ABORTO En los ’90, un puñado de famosas de la escena pública local se animó a contar por primera vez a un medio gráfico la experiencia íntima del aborto, retomando el histórico manifiesto setentista francés de las salopes (atorrantas o putas), donde mujeres célebres de ese país revelaban sus abortos. Este es el punto de partida que eligió la activista feminista queer Mabel Bellucci en su último libro, Las luchas por el derecho al aborto en Argentina, para recorrer las dos últimas décadas de un tema fundamental en su transpirado periplo mediático.
› Por Mabel Bellucci
En 1994, por primera vez en la historia nacional del debate en torno del aborto clandestino, un puñado de mujeres se atrevió a contar sus experiencias de haber abortado, y sus formas de transitar esa vivencia, en un medio gráfico. Ellas decidieron hablar en voz alta, sin hipocresías. Figuras representativas y “excepcionales”, reconocidas por sus profesiones y por su notoriedad –o simples ciudadanas– se expedían públicamente en esta cuestión para desenterrar lo que se mantuvo con mudez tanto por parte de los partidos políticos mayoritarios como del Estado. En esta oportunidad, al igual que en otros tantos países, se retomaba la tradición feminista de los años ’70, en especial, de la paradigmática campaña francesa. Sin más, cientos de famosas y destacadas de las artes, la literatura y las ciencias, tales como Jeanne Moreau, Christiane Rochefort, Violette Leduc, Dominique Desanti, Catherine Deneuve, Marguerite Duras, Monique Wittig, Giséle Halimi y Simone de Beauvoir firmaron el histórico documento conocido como el “Manifiesto de las 343 salopes”, atorrantas o putas en castellano. Fue publicada en la revista Le Nouvel Observateur, el 5 de abril de 1971. Cuenta una leyenda que la idea surgió de Jeanne Moreau y la pluma de Simone. La verdad, no interesó demasiado quién fue su mentora, lo importante fue que esta propuesta atesoró una significativa repercusión mundial. Todas declaraban haber abortado y se exponían a ser sometidas a procesos legales hasta correr el riesgo de terminar en un calabozo. Además reclamaban que el aborto fuera gratuito y libre durante las diez primeras semanas de gestación. En esos años, este accionar fue considerado como un dechado de desobediencia civil a cargo de las mujeres.
Mientras tanto, en la Argentina, para que el aborto saltara a ser noticia central en la tapa de los diarios locales, se debió esperar la Reforma Constitucional de 1994. Nunca se había atravesado la frontera de requerir a mujeres que atestiguaran sobre sus abortos de cara a la sociedad. Anteriormente, en los medios de comunicación, el tema aún era abordado de manera tangencial ante un caso preciso (...).
Sin embargo, hubo un pie de página. El 12 de junio de 1989 se publicó por primera vez una solicitada en apoyo a una mujer embarazada que, al ser violada, demandaba a la Justicia su derecho de abortar en un hospital público. Por supuesto, la víctima no fue autorizada. Salió en el diario Sur y fue promovida por la famosa “Comisión por el Derecho al Aborto”, al frente de Dora Codelesky. Este hecho fue fundamental en la medida en que no sólo desataba la discusión dentro de las agrupaciones feministas en torno de estrategias de visibilidad sino, también, de que un tema entendido como privado asumiera un carácter público. Asimismo, esta reivindicación colectiva iniciaba la etapa de pronunciamientos transversales al convocar a otras expresiones de la sociedad que estaban fuera del activismo de mujeres.
