Viernes, 21 de junio de 2013 | Hoy
GÉNERO
Los estudios sobre masculinidades vienen ganando terreno en el gran paraguas conceptual que abrieron las feministas en los ’60. Desde los Men studies que empezaron en esa década hasta la actualidad, donde el concepto de varón se redefine y delinea a la luz del recrudecimiento de la violencia machista, hay un trecho de preguntas y reflexiones que vale la pena ser revisado: ¿cuáles son los límites del poder masculino? ¿Cómo se revierte la enorme influencia del patriarcado en un sistema de oferta y demanda? ¿Cuándo van a reformularse aquellas premisas de crianza que mandan valentía al varón y vulnerabilidad a la mujer? Especialistas, encuestas y reflexiones en torno de un área que crece en la academia y el territorio.
Por Flor Monfort
“Con esfuerzo y dedicación, el hombre va consiguiendo tener cosas en su vida: su casa, su auto, su mujer, hasta que tiene a su hijo y ahí no tiene más nada.” Así empieza la publicidad de Walmart del último Día del Padre, celebrado el domingo pasado. Un papá joven y canchero que se ve desafiado por un varón de pocos años a que todo (lo material) le pertenece: así repite el primogénito de esta familia blanca y prolija: “mío, mío, mío” hasta que la mamá/adorno lo manda con un regalito a abrazar al padre y éste le pregunta, sorprendido, “¿mío?” y se alegra de que algo, por fin, es para él. No le alcanzaban la casa, el auto y la mujer que reza el aviso como sus posesiones, y el remate alude a ese despojo que sufre el hombre (¿y la mujer no?) cuando paterna: “para que algo vuelva a ser de él” dice el slogan.
Hay varias revelaciones culturales en esta obviedad que resulta del sistema generado por el libre mercado para vender sus productos: la publicidad es siempre la trampa por la que mirar el mundo con una lente tan aumentada que asusta, aunque lamentablemente ya esté naturalizada. Roles, estereotipos y violencias cotidianas se infiltran en la estructura que manda chicas lindas versus chicas feas, hombres ganadores versus perdedores y familias perfectas versus suciedad, descontrol y desorden (y todas tienen un golder retriever dorado para dar cuenta de su amor por lo bello). Basta comprobar el éxito de la serie Mad Men para entender más capas de esta cebolla: en cada reunión con los grandes clientes se comprende una época (el siglo XX, sobre todo de posguerra) y se vislumbra la génesis de eso que ahora, y muy de a poco se está empezando a revisar: el paradigma de la masculinidad. En Mad Men, un hombre llamado Don Draper falsea su identidad para empezar de nuevo como creativo publicitario, aturdido por su infancia tremenda (es hijo de una prostituta que muere al dar a luz) y atravesado por la experiencia de la guerra, por la que pasó sin pena ni gloria pero con mucha sed de revancha por tanta infelicidad y paso en falso. Y algo de eso consigue al reinventarse como macho perfecto, brillante y playboy, que engaña a todos y todas y consigue la impunidad gracias al proverbio agotador que hace funcionar la maquinaria: business are business parece decir el dueño de la agencia Sterling Cooper cuando se entera de que Don no es su verdadero nombre y el relato de su pasado dista mucho de lo conocido. ¿A quién le importa? Si Don es inteligente, consigue grandes cuentas, está casado con una modelo, tiene hijos rubios y se acuesta con las clientas que hay que conservar. “No siento nada” pone en palabras su jefe cuando muere su anciana madre y ése parece ser el lema de estos hombres neoyorquinos que tan bien pintan una época que dejó este fuerte legado: la mujer en casa y el hombre en los asuntos importantes.
Afortunadamente, mientras eso estaba pasando, las mujeres ganaban otros terrenos que empezaron a despuntarse desde las universidades y llenaron el espacio público con consignas de libertad. Las “perfectas amas de casa” se desdibujaban en esa imaginería del suburbio al lado de las mujeres de carne y hueso que se negaban a cumplir ese rol. El feminismo serpenteó un largo camino desde entonces, pero los llamados Men studies siempre tuvieron su pequeño caudal de producción, hasta hace aproximadamente dos décadas que no paran de crecer exponencialmente. La identidad femenina era una silueta brumosa que había que definir antes de perder en un anuncio de electrodomésticos, pero la masculina no venía dada por default: es el esfuerzo en repensar sus límites lo que, muchas y muchos, descubrieron como clave para volver a pensar el género desde su raíz. De otro modo, no se explica el aumento de los femicidios, la falta de políticas públicas para garantizar la equidad de género y la inclusión de diversidades sexuales y el rígido mandato del relato hegemónico sobre qué es ser mujer y qué varón.
