Viernes, 13 de junio de 2014 | Hoy
PANTALLA PLANA
El chimentero Luis Ventura fue su propia víctima: queriendo acusar a su amante de exponerlo en su infidelidad, dijo al aire que él le pidió que abortara y ella no quiso, aun cuando no era la primera vez que quedaba embarazada. Creyó que el poder que a diario ostenta sobornando al resto del mundo con la información íntima que acumula le daba derecho a cualquier cosa. Pero más allá de la hipocresía, son las mujeres las que deciden. Y si los varones no quieren, es sencillo, para algo están los condones.
Por Luciana Peker
Un hombre que se regodea con el fanatismo del Vaticano le exige a su amante que aborte un hijo que ella desea tener, es el típico hipócrita. El cuento parece tan clásico como un borrador de doble moral. Pero la obviedad de “haz lo que yo digo, publico, muestro y difundo, pero no lo que yo hago” se hace noticia frívola en la tele. Aunque de frívola no tiene nada. La intimidad es política. Siempre. Y, mucho más, cuando un varón poderoso (en el mundo ascendente de la chismografía nacional) muestra –incluso en los comerciales de purificadores de aire que exhibe a su esposa como reina de los hogares puros– una familia arraigada y, en realidad, encubre una relación paralela (que no puede ser juzgada más allá del doble discurso) en la que una mujer fue extorsionada para que abortara y tuvo que llevar sola –y agredida– su maternidad hasta que la bendición moderna de los ADN develó la fragilidad de la saraza de familia, barrio bonaerense, tradición y paternidad sólo con alianza de oro.
El 4 de junio, en Intrusos, Luis Ventura reconoció su relación con la ex vedette Fabiana Liuzzi, la ninguneó diciendo que era sólo sexo esporádico –sí, con eso alcanza y sobra para un embarazo, no hace falta cumplir bodas de oro– pero además intentó victimizarse con la frase: “Ella abortó con un hombre casado y conmigo no quiso abortar” y lo justificó diciendo que era porque se trataba de un embarazo de alto riesgo (que es una decisión de la mujer querer afrontar o no). Glup. Sí, el aborto se hace, también entre la gente rica y famosa, entre los que esconden relaciones paralelas, entre los que no pelean el aborto legal o pregonan directa o indirectamente rosarios que fomentan que siga siendo clandestino.
Los derechos sexuales y reproductivos se diferencian del control de la natalidad en no imponerse por encima del deseo y la decisión de las mujeres. Nadie, ni su pareja, ni sus padres, ni el Estado, puede tomar la decisión por ella. Por eso, uno de los lemas feministas es “La mujer decide, la sociedad respeta, el Estado garantiza”. Incluso, un varón puede opinar, preferir, decidir que prefiere –si ser padre o no– y, por eso, tiene a su alcance un método anticonceptivo como el preservativo que –además de ser barrera para el VIH y enfermedades de transmisión sexual– empodera a los señores con la posibilidad de tener sexo sin riesgo de un embarazo no deseado, primero, entre sus manos y, después, entre sus piernas. Un padre –aun sin buscarlo– no es una víctima de una mujer maléfica y manipuladora. Es un varón que no se cuidó.
Después puede opinar, pero no decidir por sobre el cuerpo de una mujer. “Juro por la vida de Antonio que me amenazó con quitarse la vida si yo tenía al bebé, él me extorsionó y quería que me lo sacara”, publicó Liuzzi en Twitter. La coacción para que una mujer interrumpa un embarazo por parte de la pareja –o de la madre y el padre en muchos casos de adolescentes– es una forma de violencia de género a sus derechos sexuales y reproductivos contemplada en la ley para prevenir y erradicar la violencia hacia las mujeres.
Estela Díaz, secretaria de Género de la CTA e integrante de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, analiza: “Las mujeres resisten mostrando su derecho a decidir ser madres o no serlo. Este poder femenino de dar vida y de no darla logra poner entre paréntesis subalternidades históricas. Esto es algo que asusta a la cultura patriarcal, que persiste en seguir tutelando la decisión autónoma de las mujeres sobre el propio cuerpo. No hay varón poderoso ni institución represiva que logre parar la decisión de una mujer cuando quiere ser madre, como tampoco lo logrará cuando ha decidido interrumpir un embarazo. Basta de hipocresías, públicas y privadas. El último escándalo mediático, con aborto tematizado, muestra cómo las personas viven contradicciones, infidelidades, felicidades, infelicidades, sexualidades diversas y que la pregunta por qué se hace cuando hay un embarazo no deseado es algo con lo que convivimos todos y todas. La diferencia la hace el sector social de pertenencia y una profunda discriminación hacia las mujeres, cuando sigue criminalizada una cuestión social que sólo se resolverá con más derechos, más libertad y autonomía”.
Después del ADN positivo Luis Ventura fue a Córdoba con una pelota de fútbol, El Principito, un crucifijo bendecido en el Vaticano y reconoció en el Registro Civil a su hijo. En el nombre del padre y del hijo, a principio de abril el director de la revista Paparazzi y columnista de Intrusos fue al Vaticano. Se abarrotó contra una valla y llegó a darle la mano (y algo más) al papa Francisco. “Ventura junto al papa Francisco. Su emocionante visita al Santo Pontífice”, mostró América TV en un zócalo rojo. Las imágenes estaban tomadas por su esposa, conocida como Estelita, así, en chiquitito, aunque sea una mujer grande, sin apellido aunque tenga nombre propio.
Un tiempo antes, el 12 de enero del 2014, el Papa había condenado: “Suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto”. La diferencia entre la influencia de Jorge Bergoglio que se opuso al matrimonio igualitario, pero no pudo pararlo, y el efecto del papa Francisco es abismal. Este año, en el Congreso de la Nación se presentó, nuevamente, y por quinta vez, el proyecto de aborto legal, seguro y gratuito. Tiene el aval de 65 diputados y diputadas y la firma de referentes de todos los sectores políticos: el Frente para la Victoria, UNEN, socialismo, radicalismo, Libres del Sur, el Frente de Izquierda, PRO y, ahora también, del Frente Renovador con la firma –después de la difusión pública– de Adrián Pérez. Pero no alcanza con 65 avales, se necesitan 257 manos levantadas para aprobar el proyecto en la Cámara de Diputados. El efecto Francisco es uno de los grandes obstáculos. La visita de Ventura al Vaticano, en el transcurso de un embarazo que intentaba obligar a impedir, es la mascarada de un hipócrita que ahora, expuesto, ha quedado sin coartada.
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