Vie 24.10.2003
las12

CULTURA

Metal pesado

Implantes bajo la piel, tatuajes, quemaduras realizadas a conciencia, escoriaciones de cicatriz indeleble, son modos de expresión –o de consumo– que usan al cuerpo como soporte, desafiando el concepto estándar de belleza. ¿Por qué? Por puro gusto, según cuatro mujeres que, además, disfrutan de la adrenalina que provoca colgarse de ganchos clavados en su piel.

Por Sonia Santoro

Las señas particulares de la Negra son un par de cuernos de teflón implantados en la frente, su cabeza casi completamente rapada y algún branding –quemadura hecha adrede– desperdigado en cierto lugar oculto bajo la ropa. No hay tejido blando de su cuerpo al que Mayruch le haya escatimado un piercing. Laura contiene su necesidad de tatuarse porque la obsesiona la idea de que dentro de 20 años ya no tenga lugar en su piel donde pintarse. Mariana Komando se expande la oreja con un caracol y lleva escrito a fuego la palabra pain (dolor) en su brazo derecho, además de alguna escarificación –cicatriz provocada– surcando su estómago. Las cuatro mujeres forman parte del Buenos Aires Suspension Team (BAST), el primer grupo de argentinos que se colgó, con ganchos clavados en la piel, en Buenos Aires. Y que desde hoy hasta el domingo organiza la Segunda Convención Internacional de Tatuajes y Arte Corporal, en el Auditorio Buenos Aires del Buenos Aires Design, Recoleta. En esta entrevista con Las/12, ellas hablan de su particular concepto de belleza y de la única razón que las lleva a sostener prácticas tan extremas con su cuerpo: el gusto.
–¿Cómo llaman a lo que se hacen en el cuerpo?
La Negra: –Nosotros llamamos body art a lo que consumimos. Somos una comunidad modificada. Suspensión es una práctica que en general la hace gente que tiene que ver con el tema.
–¿Por qué hacerse tantas cosas sobre la piel?
Mayruch: –Quise ponerme un aro en el ombligo y mi papá me dijo: “¡No!”. Y me puse uno en la ceja. No lo hice contra mi viejo, lo hice porque me gustaba. No tengo bien clara la razón, si fue porque me gustaba como me quedaba y no me importaba más nada.... Nunca lo pensé tampoco y dije me voy a poner esto y esto y esto. Fue paulatino.
L.N.: –Cuando vos te criás con determinados conceptos no hay un porqué. Si te digo que a los 13 años empecé a pircearme con mis amigos, hay una conciencia de mi cuerpo, de mutarlo, de cambiarlo. Ponerme un implante no significa un paso mental, no tengo que ponerme a pensar por qué me lo voy a hacer o si algo va a cambiar en mi vida porque es parte de lo cotidiano; es un elemento más que tenés para hacerte cosas, como si pudieses elegir comprar ropa, hacerte la nariz, teñirte el pelo, maquillarte o no. Podés elegir con qué modificás tu cuerpo porque todos en un punto lo tocamos. La simple diferencia es que hay menos gente que usa esto acá.
Laura: –Esto no lo inventamos nosotros. Es re-primitiva la necesidad del hombre de diferenciarse. En Occidente todos quieren ser iguales a los otros, pero las demás culturas lo que buscan es diferenciarse uno del otro; agruparse en pares, pero que haya una diferencia.
L.N.: –Pero ahora ya no tiene que ver con formar parte de o no formar parte. Son costumbres o cosas que uno hace en busca de placer. Como alguien puede ir a un gimnasio para sentirse bien. Cada ser humano busca una manera distinta de sentirse bien y de transmitir las cosas que piensa. Y básicamente tenés el cuerpo para hacerlo, no tenés mucho más.
–¿Tienen referentes?
L.N.: –Por ahí respeto el trabajo que hace mucha gente, pero no hay un referente. Orlan a mí me parece increíble como artista. Ella usa cirugías, tiene implantes, tiene escarificaciones. Se modifica, usa su cuerpo. Para la mayoría de nosotros no hay diferencia entre ponerse unas tetas o unos cuernos, o serrucharte la nariz.
M.: –Yo me saqué sangre hace poco y le dije a mi hermano: “Me mató el viejo que me sacó sangre. Tuve todo el día el brazo con un dolor...”. Y me dijo: “Vos de dolor no podés hablar, si te colgás”. La diferencia es que yo elijo cuándo, cómo hacerlo y con quién.
L.: –Es una historia cultural con el dolor. Yo laburo en tres lugares poniendo aros y todos tienen miedo a la aguja y al dolor. Hay que superar el dolor. Está en vos sentirlo o no.
L.N.: –La suspensión tiene una carga de adrenalina muy alta además, entonces el dolor pasa a un plano muy subjetivo. La adrenalina es mucho más fuerte que el dolor.
–El suyo es un ambiente más masculino. ¿Qué lugar ocupan las mujeres?
L.N.: –Aportan estética, cordialidad. Lo mismo que aportan al resto del mundo, otra cosa, simplemente por tener otra sensibilidad, otra historia. Lo que sí: hay menos, entonces llaman más la atención. En el tatoo hay mucho icono femenino.
–¿Qué es para ustedes ser linda?
L.N.: –Es ser muy cada uno. En general, la gente cuando es muy cada uno, es bonita. Si tu naturaleza real es no usar nada, no uses nada. No hace falta que todo el mundo esté caracacheado por todos lados...
Mariana Komando: –Si vos necesitás ponerte 25 kilos de siliconas para sentirte bien, hacelo.
–¿Qué pasa con la mirada del otro?
L.: –Todo el mundo mira a todo el mundo.
M.: –El otro día, en el subte había una piba parada con los auriculares a todo trapo, bailando. Todo el mundo mirándola. Y vos decís: esta gorda está loca. Y no, estaba pasándola bien.
–¿Alguna vez se sintieron discriminadas por su aspecto?
L.N.: –Desde que me puse los cuernos me sentí mucho más omnipotente frente a muchas cosas. Hay épocas en que te importa más lo que pasa a tu alrededor, épocas en las que sabes mejor quién sos y a dónde vas, y te empieza a dejar de importar. Por ahí vas al quiosco y te tenés que bancar cinco minutos que la vieja te diga: “Ay, nena...”. Te pueden decir: “Qué lindo”, porque las viejas tienen un yeite re-loco, vas al súper y te re-encaran bien, te tiran buena onda.
L.: –Son minas que vivieron toda su vida sin poder expresar lo que querían hacer, reprimiéndose un montón de cosas. Generacionalmente hubo muchos cambios en los últimos tiempos.
–Philippe Liotard dice que el body art es una tribalización de Occidente. ¿Qué opinan?
L.N.: –Paralelamente se podría decir que es como una contracultura, la descolonización, a través de una individualización estética, más que nada por tu satisfacción personal. No creo que con esto vaya a cambiar el mundo, pero cambio mi vida que es la que me importa. Personalmente puedo compartir el pensamiento, es una manera occidental de buscar la tribalización, de buscar tu comunidad, tu realidad, tu creencia.
L.: –Pero nosotros no estamos en una cultura under.
L.N.: –No queremos tribalizar para estar separados, queremos que las tribus que estamos en el mundo podamos convivir; no hacer algo todos juntos, pero sí que no haya demasiadas desigualdades.

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