Al calor de las luchas y de las fuertes polémicas que se ostentaron a través de la “cruzada santa”, llevada a cabo por el entonces presidente Carlos Menem, se fue generando una secuencia de acontecimientos que provocaría el desocultamiento del tema. Por lo tanto, 1994 representó una línea divisoria entre un antes y un después. Así, el aborto se instaló como eje central de la discusión política, más allá de las propias intenciones de sus auspiciantes (...). La embestida autoritaria por parte del gobierno en la Asamblea Constituyente, realizada entre “gallos y medianoche” junto al avance de la jerarquía católica sobre el escenario político, estimuló a una respuesta inmediata de más de 100 agrupaciones de mujeres y feministas de distintos puntos del país mediante una convergencia a la acción. Nació así el Movimiento de Mujeres Autoconvocadas para Decidir en Libertad (Madel). Su operación se centraba en la Asamblea para impedir que la alianza hegemónica lograse su propósito, es decir, implantar la cláusula antiabortista en la nueva Constitución.
Ahora bien, el relato escalonado de situaciones que se presentaron a partir de ese año en adelante lo atestigua. De esta manera, la prensa gráfica puso su espéculo con reflexión luminosa sobre aquellas mujeres que con sus rostros, sus cuerpos y sus palabras confesaron haber abortado como un gesto político sin precedentes. Entonces, en clave genealógica se intentará develar el recorrido de esta larga batalla de nuestras propias salopes.
El 20 de julio de 1994, la revista cultural y política con formato de tabloide La Maga, nombre familiar a los oídos de los lectores de Rayuela, la consagrada novela de Julio Cortázar, intervino puntualmente en el escenario agonístico. De inmediato se convirtió en un medio referencial contra el modelo menemista. Entre los tantos compromisos adquiridos, uno de ellos fue con la lucha feminista y de mujeres. Razón por la cual esta publicación se pronunció mediante un extenso informe cuando desde el gobierno se insistía en otorgar rango constitucional a la prohibición del aborto. Un desenfado de resistencia significó la nota “El rechazo a la prohibición del aborto en la Constitución”, bajo la pluma de las periodistas Sandra Chaher e Inés Tenewicki. Así, actrices, escritoras y políticas condenaban en forma unánime la iniciativa presidencial de incluir la cláusula “el derecho a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural” en la nueva Carta Magna, además de coincidir en la necesidad de un amplio debate en la sociedad antes de legislar sobre el tema y en adherir a la propuesta de despenalizar el aborto. Tres preguntas les hicieron a las famosas: ¿Está a favor o en contra de la despenalización del aborto?; ¿Qué opina de la inclusión de prohibir el aborto en la Constitución?; Si hubiera abortado, ¿lo diría públicamente? Cecilia Roth, actriz; Moria Casán, vedette; María Elena Walsh, escritora; Martha Mercader, diputada nacional por la UCR; Patricia Bullrich, diputada nacional por el PJ; Graciela Borges, actriz; Leonor Benedetto, actriz; Liliana Heker, escritora; Gloria Bonder, titular del Centro de Estudios de la Mujer (CEM); Luisina Brando, actriz, y Chunchuna Villafañe, actriz. Casi todas ellas contestaron el cuestionario; menos María Elena. En general, hubo consenso de que el aborto representaba un tema de la privacidad aunque la mayoría sumaría su confesión organizada por grupos militantes. Llama la atención que de esta mélange de voces, sólo dos fuesen feministas públicas. Luego acompañaba la nota un extenso diálogo con la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú, a cargo de Paula Rodríguez. Pese a definirse profundamente creyente, consideraba “que uno de los legados de la religión católica era el del libre albedrío y en ello se basaba su oposición a la penalización”. ¡Vaya sorpresa! A tomar registro de estas declaraciones asombrosas de personas que se piensa que están en trincheras diferentes y se descubre todo lo contrario.
Años después, el 10 de diciembre de 1997, otra revista de alcance nacional, Tres Puntos, Nº 23, bajo el título “Por primera vez veinte mujeres se atreven a decir: Yo aborté”, elaboraba otro informe. Con una estética hollywoodense, la fotografía a cargo de Díaz-Gutiérrez y la producción en manos de Verónica Torras. Los datos citados habían sido extraídos de un trabajo realizado por la psicoanalista Martha Rosenberg y por la investigadora Teresa Durand. Para esta segunda oportunidad existía un precedente en nuestra región que fue aprovechado como modelo a replicar: en septiembre de ese año, la prestigiosa revista brasileña Veja dedicó un número para que 60 personalidades levantaran su voz con el “Yo aborté”, ante la visita del entonces papa Juan Pablo II.