Para Hugo Huberman, educador y facilitador de Género, paternidades y familias, antes de hablar de masculinidades hay que hablar de derechos humanos, “si no parecería que quienes somos activistas estamos pretendiendo derechos masculinos y no es así. Hablar de derechos humanos necesariamente es hablar de inequidad en la apropiación de los derechos y en el acceso a recursos. Entonces hablar de masculinidades y no anteponer derechos humanos está desviando la conversación, no está generando una discusión profunda sobre inequidad”. De ahí, dice, la necesidad de incorporar hombres jóvenes y niños en la discusión, sobre todo porque la edad es una variable de género fundamental. No es lo mismo ser joven que ser viejo y no es lo mismo ser adulto que ser adulto mayor, por eso los especialistas hablan de “masculinidades de ciclos vitales”, porque en cada ciclo vital la demanda cultural con respecto a la masculinidad es diferente. Según Huberman, los jóvenes están en un proceso: rechazan el modelo patriarcal pero desde el discurso, porque desde la acción concreta persiste la incoherencia. Por eso la insistencia para que Naciones Unidas sacara una campaña, por primera vez en la historia, vinculada con masculinidades juveniles: “El valiente no es violento”, creada bajo los lineamientos de Unete, la campañamadre contra la violencia de género. ¿Por qué? Según la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), en América latina el grupo etario de varones de 15 a 29 años tiene una altísima tasa de mortalidad: de cada cinco muertos, cuatro son hombres. De esos cuatro, la mayoría muere por peleas entre bandas, violencia callejera, accidentes de tránsito, alcoholismo, adicciones y suicidio. ¿Cómo interviene el modelo patriarcal en este índice? “Con esta idea que nos siembran en la infancia del riesgo innato y genético en lo masculino. No hay autocuidado. Todavía hoy en América latina les decimos a los chicos de 5 años ‘saltá ese charco si no sos un maricón’, o sea, educamos a los chicos en el riesgo más allá de los privilegios. La pedagogía de los privilegios incluye también una teoría del riesgo. La juventud del varón lleva al riesgo implícito, porque lo que le dijeron a ese varón es que de otro modo va a ser menos masculino, de ahí que un varón ande con un arma blanca con naturalidad. Como contracara se inculca un hipercuidado a las niñas: cubrirlas, abrocharlas y dejarlas vulnerables cuando no lo son. Se juegan estas dos contraposiciones, por un lado el riesgo virulento y por otro un cuidado excesivo que inculca la necesidad de protección cuando no es necesaria. La única manera de desandar estas crianzas es trabajando.” Huberman lo hace desde el territorio: barrios, escuelas, villas, organizaciones sociales y, según él, la lenta pero fundamental incorporación de los movimientos de mujeres. “En Argentina muy pocos grupos de mujeres tienen áreas de masculinidades, pero ése es mi ideal, no formar grupos de hombres, sino que dentro del movimiento de mujeres haya un espacio para trabajar con hombres. La experiencia me dice que si pongo un taller de hombres con hombres no va nadie, o van a preguntar si es para gays. Entonces ¿cuál es la mejor decisión? Ir donde los hombres están: la cárcel, las escuelas de fútbol, las escuelas, los boliches, las urgencias de los hospitales, las fuerzas armadas y de seguridad, el Poder Judicial”, dice, porque a pesar de los espacios de poder ganados por las mujeres, ellas siguen lavando los platos (además de trabajar, criar y cuidar) y ellos siguen jugando a la pelota (y muy raramente lavan los platos, crían y cuidan). Esto trae aparejada una dependencia emocional enorme hacia lo doméstico. Por un lado, la independencia en lo público, en lo económico, en la autoridad, pero por otro lado la absoluta dependencia emocional y la falta de autonomía, cuando lo femenino se ha convertido en una decisión de autonomía, en la mayoría de los casos. “Se arma un cortocircuito muy grande, y ésta es una discusión que tenemos con muchas compañeras de movimientos de mujeres, algunas muy aliadas. Porque el tema es: si yo empodero a una mujer y no trabajo con el hombre que tiene a su lado, es muy probable que la esté preparando para que el hombre ejerza violencia sobre ella, porque el empoderamiento está visto como una provocación, al hombre se le va el control y dominio de aquella mujer que él conoció y la pérdida de control hace aparecer la ira, que está a un paso de la violencia. Es una discusión interna que hay en el corazón de todas las organizaciones de América