ENTREVISTA
A partir del maltrato descubierto en el jardín Tribilín, en vez de reclamar una mayor intervención del Estado, un grupo de padres pidió que se instalaran cámaras web en los jardines maternales. La psicóloga Gabriela Dueñas cree que la educación no puede construirse sobre la base de la desconfianza, porque eso provoca una relación de clientelismo, violencia e indiferencia con la escuela.
› Por Luciana Peker
La mamá se levanta. Le da el desayuno a su hija, le quita los restos de la mermelada, pelean por la ropa para ponerse. Al fin logra salir y la lleva, mitad de la mano mitad a upa, agitada, hasta el jardín de infantes y la deja junto con su mochila, su vianda para el mediodía y su camarita. Se dan un beso y se despiden. Le dice “chau” hasta la tarde, pero que la va a ver por la “tele de mamá”. De ahí vuelve a correr, un poco más agitada, para alcanzar el colectivo. Llega al trabajo. Saluda a sus compañeras de oficina. Hacen la rueda de saludos y reconocimientos sobre si tienen igual la cara o el pelo y se sienta en su computadora. Antes de empezar con el trabajo del día ya se conecta a la cámara del jardín. Su hija está llorando. Se queda diez minutos mirando una escena fija hasta que comprende que una amiga no le prestaba un juguete. Por fin se soluciona el habitual intercambio diplomático por quien planta la bandera de “es mío” y ella empieza a revisar el trabajo. Minimiza la pantalla que nunca se apaga del lugar en donde dejó a su hija para poder trabajar (pero, en realidad, la pantalla nunca la deja a ella del todo).
La escena no sucede. O no sucede todavía. Pero si bien ya hay jardines con webcams, después de los gritos del maltrato que fueron grabados en el jardín Tribilín de San Isidro, un grupo de padres y madres empezó a juntar firmas por Internet para que los jardines maternales puedan ser monitoreados por cámaras filmadoras.
“El problema es que la confianza está resquebrajada por los efectos del neoliberalismo de los noventa”, diagnostica Gabriela Dueñas, doctora en Psicología, licenciada en Educación y psicopedagoga. Ella es coautora del libro Paradojas de las instituciones escolares en tiempos de fluidez, editado por la Universidad Nacional de San Luis y La patologización de la infancia, Intervenciones en el aula –de próxima aparición– de Editorial Noveduc e integrante del equipo Forum Infancias, de prevención de la medicalización de las infancias actuales. Y advierte sobre la responsabilidad del Estado en posibilitar mejores cuidados en los y las lactantes, en que las y los docentes están cada vez más asustados ante las sospechas de los padres y en generar vínculos de participación pero no de clientelismo en relación con la escuela. “La escuela es uno de los espacios donde los chicos pueden jugar que está tan restringido en la vida actual por la inseguridad”, valoriza.
–Lo que produce Tribilín es la exacerbación de una problemática que ya se venía viendo y nos estaba preocupando a los que trabajamos con niños y adolescentes. No es de ahora. Es un problema complejo pero que remite a las lógicas del mercado que dejaron las políticas neoliberales en la escuela. La relación de los maestros y las familias cambió por una relación de proveedores y clientes. La lógica del mercado impactó en la escuela por la lógica de la oferta y la demanda, con la idea de que lo que importa es que el cliente siempre tiene la razón, y esto va a contramano de la educación y la socialización. Pero los noventa dieron lugar a que se trastruequen las relaciones y los maestros pasen a ser empleados y los padres clientes. Pero de eso no se habla. Las escuelas privadas padecen esto pero prefieren no hablar. Y esto también pega en las escuelas públicas. Porque lleva a exigir en las escuelas determinadas expectativas a las y los docentes que, cuando no cumplen, pueden reclamar como cuando algo que compran les viene fallado. Pero la pedagogía es una ciencia y uno puede dar muchas explicaciones pero no todas. Por ejemplo, el padre viene enojado porque el maestro le enseñó las cuentas de una manera que él no entiende. Este es un fenómeno de hoy en día, en donde se enseña con un nuevo método, con nuevos dispositivos didácticos. El chico trae en el cuaderno cuentas que van descomponiendo que los padres no entienden porque responde a otra didáctica. Si yo estoy haciendo otra receta no es bueno que te metas. Se espera que el vínculo se apoye sobre la confianza. Que se elija bien la escuela como se elija bien a un médico, pero uno no se puede levantar en medio de una cirugía y decir: “¿Qué me estás haciendo?”. También tenés que confiar que le van a enseñar bien a tu hijo. Todo parte del vínculo de la confianza, que está resquebrajada por los efectos del neoliberalismo de los noventa y que pasamos de la dictadura en donde el lema era “no te metás” al “sálvese quien pueda” y ambas lógicas fracturaron las relaciones. Así, es tan complicado cuidar a un chico como cuando los padres que están separados no acuerdan y uno dice blanco y otro dice negro.
–La participación de los padres es positiva y saludable, la pedimos por favor. Pero tiene que ser en tiempo y forma y no basada en la desconfianza. Cuando el padre va a la escuela debe ir por la puerta grande e ir a ver qué pasa con su hijo, si tiene un problema, y no en calidad de detective o porque no se está cumpliendo con lo que le vendieron.
