Brujas danesas como Anne Palles; envenenadoras seriales como la marquesa de Brinvilliers; históricas regentes como María Antonieta, María Estuardo, Ana Bolena o Lady Jane Grey –reina de Inglaterra durante nueve días–, o activistas anti-nazismo del tipo Sophie “Rosa Blanca” Scholl u Olga Bancic, miembro de la Resistencia Francesa. Todas con un devenir común, similar a aquel que inmortalizase a Juan el Bautista: el de la cabeza cortada, rebanada, separada del cuerpo. Todas decapitadas, en muchos casos por obra y desgracia de una de las máquinas del terror más reconocibles: la guillotina. “Durante la Terreur (1793-1794), más de 10 mil personas perdieron su cabeza por el infame filo en Francia. Desde entonces, la máquina recuerda un período opresivo y oscuro”, arriesga un artículo al momento de presentar una performance artística que recupera “el más reconocible instrumento de muerte”, y le da un giro poético.

Paper Cuts es el nombre de dicho proyecto, reciente trabajo de la escultora brit Mandy Smith, quien, en sociedad con el director interactivo/creativo Hal Kirkland, creó una guillotina a base de papel para que los contemporáneos experimenten el horror de otrora. Aunque, a diferencia de las víctimas de antaño, los participantes salgan ilesos y –valga la aclaración– se acerquen al adminículo voluntariamente. “Mientras estimula la fascinación natural de la gente por lo macabro, la experiencia transforma un símbolo de muerte en un gesto de belleza”, aclara el sitio de esta instalación que viaja por el mundo (ya estuvo en Londres y Amsterdam) y que aspira a terapéutico fin: que las personas enfrenten sus ansiedades y miedos personales. En el ínterin, el registro: una cámara activada filmando las reacciones/expresiones de los anónimxs que “arriesgan” el cogote. Anónimxs que, en el peor de los casos, se van a casa con una cortadura de papel, una curita en cuello y la certeza de que, definitivamente, no todo tiempo pasado fue mejor.