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Viernes, 18 de julio de 2014

VISTO Y LEíDO II

Cartas de no amor

La historia de Angelina Beloff en una de las plumas más agudas y astutas de habla hispana, Elena Poniatowska.

 Por Malena Rey

Cuando en 1978 se publicó por primera vez en México la nouvelle de Elena Poniatowska Querido Diego, te abraza Quiela, se armó un gran revuelo, porque la autora, una reconocida cronista y periodista que se abría camino a fuerza de libros tan atrayentes como conmovedores, se metía justamente con la vida privada de uno de los héroes del país, nada menos que Diego Rivera, cuyo nombre para entonces era sinónimo de artista comprometido, de representante del intelectualismo de izquierda biempensante. Desenterrando una historia de su pasado, la relación con su primera mujer, la pintora rusa Angelina Beloff, a quien literalmente abandonó en París durante la guerra, Poniatowska desacomodaba a la crítica y a los lectores, y se proponía, tomando la voz de Quiela (así es como Diego llamaba cariñosamente a Beloff), desmitificar un poco la fuerte figura masculina de Rivera y hacer lugar a sus connotaciones negativas. Hoy Poniatowska es una de las escritoras mexicanas más importantes (la otra es Margo Glantz), y supo ocuparse en su larga carrera de otras mujeres artistas como Leonora Carrington en uno de sus últimos libros, la biografía Leonora.

La historia de Angelina Beloff es de las tristes, como fue la de muchas mujeres rusas que, con muy buena educación, debieron emigrar y buscarse la vida en un momento de gran incertidumbre, de mucha pobreza y desazón (el de la poeta Marina Tsvetáieva fue otro caso). Beloff, nacida y criada en San Petersburgo, recaló en París para terminar de formarse como pintora, y allí conoció a Rivera, en el círculo de artistas de Montparnasse. La pareja se casó al poco tiempo y tuvieron a Dieguito, un bebé que murió a los 14 meses de una afección pulmonar. Esta muerte amargó para siempre a Angelina, casi tanto como el abandono por parte de Rivera, que dejó París hastiado del hambre de la guerra, prometiéndole que pronto se reunirían en México, y el enterarse de que él tenía una relación paralela con otra rusa, a quien dejó embarazada de una hija a la que nunca reconoció pero sí mantuvo económicamente.

Construida a través de doce cartas que Quiela le envía a Diego, y que nunca tienen la respuesta esperada, la nouvelle es tan breve como intensa. Para dar con el tono desgarrado de Angelina, Poniatowska se inspiró en la biografía de Bertram Wolfe, La fabulosa vida de Diego Rivera, pero le sumó un manejo exquisito de la sensibilidad femenina, en particular de la voz titubeante de una mujer desesperada, desesperanzada, hundida en una profunda melancolía, que ya no sabe por qué vivir, poblada como está su existencia de ausencias y recuerdos tortuosos.

“¿Me quieres, Diego? Es doloroso, sí, pero indispensable saberlo. Mira, Diego, durante tantos años que estuvimos juntos, mi carácter, mis hábitos, en resumen, todo mi ser sufrió una modificación completa: me mexicanicé terriblemente y me siento ligada par procuration a tu idioma, a tu patria, a miles de pequeñas cosas y me parece que me sentiré muchísimo menos extranjera contigo que en cualquier otra tierra”, le dice Quiela en una de las esquelas, procurando un nuevo exilio como forma de sentirse menos ajena en un mundo sin sentido. Casi cien años después de esta historia de amor no correspondido –el matrimonio duró doce años y finalmente Angelina consiguió viajar a México trece años después de la separación para enterarse de que Rivera no sólo era un famoso artista sino también el marido de Frida Kahlo–, es difícil juzgar al personaje de Quiela, tan sometida al recuerdo de quien más la lastima, sin ningún anhelo de independencia ni de emancipación. Pero hay que poner las cosas en su lugar, y reconocer que, aunque obnubilada por el hombre que la abandonó, Beloff soportó la malaria y supo reponerse. Vivió en México los últimos treinta años de su vida, dedicada a la pintura y el dibujo, acogida por los viejos amigos mexicanos de su juventud, y sólo se cruzó una vez con Rivera, que le pasó por al lado y ni siquiera la reconoció.

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