latina: los hombres necesitamos un espacio mixto para poder sensibilizarnos, para no ser tan negadores, para ver el dolor femenino y para poder escuchar cómo fueron criadas las mujeres, bajo qué estereotipos, y en eso creo que los hombres vamos a salir fortalecidos para después, en un segundo paso, trabajar lo interno en grupos de varones. Porque el trabajo interno, sin el insumo de la mujer, puede correr algunos riesgos, que es que se trabaje sin la presencia activa de la relación cuando el género es relacional, es una construcción dinámica, continua y carnal”, dice. Para Guillermo Vilaseca, psicólogo clínico y social que viene trabajando con grupos de varones desde la década del ’80, al principio de cualquier abordaje de campo los hombres dicen lo que les parece que tiene que ser, elaboran una enunciación de cómo deben ser las cosas o de sus ideales. “El varón no dice lo que le pasa en la primera de cambio. Por eso la estrategia es abordarlos: ¿Qué te pasa con tu hijo, con tu hermana, con tu jefe? Para borrar el aconsejamiento, la actitud paternalista, el ‘lo que vos tendrías que haber hecho es’.” Según Vilaseca, lo que surge de esa indagación es angustia, miedo, frustración, pero siempre hablando en primera persona. Todavía a nadie se le ocurre la emergencia de un cambio de roles, que los hombres salgan a la calle con pancartas pidiendo una perspectiva diversa del patriarcado. Ese parece ser el desafío: habitar el espacio público de las indagaciones que por ahora se hacen puertas adentro.
Dario Ibarra Casals es psicoanalista y realizó una capacitación en Masculinidades y Prevención de la Violencia en El Salvador. “Esto generó un interés personal y profesional por trabajar las masculinidades de una manera intensa, ya que implicado como varón desde mi subjetividad y como papá de un hijo varón, sentí que podía aportar al trabajo con hombres que deciden revisar sus mandatos patriarcales.” Fundó una ONG que dirige, el Centro de Estudios sobre Masculinidades y Género en Uruguay, trabajando en tres líneas fundamentales: violencia masculina, paternidades y sexualidad masculina. Ibarra explica que los temas principales que se abordan desde los Estudios de Varones y Masculinidades están relacionados con la violencia de género, las paternidades comprometidas, las sexualidades masculinas, las masculinidades diversas vs. las masculinidades hegemónicas, y todos los problemas sociales vinculados directamente con la feminidad, como ser la trata de niñas, adolescentes y mujeres adultas, la discriminación y la violencia hacia las mujeres por etnia, clase social, orientación sexual, condición sociocultural y religión y las relaciones de poder entre varones y entre varones y mujeres. “Para abordar estas temáticas, los Men studies realizaron diferentes recorridos: el activismo, los estudios académicos y el trabajo directo con varones que quieren modificar sus patrones de conducta machistas y violentos. Muchos varones como yo nos consideramos profeministas, en ese sentido los Men studies surgen de los estudios de género, porque los hombres tenemos mucho que aprender de las feministas. Es cierto que las masculinidades son un área nueva comparada con los estudios de género, pero cada vez somos más hombres los que comenzamos a trabajar nuestras subjetividades y formas de vincularnos con las mujeres y otros varones.” Para Ibarra, una buena forma de invitar a otros varones es generar actividades comunitarias para que éstos puedan entender que dejar el machismo y los imperativos sociales vinculados con la masculinidad tradicional no sólo beneficia a las mujeres sino a ellos también. “A medida que vamos dejando el machismo masculino, los varones podemos ser más afectuosos con nuestras parejas, con nuestros hijos e hijas, con nuestros compañeros/as de trabajo y familia de origen. También dejamos de ser proveedores, procreadores obligados y únicos protectores de la prole, para compartir esas actividades con las parejas mujeres. Algunos hombres creen que las masculinidades trabajan las subjetividades gays y/o que los que trabajamos en esto somos unos ‘pollerudos’. Ambos son prejuicios que mantienen a algunos alejados de la revisión permanente y necesaria para poder dejar la violencia.” Según su experiencia, los varones lo consultan más frecuentemente porque quieren dejar de ser violentos y no saben cómo hacerlo, por problemas de deseo sexual, depresión y alexitimia, dificultad para poner en palabras los sentimientos, algo para lo que las mujeres parecen venir entrenadas desde chicas.
