ESCENAS La puesta en Buenos Aires de La rendición, sobre las memorias eróticas de la bailarina neoyorquina Toni Bentley exploradas hasta su límite, descubre a la protagonista de este monólogo, la exquisita Isabelle Stoffel, y el relato de una revelación esencial para su existencia: el goce de la sodomía que muy a su gusto la trasciende en sexo y espíritu
› Por Sonia Jaroslavsky
Isabelle Stoffel nació en Suiza pero su paso –durante la adolescencia– por Guatemala en un intercambio estudiantil hizo que se enamorara tanto del español como para trasladarse a Madrid apenas pudo, después de una temporada en Berlín, y desarrollar allí su carrera como actriz. Entusiasmada y exigente “por el gran nivel actoral en Buenos Aires”, cumple su deseo de realizar en castellano su propia adaptación de La rendición, memorias eróticas de la autora neoyorquina Toni Bentley.
El espectáculo La rendición, dirigido por el también cineasta Sigfrid Monleón, comenzó tímidamente en el off de Madrid hasta llegar a hacer temporada en el Centro Dramático Nacional y cuenta la historia biográfica de Toni Bentley, una bailarina que encuentra el goce en la sodomía. Pero se puede ir más a fondo y observar en la obra la búsqueda de una transcendencia sexual y espiritual en el encuentro –después de entregarse, de rendirse, de darse– con el placer, el goce y el deseo que se encontraba en ella misma.
¿Qué aspectos te interesaron de la novela La rendición para realizar la adaptación teatral y su posterior puesta en escena?
–Es una historia que trata sobre la búsqueda de una transcendencia física de una bailarina que entrena muy duro y conoce cada músculo de su cuerpo. Ella experimenta en el escenario la primera sensación de goce en esa mezcla de dolor del cuerpo, de los pies y la euforia de bailar en un escenario. Pero donde finalmente aprende a darse del todo, a rendirse y a confiar completamente es en el ámbito sexual, y especialmente, en el sexo anal. Un amante la introduce en esa práctica sexual, y, para su gran sorpresa, le gusta mucho. Después se interesa tanto en el sexo que comienza una investigación de su placer en este ámbito. Con este amante tienen una relación poco común, sólo se ven para tener sexo y no quiere conocerlo fuera del dormitorio. Sólo en la cama, que es donde él es muy bueno. Ella excluye toda la vida real y este hombre se convierte en una especie de Dios. Cada vez que se va, ella toma su lápiz y lo anota todo. Es una forma de ponerle conciencia; es su forma de no volverse loca en esta historia de tanta pasión. Hasta que un día ella no puede mantener más su castillo y se cae y la realidad se infiltra. Es una historia de amor que se produce a través del sexo y un día termina y ella cae y vuelve a levantarse.
¿En qué te identificaste con esta mujer?
–Hablar de sexualidad y autoconocimiento es algo que tiene sentido. Vi que había un buen material para un monólogo porque sentí que era fácil identificarme con esta mujer, más allá de las preferencias sexuales. De hecho, la preferencia sexual pierde importancia y pasa a un segundo plano. Creo que propone descubrir un viaje iniciático. Los testimonios en escena, si son sobre algo interesante siempre funcionan y pensé que podría serlo también para el público. Así fue como me puse en contacto con la autora del libro, le propuse hacer la versión teatral y aceptó enseguida. Pero lo que más me gustó fue la voz honesta de esta mujer. La búsqueda real de una mujer que descubre que le gusta la sumisión sexual y quiere saber por qué, se pone a investigar, y tiene la valentía de observar los detalles. Me gustó que para ella el sexo tenga un gran valor, porque yo también pienso que el sexo es un motor vital muy grande, y creo que nos damos cuenta de eso cuando nos enamoramos o cuando vivimos el sexo de una manera muy profunda. También pienso como Toni que para hacer algo bien hay que darle en primer lugar importancia. Creo que el sexo es una fuente de alegría que si uno lo aparta completamente es una pena; es una energía vital primordial.
¿En qué sentido se puede hablar de “sumisión” o “rendición” en la obra?
–Creo que ella no se somete sino que decide “darse”. Es absurdo decir sumisa, creo que la mejor palabra es receptiva. Lo receptivo es una cualidad sobre todo femenina. Su investigación en el sexo se convierte entonces en una forma de autoconocimiento. Ella se va escuchando muy bien a cada momento. Si no le gustara no lo haría, se apartaría. Pero para saber qué es lo que te gusta hay que experimentar. A ella la toma por sorpresa una experiencia nueva surgida a través de su primer orgasmo cuando se masturba por primera vez; luego, el sexo oral, y con el tiempo conoce el sexo anal, le gusta y comienza a explorar campos nuevos. Entonces no creo que el sumiso tenga menos poder que el otro, puesto que el sexo es algo que lo hacen dos personas y si no están en sintonía, no funciona. Hay un texto de la obra que aclara este punto mejor que mis palabras: “En contra de lo que podría suponerse a primera vista, no creo que el mejor sodomizador sea el hombre arrogante, el macho: ése es un pelotudo. A esa clase de hombre probablemente ni siquiera le gustan las mujeres; está demasiado ocupado compitiendo con los otros hombres. En mi limitada experiencia, el mejor sodomizador es el hombre paciente y tierno, el que sabe escuchar a una mujer, estar con una mujer, y tiene la capacidad de aplacarla. Con imaginación puede experimentar la sumisión y el abandono del control de ella junto con ella, y por tanto sabe exactamente cómo llegar a ese punto: absorbe todo lo que ella da. Coger con él es como respirar en un vasto espacio abierto”. Es difícil que el sexo anal sea placentero si no hay dos personas que encontraron esa química, ese placer, esa confianza y cuidado. Es por esta razón que la obra no es una reivindicación del sexo anal, sino que es una obra que indaga en el descubrimiento de lo que a uno le gusta.
