MúSICA
Nacida para cantar y bailar
Concentrado de talento y energía, Elena Roger fue la protagonista de Los miserables y acaba de cerrar la temporada triunfal de Jazz Swing Tap. Pero no se toma vacaciones: la semana próxima presenta un show de tributo a Mina, la mítica cantante italiana, en el teatro El Nacional.
Por Moira Soto
El sábado pasado, después de entrevistarse con Las/12, Elena Roger hacía la última función de Jazz Swing Tap, el suceso musical de este año que coprotagonizó junto a Sandra Guida y Diego Reinhold, al frente de un numeroso ensamble. Desbordante de energía, humor y ritmo, esta pelirroja de ojos clarísimos no para de trabajar desde que en 1995 fue elegida por Pepe Cibrián para actuar en El jorobado de París. Incansable y creativa, Roger presentará los próximos 11, 12 y 13 de diciembre, a las 21, en el Teatro Nacional, Mina... che cosa sei?!?, un tributo a la legendaria cantante italiana que –sobre una idea propia– escribió con Valeria Ambrosio (escenógrafa de Jazz..., Tanguera, El violinista sobre el tejado), a su vez a cargo de la puesta en escena. La dirección musical es de Gabriel Goldman, los decorados de Ana Repetto, las luces de Sandra Pujía y el vestuario de Julio César y Matías Begni.
El hermano y la hermana mayores ya estaban estudiando guitarra cuando le tocó el turno a Elena de elegir: “Quería ir a baile y por suerte me pudieron mandar. Y un año que dejé porque la profesora viajó, me salía de la vaina, imitaba a Julio Bocca en el patio. Mi mamá entendió que yo no podía estar sin bailar, me buscó otro lugar y retomé. A los 12, empecé con una profesora que enseñaba tap, español, clásico, gimnasia jazz, como se decía entonces... Ella, Marcela Avila, me dio la base de todo. Tenía un instituto en Ciudadela y no sé cómo cayó en Barracas, que es mi barrio, donde sigo viviendo, en la calle Jovellanos, a cuatro cuadras del Puente Pueyrredón. Sí, los tengo ahí todo el tiempo a los piqueteros, pero por suerte me toca ir siempre para el otro lado...”
Aunque feliz con el baile, a Elena le tiraba también el canto y, por ejemplo, hacía por su cuenta las coloraturas de Amadeus, película que veía una y otra vez en video. Un tío la escuchó y opinó que tenía condiciones. Siempre dispuesta, la mamá la anotó en el instituto Silvestre del barrio, donde el tío Fausto Danesi había aprendido el bandoneón: “Empecé a estudiar ópera, me daba mucho placer. Es más: gané el viaje de Feliz Domingo. Fui con unos jeans, una remerita, me llevé un grabador para que me diera la tonalidad del aria de La Sonámbula de Bellini, y finalmente canté a capella. Después abrí el cofre y me llevé a mis amigos a Bariloche”.
Al terminar la secundaria, Elena Roger, como era buena en Matemática, se planteó seguir Ciencias Económicas, pero se le rompía el corazón ante la idea de dejar el canto y el baile. Y decidió seguir en lo que ya estaba, pese al trago amargo de ser bochada en la escuela de canto del Colón. La madre de Elena, como de costumbre, sacó otra posibilidad de la manga: el Conservatorio Manuel de Falla. Allá fue la adolescente y estaba cursando el segundo cuando la hermana oye por la radio que Pepe Cibrián llama a audiciones. Elena ya estaba canchera en esto de probar suerte: hasta se había presentado en el Maipo, “donde, como sabés, las bailarinas tienen pinta de vedettes, altas y con muchas curvas, y yo, menuda y de 1,50. Pero sabía que me estaba fogueando y algún día me iban a tomar”. Efectivamente, Pepe la tomó después de un mes de audicionar. Desgraciadamente, ese primer trabajo no duró lo esperado, aunque fue una experiencia enriquecedora. “Lloré tanto cuando terminó. Aparte de ser mi debut, había conocido a mi novio ahí, el primer artista, con el que estuve años. De esa obra me quedaron muchos amigos que sigo viendo. Me fascinó hacer comedia musical, me ayudó a vencer mis inhibiciones, a sacar de mí la energía.” Después, Elena Roger hizo con Cibrián una versión de cámara de Drácula para colegios y giras por el interior. El verano siguiente, estuvo en La fiesta del año, en Punta del este, también con Pepe que la recomendó a Chico Novarro para Yo que tú me enamoraba, show que representó en el Paseo La Plaza. Sin tomarse un respiro, Roger pasó a la comedia musical Nine, con Luz Kertz, Juan Darthés, Sandra Ballesteros. El paso siguiente fue la audición de La Bella y la Bestia: “Me aceptaron y la pasé genial, aunque algunos decían que era una producción McDonalds”.
