que, cuando estaba haciendo las fotografías de la Menina Liberada, no sabía que era su propia historia: una menina que abandona a los reyes de España y se va del cuadro, de su casa, como lo hizo ella misma estando en estado. Bárbara siempre está tejiendo en torno de su persona bella, no por ego absorbente sino por una necesidad moral y espiritual.
–¡Absolutamente! Sus obras son emocionantes. De primera, absurdas y, después, puro surrealismo. Y eso emociona. Es un lenguaje lírico y poético, donde hay ranas alucinadas y perritos y conejos comiendo y bebiendo.
–Sí. Están las fotografías que yo llamo arqueológicas, que le dieron el triunfo primero, con colores encima. De esta etapa, que va hasta su famosa serie “La Peluquería”, guarda su manera de hacer cuando pinta. Un segundo momento es cuando empieza a realizar retratos mágicos de sus amigos con fantasías en la cabeza; allí construye una escenografía que, luego, retrata. También hay otro signo interesante: casi todas las imágenes B/N esconden un lenguaje enigmático. La tercera etapa, la actual, es cuando ha traspasado la fotografía y se pone a hacer videos con una libertad enorme y en un espacio místico increíble. Fíjate que, cuando fuimos a Roma, se le ocurrió visitar Santa María de las Victorias para ver la escultura de Bernini de la transverberación de Santa Teresa y, cuando llegamos, entre velas encendidas y olor medieval (que te despierta como una lujuria de los sentidos), a ella se le soltaron las lágrimas y le costó trabajo poner la cámara. Esto ha sido muy nuevo en su biografía.
–La movida también ha pasado por diferentes momentos de desprecio y alumbramiento. Ahora mismo hay una recuperación más auténtica y constructiva del reconocimiento de obra de madurez y de lo que significó el nuevo lenguaje para todos nosotros. Es que ellos han construido un mundo tan positivo a través de su mundo artístico... Yo los conocí a todos muy jóvenes, en la única vez en mi vida que he tenido una galería de arte. Y toda esta gente menuda, con 14 años, venía a mi galería con una nueva forma de ver la vida, nada políticamente correcto. Señalaban un espacio de libertad que nosotros no habíamos tenido; ellos no eran conscientes, eran la valentía. Oye: ¡entonces Almodóvar era cantante! Recuerdo que nos reuníamos en La Bobia, en La Riviera, junto al río, todos lugares un tanto cutres. Luego comíamos en un sitio del Rastro llamado La Vaquería o íbamos a El Comunista. Era todo muy bonito, muy interesante.
Desde su apartamento en Madrid, la siempre bien dispuesta Ouka Leele acepta una entrevista telefónica; acuerda día, aunque del horario no está tan segura. “Sí, lo veo factible, pero tengo sesión de fotos con Rossy de Palma y no sé a qué hora acabaré”, escribe por correo quien hiciera retratos de figurones como Chus Lampreave, la ya mencionada Rossy, Blanca Portillo. Esos, entre tantos otros, son los rostros que Ouka ha regalado con cualidad excepcional en sus décadas de carrera, entre míticos polaroids, fotos blanco y negro, imágenes terminadas con acuarelas, composiciones surrealistas henchidas de color y puestas francamente memorables.
Protagonista clave de la movida madrileña, ese movimiento rupturista de la transición franquista que explotó la libertad y la innovación en una España que se reinventaba, Ouka Leele ha evolucionado en un lenguaje que no admite reservas, que –en el eclecticismo de los recursos– sigue apostando a la emoción, al impacto cargado de sentido, a renovar el decir desde la fotografía que la catapultó a la fama, la pintura, el videoarte y la poesía. En charla con Las12, Bárbara Allende (tal es su verdadero nombre) desnuda sus pasiones, sus intenciones y el recuerdo...
–Pues, si me dices qué quiere decir la palabra “fantasía”... Porque, para mí, la realidad no es exactamente lo convencional. Aparte de ver lo que está ahí fuera, sentimos cuando vemos; con mi obra expreso más de lo que simplemente ven los ojos. Yo aporto realidad.
–Si el arte no cura, no es arte. Me ha pasado de entrar al cine con gripe y ser la película tan maravillosa que, al salir, ya estaba sanada. Cuando era jovencita, solía plantearme que los panaderos hacían algo verdaderamente necesario, pero el arte ¿a quién le interesaba? Me parecía un lujo, algo que necesitaba hacer para mí. Pero el arte es útil porque es alimento para el espíritu, y una sociedad vacía está muerta. Es algo que el espíritu necesita para no angustiarse, pues las enfermedades son tristezas también.
