Viernes, 2 de agosto de 2013 | Hoy
VIOLENCIAS
Dominga, la mujer que realiza tareas de limpieza en la casa de la asesinada Angeles Rawson, enfrentó uno de los acosos mediáticos más notorios. Su caso abre el debate sobre el tratamiento en los medios de las mujeres cuya identidad se reduce a un nombre o a la denominación de “domésticas”. El sustrato es una mirada social prejuiciosa que las considera ciudadanas de segunda. En la superficie, los estereotipos siguen anclándose en el lenguaje.
Por Sonia Tessa
“Dominga se defiende”, “¿Mintió Dominga?”, decían en cadena los zócalos de los programas de televisión de la tarde. Ella respondía una y otra vez lo ocurrido en la mañana del 10 de junio en el departamento de la calle Ravignani 2360. “¿Qué cocinaste ese día?”, le preguntaron en el programa de Chiche Gelblung, como si eso tuviera algo que ver con el femicidio de Angeles Rawson. En el fárrago de imágenes y especulaciones que despertó el crimen, Dominga Torres enfrentó uno de los acosos más notorios. En estado de sospecha sobre su horario de trabajo, enfrentó cuestionamientos que, incluso, la pusieron en la obligación de acreditar el afecto hacia sus patrones. En el programa de Mariana Fabbiani, el 28 de julio, un panel de periodistas se dedicó a compadecerla y hablar por ella, que estaba allí para hablar pero sólo la dejaron decir un par de frases. En ningún momento le preguntaron si estaba cobrando las jornadas sin trabajar por razones ajenas a su voluntad, si había recibido una indemnización o la forma de su contrato laboral. Dominga, así, sin apellido, era la “empleada doméstica” y por ende, susceptible de un trato que naturaliza la relación laboral informal y deja en las sombras el carácter de trabajadoras de más de un millón de personas que en su inmensa mayoría son mujeres.
La sospecha –alimentada por Miguel Angel Pierri, abogado del procesado Jorge Mangieri– sobre el horario de trabajo de Dominga Torres se asienta en esos prejuicios. “A mí ya me había llamado la atención, antes de que ella empezara a tener un rol protagónico, la forma en que se describía su participación. Incluso, hasta un diario progresista se refiere a esta trabajadora de casas particulares como una ‘doméstica’”, planteó Myriam Pelazas, coordinadora del Observatorio de Discriminación en Radio y Televisión.
En diciembre del año pasado, el Observatorio publicó un informe sobre la representación televisiva de las trabajadoras en casas particulares. Si bien ese trabajo se basaba en las ficciones televisivas, también analizaron el conflicto entre Mirtha Legrand y Lina Rosa Díaz, que estuvo empleada en negro durante 21 años y cuando reclamó su regularización fue acusada de robo por la diva. El episodio mereció un sketch titulado “Negrear”, de Cualca, el 4 de julio de 2012, donde Malena Pichot ponía las cosas en su lugar, desde el humor.
Recién en marzo de este año se aprobó la ley que iguala al personal de casas particulares con el resto de los trabajadores del país. Representan el 17,4 por ciento del total de las mujeres ocupadas del país, pero hasta hace tres meses no tenían derecho a licencia por maternidad. Más allá de las conquistas legales, la representación de sus derechos es aún más incipiente en los medios. “Me llamó mucho la atención que en entrevistas radiales que me realizaron en el momento de sanción de la ley muchas periodistas, también varones, insistían en el costo del trabajo, en la preocupación por tener que pagar extras si superaban las ocho horas. Todo eso les parecía un exceso de la nueva ley. El sustrato evidente de ese asombro es la consideración de que hay ciudadanas de segunda. Por eso el cambio legislativo, que salda una deuda con más de un millón de trabajadoras, va a ser una realidad concreta en la medida en que todas y todos nos comprometamos a modificar nuestras prácticas tan amigables con la informalidad y la evasión de nuestras obligaciones fiscales”, considera Estela Díaz, secretaria de Género de la CTA.
La contracara fue el tratamiento melodramático que los medios le dieron a la muerte de Elba, el 11 de junio pasado. Ella era la “fiel mucama de Mirtha Legrand” (Revista Semanario dixit, en su tapa), y se subrayó que la diva haya pagado –como si fuera una dádiva– el geriátrico de la mujer que empleó durante medio siglo. Sumisión, afecto, incondicionalidad es lo que se espera de estas mujeres que –vale la pena reiterarlo– son trabajadoras precarizadas. “Habría que desterrar la palabra mucama del vocabulario, porque tiene una historia y una connotación asociada con la esclavitud”, apuntó Pelazas. Los estereotipos se anclan en el lenguaje.
Si lo primero que llama la atención es que estas mujeres aparezcan en los medios con nombre de pila, y casi nunca con su apellido, la secretaria de Género de la CTA amplía el espectro. “Creo que llamar a las mujeres por el nombre es una tentación que tienen los medios en general, identificarlas sin apellido propio o en su defecto por su relación con algún varón: la mujer de, la amante de, la hija de... En el caso de las trabajadoras de casas particulares se asocia también al tratamiento de ‘la muchacha’ o el aun más viejo, pero todavía en el recuerdo, de ‘la sirvienta’. Está claro que hay latente algo del orden de la marca clasista, de esas cosas que no se dicen, pero se piensan”, consideró.
Aunque se escuchen y se lean frases intragables, en la Argentina nadie se atrevió a tanto como el conductor de televisión de TV Azteca, de México, Daniel Bisogno, que en abril escribió la columna “¡Malditas domésticas!” en el diario de espectáculos Basta! Allí acusaba de “malagradecidas” y de “abusivas” a estas trabajadoras. El tema llegó al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación pero el columnista no se retractó, sino que se dio por ofendido. Consuela pensar que un texto como ése está afuera de los márgenes de lo que puede decirse en la Argentina.
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