Miserables y violinistas,
pero sin cabaret
–En el 2000 te llegó la hora de un gran protagónico.
–Sí, el primero. Una obra muy fuerte, muy emotiva, muy exigente para la actuación. En realidad, yo me presenté para Eponine. Y en la primera audición dijeron: ah, muy bien, pero Fantine. Que también es un personaje muy lindo, aprendí a quererlo mucho. Ahí encontré mi veta dramática, porque yo siempre era muy jodona, siempre me aflojaba con el humor, lo cómico. Entendí que podía abordar el drama, aunque sigo pensando que es más difícil el humor: encontrar el tono justo, el tiempo preciso para los gags. Aprendí que no es necesario moquear para trasmitir ciertas emociones dolorosas, menos aún si estás cantando. Yo creo que arriba del escenario, con buenos directores, experimentando, es donde más aprendés. Por supuesto, ir a estudiar teatro, hacer talleres está muy bien. Pero cuando subís al escenario todos los días, es impresionante lo que te da esa práctica. Bajó Los miserables y siguió Fiebre del sábado por la noche, que no estuvo tan bien.
–Después tuviste la gran decepción de que se cayera Cabaret, que también ibas a protagonizar.
–Continué con El violinista sobre el tejado, me dieron un personaje pequeño: la abuela en el sueño. Pero apareció Cabaret y empecé a audicionar para esa obra e intenté dejar El violinista. Salí de Vivitos y coleando de Midón porque me pareció que el rol de Sally Bowles era demasiado importante para hacer paralelamente un infantil. Bueno, me iba del ensayo de El violinista a probar el vestuario de Cabaret al Opera. Más que contenta. Pero se cayó este proyecto. Ay, no sabés. Me quería morir, qué desilusión terrible. Por suerte, no nos habían dejado renunciar en El violinista, pero yo ya había perdido mi papel y me quedé como ensamble todo el año 2002. Entretanto, Enrique Pinti repone Mi bello dragón en el Maipo, con parte de La Banda de la Risa, y ahí estuve y fue un disfrute con gente divina. Con la que volví a encontrarme en el 2003 para hacer un reemplazo en El Pelele.
–¿Cómo viviste el pasaje del canto lírico a la comedia musical que algunos consideran un subgénero?
–Sí, ya sé, dicen que es un género menor, sin pensar que hay musicales extraordinarios, y además para interpretarlos hay que saber hacer bien tantas cosas. A mí siempre me encantaron las películas de Gene Kelly que se miraban en casa, que me acercaban al baile, a la música. Él es mí único ídolo. En el conservatorio cantaba composiciones de cámara, pero cuando entré a El jorobado, conocí a este chico, que había ido al Belgrano Day School, donde hacen musicales, y me mostró Miss Saigon, Los miserables, Sunset Boulevard. Aprecié mucho estas obras, yo soy muy abierta para la música. Después pude ver algunas en Londres y Broadway.