Para no ser menos, en la tapa de Tres Puntos lucían diez de las veinte mujeres que se eligieron para testimoniar: Silvina Walger, periodista; Beatriz Sarlo, escritora; Dora Barrancos, legisladora; Graciela Duffau, actriz; Tununa Mercado, escritora; Lía Jelin, directora de teatro; Divina Gloria, cantante; Delia Tedín, decoradora; Ninoska Godoy, empleada; Gabriela Miciulevicius, estudiante. El resto se componía por Cecilia Lipzcyc, socióloga; Alejandra Flechner, actriz; Dora Codelesky, abogada; Inda Ledesma, actriz; María Moreno, periodista; más cuatro pobladoras de la Villa del Bajo Flores: Blanca B. Barro, Cintia García, Claudia del Valle Ruiz y Karina Aquino. Por lo visto, las famosas no fueron las únicas que engrosaron el padrón de las revelaciones atrevidas sino que también estaban las anónimas, “las otras”, como diría la escritora Rossana Rossanda en su obra Las otras. Conversaciones sobre las palabras de la política.
Asimismo, seguían al texto central dos extensos documentos. Uno escrito por la psicoanalista Eva Giberti, “Los hijos que no son bienvenidos”; y el otro, “El derecho a la vida vs. El derecho a elegir” de la licenciada en Filosofía Laura Klein. A cada costado aparecían dos largas columnas sobre el debate del aborto en el mundo y su historia. En cuanto a Beatriz Sarlo, Tununa Mercado y María Moreno, fueron las estrellas elegidas del banquete al brindársele un sinnúmero de caracteres para explayarse a gusto.
En este clima de discursos encontrados por las elecciones presidenciales para el mandato 1999-2003, sorpresivamente, Zulema Yoma, la ex esposa de Menem, declaraba: “Yo tuve un aborto”. El 16 septiembre de 1999 fue tapa del diario Página/12. Ella le aseguró a la periodista Mariana Carbajal: “No voy a ser cínica. Yo tuve un aborto. Me lo hice porque Carlos Menem me apoyó. El estuvo de acuerdo”, y que “toda esta campaña sobre el aborto es una gran hipocresía”. Semejantes revelaciones paralizaron a la dirigencia política en general, y al peronismo en particular, que ya estaba a punto de lanzar spots televisivos y afiches callejeros con consignas antiabortistas al pretender instaurar “el día del niño no nato”. A la mañana siguiente, fuentes de la Iglesia comentaban al diario Clarín “que no harían manifestaciones públicas y que no estaban dispuestos a participar del debate”. No sucedió lo mismo con los medios gráficos, televisivos y radiales. De inmediato se generó un estallido de información: en tres programas de televisión se abordaba la temática con la opinión de expertas, feministas y el testimonio de mujeres que abortaron (...).