Para Luciano Fabbri, licenciado en Ciencia Política y miembro del Colectivo de Varones Antipatriarcales, las perspectivas de estudios sobre masculinidades son heterogéneas, y si bien su desarrollo ya tiene más de tres décadas, todavía podemos caracterizarlo como un desarrollo incipiente. “Una diferencia fundamental con los estudios feministas y, a mi entender, causa principal del atraso teórico y epistemológico de los estudios sobre varones y masculinidades, es la ausencia de un movimiento social y político de varones que interpele, como lo ha hecho y hace el movimiento de mujeres feministas, a los estudios desarrollados en el ámbito científico-académico”, dice. Una evidencia del retraso mencionado es el debate en torno de cuál es el objeto de estudio específico de esta área de estudios, ya que a la pregunta sobre qué investigan los estudios de masculinidades suelen responderse “a los varones”. Esto supondría que masculinidad y varón son sinónimos, cuando otras identidades bien podrían configurar expresiones de género en relación con lo que comúnmente se entiende como “masculino”, sin por ello definirse como “varones”. Según Fabbri, a nivel local la inserción de los estudios de masculinidades en los ámbitos académicos es prácticamente nula. Hay una ausencia absoluta en las carreras de grado, no existe oferta específica en posgrados, y hay muy pocos casos en que se incluye dentro de los programas de posgrado o congresos académicos sobre estudios de género. “Sí existen investigaciones que abordan esta problemática y una creciente oferta de espacios de formación impulsados por organizaciones no gubernamentales, aunque desde mi punto de vista, la ausencia de una vinculación estrecha con investigadoras feministas empobrece bastante sus propuestas.” Para Huberman, en cambio, hay demasiada producción de masculinidades, pero “prefiero trabajar en un territorio, creo que es lo que tenemos que hacer ahora, olvidar la conferencia académica. Estudiar masculinidades no es estudiar ni escribir sobre hombres sino sobre sus relaciones y sobre todo sobre sus relaciones de poder. La masculinidad es un tema de salud pública”.