–Yo creo que es mejor hablar de lo que conoces que de lo que no conoces. Mi poesía es más autobiográfica aún. Con la fotografía me puedo esconder un poco porque hay otra persona interpretando un papel, aunque algunas veces lo interpreto yo mismo. Una vez, un crítico de arte que fue a una de mis exposiciones de pintura, me dijo: “Aquí sí que no te escondes”. Y tenía razón, porque la fotografía es más fría pero la pintura te muestra claramente cómo eres. Y la poesía, más aún; allí está la intimidad.
–Es que, luego, la fotografía me ha llevado hasta la palabra. Es una cosa muy extraña. Siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras pero, en realidad, creo que la palabra es el lenguaje humano por encima de todo. La palabra es creadora, crea imágenes. Si digo: “Hay un elefante que vuela, azul, sobre las nubes blancas”, tú ya estás viendo ese elefante, ¿no? Y cada quien lo verá distinto. Esas imágenes que se forman en la mente me interesan mucho.
–Sí, sí, sí. La primera que recuerdo escrita es de cuando tenía 17 años, quizá más pequeña. Las guardaba en cuadernos, pero no las mostraba. No pensaba que pudieran interesarle a nadie. Eran más una expresión de mi alma. A veces, la poesía surge del dolor y te libera; otras, viene sola, aparece en mi mente y la tengo que escribir. Tengo varios libros publicados.
–Constantemente necesito arriesgarme, meterme con lo que no conozco, volverme a sentir como cuando empezaba. Mantengo la obra viva, esperanzada, no quedándome en el icono ni en eso de “ha descubierto una forma de hacer las cosas que gusta mucho y la conservo toda la vida, aunque me esté aburriendo, aunque me esté muriendo, aunque no pueda más”. Por eso pinté un mural de 300 m2, “Mi jardín metafísico”, en un pueblo de Murcia, porque nunca lo había hecho y fue un reto increíble. Necesito meterme en esos retos. El otro día, por ejemplo, quería hacer un coro con amas de casa que cantaran una canción que habíamos inventado a partir de un poema mío, algo que me recuerda a mis comienzos locos, divertidos. De todas formas, mi verdadera intención es encerrarme a pintar: dedicarme a ver con los ojos de dentro es mi máximo proyecto futuro; estoy deseando poder hacerlo.
–Yo ya había dejado la fotografía. Había luchado mucho para romper el esquema de “Ouka Leele, fotógrafa” y pensaba que era una etapa concluida; estaba dando el paso hacia la pintura. Aunque concluirla ciento por ciento es imposible, porque es un lenguaje contemporáneo que siempre está presente. Ahora mismo, con el celular, siempre estoy haciendo fotos, con la idea de publicarlas algún día. Ese es un lenguaje más espontáneo, que no tiene ningún sentido, que no pretende nada y eso me gusta mucho, porque es muy sincero. Pero me he ido por las ramas... ¿Qué estaba diciendo?
–Superada, sin pensar que la iba a dejar para siempre. Sí estaba un poco mosqueada con todo el asunto del mundo digital. No me convencía, no me gustaba. Pensaba: “Si la fotografía se va a poner tan fea y va a ser todo tan horrible, con tan poca calidad, pues yo salgo de aquí corriendo”. Pero, luego, la fotografía digital ha ido demostrando que tiene muchas posibilidades, casi más interesantes que la analógica. Entonces sí me interesa. El premio fue un volver, me volvió a catapultar hacia la fotografía.
–La película habla de usar a la mujer como arma de guerra, porque si quieres desestabilizar a una sociedad, atacas a la mujer, que es quien sostiene la economía, quien se ocupa de que todo esté en su sitio (más aún en Congo). Con su voz bella de locutora, Caddy dice y yo, con imágenes suaves de naturaleza, expreso lo que cuenta. Mientras, por ejemplo, ella relata cómo obligan a un niño a violar a su madre, ves un pececito que se mete entre la hierba y, de repente, ves al niño asociado con el pez. Es un experimento bien interesante que, de tan doloroso, hace que salgas con el corazón compungido, sin haber visto una sola imagen violenta. Es algo nuevo en el mundo de la imagen conseguir llegar con la imagen, pero a través de la palabra. Hoy en día puedes ver en un telediario a alguien al que le ha explotado una bomba en la cara y no sufres, porque ya te has protegido de esas imágenes. Pero de la palabra no, sobre todo si la imagen que estás viendo es bella. Te abres y lo que se cuenta entra directamente en ti, no te proteges.