Entretanto, se aprovechó la coyuntura favorable a la discusión en el suplemento Radar del diario Página/12, donde se publicó un artículo con testimonios vivenciales de experiencias abortivas titulado “Yo aborté”, del 19 de septiembre de 1999, escrito por María Moreno. Ella planteaba que “hasta ahora uno de esos asuntos sobre los que se guardaba un incómodo silencio, el aborto recuerda que ‘lo personal es político’ también en la Argentina. En esta nota, nueve mujeres afirman ‘Yo aborté’. Son pocas, pero no necesitaron esperar a que el tema del aborto se ‘descampañice’ para dejarse oír”. Fueron entrevistadas: Martha Bianchi, actriz; Luisa Valenzuela, escritora; Marcia Schvartz, artista plástica; Graciela Duffau, actriz; Virginia Franganillo, ex presidenta del Consejo Nacional de la Mujer; Laura Bonaparte, psicoanalista; María José Gabín, actriz; Inda Ledesma, actriz. Seguía una generosa columna de opinión a cargo de la escritora Beatriz Sarlo. Está visto que a lo largo de los años no se agregaron más y nuevos nombres al padrón de las revelaciones atrevidas. Ese dato no es para desdeñar. A la semana siguiente, el 24 de septiembre de 1999, apareció una nueva crónica “Yo la acompañé. Hombres y abortos”, en este suplemento, producido nuevamente por María Moreno. Rescataba testimonios de varones en su condición de compañías en el momento de resolver de manera conjunta o cuando las mujeres acudían a abortar. La investigación nos aclaraba que “ellos no pusieron el cuerpo, pero compartieron la responsabilidad de interrumpir un embarazo en circunstancias clandestinas. Muchos lo enfrentaron luego. Piensan que el tema no les es ajeno y que apoyan su despenalización. Tenían la palabra: Guillermo Saccomanno, escritor; Osvaldo Bayer, historiador; Oscar Steimberg, semiólogo; Arturo Bonín, actor; Pablo Reyero, director de cine; Pompeyo Audivert, actor; Víctor Laplace, actor; y Tom Lupo, conductor radial. A estas ocho declaraciones le seguía la columna “El aborto en campaña”, con opiniones de varias feministas consagradas por la conquista del aborto legal.
Un lustro más tarde, el 4 de febrero de 2004, la ciudadanía despertó con una noticia punch: la jurista Carmen Argibay no sólo se pronunció como “atea militante” sino que apoyó la despenalización del aborto en estos términos: “La mujer tiene la necesidad y el derecho a decidir sobre su propio cuerpo”. Al Poder Ejecutivo le provocó nuevos dolores de cabeza, y al Senado también. Con una declaración escueta, pero contundente, la Iglesia reactivó la controversia en torno de la postulación de la jueza Argibay en la Corte Suprema de Justicia. Rápidamente, la revista TXT, del 13 de febrero de 2004, Nº 48, levantó el guante con un título de tapa: “Cada vez más mujeres en la política aprueban la despenalización del aborto. Faltan huevos”. Como parte de esa edición, la investigación a cargo del escritor Cristian Alarcón y de la periodista y poeta Fernanda Nicolini, “Hacia la despenalización del aborto. Me sobran los motivos”, convocó a activistas feministas, del movimiento de mujeres, junto con dirigentes políticas consultadas para esta ocasión: Dora Coledesky, activista de la Comisión por el Derecho al Aborto; Diana Maffía, doctora en Filosofía; María José Lubertino, directora del Instituto Social y Político de la Mujer (ISPM); Virginia Franganillo, directora de Nueva Ciudadanía; Juliana Marino, diputada nacional por el PJ; Carmen Storani, titular de la Dirección de la Mujer en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires; y Perla Prigoshin, directora del Grupo Unos con Otros. Un año antes de haberse publicado estas ocho entrevistas, Romina Tejerina fue apresada por un infanticidio, tras una violación sexual y un aborto que no pudo realizar.
Casi diez años después, otra nota, “Poner el cuerpo”, del 15 de marzo de 2013 publicada en este suplemento, a cargo de María Mansilla, volvió a inscribirse en la tradición feminista del “Yo aborté” rubricado por las francesas del pasado y que hoy sigue sumando voces, pero esta vez con el uso del misoprostol, la píldora que permite el acceso al aborto seguro. Sin más, este artículo reunió testimonios de seis mujeres de diferentes edades, clase social y residencia. Mansilla aclaraba que mientras se debatía la despenalización, los programas de atención post-aborto no terminaban de implementarse y el fallo de la Corte sobre aborto no punible cumplía un año de aplicación deficiente, en este escenario, las mujeres de bajos recursos y las activistas feministas improvisaban alianzas. El uso del misoprostol es uno de los medios para esquivar el lucro de la clandestinidad, decidir con autonomía y, por cierto, autogestionar paliativos ante esta forma de violencia de género o de femicidio que representa el aborto ilegal.
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