PANTALLA PLANA
En un programa de la televisión danesa se ve a dos hombres sentados juzgando el cuerpo de una mujer parada frente a ellos, completamente desnuda.
› Por Marina Mariasch
Hace unos días empezó a circular por las cadenas de correo electrónico la noticia de un programa de televisión machista en extremo. ¿Primeros planos de colas aceitadas? ¿Mujeres hablando como bebotas mientras el conductor les corta la bikini con tijera? No, algo peor, o al menos más ostensible.
Se trata de Blachman, un programa transmitido por la televisión en Dinamarca en el que un señor, Thomas Blachman, convoca a un invitado por emisión para observar juntos a una mujer desnuda. Ella está parada, completamente despojada de vestimenta y maquillaje, frente a los dos hombres, que se acomodan en sendos sillones. Ellos la observan detenidamente, hablan de sus rasgos y de sus imperfecciones, y de vez en cuando derivan hacia otros temas que van surgiendo, cualquiera sean, hasta volver a enfocarse en un pezón o un lunar. La escenografía es austera: un fondo negro para los cuatro costados de lo que parece ser una sala de interrogatorio, un par de sillones donde se sientan los hombres. La mirada escudriña cada rincón del cuerpo de la mujer y hasta le piden que gire para examinarle la espalda y la cola.
Las alertas feministas, femeninas y masculinas, saltaron a voz en cuello. Lógico. ¿Lógico? ¿Por qué nos escandalizamos frente a esta propuesta que no esconde su propósito más evidente y pasamos como en patines por sobre las imágenes que vemos todos los días? ¿Por qué no saltó el escándalo frente a las publicidades de productos de limpieza con mujeres –sólo mujeres– que además parecen medio bobas? ¿Por qué no con el trato a las secretarias de los programas de entretenimientos, que son casi siempre denigradas? ¿O con los cientos de concursos, competencias, explícitas o implícitas, que cubren la pantalla en continuado?
La vulnerabilidad en Blachman está a la vista, ahí, en esa mujer “normal”, con pliegues y flaccideces que se para a ser escrutada. Más a la vista, tal vez, que en las mujeres que ocultan su lado sensible tras un escudo de botox y siliconas. El genial escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini dijo con poder anticipatorio que la televisión existía para destruir la poética potencialmente expresiva del rostro humano. El rostro, que contiene lo específico, lo singular, lo atípico, de cada mujer, se ve ahora –como muestra el documental sobre la representación televisiva de la mujer Il corpo delle donne – quirúrgicamente modificado, homogeneizado.
¿Lo que hace Thomas Blachman no es destacar lo que hay de propio en cada mujer que se somete a su mirada? El sostuvo más de un argumento para defender su propuesta, pero en concreto dijo que no le ve nada de malo a mostrar qué es lo que piensa un hombre del cuerpo de una mujer. También dijo que el cuerpo mismo pedía ser comentado.
La convocatoria a las participantes se hizo por medio de un aviso en la prensa, y se presentaron cientos de mujeres: modelos, amas de casa, maestras de escuela. Las seleccionadas, de todos los tamaños y las edades, incluyeron a una mujer con una rotunda cicatriz de cesárea, a una mujer de 85 años que mostró sin pudor sus arrugas, a una mujer joven muy pulposa y con celulitis, entre otras. Blachman les habla profusamente de la belleza de sus marcas. A las participantes se les pagó una suma módica, casi simbólica, en concepto de viático. La voluntariedad de la participación no soslaya el carácter sádico de la mirada, como en el renombrado cuento de Sartre en el que el hombre le paga a una prostituta sólo para verla caminar.
¿Se puede hablar al cuerpo del otro? Una de las mujeres que participaron en Blachman dice en un video que circula por la red que en Dinamarca la transmisión no causó tanto escándalo, y que la propuesta del programa es observar a la mujer como una obra de arte. La pregunta aquí, entonces, sería quién le otorga el aura a esa obra: la propia mujer que la porta, o el hombre con su mirada.
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