Viernes, 17 de enero de 2014 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Las memorias de Heda Margolius Kovály (Praga, 1919-2010) por primera vez publicadas en castellano; un recorrido por las peores tragedias del siglo XX en primera persona.
Por Marisa Avigliano
Bajo una estrella cruel
Una vida en Praga (1941-1968)
Heda Margolius Kovály
Libros del Asteroide
¿Debajo de las estrellas se piden los deseos o sólo cuando pasan las fugaces? Vaya una a saber si en verdad son las estrellas las que inventan nuestros destinos o si la crueldad de la vida que nos toca tiene que ver con el lugar en el que estamos paradas viéndolas brillar. De todos modos, las estrellas siempre aparecen cuando de contar vidas se trata: “Nació con buena estrella...” pero esta vez, y aunque el título lo nombre, el azar de los luceros es fácil de olvidar. Mientras leemos las memorias de Heda nos ovillamos –desde el primer recuerdo– en el sinfín de peripecias de una vida que en urgencia le va ganando a la muerte. La cronología biográfica lo explica sin adjetivos: Heda era una hija judía rica que vivía tranquila en Checoslovaquia hasta que llegaron los nazis y encerraron a su familia en el ghetto de Lodz, en Polonia, y luego en Auschwitz, donde asesinaron a sus padres. Cuando la muerta iba a ser ella, se escapó: “Salté la valla y eché a correr a través del patio hacia una parte donde el muro exterior estaba medio derrumbado y se podía escalar sin dificultad. Antes incluso de levantarme al otro lado, Hanka ya había aterrizado junto a mí. Nos incorporamos a toda prisa, y no habíamos llegado a doblar la esquina del muro cuando apareció otra cabeza. Era Zuzka, que susurró con voz grave: ‘Mana y Andula vienen detrás’. Nos escondimos las tres en un hueco del muro de la siguiente granja. Mana llegó corriendo. Al verla, escuchamos un disparo; Andula no lo consiguió”. Librarse de la cámara de gas fue apenas una de sus batallas –como se dice siempre cuando se escriben los obituarios de las heroínas– porque después se reencontró con su novio (otro sobreviviente de los campos) y vivió con él (era secretario de Estado de Comercio Exterior del gobierno comunista checo) hasta que una de las primeras purgas stalinistas lo declaró traidor y lo condenó a muerte. Otra vez el repudio y la clandestinidad. Heda y su hijo vivieron sin dinero y en las sombras (con nombres falsos, ella hacía ilustraciones para revistas infantiles y copiaba dibujos técnicos mientras buscaba departamentos para pasar las noches. La mudanza era su reloj). La Praga de su infancia estaba cada vez más lejos.
Este resumen mascullado apenas narra las escenas que Heda describe sin pausa en sus memorias y que se leen sin tregua, no por su estilo lacónico de penetración psicológica sino por el desborde histórico que las baña sin arias de destemplanza: “A veces cuando la gente dice ‘todo pasa’ no sabe de lo que está hablando”. La susceptibilidad es una virgen de raso de la que Heda escapa lapidaria. Después del desgarro, la mezquindad no suspira cerca. En el álbum de las tragedias del siglo XX, los relatos en primera persona sobre el Holocausto desdoblan verbos fotografiando la destrucción salvaje. Heda lo sabe, por eso su mirada ansiosa baja los ojos y deja que las palabras de la narración ganen renglones en la memoria. Por eso elige un primer plano para el profesor de filología clásica de Viena –uno de los personajes con los que se cruza durante la destrucción salvaje– vestido con traje, corbata, sombrero y paraguas subiendo al tren de la muerte, diciéndole que siempre se vestía del mismo modo y que le desagradaba la idea de cambiar sus costumbres por obligación. Acá no se trata de lúcidos trovadores, se trata de un exhibicionismo internacional donde pueda aparecer aquel “explicador del pueblo” de Gertrude Stein. Bajo una estrella cruel, una vida entre guerras, es la calle de Praga por la que caminan Heda y su hijo en 1950 y es la otra calle, esa que describe casi al final de su libro, la calle de un pueblo en donde un anciano inválido dirige el tránsito con sus muletas. ¿Cuando vivos y muertos comparten el presente será porque “el verdadero pasado está encerrado en sí mismo, y no deja recuerdos”?
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