Viernes, 15 de noviembre de 2013 | Hoy
ADOLESCENCIA
Todos los días alrededor de 300 niñas o adolescentes se convierten en madres en nuestro país. Es una cifra estable que no logró modificar ni la ley de salud sexual ni la de educación sexual. Es que a pesar de la existencia de estas herramientas, su aplicación es dispar y está cercada por los prejuicios de quienes deberían hacerlas accesibles. Las sociólogas Georgina Binstock y Mónica Gogna tomaron una fotografía del embarazo adolescente a través de un estudio realizado para el Fondo de Población de Naciones Unidas, que ya recogió los testimonios de 1600 chicas de sectores de bajos recursos en las provincias de Buenos Aires, Misiones, Chaco y Santiago del Estero. Para las investigadoras, “el fenómeno se intensificó entre quienes ocurre; hoy por hoy el embarazo adolescente es un problema de mujeres de escasos recursos”. Ser madre a la edad en que todavía se está creciendo deja a las chicas afuera de muchas oportunidades, ¿pero las tenían antes de quedar embarazadas?
Por Roxana Sandá
Luz está cerca y habla por lo bajo, como si el pudor le guionara su historia. Cumplió 18 y del hijo que tuvo un año antes se trata ese capítulo, el que relata con aceptación y con algunas dudas que todavía le trae la memoria. La encuestadora es directa: “¿Qué sentiste cuando te enteraste de que estabas embarazada?”. Pero no responde enseguida. Trata de recordar el instante preciso del vuelco. Y de la boca sale apenas un “fue raro”. Se apura por aclarar que “no me sentía mal pero no era el momento. Tampoco me puse mal. No quería ser una carga para mi mamá. Me fui a vivir con mi marido”, en el conurbano bonaerense. Dice que ahora, con su madre, “estamos bien. Siento que la decepcioné. Capaz que esperaba algo mejor de mí. A ser madre ya me acostumbré, pero a ser madre delante de mamá, no. Me da vergüenza”. Su voz se suma a las de otras 1600 chicas de 18 a 24 años encuestadas y entrevistadas, para una investigación aún en curso, sobre maternidad adolescente en la Argentina, a cargo de las sociólogas Georgina Binstock y Mónica Gogna. Los datos, volcados en el último informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), hablan de 68,2 nacimientos por cada 1000 adolescentes; de un 69 por ciento de embarazos no deseados o planificados; de otro 65 por ciento que no empleaba métodos anticonceptivos al momento de determinarse el embarazo; de la repitencia: unos 23.000 nacimientos son del orden de dos o más hijxs de madres adolescentes. Del aborto: un 20 por ciento consideró la interrupción voluntaria al momento de conocer su primer embarazo.
“En la Argentina ha habido avances importantes a nivel legislativo y de políticas públicas en Educación Sexual Integral (ESI) y salud sexual y reproductiva, pero persiste y no baja el embarazo adolescente. Hace falta mayor énfasis en la agenda política”, advierte la oficial de enlace de Unfpa, Eleonor Faur. “Y hacen falta campañas sobre salud sexual; hay una línea excelente (se refiere al 0800-222-3444), pero las chicas no saben ni que existe. A esto hay que agregarle operadores y operadoras del sistema de salud que sostienen prejuicios a la hora de brindar este tipo de servicios a adolescentes.”
Lo que Faur señala tiene que ver con las “brechas profundas” en los accesos, con la promoción de opciones. Se refiere a un abanico de prevención existente en baterías de insumos que distribuye el Estado nacional pero que en la base de la pirámide suele diluirse por imprevisión, negligencia, objeción de conciencia o lisa y llana criminalización cuando las cosas pasan a mayores. El 16,9 por ciento de los egresos hospitalarios por complicaciones derivadas de abortos clandestinos corresponde a adolescentes, según registros de la Dirección de Estadísticas e Información en Salud (DEIS). En la encuesta realizada entre 2012 y 2013 en sectores de bajos recursos de las provincias de Buenos Aires, Chaco, Misiones y Santiago del Estero, Binstock y Gogna relevaron que el 20 por ciento de las madres adolescentes consideró interrumpir la gestación al momento de conocer su primer embarazo, mientras que un 14 por ciento consideró interrumpirlo al enterarse de su segundo embarazo.