–He hecho cosas solidarias, como imágenes contra el maltrato o contra la guerra, pero nunca una obra tan clara como ésta.
–Mira, contra el maltrato hice un ritual en la Plaza de Cibeles, en Madrid, para ver si conseguimos que eso cambie, porque es esencial para la sociedad la unidad entre el hombre y la mujer. No la lucha, no quién domina, la unidad. Si ya en tu casa o en tu infancia –donde debes mamar amor–, mamas lucha, desprecio o dominio, la situación ha de ser horrible. El maltrato es la cuna de todas las guerras, de todas las violencias.
–Veo a los críticos interesados en el arte femenino. Yo no creo que sea necesario saber si una obra es de un hombre o una mujer. El artista es artista; me da igual su género. Pero sí creo que la mujer tiene un lenguaje y un acceso al propio sentir que expresa con muchísima facilidad en el arte. Es bien interesante, porque lo patriarcal ya lo hemos vivido demasiado tiempo en la escena.
–Cuando tomas un hábito y te metes a monja o monje cambias de nombre. Será como entrar en el orden artístico. Yo no quería que se supiera nada de mí, quería ocultarme, quería mantener el enigma sobre si era hombre, mujer, vieja, viejo, japonés, hawaiano, español; eso me divertía muchísimo. Pero no pude mantenerlo por mucho tiempo. Al principio sí; como tenía las cosas tan claras, a mis primeras conferencias iba con siete personas y nadie sabía quién era yo. Nos turnábamos para tener la palabra y la gente se enfadaba, gritaba: “¡¿Quién es Ouka Leele?!”.
–El juntó letras por juntar, yo las cogí y, veinte años después, cuando me lo quería quitar –en una de estas crisis que paso cada tanto y quiero cambiarlo todo– conocí a una mujer que me dijo que, en idioma bubi, Ouka Leele existe y quiere decir: “Que des muy bien la vuelta al círculo de la vida”. Es un nombre de poder maravilloso y, claro, no me lo quité.
–De pronto quiero ser nueva. Es como morir y nacer constantemente.
–No tengo nostalgia porque la he vivido a tope y me ha ido bien. No la echo de menos. Los jóvenes la tienen mitificada y quisieran que estuviera ahora mismo, pero creo que lo pueden vivir igual con la experiencia de no repetir los errores y de ir hacia adelante. Hubo tanta libertad, tanto experimento, pero mucha gente ha quedado en el camino por las drogas y no es lo que más me gusta. Recuerdo que, sobre todo al comienzo, no teníamos ni un duro, pero teníamos tantas ganas de hacer cosas que no parábamos nunca. Excita la creatividad, el no tener todo resuelto.
–Cada uno muy diferente, ¿no? Siempre me ha gustado mucho eso: cada uno hizo lo que sintió que tenía que hacer. Eso sí me gusta: la libertad y experimentación que había, el riesgo, la investigación. Al coincidir todos en la misma ciudad y vernos mucho, nos alimentábamos los unos a los otros, nos dábamos energía. Una cosa muy curiosa es que éramos muy jóvenes. Cuando conocí a Alaska, ella tenía 13 años y ya tenía un grupo. Sigfrido Martín Begué era más joven que yo, que tenía 16; era un niño precoz. Y esa chica que iba por ahí y era como la musa de la movida, May, me cuentan que tenía 11 años. ¡No me lo puedo creer! Cuando miro para atrás y veo que hicimos una obra increíble, que todavía hoy sigue siendo de vanguardia, pues me alucina.
–¡Me puse un cochinillo! Le abrí las tripas, le puse unas pilas y luces en los ojos (qué horror) y entré a la sala llevándolo en la cabeza (risas).
–(Piensa.) A lo mejor sí, ¡No lo sé! Han pasado tantos años que ya no lo recuerdo todo.
“Ouka Leele. La utopía trasgresora” se exhibe hasta el 28 de abril en el Museo de Arte Español Enrique Larreta, Juramento 2291. Entrada general: $ 2. Jueves gratis.
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