El ingreso a la sala de Oeste Estudio Teatral es un viaje del cual nadie regresará como al llegar. Para subir las escaleras hay que atravesar “la trama” de hilos en los que cuelgan imágenes de jóvenes desaparecidas. Muchos de sus nombres aún resuenan en nuestra memoria; otros, nos concientizan de una sumatoria acrecentada en los últimos años que causa escalofríos. Ya adentro, nos encontramos con un ambiente totalmente contrapuesto: la oscuridad reina, nos guían hasta nuestro asiento con una linterna mientras mujeres y hombres bailan al ritmo del grupo musical Calle 13. Destellos de colores. Banderines en el techo. Meneos. Jadeos. Y de pronto, la oscuridad total. La fiesta parece que duró poco. Todo transcurre tan cerca que nada nos es ajeno. Dos jóvenes fantasean con su “salida”, con un mar que parece escucharse demasiado lejano como también el deseo de la hija que no fue. Luego, fiolos que se regodean de sus esclavas, las manipulan cual títeres. Como en una dimensión paralela, el tiempo se detiene. A modo de flashes las escenas son representadas una tras otra. El relato de quien adora las pieles suaves se superpone a otra voz más gruesa aún que nos interroga sobre cuánto tiempo se podrá penetrar a una criatura. Luego, en un campo, el “dueño de casa” ofrece a su “servidora” a cuanto pasajero de turno ronda la zona. Pero también sobresalen las mujeres que intentan soportar, que esperan otro final y desafían. El poco de luz que les queda aún reclama como cuando por dentro el estómago cruje del hambre. El ensamble es voraz, tanto que si nos descuidamos pronto recibiremos la primera mordida.

Lesa, cartografías privadas propone un recorrido por cada cuerpo como “un mapeo personal” de aquellas personas a quienes parecen haberles arrebatado todo. La idea surgió hace tres años, en el taller de entrenamiento que dirige Graciela Camino (fundadora junto a Emilia Bonifetti de Oeste Estudio teatral). Es un montaje itinerante donde la acción se convierte en una acción política –han actuado en bibliotecas, centros culturales, entre otros espacios dentro y fuera del país– y utiliza como disparador textos de Griselda Gambaro, Harold Pinter, Eduardo Pavlovsky, Javier Daulte y la lectura de Pilar Calveiro, que si bien tienen un lenguaje común atraviesan distintas épocas y situaciones. Así, este trabajo colectivo intenta abrir el juego, desde una mirada apartidaria y de producción independiente, pero no por ello menos comprometida.

La representación, realizada a fines de mayo en Oeste Estudio Teatral, contó con Sonia Sánchez, activista feminista y coautora del libro Ninguna mujer nace para puta (Lavaca Editora) como invitada. Una vez finalizado el montaje, ella habló sobre su experiencia en la prostitución al llegar de su Villa Angela natal a Capital Federal en busca de un trabajo como empleada doméstica y cómo, tras no obtener la paga prometida, terminó viviendo en la calle usando su cuerpo como vía de ingresos. “Una se convierte en objeto de uso y abuso. Cuando una es prostituida lo que más desaparece, a la par de la falta de identidad, es el poder reconocerse mujer. Mucho tiempo me llevó quererme, sin miedo, sin vergüenza. Y en ese proceso estoy”, afirmó Sonia y destacó: “El Estado aún no garantiza el ejercicio pleno de los derechos de las jóvenes que son rescatadas”. Tanto Sonia (con las charlas y capacitaciones que brinda en distintas instituciones y su “militancia desobediente”, como le gusta denominarla –-y por la que ha sido amenazada en reiteradas ocasiones–) como el montaje de Lesa... nos atraviesan y llenan de preguntas en torno de si hay un límite posible frente a la violencia y por qué entrado el siglo XXI aún existe tal grado de borramiento de la identidad y un tratamiento de los cuerpos y de las sexualidades como meras mercancías.

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