“Seguramente todos tenemos algo que no nos gusta de nuestro cuerpo.” La frase, inclusiva, condimentada por el morbo de querer ver defectos y tragedias ajenas, es el cruel anzuelo. En la presentación queda claro que habrá mujer y quirófano. Pero para que la televidente no crea que se trata de frivolidades de la farándula y lea contenido “feminista” y “social”, empiezan por el caso de una mujer interrogada contra el fondo de su casa de barrio pobre: recurrente imagen de ¿Qué no te gusta de vos?. Dice entonces que su marido le pegó con un arma y se la vuelve a ver en el espejo, no tiene nada. Corte a ella en la camilla de un quirófano cuando la están anestesiando. Ahora sí, campo libre, vamos con Soledad, una chica que quiere tener más tetas. “Me gustaría poder sentir que soy una más que encaja” dice. Panza y pecas también les disgustan. Recién entonces aparece la conductora y explica que el objetivo del programa es ayudar a las personas a cambiar, y cuenta que a los dieciocho se operó las orejas porque le decían Dumbo. Los casos entran en detalles: Analía, menos de treinta, es empleada doméstica y tiene cinco hijos. Imágenes de archivo la muestran con la cara hinchada y la sutura tosca, cuando cuenta para el noticiero cómo ocurrió, el marido celoso y violento, el padre de los cinco hijos. Ya había comenzado el reality sin que ella lo supiera. La inocencia al servicio de intenciones confusas: mantener encendida la atención más primaria, aunque se reafirmen ideas que no nos respetan. Se mencionan necesidades del ego, la autoestima baja, habla un psicoanalista. Los complejos corporales como un mismo territorio donde conviven personas lastimadas con las que reclaman algo que no tienen o les sobra. Soledad se siente incompleta. Silvia habla de intenciones “reparadoras” y la propaganda repite “el programa que te transforma”. Hay personas reales y sangre de por medio, eso aporta suspenso. En otro programa, la vedette Vicky Xipolitakis habla de sus cirugías, dice que no le gustó cuando mostraron una foto de ella donde se veían los apósitos del post-operatorio manchados, era demasiado. El límite es la sangre.

Las cirugías en la televisión de todo el mundo no son nada nuevo. Durante 2005 y hasta 2007 tuvimos a Karina Mazzoco conduciendo Transformaciones, que iba desde chicas con hiperhidrosis hasta una tercera temporada con historias de sobrevivientes de grandes tragedias de la Argentina. En 2005, Barrio fundó la Asociación Civil para el Enfermo de Psoriasis (Aepso). Desde muy joven sabía que padecía esa enfermedad, cuya manifestación más clara es visible. Tal vez éste sea el lugar desde el que Silvia Fernández Barrio conecta con la preocupación por algo físicamente incómodo atravesando la vida de alguien. Pero cuando estos sufrimientos, más o menos justificados, se vuelven un espectáculo, no hacen más que establecer y machacar en el televidente que se pueden arreglar las cosas por arte de magia y que la magia ocurre cortando y pegando carne, editando identidad y vida, dejando todo lo demás de lado. ¡Y siendo elegido por la producción! Como un eco interminable, los televidentes empiezan a fantasear con postularse y escriben o llaman. Vicky Xipolitakis, en otro canal, dice tener mucho miedo al quirófano, pero se acaricia las tetas sobre el vestido escotado hasta que alguien le pregunta si le duele, dice que un poco porque está recién operada. De pronto pareció algo salido de un comic snuff donde unas nenitas desnudas con vendas adhesivas en las tetas y en la vagina son mostradas como algo erótico. Dolor y carencias de todo tipo. ¿Cuánto más se necesita para retenernos frente al vacío de la pantalla? Que al menos queden nuestros pensamientos al respecto.