“El fenómeno se intensificó entre quienes ocurre –apunta Binstock–: hoy por hoy la maternidad adolescente es un problema de mujeres de escasos recursos. El embarazo se da con más frecuencia y, lo que no es muy fácil de probar y demostrar con números, porque son las mujeres con menos recursos para acceder a abortos seguros, con todo lo que significa en este país realizarse un aborto. No tenemos manera de medir bien, por una cuestión de su ilegalidad, cuántos abortos se realizan, quiénes se hacen más y quiénes menos. Pero sabemos que las condiciones sanitarias y de seguridad en que pueden practicárselo mujeres pobres y mujeres de clases medias son bien diferentes.”
Adelina, una de las jóvenes entrevistadas, recuerda que él, su novio, “estaba contento” cuando se embarazó por primera vez. Pero ella no. “El quiso y yo no quería. Por lo menos que él terminara los estudios. Yo no estaba preparada, era muy chica. Y sacarlo es muy arriesgado.”
Mónica Gogna resume en testimonios y cifras ese agujero negro. “En las entrevistas preguntamos ‘¿pensaste en interrumpir ese embarazo?’ Nos dicen que sí, pero siempre conocen a una que tuvo una mala experiencia o a otra que se murió. Imagino que esa preocupación no formaría parte de la toma de decisión en una chica de clase media. Tenemos unos 9000 egresos de hospitales públicos por complicaciones por aborto. Se complica 1 de cada 5 o 6.”
Romina, de 23 años, llegó a imaginar esa posibilidad. Hoy tiene una criatura y una resignación autopercibida que la palpa a diario. En el barrio de Santiago del Estero, donde vive, “a veces no había con qué” protegerse. “Nos cuidábamos frecuentemente, pero había ocasiones en que nos encontrábamos y no había con qué cuidarse, ¡y ahí quedé embarazada!”. Cuando le preguntaron si “tenía que insistirle a su novio para que usara preservativo”, exclamó: “¡No! Era mutuo, porque obvio que yo tenía 16 y él tenía 17, no queríamos tener hijos. Y bueno, en una de ésas, teníamos ganas, como dice él, y pasó”.
¿Qué destino?
El Informe sobre estado de la población mundial 2013 que presentó Unfpa remarca que el embarazo adolescente sucede en todos los rincones del mundo, y sin embargo las adolescentes pobres, sin educación, de minorías étnicas o de grupos marginados son, al menos, tres veces más propensas a quedar embarazadas que sus pares educadas, chocando contra servicios de salud que no incluyen métodos de anticoncepción y tropezando con barreras en el acceso a la educación sexual. En la Argentina nacen 117.591 niñxs de madres adolescentes al año, es decir, unos 322 nacimientos por día. Y el hecho indefectible es que la maternidad en la adolescencia es más frecuente entre las jóvenes de sectores pobres y las que tienen menor nivel educativo: “El 80 por ciento de las adolescentes que no tienen hijxs asiste a la escuela, mientras que entre las adolescentes madres esa proporción es del 25 por ciento”.
A Gaby le cuesta precisar en qué cambió su vida, con 18 años y dos hijos que la desvelan. “Son un montón de cosas. Salir, tener tus amigas. Cambió ciento por ciento. No tengo tiempo para mí. Antes no me preocupaba de nada. Ahora, médico, vacunas...” Romina ya cumplió los 21. Da a entender que en su barrio del Gran Buenos Aires parir un bebé por lo menos ordena las fichas. “De no haber tenido a Santiago a los 18 hubiera trabajado más, pero estuvo bien porque si no sería irresponsable como antes. ¿Qué cambia tener un hijo? Te hace más responsable. A mí me cambia en que estoy muy contenta. Hay gente que dice que cuando se tienen chicos de muy joven arruina la vida, pero para mí un bebé no la arruina.” En el otro extremo de la geografía, Maite camina las calles de Resistencia junto a un hijo pequeño parido en la adolescencia. Tiene 19 y primaria completa. Nada dice sobre remontar los estudios secundarios. “Antes dormía hasta tarde, ahora estoy pendiente de él: la sensación de que mi hijo es todo, el único.”