–Eso es lo primero que hay que hacer. Pero no la desconfianza que implica que seguramente sos un vago y estás dando la clase así nomás. El niño es hoy, como nunca antes en la historia, escolarizado desde muy temprana edad y cualquier cantidad de horas por día, pero a eso le sumamos que los padres que institucionalizan a sus hijos desde los 45 días lo hacen en un lugar en el que no confían. ¿Qué pueden sentir los hijos? ¿Cómo mi papá me deja acá? Los chicos no confían tanto en los maestros porque los padres les están diciendo que más vale no confiar tanto. Pero también daña la relación con los padres, porque si no confían en los maestros: ¿por qué me están dejando acá? Los chicos no lo pueden poner en palabras, pero no prestan atención en clase y cuando viene la maestra o directora a decirles algo les contestan con un gesto desafiante. Eso viene como respuesta a que no reconocen la autoridad de un adulto que los está cuidando por lo que están escuchando en la casa. Se perdió la investidura que tenía el docente.
–Esta relación con frecuencia termina en estallidos de violencia. Cualquier maestro se te va a quejar de esto en escuelas públicas y privadas. En general, los maestros les tienen miedo a los padres. Las actitudes que generan frente a ese temor son defensivas: la comunicación no es fluida y el vínculo se ve afectado. A raíz de las denuncias de Tribilín, si un chico se cae y está sangrando, en vez de abrazarlo lo primero es buscar un testigo, anotar la hora, porque tenés miedo de tocarlo. Cuando un chico tiene un ataque de angustia y sale del aula, que es algo muy común, hay que contenerlo y frenarlo, pero no vaya a ser que una uña larga lo vaya a marcar o un forcejeo con un chico que está con un ataque de ira o angustia, porque el menor roce te lo inculcan a vos. Entonces el cotidiano escolar es un infierno. Otra situación difícil es si llamás a los padres porque a un chico le duele la panza y te dice que le habrá gritado la maestra. ¿Y si era una apendicitis? ¿Quién se come el juicio? Así estamos todos los días. Esto no ocurre en el ciento por ciento de los casos pero ocurre en muchos casos, que producen el malestar de los docentes. Vos llamás a los padres y les decís que está vomitando su hijo y no te creen, o los adolescentes te caen borrachos y se te caen en la escuela y los padres te dicen “no puede ser”.
–Pero Tribilín era un comercio, no era una escuela. Era una truchada. No había ningún tipo de supervisión, ni control. No se puede trasladar lo que sucedía ahí a todas las escuelas. En Canal 13 llevaron durante la cobertura del caso a un especialista que quería que los chicos llevaran cámaras portátiles. Eso tiene una intención especialmente cuando ves a un tipo que te quiere vender una cámara para que lleves a todas las escuelas. La inseguridad está al servicio del mercado. Los medios contribuyen muchísimo.
–Los padres pueden fijarse bien a qué escuela van sus hijos, tienen que tomarse todo el tiempo del mundo. Pero una vez que la eligen tienen que dar un voto de confianza. Ese voto de confianza tiene que estar para criar. Yo no digo que los padres no vean lo que está pasando en la escuela, pero ejercer un control en la escuela supone que no se confía ni en la maestra ni en la escuela en que se deja al niño tantas horas. Esa desconfianza genera un daño en el niño, que se siente profundamente inseguro en manos de alguien en quien sus padres no confían.
–El Estado es el garante de que se cumplan los derechos de los niños. Ahí el Estado estuvo ausente y, en su lugar, cada vez que se corre el mercado está acechando. En el Chaco apareció un chico con un arma en la escuela. ¿Dónde estaban los psicólogos y las psicopedagogas? La directora decide que vayan los chicos con mochilas transparentes. Eso da lugar a que se redoblen los dispositivos de control y quién sale ganando con todo esto: los que venden las armas, las mochilas transparentes, las cámaras de seguridad. Si vos querés tener controlado a alguien es a través del miedo.
–Se movilizan miedos bien viscerales, entonces la culpa viene exacerbada a la enésima potencia y es terreno fértil para inocular más miedo y vender más dispositivos para controlar a los maestros y a los jardines maternales.
–Es que habría que reformar la legislación laboral para que las madres tengan un tiempo mayor de 45 días para que un chico esté medianamente fortalecido para recién después institucionalizarse. Esto no debería generarles culpa a las madres sino a los legisladores y al Estado. Las leyes laborales la obligan a la madre a volver a trabajar a los 45 días. Para la madre es un desgarro dejar a un niño en manos de un desconocido. En políticas de Estado eso cuesta más plata, porque cuando llegan a primer grado le dan la pastillita para que se quede quieto. Pero Tribilín no era para pobres. Estaba en San Isidro, en una zona de clase media, y valía 1900 pesos por mes. Cualquier madre si presta atención a un niño detecta rápidamente si es maltratado, porque puede ocurrir en la mejor escuela del país. Aunque también hay una responsabilidad social. La vecina después declaró que veía cómo les hacían submarino a los chicos y un plomero dijo que vio cómo encerraban a cuatro nenes en un placard. La responsabilidad es primero del intendente (Gustavo Posse), después de la Dirección de Escuelas y de todos como sociedad. ¿Cómo nadie hizo la denuncia? Son cómplices. Vos no podés ver que están torturando a un pibe y no hacer nada porque viniste a arreglar un caño. Para criar a un niño hace falta una aldea. No se puede solo. Pero si desconfiamos de todos no se puede.
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