“¡Pardiez! A esta bella damisela se le ha caído la cabeza. De cuajo. Sus manos se han quedado congeladas en ese instante de docilidad, mientras la jeta se desangra una vez desmembrada del cuerpo níveo. Pero ella no pierde la compostura ni la gracia en gesto y rostro”, describía un atinado artículo del sitio español RTVE.es al momento de presentar los figurines de porcelana de Jessica Harrison, una escultora británica oriunda de St. Bees. En sus piezas, esta joven con estudios de arte en Edimburgo ha echado mano a decimonónicas doncellas de porcelana y... las ha mutilado. O más bien: les ha hecho un makeover gore donde no falta sangre o crítica social. Porque, a saber: ni la yugular cortada ni sostener sus propias entrañas en mano o portar la calavera expuesta hacen chillar a sus dóciles damitas en pose de estilizada feminidad, cursi y sumisa, clásica y, hasta el retoque siniestro, vulnerable.

“En cierto sentido, mi trabajo se rebela contra las figuras anatómicas tradicionales que han habitado los museos de cera y llenado hojas de ilustraciones a lo largo de los últimos siglos. Consistentemente ha sido el cuerpo varonil el utilizado para describir la anatomía del cuerpo humano. En mis esculturas, en cambio, el interior femenino se presenta tan visceral, intestinal, real y sangriento como su contrapartida masculina”, precisó Harrison en una interviú donde, además, destacó su intención de que el y la espectadora “empiece a pensar acerca de las cualidades táctiles, acerca de cómo todo –desde una célula de sangre hasta el patrón de nuestra piel– constituye la percepción”.

“La conciencia es corpórea, no sólo imaginaria”, agregó entonces la hacedora de infaustas muñecas de base cerámica, desfiguradas pero –aun así– perseverantes en sus educados modales. Glorias, sin más, para cualquier amante de lo kitschinfausto que desee poner el toque sanguinario en la decoración del hogar. Glorias que, por otra parte, se suman a la línea conceptual de una escultora –Jessica– que ya ha desarrollado pequeños muebles usando piel sintética (y pelos verdaderos), calaveras rellenas de dientes y otras bondades que infunden terror. O respeto, según...