Viernes, 25 de julio de 2014 | Hoy
VISTO Y LEIíDO
De los años ’60 al nuevo milenio, la segunda novela de Jhumpa Lahiri enfrenta el desafío de narrar las experiencias del tiempo, la política y los lazos familiares.
Por Daniel Gigena
La nueva novela de Jhumpa Lahiri (1967, Londres) recubre, desde el inicio en un poblado periférico de Calcuta hasta las vecindades arboladas de Rhode Island, el arco temporal de cuatro generaciones que se entremezclan de manera oblicua, sesgada y al mismo tiempo siempre escrupulosa. Lahiri es autora de otra novela (El buen nombre) y de dos notables libros de cuentos (Intérprete de emociones y Tierra desacostumbrada, todos editados en español). Se ha observado que lo más original de su literatura ha sido mostrar la perspectiva de personajes trasplantados de una cultura a otra y de la no siempre fácil asimilación a la cultura huésped. En La hondonada, su nueva novela, que estuvo nominada al prestigioso Man Booker Prize en 2012, si bien esos personajes inmigrantes aparecen y toman las riendas del relato (Subhash, el hermano mayor de un joven izquierdista indio llamado Udayan; su cuñada, que enviuda precozmente de Udayan y que, embarazada, se casa con Subhash; su sobrina, Bela, a quien él adopta como hija aun antes del nacimiento de la niña, en contra de la opinión de los padres), Lahiri parece más atenta a las flexiones intersubjetivas y al poderoso e inadvertido influjo del tiempo (de la experiencia humana del tiempo) y de la época.
A su manera, ambiciosa y arquitectónicamente diagramada, La hondonada es una especie de elegía por las esperanzas que quedaron en el camino durante el siglo XX y, a la vez, de modesto canto de esperanza ante lo que aún puede hacerse con los restos revolucionarios y una concepción más calibrada del afecto. La hondonada –así titulada porque la casa de la infancia de Subhash y Udayan se halla cerca de una tierra baja que las lluvias transforman en lagunas donde crecen los jacintos y los niños pescan (y que, años después, un grupo de parapoliciales convierte en monumento funerario de un héroe transitorio)– se abstrae sutilmente de las cuestiones propias del choque cultural (especie de subproducto de las ficciones imperiales) y de la identidad para registrar, con un pulso decimonónico ajustado con el registro de hiatos, cálidas descripciones de paisajes y anécdotas, las emociones de una familia inmigrante. No en vano Lahiri ha declarado su admiración por la obra impiadosa y magnífica de Thomas Hardy.
“Se pusieron a charlar mientras recorrían la playa de una punta a otra. Había algas esparcidas por todas partes: sargazos con duras vesículas de nitrógeno que parecían uvas de color naranja, pedazos de lechuga de mar, enmarañados nidos de laminaria de color herrumbre atrapados en las olas. Las corrientes habían llevado una medusa desde el Caribe y ahora estaba extendida como un crisantemo aplastado sobre la endurecida arena”: esta breve digresión gráfica sobre un paseo del inmigrante indio, futuro oceanógrafo, en la costa de Rhode Island amalgama la escritura vívida de Lahiri, atada a las tradiciones de su cultura, con la percepción de los personajes. Del mismo modo, Gauri, la estudiante de Filosofía trasplantada a los campus estadounidenses, unirá sus vivencias al punto de vista de sus intereses y de su propio código privado: “Estaba convencida de que Subhash era su rival y de que competía con ella por Bela, una competición que Gauri sentía como insultante, injusta. Pero en realidad no había habido ninguna competición sino sólo su propio abandono. Su propia retirada, encubierta, ineluctable. Con su propia mano se había pintado a sí misma en un rincón, y luego fuera del cuadro”.
El peso de la historia, acentuado en los capítulos acerca de la juventud de los hermanos bengalíes, fluye de manera subterránea en gran parte de los episodios vividos por Subhash y Gauri, para resurgir plenamente al final de la novela, bajo la forma de un laudo, dictamen y desagravio de la libertad. Con las protagonistas femeninas de la novela –Gauri y Bela, madre e hija, respectivamente–, Lahiri ensaya perfiles de formación, independencia y sensibilidad casi ejemplares por el modo en que presenta los riesgos de las decisiones impertinentes para una época.
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