¿Cómo es el recorrido que hace esta mujer en relación con su vínculo con lo religioso en el sexo?
–El encuentro con Dios es hallado a través del sexo anal. Por un lado esto es así y por el otro, es algo bien irónico en la obra. Mi personaje es una bailarina y, de alguna manera, de tanto verse en el espejo, se acostumbró a verse de lejos; por no decir que se acostumbró a no mirarse de cerca, a no tocarse, de estar como desde afuera, flotando en el aire en puntas de pie. Ella realmente encuentra en el sexo una forma de trascendencia y creo que es algo que no es tan poco común: cuando sentimos la experiencia sexual de una manera muy profunda, de alguna manera nos sentimos conectadas con algo más grande que nosotras. Se puede decir que encontramos a Dios o a alguna otra energía que hace que la vida sea un poco más ligera o cómo explicar el goce.
Nombraste lo que te identificó. Pero de qué aspectos tuviste que apropiarte para abordar este personaje.
–Nunca había hecho un monólogo tan largo y con los ensayos me apropié de la concentración. Algo que era un reto ahora es placentero. Pero pensando en esta pregunta bien interesante lo que más me costó fue desarrollar la elegancia de este personaje. Es fácil al hablar de sexo, por las palabras que se utilizan, caer en algo degradado. Por suerte el español no es mi lengua materna y mi miedo era decirlas como se dicen en la calle. Con el director Sigfrid Monleón trabajamos la naturalidad de las palabras y no hablar como una “bomba sexual”, porque de esta última manera le quitaríamos todo el significado más profundo que la obra posee.
Hay unas escenas muy didácticas e instructivas...
–Sí, sí (risas). Se explica a través de un mapa en retroproyector el esfínter anal. Me parece gracioso y explicativo. La escena está planteada como una clase donde una profesora instruye a sus alumnos, que son el público. Tengo una actitud de si el alumno ha comprendido lo que se enseña. Me interesa la idea de un saber que se transmite; nadie nace sabiendo cómo se hace. Después, cuando bajo desde el escenario hacia el público, entrego un preservativo para hablar de “las normas de calidad y sexo seguro”. A mí me parece bien decirlo y el tema del control de calidad es interesante cuando está cerca la gente. Creo que tengo que sumar más cosas en este sentido, como en el libro donde hay todo un apartado dedicado al uso de la vaselina.
¿Qué sucede con el público?
–En general es una obra que les gusta muchísimo a las mujeres, por lo menos en Madrid. Creo que despierta su interés porque es un punto de vista femenino y receptivo. Creo que a veces hay un feminismo mal entendido donde se piensa que tenemos que ser como hombres; me gusta en esta obra desarrollar la idea de que somos distintas de los hombres y es necesario desarrollar las cualidades femeninas. En este monólogo ella hace mucho hincapié en una femineidad, en una capacidad de recepción. Creo que en general las mujeres somos más elocuentes respecto de hablar de los sentimientos; nos gusta poner palabras a los sentimientos. Y, en este caso, a los sentimientos y al sexo, y a los sentimientos que le provocan las prácticas sexuales: por eso ella graba contando las experiencias sexuales que acaba de tener. Acumula casetes: acumula experiencias sexuales. Es una obra feminista en el mejor sentido de la palabra. Lo que sucedió en Estados Unidos cuando salió este libro en 2004, fue que algunas feministas se pusieron en contra del libro y le reclamaban a Tony Bentley por qué hablaba de placer y sometimiento. Le decían que de esa manera atrasaba décadas de derechos de la mujer. Ella respondió que hablaba de lo que le gustaba en el sexo y nada más. Con la obra de teatro no hubo polémica y creo que es profundamente feminista en la celebración del placer femenino. Es una mujer que le da valor al sexo, se prepara, lo investiga y lo celebra. Se prepara para su relación sexual con un ritual. No es una víctima de ese hombre; es una mujer que explora hasta su límite, se cae y vuelve a levantarse. No es un juguete roto que salió mal de una historia de amor. Además, el hecho de escribirlo es su ancla: es su manera de darle conciencia.
La rendición. Martes a sábados,
a las 20. Domingos, a las 19. Hasta el 3 de noviembre.
Maipo Kabaret. Esmeralda 443.
4322-4882/4823.
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