Según el canadiense Michael Kaufman, dos variables peligrosas introducidas en la noción de género masculino desde la infancia son las de privilegios y riesgo. El fundador de la campaña de Lazo Blanco dice que la situación es profundamente contradictoria de lo masculino con el poder porque los privilegios son su principal fuente de dolor y frustración. Desde que nacen se les dice “vos sos privilegiado”, pero cuando van creciendo y quieren imponer esos privilegios sobre otras personas, sobre todo en un mundo de derechos como el de hoy, se les marca un límite, y ese límite viene a negar la premisa de crianza. La principal fuente de dolor y frustración de lo masculino es justamente lo que hace a lo masculino. La violencia aparece como una situación que hay que redefinir: los hombres no diferencian sus emociones, según Kaufman. “Un hombre nunca va a decir que está deprimido, dirá que está triste, y son dos cosas diferentes, porque de la tristeza se sale pero de la depresión si no es con ayuda, no. Tampoco te dirá que está alegre: va a estar efusivo, hiperactivo, pero la palabra alegre no la va a tener a mano. Yo creo que hemos sido educados en emociones, pero en emociones masculinas, que son diferentes a las femeninas. No es que no podamos llorar, es mucho más que eso: la emoción más clara en la que hemos sido educados es la ira. La ira es la imposibilidad de saber qué me pasa y de poner en palabras qué es lo que siento. Ahí es donde se da el pasito de la ira a la violencia, a la impunidad y a la validación social. Ningún hombre se va a mostrar públicamente vulnerable, ése es nuestro trabajo, que se muestren vulnerables, que se pongan a llorar, que digan a quién extrañan, porque esto quiebra el modelo de autosuficiencia emocional. La gran diferencia del trabajo con mujeres y hombres es que con las mujeres el trabajo es proyectivo, es para adelante. El trabajo con hombres también genera opciones, pero es más para atrás, porque si es proyectivo hay un riesgo y es que vuelvan a caer en el modelo demandado, entonces el modelo que estamos buscando es un modelo que no tiene guía. Salir todos los días a la calle a inventarte, y a dejar caer un privilegio, entonces justamente la idea es que se queden flameando como banderas. Despegarse del estereotipo es doloroso”, dice Huberman y explica que debe haber en este proceso un momento de duelo, un espacio de melancolía. Lo masculino es terriblemente sancionador y punitorio, de hecho la heteronormatividad se observa muy claramente en todas las aspiraciones de este deber ser tan bien construido y no se pone en riesgo, es una convicción, nunca un deseo. “Los primeros que pusieron en juego qué es ser hombre fueron los varones del movimiento gay, los heterosexuales no se hacen esa pregunta, saben qué es ser hombre, se convencieron de eso, y de una sexualidad muy restringida y fragmentada, que es la sexualidad genital y peneana. La virilidad es un bleuf, y explica muchas otras cosas: la virilidad como sinónimo de actividad sexual alta, de uso de la fuerza, del no consentimiento... y eso tuvo su desarrollo histórico. En Grecia la virilidad era entre hombres y la mujer era de uso reproductivo, entonces también es un concepto cultural, histórico, político y económico, que se fue moldeando hacia diferentes áreas, pero hoy es un riesgo muy importante porque abre el juego al pago por sexo y al negocio de la trata de personas.”
Tanto Kaufman como Raewyn Connell, otro referente en el estudio de las masculinidades, coinciden en que el capitalismo consuma el modelo patriarcal. La concepción de consumo, oferta y demanda hace trizas cualquier intento de desarmar el sistema patriarcal desde lo masculino. Proveer sigue siendo la principal demanda hacia el hombre. “Cuando vos le preguntás a algunos hombres si quieren que la mujer trabaje te dicen que sí, pero para poder tener sus ‘cositas’. Y en 2001, quienes sacan adelante los hogares son ellas, el hombre se deprime terriblemente y se siente menos hombre. El valor del trabajo en un mundo con poco trabajo sigue siendo deteriorante. Y esto es muy complicado porque incluso en el campo popular hay mujeres que bajan a sus compañeros del lecho sexual porque perdieron sus trabajos y eso es demoledor para ellos. Y por otra parte es una confirmación de que la virilidad está puesta en la proveeduría única”, dice Huberman y ofrece la encuesta Images, dependiente del Proyecto Masculinidades, Equidad de Género y Políticas Públicas, coordinado por el Instituto Promundo y The International Center for Research on Women (ICRW), un enorme trabajo conjunto realizado en Brasil, Chile y México con más de tres mil varones donde tres de cada diez reportaron haber violentado físicamente alguna vez a una pareja y ponen en riesgo la salud de las mujeres, niñas y niños y de otros hombres con comportamientos como el bajo uso de preservativo, el consumo excesivo de alcohol, el uso de armas y el uso de violencia. La mayoría asegura que la equidad de género fue alcanzada pero los bajos niveles de cuidado doméstico y su nula participación pública en esta dirección indican lo contrario. Algunas de las cifras más drásticas de esta encuesta realizada en distintos sectores socioculturales y en todas las franjas etarias desde la adolescencia: en Chile, el 46 por ciento de los hombres dice que jamás tendría un amigo homosexual, en Brasil el 50 por ciento jura que los hombres necesitan más sexo que las mujeres y en México el 56 por ciento asegura que el rol más importante de la mujer “es cuidar de su hogar y cocinar para su familia”.
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