Binstock señala que el universo de madres de entre 17 y 19 años delata situaciones “bien marcadas de vida, de contexto familiar y educativo en las que se encuentran esas chicas, que incluye su noviazgo con el que va a ser el padre del bebé, y que hace que todo esto se viva como una experiencia diferente. Hay un grupo minoritario que vive en pareja, que en realidad se trata de un proyecto familiar mucho más temprano. Otro grupo, si bien no está conviviendo, planea tener ese hijo y rápidamente se construye la pareja: pasan a convivir durante el embarazo. Generalmente ocurre con familiares de uno u otra por la imposibilidad de generar un hogar propio. Esta franja está más preparada, responde a un deseo”. Lo preocupante es ese “otro grupo para el cual el embarazo llega no planeado, inesperado. Son aquellas chicas que no querían tener el hijo en el momento de quedar embarazadas o que hubiesen preferido esperar. Alarma, porque es el porcentaje más alto: 40,4 por ciento de las madres adolescentes encuestadas no deseaba/planeó el embarazo, y 20,3 por ciento “hubiese preferido esperar” a tener su primer hijx en aquel momento”. Las cifras coinciden con los reportes del Servicio de Información Perinatal (SIP) de 2010, acerca del 69 por ciento de madres adolescentes que no planearon el embarazo.
“¿La maternidad se está dando cada vez más tempranamente?”, se pregunta la socióloga. “No sé si esto es así. Son chicas que ya están fuera del sistema educativo, que si trabajan lo hacen en trabajos bien precarios; no están en una carrera laboral y les surge el deseo de querer formar su propia familia. Ya creen que es hora, no ven que se les trunque nada. Simplemente hacen un poco antes lo que por ahí otras tienen planeado hacer después de completar sus estudios, que es dedicarse a su hogar y a su familia.”
Gogna cree que, en cierto modo, “es a veces una fuente de reconocimiento social, de afecto, de compañía. En varios casos el embarazo ha ocurrido después de la muerte de un familiar cercano. Porque, nos guste o no, culturalmente la maternidad sigue siendo vista como el destino de la mujer.
Pero la cifra más elevada dice que la mayoría de las chicas no deseaba ese embarazo. ¿Cuánto opera entonces la necesidad de profundizar las políticas de prevención y de educación sexual integral?
Gogna: Cuando les preguntás a las chicas cuándo quiere tener otro hijx, la gran mayoría dice que quiere espaciar. Como servicio de salud podés acompañar ese deseo y ver cómo lo hacés, si con una consejería anticonceptiva más activa y/o diversificando la oferta en los centros de salud luego del primer parto. La salud es federal, pero hay provincias donde la influencia de la Iglesia es grande. En la letra de los programas de salud sexual y reproductiva no está escrito “tiene que tener un hijx”, pero cuando entrevistabas a los profesionales era obvio que en algunas provincias no se les daban métodos anticonceptivos a adolescentes, con el argumento de que se podía fomentar no sé qué. Hay resistencias a ejecutar esas políticas de salud pública, y terminamos teniendo leyes buenas que conviven con situaciones inadmisibles.
Binstock: Además, la experiencia de las jóvenes sobre educación sexual, al no estar sistematizada y dada de manera muy profunda, es limitada. A veces no coinciden con los momentos que viven y circula información errónea. También está el problema de las madres de esas chicas. No saben cuándo empezar a hablar. Por un lado tienen miedo de “avivarlas”, de darles información que las incentive “a hacer cosas que no deben”. Muchas nos contaban que les decían “cuidate, no me vengas con un martes 13”, pero no les daban herramientas de prevención. Sin embargo esas madres, al momento de la confirmación del embarazo, después sí acompañan y previenen. Ahí comienzan a hablar; se habilitó la situación. Entonces surge la necesidad de una escuela para padres.
G.: Tenés que instrumentar algo por fuera de la escuela, a nivel barrial, porque las y los que no van a la escuela, qué hacen. Hay modelos a trabajar con las madres; deben profundizarse programas que las capaciten y generen recursos humanos en el territorio. Sería interesante si de parte de los centros de salud hubiera una mayor apertura al tema de los métodos, porque los servicios para adolescentes se traducen en los preservativos o la pastilla. Habría que diversificar esa oferta, porque muchas tienen dificultad con la toma diaria; pensar en el diu (dispositivo intrauterino), más allá de un axioma antiguo que circula en la medicina acerca de que cuando colocás un diu podrías generar una fuente de infección. En los últimos años hubo muchísimos cambios en las guías para los profesionales de salud sobre cuáles son los métodos indicados y aceptables para una adolescente. Ahí hay todavía una oportunidad si queremos ser más eficaces.
La investigación revela que si bien el 70 por ciento de las adolescentes encuestadas utilizó algún método en la iniciación sexual (preservativo, 82 por ciento), el uso de Mac entre quienes no buscaban el primer embarazo representó casi nunca, 36 por ciento; a veces, 46 por ciento, y siempre, 18 por ciento (preservativo, 72 por ciento). Mientras que el uso de Mac entre las que no buscaban el segundo embarazo arrojó casi nunca, 37 por ciento; a veces, 44 por ciento, y siempre 18 por ciento (píldora, 40 por ciento y preservativo, 40 por ciento).
“Vimos esta idea de que hay un uso sistemático y constante de Mac, cuando no lo hay –destaca Gogna–. A todas les preguntábamos si usaban algo y nos decían ‘justo se me acabaron las pastillas y no fui a buscar’, o usan preservativos, o practican coito interrumpido. Después aparecen mitos como el de que ‘la pastilla me engorda’. También ocurre que un par de veces tuvieron relaciones sin protección y no quedaron embarazadas, entonces aparece una fantasía de que no pueden tener hijos y hasta un desafío de probar a ver si pueden o no. Pero los testimonios del primer momento, cuando se enteran de que están embarazadas, son críticos. La primera reacción es triste y después surge el temor de qué va a pasar con los padres, aunque por lo general la cosa se va acomodando.”
“¿Te hablaron alguna vez de métodos?”, le preguntaron a Natalia, con residencia en el Gran Buenos Aires, 19 años, una hija parida a los 15 y mellizas a los 17. “Sí, ya lo sabía. Lo que pasa es que en la adolescencia... ¡aj!, no me va a pasar.” De la escuela sólo agrega que la abandonó en el octavo año. Pero no se siente sola, convive con su nueva pareja, el padre de las mellizas. Hilda sonríe y se toca la panza de segundo embarazo antes de explicar la antirreceta de manual que tantas veces les escuchó a sus amigas, a sus amigos, a novios propios y ajenos. “¿Qué método? El típico ese de que terminás afuera. Y llegó igual.” En Posadas, Aldana todavía no parió. Cursa un embarazo que sus 19 años intuyen oportuno. “¿Por qué quería tener? No sé, me encantan los chicos. Me parecía que ya era hora de formar una familia.”
Sin red
María recordó haber recibido apenas una charla sobre educación sexual, “en primero”, que no le disgustó, por el contrario, hasta la vio útil. Está embarazada, tiene 18 años y vive en Santiago del Estero. Esas charlas le parecieron útiles pero insuficientes. “Habría que hablarles más seguido a los chicos. Al varón se le habla, pero ahí nomás. Más se le hincha a la mujer.” Cuatro o cinco meses atrás había empezado a cuidarse “con pastillas”, pero al final quedó embarazada. “Una vez me olvidé de tomarla. Las conseguía en el hospital y no me traían problemas.”
¿Y el padre del bebé?
–Se borró.
“No todos los chicos acompañan”, observa Binstock, y la proporción que rompe el vínculo es importante. “Aquí no sólo existe el riesgo de que esa adolescente interrumpa su permanencia en el sistema educativo. Después está todo lo que significa seguir adelante con el embarazo, formar o no una pareja con él, darle la noticia. Porque estas relaciones no se dan en el contexto de noviazgos largos: del primer embarazo, sólo el 22 por ciento ya vivía con su pareja. El 73 por ciento lo tuvo con el novio y, de ese porcentaje, un tercio estaba saliendo hacía uno o tres meses.” Otro 70 por ciento no convive, y del porcentaje un 40 por ciento nunca van a vivir juntos. “Cuando esto ocurre, la ayuda material y la posibilidad de verse son pocas, se pierde el contacto. No hay ayuda financiera ni económica y las redes son familiares. Vamos –apura Binstock–, no existe esta imagen clasemediera de divorcio y alimentos. Hablamos de un mercado muy informal de trabajo.”
