PERFIL
› Por Roxana Sandá
Dicen que en La Plata el cielo no volvió a ensombrecerse como un año atrás, cuando el diluvio ahogó viviendas, recuerdos, rincones y los cuerpos de rostros desesperados por ese venido de ninguna parte que fraguaba impune la norma irreversible del agua arrasadora. Ella, una vez más, como siempre, no podía quedarse recogiendo las piernas en algún lugar de la casa, dejando que el miedo o los ojos cerrados paralizaran aunque más no fuera ficticiamente esa especie de fin del mundo. Y esperó, sin paciencia, hasta que pudo comenzar a recorrer lo que la memoria cotidiana le dejó adivinar como las veredas vecinas, salteando el agua que vomitaban todos los umbrales juntos. María Soledad Escobar necesitaba saber cómo estaban sus vecinas, contarlas, preguntarles por otros que adivinaba débiles o viejos, o pequeños, o flojos, o lentos, sin aliento, dormidos. Hasta que una voz le sacudió las tripas: “Enterré a mi papá dos veces”. Ningún impulso básico de solidaridad resistía esa afirmación, no se estaba preparada para tales palabras en momentos de abrir ventanales, de consolar pérdidas, de continuar la búsqueda de familiares y de mascotas entrañables. Lo siniestro ya perdía su estado líquido para convertirse en otra sustancia muy diferente. “Temí que la segunda vez me hubieran hecho enterrar a una víctima de la inundación”, volvió a susurrarle esa voz quebrada por el miedo.
María Soledad no se permitió dudar por mujer comprometida con los derechos humanos y funcionaria judicial con la memoria curtida en experiencia. Sintió que la confidencia la llevaba a un lugar de inquietud del que no quería ni podía apartarse. El agua tapaba, desaparecía, arrastraba, sí, pero no fraguaba otros horrores. “Cuando me entero de esto, voy a constatar la situación en el cementerio y localicé las dos tumbas. Cuando vi las tumbas con la misma inscripción en la lápida, me temblaron las piernas. Pero fue la punta del iceberg que llevó luego a descubrir un mecanismo que utiliza la policía.” Habló con otras personas, visitó damnificados, hizo llamados, fue convirtiendo en investigación suya lo que había traspasado el vuelo bajo de estrujar la propia ropa y seguir viviendo. Se presentó ante el juzgado del magistrado que investiga el desastre, Luis Arias, y pidió ser admitida como amicus curiae, una figura que permite a la ciudadanía colaborar en una causa si el juez que la tramita acepta. Esta semana, Arias, a quien quisieron apartar en varias oportunidades, dio a conocer los resultados parciales de su investigación, por lo que hasta el momento son 89 las muertes provocadas por el temporal, 11 decesos más que los que había publicado en su momento el gobierno provincial, con un listado de 78 personas. Los números le van dando magnitud al desamparo, pero también carnadura a un mecanismo de ocultamiento y desaparición de cuerpos que trascienden los efectos de la inundación y que Escobar sigue señalizando empecinada, bajo amenazas, patoteadas y filmaciones que pretenden intimidarla. El esfuerzo es vano porque ella, en principio, nunca fue temerosa, y porque respirar libre es un norte. “Descubrimos que se trata de un mecanismo de existencia probada”, dice, luego de un allanamiento de la Gendarmería a la morgue policial de La Plata en febrero, cuando 24 horas de pericias determinaron la existencia de 65 cuerpos con “irregularidades” en los registros de ingresos.
“En la morgue policial toman causas penales viejas o defunciones viejas y solicitan a la fiscalía el oficio para poder inscribir nuevamente esta defunción en el Registro de las Personas, y así se obtienen dos licencias de inhumación para la misma persona. En un caso se entierra a la persona correcta y en el otro a alguien que no sabemos quién es, con el agravante de que los testigos son empleados de la morgue. La pregunta que nos hacemos es: ¿ese mecanismo fue utilizado para enterrar víctimas de la inundación con identidad falsa, para enterrar víctimas de gatillo fácil de zonas de bajos recursos o para enterrar personas que quieren matar? Las posibilidades son todas.” Y se le amontonan los nombres de Jorge Julio López, Miguel Bru, Luciano Arruga, desaparecidos con indicios claros de intervención policial.
Abril de 2014 se acerca con desazones plenas, como la custodia que solicitó en la UFI 1 de La Plata que dirige Ana Medina y que hasta el momento no brindó protección alguna. La preocupación del juez Arias por los intereses que se estarían tocando le suma vértigo al presente, con el intento de hackeo a las cuentas de dos radios locales mientras María Soledad hablaba de la inundación. Ella se recompone en la ironía, porque no es culpa del agua que tape el agua, y desde su cuenta de Facebook sonríe. “Bueno, ya entendí..., parece que mi voz no quieren que se oiga... Algo bien debo haber hecho.”
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux