Viernes, 2 de mayo de 2014 | Hoy
EL MEGáFONO
Por Graciela Dora Jofre *
Son leonas protectoras de sus cachorros lastimados. Buscan protección para su cría venciendo su propio dolor y desesperación, para ayudarlos y aislarlos del agresor.
Buscan en el sistema de justicia ayuda porque creen que las va a proteger a ellas y a sus niños. El sistema de justicia termina siendo para ellas una trampa. Las estigmatiza como maliciosas o locas. No creen sus denuncias, piensan que los niños son víctimas de sus manipulaciones, la sospecha cae sobre ellas y el inocente es el abusador, el violento al cual se lo entroniza en el rol de padre. El pater injustamente cuestionado que debe ser reivindicado socialmente. Para eso, las metodologías de la ideología del Síndrome de Alienación Parental (SAP) (que aseguran que la madre es la que le llena la cabeza a su hijo o hija sobre el abuso que relatan).
Así se producen revinculaciones forzadas, reversiones de tenencia, custodias compartidas impuestas, que obligan al niño a ver a ese padre denunciado por incesto o violencia aunque hable, pida, grite, llore. Debe verlo porque el niño es “tonto” y fue manipulado por la madre, porque el niño inventa, dice lo que le dijeron que diga, no sabe lo que quiere, ya aprenderá. La siniestra paradoja que permite a los pedófilos, a los violentos y a los operadores de justicia –que creen y los protegen– pensar: “Con el niño el adulto puede hacer lo que quiere”. O “¡Quién te va a creer!”. Y así se avanza desde el sistema judicial para doblegar la voluntad de las víctimas de la violencia y el incesto: el niño y la madre.
Ivonne Bordelois, en el libro Etimología de las Pasiones, de Libros El Zorzal, expresa que la palabra “amor” tiene su raíz indoeuropea en la palabra “ma” y el nombre de la diosa madre era “mamma”. Por lo tanto, y desde lenguas remotas, mamá y amor están relacionadas. La mamá que consuela, cuida, que observa lo que nadie puede detectar en su hijo y que por él es capaz de sacar agallas que desconocía tener y puede enfrentar al enemigo más temible y poderoso. Son heroínas trágicas de estos tiempos, como antes otras madres con sus pañuelos blancos, caminando en silencio, desgarradas en su dolor, ante una sociedad muda e indiferente y una justicia cómplice con los agresores.
Creer la palabra de los niños, creer la palabra de sus mamás que denuncian el incesto, la violencia de género, es creer la palabra de las víctimas de estos delitos.
Creer es respetar, es proteger, es castigar.
Creer en su palabra es devolverles su dignidad arrasada, es permitirles su sanación.
Creer en los niños y sus mamás víctimas de la violencia y el incesto es permitirles la posibilidad de ser sobrevivientes del delito y darles la oportunidad de la ternura y la alegría en sus vidas futuras.
Por eso: ¡Yo te creo!
* Jueza de Paz de Villa Gesell.
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