Viernes, 3 de mayo de 2013 | Hoy
VISTO Y LEIDO
Después de una primera novela muy elogiada, en Ladrilleros, su nuevo libro, Selva Almada se confirma como una autora más clásica que original, con un universo narrativo definido a partir de historias condensadas en la fuerza de sus personajes y ambientadas en calurosos y opresivos pueblos del interior.
Por Malena Rey
El fenómeno de Selva Almada (nacida en Villa Elisa, Entre Ríos, en 1975) tomó a todos por sorpresa. Silenciosamente, hace ya un año publicaba en el sello independiente Mardulce su primera novela, El viento que arrasa, que fue cautivando al público y avivando el boca a boca necesario para que una historia bien contada llegue a todos sus potenciales destinatarios. En esa novela, ambientada en las polvorientas rutas del Chaco, la joven Leni y su padre, el Reverendo Pearson, recalaban en el taller mecánico del Gringo Brauer y Tapioca, y sus vidas se cruzaban de tal forma, con tal intensidad, que ninguno salía inmune del acercamiento. Elegido como libro del año que pasó y traducido al francés, El viento que arrasa auguraba una carrera promisoria que esta segunda novela, Ladrilleros, vendría a comprobar o confirmar. Ambientada también en el clima caluroso y opresivo de un pequeño pueblo norteño, Ladrilleros es el relato de un fuerte enfrentamiento familiar que se transmite de padres a hijos, con una violencia encapsulada que arrastra a los lectores a distintas zonas sensibles de los personajes. Con un trabajo minucioso de registro, en la novela se cuelan el habla popular pueblerina (los “chongos”, los “changos” y los “chamigos”, “la calor”, la “jeta” y los “hijunagranputa”) y las onomatopeyas, al tiempo que se condensan algunas conductas que los personajes no se cuestionan sino que aceptan con resignación (hombres que ahorcan a sus perros, sin sentimentalismo; mujeres que van a parir solas, sin sobresaltos). Los protagonistas son los Miranda y los Tamai, dos familias humildes y vecinas que se dedican a la fabricación de ladrillos. La pica entre los padres, hombres rústicos entregados por las noches al alcohol o al juego, se transmite a sus hijos, Marciano Miranda y Pajarito Tamai, oponiéndolos indefectiblemente desde su infancia. Sabemos desde el comienzo que ambos agonizan, heridos en el descampado de una feria de atracciones, y reviven mentalmente una serie de sucesos que los llevó a ese desenlace. Sin una cronología lineal, operando a partir de escenas que alternan el pasado y el presente, la conciencia brumosa y el recuerdo, la prosa realista de Almada está apuntalada por su trabajo con las frases y las descripciones, que atienden a la percepción minuciosa de todos los sentidos (el calor transmite fuertes impresiones a partir del olfato, el gusto y la vista, y calienta los ánimos tanto como a los cuerpos): a diferencia de su novela anterior, aquí hay más acción, y el sexo y la violencia física tienen mayor presencia que latencia.
La originalidad de Selva Almada está en su clasicismo, en una prosa sin disrupciones ni experimentos, en contar una historia sin ironías, sin pretender de eso hacer otra cosa. Y en situar a sus novelas fuera del ámbito urbano (y porteño), en pueblos determinados por sus propios códigos, haciéndose eco tal vez del “regionalismo no regionalista” saeriano, por el cual al referirse de una región se busca trascender hacia una dimensión universal. De la narrativa saeriana puede extrapolarse también el concepto de “zona” para Ladrilleros como la posibilidad de permanencia en un lugar, en una lengua, en un entorno cultural del cual extraer las experiencias; en esa zona se resume y condensa el mundo, que en este caso es un pueblo hostil de Chaco (como Lapachito, elegido por Carlos Busqued en la desolada y opaca novela Bajo este sol tremendo), con sus aires viciados, sus amoríos y secretos. Pero también, salvando las distancias, resuena la “orilla” borgeana, el sitio por excelencia de los compadritos, allí donde el disturbio es moneda corriente y donde gravitan los hombres que “se desconocen” en una pelea con cuchillos. Sin ser ampulosa ni inolvidable, Ladrilleros mantiene la tensión hasta el final a través de una historia simple con personajes complejos, atractivos y llenos de matices.
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