Si bien las estadísticas locales registran que bajó la proporción de mujeres con más de un hijo en la adolescencia, el segundo nacimiento no está distanciado del primero. Los separa un año, acaso dos. “Y de las que tuvieron dos hijos –agrega Gogna–, el 40 por ciento lo tuvo con diferentes parejas. Sucede en mayor medida entre quienes no formaron una primera pareja. Casi la mitad de las encuestadas no tiene contacto con el padre, y durante el primer embarazo el 60 por ciento no recibió ningún tipo de apoyo”, observa Gogna.
“Sin embargo, en los mismos testimonios surge la importancia de darle un hijo a él. Ese varón es pensado como alguien que también desea ser padre”, confirma Binstock, pese a los opuestos sustanciales que se juegan entre embarazarse por primera o segunda vez. Existen grandes diferencias en cuanto al primero y el segundo, y una coincidencia llamativa: en ambos casos se consideró interrumpirlo al momento de enterarse. El 20 por ciento lo pensó al primer embarazo y un 14 por ciento lo hizo al conocer el segundo. “El primero se da mayoritariamente en el contexto de un noviazgo (60 por ciento). El segundo acontece junto a una pareja conviviente (40 por ciento).” Durante esa primera vez, un poco menos de la mitad de las chicas todavía asistía a la escuela. “Para el segundo embarazo sólo un 10 por ciento siguió asistiendo a la escuela, y un 30 por ciento trabajaba. Pero la mayoría no terminó la secundaria.”
Eleonor Faur entiende que es urgente remar a largo plazo contra los prejuicios, los intereses que se ocultan detrás de falsos mitos y contra las creencias culturales que empantan cualquier política de bienestar. “Hay un mito entre efectores de salud, educadores y gente que trabaja en sectores populares, de que las chicas quieren tener ese bebé porque eso las afirma, y los datos lo desmienten. No podemos considerar ese embarazo como opción totalmente autónoma, cuando en esa situación social las alternativas son restringidas. Cuando se piensa en embarazo adolescente debe pensarse en opciones de vida, en elecciones de pareja, en cómo organizan la conciliación entre estudio, familia y trabajo.”
Las repitentes
“Nada es una fatalidad”, comprueba Faur. “Haber sido hija de madre adolescente no la determina hacia una experiencia similar. Tal vez le genera cierto espacio que no ve con malos ojos, y que tampoco hay que ver con malos ojos, pero son espacios con menor proyección para su propia vida. Si las mujeres jóvenes son las que menos oportunidades tienen en el mercado de trabajo, las adolescentes madres tienen un panorama mucho más sombrío.”
Para Binstock, pasar las maternidades por el tamiz generacional es observable. Reconoce, como Faur, la probabilidad de que una hija de madre adolescente o nieta de abuela joven pueda convertirse en madre tempranamente. “Pero hay una cuestión de contexto socioeconómico. Hay muchas cosas que tienen que ver con el proyecto y las posibilidades. No estamos ante situaciones de chicas que tenían un abanico de oportunidades. En esos contextos la maternidad es una fuente de satisfacción, de valoración y de proyecto muy importante, nos guste o no.” Gogna, por su parte, señala que “en términos de cuestionar los propios prejuicios, esto generalmente es visto como que se transmite la pobreza en forma generacional. Y en realidad es al revés, no es que las pautas culturales de ese grupo la reproducen, es la pobreza que hace que ante la ausencia de oportunidades se tenga ese proyecto, entre comillas. Muchas veces se termina culpabilizando a esas mujeres: se sataniza el embarazo en la adolescencia, y no se sataniza la pobreza”.
Yamila creció en Santiago del Estero ignorando la responsabilidad que se le iba a pegar al cuerpo el día en que nació su hijo. Ella, todavía adolescente, se la pasó reconvirtiendo durante nueve meses la que había sido su rutina de amigas, de horas propias y liviandades compartidas. A los 22 años concluye el relato con el peso de quien se encontró con la matrix de todas las batallas. Y decide compartirla. “Yo les he dicho a mis amigas ‘cuídense, porque ser madre no es fácil, y a la edad que tenemos es más complicado todavía’. Te cambia el mundo... Es como que nunca más duermes tranquila, tienes un bebé al lado tuyo. O sea, piensas en otras cosas, ya no piensas más en divertirte o salir a tomar algo. Lo que tengas que hacer lo haces con tu hijo. Es muy otra la responsabilidad.”
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