Viernes, 13 de septiembre de 2013 | Hoy
EL MEGáFONO
Por Susana Rinaldi *
Quienes venimos de un tiempo en el cual hablar de la mujer hacía callar a toda perteneciente a este género por miedo a caer en un posible “feminismo exagerado” –por no decir “exaltado”, típica maniobra machista–, revaloramos hoy más que nunca la figura de un hombre que dentro de su expresión en favor de las grandes mayorías encontró –merecidamente– un lugar enorme en la mejor historia de nuestro país.
Alfredo Lorenzo Palacios fue pionero en tantísimos temas, y su legislación, como la de Juan B. Justo, Enrique del Valle Iberlucea, Mario Bravo y tantos otros, abrió las puertas a los reclamos de “los de abajo”. Y yo agregaría de “las de abajo”. El 23 de septiembre de 1913, Palacios logró la sanción de una de las leyes más relevantes de su carrera. La primera ley en el mundo que persigue y tipifica por primera vez el delito de trata de personas con fines de explotación sexual.
Pero este hombre no estuvo solo: la fuerza de su palabra y de sus leyes manaba también de esas maravillosas mujeres luchadoras que integraban las filas partidarias y que –con los matices propios de la época– eran un peso determinante en las decisiones partidarias.
Es esta ley la que marca el inicio del largo recorrido de la República Argentina en la lucha contra este delito, que viola los derechos humanos y que se encuentra en la cima de los más graves a nivel mundial, estando hoy nuestro país en la adelantada de su legislación y reglamentación. Es también por esta ley que el mundo entero conmemora el 23 de septiembre como el Día Internacional contra la Trata de Personas.
Desearía que este homenaje a un visionario como Alfredo Palacios sea compartido, como seguro él mismo querría con Raquel Liberman, con Susana Trimarco y con todas aquellas mujeres (algunas aun anónimas) que mantienen viva la lucha por los derechos de nosotras, las mujeres; especialmente por aquellas sometidas a una de las peores violencias: la compra y venta de sus cuerpos como mercancía barata.
Nos ha tocado, por lo general, reconocer a nuestros hermanos varones en las diferentes tareas que merecen para ellos una mirada especial. En este caso, vaya ésta, nuestra mirada especial y particular, a través del tiempo y para siempre, a quien con talento, conocimiento, sabiduría, capacidad, realizó para sus hermanas solidarias y/o desconocidas tanta acción democrática. Y que lo hizo a pesar de quienes seguirían por tanto tiempo denostando la presencia de las mujeres. El resto de la historia la conocemos en carne propia y, sobre todo, en la lucha diaria de quienes sufren el flagelo de la trata de personas.
* Diputada porteña, artista, socialista.
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