Del Swing a Mina,
sin escalas
A Diego Reinhold –actor, bailarín, cantante con duende– Elena Roger lo conoció en Hotel Oasis, la pieza de Hugo Midón para adultos, después lo vio en Huesito Caracú, siempre cautivada por su estilo y su talento. De modo que “fue bárbaro encontrarnos en Jazz Swing Tap, una química espectacular, creo que eso se trasmite. La hemos pasado muy, muy bien. Ycuando me surgió esto sobre Mina, cuya primera presentación la hice en el BAC, a comienzos de octubre, tuve que moverme aceleradamente. Le pedí ayuda, participación a Diego, que me diera el pie para ligar algunas canciones. “Yo toco el saxo”, me dice él. “Bueno, dale. Y en algunos temas podés cantar”. Trabajamos el guión con Valeria Ambrosio. Y de un brainstorming surgió este espectáculo. En su primera presentación gustó mucho, creo que salió algo muy copado. Ahí pensamos en darle continuidad para hacerlo algunas veces antes de fin de año, y ver si en el 2004 podíamos mostrarlo formalmente. Ni soñábamos con el Nacional, pero Valeria le mostró el video a Romay y le gustó.”
–¿Cuándo y cómo aparece Mina en tu horizonte?
–Al hacer La fiesta del año en Punta del Este, conocí a Valeria Ambrosio, de familia muy tana. Ella me hace escuchar un día un par de canciones -Insieme y Non crederle– por Mina, que me maravillaron. Fui conociendo más material, cada vez más entusiasmada. Un chico que hacía vestuario tenía unos cinco o seis compacts y le pedí que me los grabara. Yo desde chica soñaba con hacer un show cantando canciones en italiano. Cuando estaba en El violinista... le cuento a Valeria que tengo ganas de hacer algo mío, personal. Como se me había caído Cabaret, ya me daban ganas de sacar un poco más la cabeza. Vale me dice: “Y yo quiero empezara dirigir”. Nos ponemos a hablar sobre un espectáculo de canciones en italiano, que incluía algunas de las que había hecho Mina. Pasa el tiempo y se me ocurre: ¿y si hacemos todo de Mina? Me junto con un músico amigo, Gaby Goldman, para seleccionar temas. Fuimos viendo distintas canciones de distintas épocas, estilos diferentes. Cuando surgió la propuesta del BAC, pensamos que un concierto, una canción tras otra, no era lo mejor para homenajear a esta gran cantante. Yo no tengo la voz de Mina ni canto igual que ella, hago mi propia versión. Aparte, los temas con los que nos habíamos quedado eran muchos y resultaba imposible cantarlos enteros a todos. Entonces armamos un popurrí con distintos grupos de canciones, fue aflorando una línea interna narrativa, una llevaba a la otra y cobraba un significado esa unión. Uno de los popurrís que hacemos con Diego, incluye Questa sera sono qui, Un baccio é troppo poco, Penso a te, Mi ritorni in mente, que cambian si se las canta fragmentadas y unidas, se producen preguntas y respuestas. En realidad, todo está dentro de la cabeza de este personaje mío, esta cantante. Es mi imaginación en marcha: Diego (que se parece a Lucio Battisti, autor de canciones muy lindas que hizo Mina), los músicos, salen de allí. Es una chica que sueña que está cantando en un concierto, que admira mucho a Mina. Cuando vos escuchás una canción con la que te identificás ¿cuántas situaciones, imágenes se te pasan por la cabeza? Yo, personalmente, empiezo a volar y a veces hay una sola palabra que me vibra en una zona que a lo mejor no está relacionada con lo que quiso decir el o la cantante. Esto es, llevado a cierto extremo lo que le ocurre a esta chica: las canciones dialogan entre sí y la expresan. El show no intenta contar la biografía de Mina, pero hay referencias, alusiones a esta artista tan adelantada a su época, que ha seguido haciendo discos maravillosos desde 1978, que se retiró de las actuaciones públicas. A los amantes de Mina no hay que explicarles nada. Y los que la conocen menos, podrán entrar en contacto con temas divinos, muy diversos, que se han vuelto clásicos, porque ella tenía un oído y un olfato muy finos en el campo de la música popular.